7.12.12

Sonidos

No la veo... la escucho a través de mi única ventana. Me quejo a veces de que la casa nueva es ruidosa pero ahora no. Sin verla, sé que sonríe. Por las variaciones de su voz, sé que corre de arriba a abajo de la calle. Por el tono de su carcajada, sé que está feliz. Y que su padre, que está con ella, también.

"Papa! Ja has arribat!"

Bienvenidos sean siempre esos sonidos.

15.11.12

Huelga

Ayer me desperté arrullada por el incesante revoloteo de un helicóptero sobre mi cabeza. Es lo que tiene vivir en el centro: las huelgas, las manifestaciones, las concentraciones todas están a tu alrededor. Tendí la cama, hice el desayuno, abrí las ventanas y encendí el ordenador - en el supuesto de que trabajo para mi misma, tampoco hacia sentido hacerme huelga. Creo que intento tratarme lo mejor posible y darme los derechos laborales que me corresponden.
Hacia el medio día, salí de casa para comer con otros amigos autoempleados. Salí casi una hora antes y disfrute como muchas otras familias de un paseo. Imposible saber si era huelga o era domingo. Claro, un domingo a miércoles.
Mientras me iba alejando del centro, veía más tiendas abiertas. Poco movimiento, sí, pero un bar aquí y otro allá, una panadería, una carnicería. Empresas pequeñitas que, supongo, querían vender lo que pudieran vender.
Comimos y después volví a caminar un buen trecho de regreso a casa. Comenzaba a animarse la cosa - lo sabía porque el helicóptero pasaba con más frecuencia y porque, en algún momento cerca de las cinco de la tarde, uno de mis vecinos se puso a ensayar a voz en cuello sus consignas antes de salir a la manifestación.
A las seis salí de casa y me fui hacia donde un amigo, con quien tenía que hablar de la huelga y otras cosas menos socialmente trascendentes. Entré a su casa y desde ahí vimos a los mossos cerrar la Gran Vía, a algunos contingentes pequeños. De vez en cuando nos reíamos con las transmisiones del Cuní y las imágenes, las cinco imágenes, que parecían toda la jornada.
A las ocho salí de ahí, después de preguntarnos quién tendría razón con la asistencia - si los Sindicatos que reclamaban un millón o el conteo oficial de 110,000 personas. En la puerta me encontré con alguien conocido que me dijo: "ve con cuidado. Algo pasó y esto se puso violento".
Fui con cuidado. De pronto comencé a ver gente que corría. A una calle de casa, gente que corría muy rápido. Y ahí, a veinte metros de mi, los antidisturbios.
Supongo que todos sentimos miedo al ver a Robocop. Me repuse y crucé la calle. Me quedaba sólo una manzana por recorrer. Frente a mí, un padre llevaba a su hija dormida en brazos. Quise convencerme de que estábamos fuera de peligro, aunque la verdad es que cada vez iba más rápido.
Mientras recorría esa última calle, me di cuenta que mi callejón había sido lugar de batalla campal: contenedores volteados y tirados por toda la calle y, hacia el final, un vecino con una manguera extinguiendo el fuego que alguien le había prendido al contenedor de papel que está casi justo debajo de mi ventana.
El edificio olía a humo, pero no mi casa. Entré y encendí las noticias y el Twitter y todo, para enterarme. Seguía escuchando los helicópteros. Cerré todo y hablé con mi madre que había visto las noticias y estaba preocupada.
Todo estaba bien.
Esta mañana de camino al trabajo me encontré con varios aparadores rotos y muchos de los cristales del Palau de la Música. Toda la noche escuché cuadrillas de limpieza poniendo en orden mi calle. Había pasado algo. Pero no se sabía muy bien qué. Me dí cuenta que han puesto un cartel de "se alquila" en un negocio de helados en mi calle. Hice memoria: no recuerdo haber visto nunca que entrara un cliente.

17.10.12

Berlín, bis

Berlín se parece al Berlín que siempre me gusta ver: ese que me enamoró en las letras de Isherwood, ese que recorrí por primera vez aquejada de una terrible alergia de primavera. Es, simplemente, ese lugar al que quieres regresar y según tú no recuerdas por qué y entonces...

- Compras el billete de autobús de un señor amabilísimo pero tan lento en atender que hace que pierdas dos autobuses en una fila de cuatro personas.
- Cambias al tren según instrucciones de tus anfitriones. Te sientas y en una de las paradas del metro, entran una pareja de señores muy, pero que muy mayores. Te lo dice su cabello perfectamente blanco. Sus caras que parecen tan arrugadas como una hoja hecha bolita. Sus manos llenitas de manchas que emergen de sus guantes. Son guapísimos - debieron haber sido como modelos de portada unos 60 años atrás. Ojos azulísimos de ambos. El señor lleva en la mano un horno eléctrico y la señora dos bolsas de tiendas diferentes. Se sientan, poniendo a un lado (junto a tu maleta), el horno. Con mano temblorosa él se saca del bolsillo una hoja de papel donde están escritas las características y precios de varios hornos eléctricos. Susurran, suspiran, se sonríen. Ella saca de una de las bolsas la orilla de una tela de algodón, negra con flores estampadas en blanco. Susurran, suspiran, se sonríen. Y tú te sientes bendecida por tenerlos al lado.
- Nueva estación y entran cuatro gitanos a cantar. Uno tiene una guitarra, otro un amplificador y las dos chicas zapatean en el vagón y cantan. Cantan algo que reconoces pero no sabes ponerle nombre. Piden dinero. Se bajan. Casi pierdes la estación (tú también te bajabas ahí) por mirar.
- Estas a la mitad de la Friedrichstrasse. Sabes el número, pero te confundes con las señas. Comienzas a caminar y te arrepientes. Das media vuelta. Dos calles después, te das cuenta que era para el otro lado. Cuestión de seguir los instintos.
- Desde la oficina, ves la enormísima foto del soldado que parece que cuida checkpoint charlie. Te observa mientras te das cuenta (tú y todos) que no hay conexión a internet inalámbrica en el edificio. Deciden trabajar y ya llegarán al hotel a conectarse con el mundo.
- En el hotel, es hora punta para registrarse. Hay un letrero que dice "espere por la siguiente sonrisa". La chica que te atiende habla español, pero no sonríe.
- Desde el piso 26 de un edificio de 40, ves a los otros enormes edificios de la zona y dudas si la RFA alguna vez se hubiese soñado así misma como un gran sitio de compras internacionales.
- Vas a cenar con los compañeros a una típica cena berlinesa: vietnamita con toques chinos. Un inglés a tu lado, con el que sólo pareces poder hablar de referendums de independencia, está tristísimo bebiendo una cerveza china: él lo único que quería es una cerveza berlinesa. Lo convences de que, en el peor de los casos, habrá cerveza en el lobby del hotel.
- Acaban en el lobby del hotel - son cuatro chicos y tú y lo único que saben hacer, los cinco, es hablar de elecciones. Entonces comienza a tocar  el pianista del lugar, que parece quiere ser la versión muy blanca y muy calva de Lionel Ritchie. A los diez minutos, se acercan unas chicas: son el equipo de "masaje de cuello" del hotel, que ofrecen ese servicio para relajar a los ejecutivos estresados. Nadie les hace ni caso, a las pobres.
- Duermes con las cortinas abiertas para ver el reflejo de la ciudad desde arriba. En premio, cuando abres los ojos, ves amanecer.
- Desayuno, despacho sin internet, más trabajo, menos amable que el día anterior, más efectivo. Tres de la tarde, tú te quedas pero te cambian de hotel. Te dan la reservación y te invitas a que sigas la misma calle donde ya te has perdido anteriormente. Eventualmente llegas ahí, a un hotel con wireless y al lado de la estación del tren... es decir, escuchas el tren. Casi todo el tiempo hasta que te olvidas que existe.

(Pausa comercial)
Sales a pasear, enfundada en tu nuevamente estrenado abrigo color azul Nivea. y encuentras, sí, una tienda oficial de Nivea. Entras a ver, por curiosidad. Compras algo y la señorita, que te habla en alemán desde hace rato, te sonríe y te regala, por supuesto, una cremita color Nivea.
(Fin de la pausa comercial)

- Tienes poco tiempo para hacer el turista - compras algunos souvenirs. Y tus pasos (pareciera que sin ti) se dirigen a la puerta de Brandenburgo. Ahí tomas fotos, como todos los demás. Y miras el sol que se esconde poco a poco después del bosque. Vas al Monumento al Holocausto y te pierdes entre esos bloques de concreto. Alguna vez escuchaste a alguien decir que era un símbolo de como, sin darte cuenta, así como los bloques de cemento te cubren y no te dejan ver alrededor, así podrían cubrirte los totalitarismos y las ideas extremistas. Suspiras. Otra vez te entran ganas de llorar.
 
- Caminas de regreso al hotel y, enfrente de la Embajada Británica, tienes la tentación de caminar por mitad de la calle. Hay policías, sí. Pero también hay un montón de barreras para que ningún auto (fuera de los oficiales) pueda entrar o salir de ahí. No te atreves. Y de pronto una mujer con un abrigo rojo comienza a caminar en medio de la calle. Y otra, con un abrigo lila. Y entonces vas tú. Y te imaginas que, visto desde lejos, ese minuto en el que las tres se cruzan podría parecer algo más que una coincidencia.
- Tienes hambre. Decides ir a cenar en la misma estación, a un restaurante clásico en apariencia. Te sientas sola - o no, mejor, acompañada por un libro de Stefan Zweig que te cuenta como miniatura histórica los últimos años de Cicerón. "Mejor morir haciendo frente a los enemigos que dejarse matar". Y comes currywurst y Berliner Pils mientras la selección alemana le mete tres goles en el primer tiempo a los suecos. Lo sabes no porque nadie te lo diga - tienes una televisión arriba de cabeza y todo el mundo la mira.
- Regresas a la habitación. Te sorprende el caos que puedes crear en tan poco tiempo. Miras el ordenador: tienes los ojos tan llenos de la ciudad que no sabes cuánto tardarás en contarla. Te sientas y piensas que, menos mal, tus lectores son pocos pero aguantadores.

16.10.12

Barcelona - Munich - Berlín

Levantarse a las cinco de la mañana definitivamente porque no has podido dormir y estás convencida de que, si lo haces, perderás el avión. Hacer cosas por aquí y por ahí, ducharse, arreglarse, tomar por primera vez en el año el abrigo y salir con el tactactactac de los tacones de las botas a despertar a los vecinos.

* * *
Llegar al aeropuerto y acordarse que, por muy pase de abordar electrónico, la revisión de seguridad no es rápida. Más aún - las botas son una pésima idea porque tienes que quitártelas de pie, un poco poniendo a prueba la estabilidad, cargarlas en una bandeja, en otra el bolso y el abrigo, en la tercera el ordenador y luego la maleta de mano. Y luego a ponerte todo en su lugar de vuelta.

* * *
Comprar el diario y caminar por ahí. Evitar la fila de abordaje - increíblemente, hoy viajas en Primera Clase. Entonces esperas que te den de desayunar. Digamos la verdad - vas a fingir que estás acostumbrada y vuelas siempre en primera clase (¿si no por qué los taconcitos y el cabello bien arreglado?). Pero fingirás mal: porque cuando te ofrezcan un periódico lo tomarás. Y también la revista. Y cuando te den de comer te lo comerás to-do como si hubieses corrido la maratón. Y luego hablarás con tu compañero de asiento como si, bueno, esto fuera lo más casual del mundo. Pero no lo es. Lo sabes. Te sonrojas. Sales del avión lo más rápido que puedes.

* * *
Caminas por el aeropuerto de Munich mientras esperas la conexión. Cada 50 metros, hay un puesto para servirte café y té y tomar algún periódico gratuito. Más papel no, pero sí que te tomas un primer té. Bueno... te quemas la lengua con el te y luego no te puedes tomar el otro. Otra vez la fila. Otra vez hacerse loca. Ahora mala idea porque el avión está repleto para el vuelo de 45 minutos a Berlín. Tienes que entrar y esperar para ver qué haces con tu maleta - que no cabe arriba... pero la sobrecargo te dice que, como estás en la ventana y en Business hay un asiento que no se utiliza, lo pongas junto al asiento que te toca, abajo. Lo haces. Mientras te acomodas tu "compañero" de fila le está poniendo una gritiza espectacular a la azafata quien, como su maleta de mano era demasiado gorda y no permitía que cerrara el compartimiento, se la llevó para documentarla.
"Lo que pasa es que son unos incompetentes. ¿Por qué no te habías dado cuenta antes, eh? Tarde y todo y se llevan mi maleta. Es una verguenza. Y se supone que se creen avanzados. Pues me traes una tarjeta con tu nombre... ¿cuál es el problema con mi maleta? Qué estupidez..."
Inconfundible acento norteamericano.
La sobrecargo, con su cabello increíblemente rojo, contesta al gritón sin subir la voz ni una sola vez. Antes del despegue, regresa a su sitio y le da una tarjeta con su nombre, porque el tipo dice que la quiere reportar. En lugar de gracias, el viajero de business contesta: "¿no quieres bajar más maletas para ver si logras retrasar más el avión?".

* * *
Afortunadamente, el gritón se duerme - no sin antes decirle otra vez tres cosas a la sobrecargo. Tu respiras. Es un viaje de 45 minutos pero igual pasan con un carrito y te dan agua y un poco de ensalada con pollo que, por supuesto, te comes. Y el postre. El gritón duerme. En una de sus vueltas, la señorita sobrecargo le deja un vaso con agua en la mesita de al lado, por si despierta.

Al final, la que hace llorar a la sobrecargo eres tú. Cuando la ves, ir y venir, te da pena la manera en como la tratan. Porque está haciendo su trabajo - y con esfuerzo, para que salga bien. En una tarjetita, le escribes un agradecimiento y un reconocimiento a ese extra esfuerzo. Le das las gracias. Al salir  (mucho después del gritón, que sigue refunfuñando como si fuera un perro de aguas), le das la tarjeta. Ella te retiene para leerla y ves que se le salen dos lagrimones. "Muchas gracias", dijo. "No sabes cómo lo necesitaba".

13.10.12

Reconocerse

Sonó el despertador a las ocho de la mañana y lo apagué de un golpe. Es sábado. Volví a dormir y a soñar y, en algún momento del sueño, una persona que no conocía se volvió a mirarme y me dijo: "¡levántate ya, que vas a llegar tarde!".
Me desperté angustiada y entonces me acordé que tenía que estar en el salón de belleza para que me cortaran el cabello en media hora. Me vestí y salí corriendo. Al llegar, casi sin aire, me dí cuenta que no estaba el chico que usualmente (cada seis meses, aproximadamente) me quita las puntas abiertas, me lava el cabello bien lavado y me peina para salir linda a la calle.
Sus compañeras insistieron en que todos usaban el mismo método - yo no me estaba quejando. La verdad es que mientras que no me cortaran demasiado el cabello o me dejaran una forma que no puedo controlar, me da un poco menos lo mismo.
Me estuve mirando en el espejo: mientras me lavaban, me secaban, me cortaban las puntas - parecían largas, esas puntas -, y luego le daban a mi cabello una textura y una imagen que naturalmente no tienen y que a mí me cuesta mucho transformar.
Cuando salí, fui caminando hacia la biblioteca. En las esquinas de las calles, me reflejaba en los espejos. A veces me  parecía que esa, la bien peinada, no era yo. Para nada. Y varias veces me acerqué a verme los ojos - sólo para asegurarme que no me hubiesen cortado algo más y, de pronto, no fuera yo más la que suelo ser.

11.10.12

Bochorno

Este año, cuando estoy perezosa, pienso que es síntoma de algo que incluso le está pasando al clima en Barcelona. El frío tardó en llegar y luego tardó en irse. La primavera tardó en llegar y el calor se instaló, se apalacó, y tardó en irse. Tardó tanto en irse que comienza el otoño y aunque hemos tenido un par de lluvias tímidas, más bien hace calor. Bochorno.

El resultado, entre otras cosas, es que no sabes cómo vestirte. Parece que todo está mal. El día que te pones botas sale un sol esplendoroso. El día que sales sin chaqueta el viento frío aparece y coquetea con tu resfriado. No hay manera.

También los aires acondicionados están locos - en las oficinas se pasa de prender tímidamente la calefacción en las mañanas, a dejarlos apagados, a tener que ponerle el aire acondicionado rabioso a mediodía.

Yo sufro. Me acaloro. Y al bochorno externo se me agrega el bochorno interno. Con los años, en lugar de perder el miedo a hablar en público, lo voy ganando: me voy haciendo consciente de la cantidad de cosas que pueden salir de mi boca y a veces sufro. Me sonrojo, intensamente. La gente puede creer que soy una coqueta o que soy "transparente", pero es una mezcla de incertidumbre y timidez y, bueno, calor.

Seguramente mi acupunturista tendrá otra explicación para esto. A mí me parece que el verano se me quedó estacionado en las mejillas y que a veces, cuando estoy dando clases, me pongo extraordinariamente roja. Supongo que debe ser divertido para mis alumnos - o, por lo menos, desconcertante. Yo estoy aprendiendo a que no sea demasiado incómodo para mí.

Y me pregunto si a mi hábito de sonrojarse le llegará algún día el otoño.

10.10.12

Malala

Había una vez una niña que estaba convencida que el mejor perfume del mundo era ese de la tinta impregnada en los libros. Podían ser nuevos o antiguos - ella sabía detectar en cada uno de ellos ese olor, esas letras, esas palabras atómicas que al unirse le contaban las cosas que quería saber.

Había una vez una niña que le gustaba ir a la escuela - que pensaba que lo más interesante de la vida era la posiblidad de enfrentarse a todo aquello que había por aprender. Y sabía que nunca se acabaría. Y se imaginaba, sin duda, quedarse estudiando siempre, para aprenderlo todo.

* * *

Malala y yo nos parecemos en que, por alguna razón, descubrimos en los libros y en la escuela una vía de crecimiento, de explosión y quizá también de escape. Sabíamos que en cada una de esas aulas a las que entrábamos encontraríamos más de los otros y también más de nosotros.

A mí, lo más malo que me ha pasado es que me consideren un ratón de biblioteca, aburrida, sabelotodo, o que alguna de mis abuelas pida por favor que deje de estudiar y me ponga a tener una "vida normal". Malala, sin embargo, quizá no pueda enfrentarse a nada de esto.

Malala está, hasta donde sé, en un hospital de Pakistán, moribunda. Es una niña de 14 años que desde que los Talibanes prohibieron la educación a las niñas (obligando incluso al padre de Malala a cerrar la escuela que él tenía para educar a las mujeres) se había dedicado a ser portavoz del derecho a la educación. Escribió un blog para la BBC en urdú, protagonizó varios documentales para la misma BBC y para el New York Times y se negó a dejar de estudiar. Ella quería ser médico.

Ayer un comando armado atacó el autobús escolar en el que iba. Una vez detenido el autobús, los asesinos entraron y le dieron dos tiros de gracia: uno en la cabeza y otro en el cuello. Para que no quedara duda, un portavoz talibán, Ehsanullah Ehsan, confirmó por entrevista telefónica al New York Times que Malala Yousafzai era el objetivo del ataque. Su lucha por el derecho a educarse, según los talibanes, es una "obscenidad".

"Ella se convirtió en un símbolo de la cultura occidental en el área; la estaba propagando abiertamente. Que esto sea una lección", confirmó el portavoz, antes de aclarar que, si Malala sobrevive, seguramente será el blanco de otro ataque.

* * *

Había una vez una niña que amaba los libros que creció y que hoy trabaja sentada en una biblioteca con mucha luz, dando clases, intentando hacer que otros se apasionen... y que no deja de pensar en Malala y sus ganas de aprender. Que cree que las lágrimas derramadas por Malala se tienen que convertir en letras, en tinta, en cartones y declaraciones internacionales que defiendan de todos los extremismos a las niñas como ella. Por eso escribe. Para curarse un poquito el dolor y la rabia y para evitar que la sombra de Malala se borre.

15.9.12

Deseos de felicidad a distancia

Lo saben prácticamente todos mis amigos porque es una historia que, por muchos motivos, me gusta contar. De pequeña, por un problema de dirección de las piernas (ya ellas pintaban que me gustaría dar pasitos en falso), durante algunos años tuve unos aparatos que se parecían a los de la película de Forrest Gump. Cuando iba a entrar a la escuela, al kinder, mi mamá habló muy seriamente con J, mi primo que iba a entrar al mismo tiempo que yo, y le dijo que tenía que cuidarme. Que yo no podía sola, que no podía correr y que no podía dejar que los otros niños se burlaran de mi o me hicieran daño.
También me acuerdo claramente que ni él y yo comprendíamos del todo por qué los otros niños, nuestros compañeritos, lloraban sin parar el primer día. Lo hablábamos en calma, sentados juntos... muy juntos y sin soltar la mano el uno del otro.
Recuerdo que, en su papel de guardián (perro guardián, porque él en aquella temporada estaba convencido de que su destino era haber nacido perro y lo de ser niño era un desafortunado error de la naturaleza), mordió a más de algún compañerito que se quiso pasar de simpático y me quitaba algún lápiz o me hacia llorar. En consecuencia, terminábamos los dos en la dirección - no iba dejar yo que me dejaran sin mi protector. Si había que aguantar bronca, la aguantaríamos juntos.

* * *

Mi queridísimo J se casó ayer en la ciudad donde nacimos, vivimos a cuatro calles de distancia, fuimos al colegio juntos, nos divertimos juntos, crecimos juntos. Sabe que lo extraño. Sabe que lo quiero. Sabe (espero que sepa) que pocas cosas me hicieron más feliz como cuando me presentó a A y no podía dejar de tomarle la mano, de sonreír. Yo, cuando algo me hace rabiar, sé que tengo a un defensor metafísico que estará siempre de mi lado, que me recuerda que estoy protegida. Espero que él sepa que, aunque no estoy, siempre agradeceré que haya estado y espero que sea muy, pero muy feliz.

4.9.12

Promiscuidad

Vivir en la ciudad más densamente poblada de Europa tiene un pequeño qué cuando se trata de ruidos a través de las paredes u olores que se escurren por las ventanas. Cada edificio tiene por lo menos cinco familias vecinas que, quizá sin conocerse, se telegrafían de un piso al otro todas las noches su tránsito: de la habitación a la sala de baño, de la cocina al pasillo, de las escaleras al dormitorio.
Y a veces, a las horas de cocina, hay un pequeño martirio inflingido de una ventana a otra: en algún sitio huele a ajo y cebolla sofriéndose en aceite de oliva; en otro, al punto de hervor de unas albóndigas en salsa de tomate; más allá, a la salsa de soya u ostras que los vecinos utilizan para condimentar un pescado...
Sabes entonces de los otros lo mismo que ellos saben de tí. Y a veces, de la manera más básica, se despiertan en tí esas pequeñas y casi inofensivas envidias: de la pareja de vecinos que suben a casa riéndose a carcajadas, del equipo de sonido con bajos perfectos, del plato de comida caliente que comerá el de más allá...

3.9.12

Empatía

Suena el teléfono y alguien te dice que no está bien. Al otro lado, te cuenta una historia que, desafortunadamente, tú ya pasaste. Una historia de esperas, de incertidumbres, de un dolor sordo casi como ausente... como se queda ausente todo cuando termina.
Y, aunque hayas pasado por eso, no sabes qué decirle. Más claramente - no sabes qué decirle porque has pasado por eso. Y recuerdas cómo cada palabra parecía como un alfiler mal puesto en un vestido con el que difícilmente te pasearás pero tienes que llevar algunos días. Algunas semanas. Algunos años.

Pocas veces la empatía duele con tanta precisión como cuando sabes de alguien que quieres a quien le duele algo que a tí ya te ha dolido.

13.8.12

El oro de México visto desde el país de futbol

Ayer, en el medio tiempo de partido entre Brasil y México, hice un guacamole en el piso 26 de un edificio que domina casi todo Sao Paulo. Mientras partía los ingredientes, me explicaron una cosa que nadie me había contado antes. En Brasil, durante la Copa del Mundo, los días que juega la selección nacional no trabaja ni estudia nadie. Las escuelas se abren temprano o se cierran temprano y si el juego es a mediodía, se transmite en las escuelas. Las tiendas cierran. Sólo quedan abiertas las emergencias de los hospitales.

Desde este país, ayer yo veía la primera final de fútbol olímpico en la que había participado la selección nacional mexicana. Jugaba en desventaja: yo era la mexicana invitada entre una familia brasileña completa. Antonio, que tiene cinco años, fue el que en realidad decía lo que pensaba de que estuviera yo ahí y, sobre todo, de que México fuera ganando. "¿Un gol a los 30 segundos? ¡Pero si apenas estamos empezando!".

Lo ví pasearse de un lado a otro de la casa, sentarse en el suelo, en el sillón, en las piernas de su madre, junto a su abuela, al lado de su madre. Nunca junto a mí. Yo en ese momento no hacía nada, pero nada de gracia.

De ver la angustia en los ojos de Antonio - y de escuchar los gritos de su abuela, sus tíos y sus padres - me dieron una ganas enormes de que ganara Brasil. En realidad, yo quería - necesitaba - por lo menos un gol para Brasil (que menos mal llegó). Pero la verdad es que tenía otra razón: algo en mí me decía que cientos, miles de personas en mi México convulso por una elección por decir lo menos extraña en lugar de celebrar el esfuerzo de un equipo de chicos al otro lado del mar, le encontraría otros significados. "Yo no tengo nada que celebrar". "Esto es solamente más circo". "El fútbol es solamente el opio del pueblo".

La visita a mis redes sociales me dijeron que no estaba equivocada. Mientras tanto, en este lado del mundo, Antonio lloró desconsolado desde el momento que sonó el final del partido - casi tan desconsolado como Lucas, el jugador brasileño de 19 años que acaba de ser contratado por el Paris Saint Germain por 45 millones de euros.

Lucas, pensamos, lloraba de rabia porque el entrenador lo metió al juego en el minuto 83 y se vió incapaz de remontar el juego. Frente al marcador final, yo no me sentí con ánimos de celebrar: mucho menos frente de Antonio.

Ahora escucho a mi alrededor la demanda generalizada de que el director técnico de la selección local sea removido de su puesto. También leo las desafortunadas declaraciones de Pelé. Y confieso que había una cosa más dulce que ver la victoria en Wembley - verla en Sao Paulo. No por Antonio, por supuesto. Más bien por aquel tipo de personas (en todos lados hay) que querían verme sentada en otra mesa a causa de la victoria.

3.8.12

Del verano, latas y dificultades del idioma

Esta semana, un diario paulista recordó un verano especial: entre 1987 y 1988 (verano brasileño, esto es) unas quince mil latas inundaron el litoral brasileño, especialmente entre Río de Janeiro y Sao Paulo. Cada una de esas latas contenía un kilo y medio de la mejor mariguana del mundo, probablemente indonesia.
El barco tenía bandera panameña. Había salido de Singapur (donde aún se podía masticar chicle sin restricciones y seguramente cargaron las súper latas) rumbo a Miami. En el camino hicieron una parada cercana a Sao Paulo. Pero alguien sabía de su cargamento...
La tripulación, informada de una posible toma por la policia, decidió dejar caer las latas al mar y huir. Mejor que la mercancía quedara en manos de otros que directamente con la tira. La única persona que fue "inculpada" fue el cocinero del barco... un norteamericano quien, muy probablemente, se había quedado dormido y fue sorprendido y fotografiado...
Según las personas entrevistadas para la pieza del diario - que se va a convertir en un libro y una película - era probablemente una de las mejores mariguanas del mundo. No sólo cambió la manera de consumirla (sólo 2000 latas fueron recuperadas por la policía... el resto por "pescadores" heroicos y amateurs que no querían perder la oportunidad), sino que creo un movimiento cultural. Existía incluso una canción que se llamaba "El veneno de la lata".
Más allá: el verano de la lata permanece hasta hoy en el slang típicamente paulista: cuando algo es "da lata" es que es buenísimo, delicioso, único en su clase, de una calidad extraordinaria. Se aplica especialmente para cuestiones de comer o de beber.
Último pequeño detalle para aprendices naturales de portugués (moi même): las cosas son "da lata" no "de lata". Cuando decimos "da lata" es esa lata en particular, esa cuyo contenido hacía a la gente caminar sin pisar el suelo. "De lata" es de una lata cualquiera.
No de esa de aquel verano.

1.8.12

Cierre del paréntesis

Terminar las vacaciones no ha sido nunca un asunto fácil. Mucho menos es despedirse de la playa desierta donde las últimas dos semanas se han caminado interminables kilómetros, hecho optimistas y amorosos planes, investigado las costumbres de la flora y fauna local. Pensando, casi en silencio - en el murmullo de un idioma que no terminas de hablar - ahora extraño el sonido del mar, el agua de coco de la mañana, las estrellas entre las que se ven constelaciones casi desconocidas - clarísima la cruz del sur. Regreso a la grandísima ciudad, a los pendientes, al proceso de realizar los planes. A esa vida real que parece menos real que el arroz blanco recién cocido y los buenos días a media mañana.



Suspiramos. No es que el futuro sea poco promisorio. Es que el presente - ahora pasado - era aquello que esperábamos en nuestros sueños.

11.7.12

Los que no tienen historias

Como siempre que este blog se ha quedado mudo, no es por falta de cosas que contar - es por ausencia absoluta del tiempo y la concentración para hacerlo. Y así se me pasó hablar de la mudanza que me hizo cruzar la plaza y dejar mi casa de seis años, de las cosas curiosas que he visto en las calles de Barcelona, del día aquel que parecía que todo iría mal y fue mejorando, de las elecciones en mi país, de los recortes y el permanente "estado de malestar" del país donde ahora vivo...

Pero ahora no es ahora. Ahora he entrado en una especie de tregua. En algunos sitios se llama vacaciones. Yo no es que deje del todo de trabajar - es que he transitado para encontrar otras cosas que estaba buscando. Que necesitaba en la vida.

Y entonces llega la ausencia de historias - parece un poco menos interesante el autobús que ayer se subió a un camellón, los cielos impactantes de un invierno inesperado, mi madre que se encuentra con el montón de preguntas de la familia sobre qué hago yo en otras partes del mundo, los compañeros de viajes trasatlánticos que se niegan a levantarse para que vayas al baño (aun cuando lo pidas por favor y justo cuando han recogido las bandejas)...

Hay historias, como siempre. El asunto es que las historias a veces se ven consumidas por una cierta realidad mullida y cálida, por las cosas que anticipabas y no había llegado aún. La felicidad, esa cosa amorfa e instantánea, se acerca a tí, te planta cara, te muestra los dientes. Y le muestras también los tuyos. Y se quedan en paz, mirándose.

Los que no tienen historia son los que parecen tener una historia feliz. Y, en este momento de gracia, me quedo por ahora.

30.6.12

El cambio es bueno

Me lo repito como un mantra. Mientras tanto, mi cama allá, la vajilla aquí; internet aquí, la televisión allá; el clóset lleno de ropa aquí, el armario vacío y listo allá...
Después de seis años de vivir en una casa con una luz maravillosa, unos vecinos extraños, unas paredes ligeras, el ruido continuo del ascensor, las mejores vistas de Barcelona, mucho calor en invierno, mucho frío en verano, una terraza perfecta para hacer carne asada... me voy. Me estoy despidiendo desde hace un mes y me cuesta. A veces, cada dos pasos, miro atrás y creo que lo estoy haciendo mal. Eso, lo de dudar, que tan bien se le dá a uno...
La mitad de mi duelo se canceló porque conseguí una casita nueva cerca, muy cerca. De hecho, tan cerca que alcanzo a verla desde la terraza y desde el nuevo balcón veo la terraza también. Ahí están ahora la mayoría de las cosas que había acumulado en los últimos seis años.
Me estoy despidiendo no sólo de las paredes, sino de los aprendizajes, de las miles de cosas que sucedieron aquí. Lo que comenzó y lo que se acabó y lo que continua.
Esta era mi casa - el sitio a donde regresar. Y en unas cuantas horas (ya ni siquiera 48) pasará a estar en el limbo, a ser un no-lugar.
Y me iré a otro sitio a hacerlo mío, a quejarme de sus muros delgados, de sus vecinos curiosos, de las cosas que suceden ahí. Quizá habrá un poco menos de luz - pero buscaré la manera de hacerlo más luminoso.
Al fin y al cabo, todo cambio es bueno. Aunque al principio no nos lo parezca.

24.6.12

Bajo fuego

Esta noche, Barcelona vive hundida en el fuego. Desde las habitaciones de esta que es mi casa en cuenta atrás, escucho los fuegos artificiales que escupen ruido - hacia el mar y hacia la montaña. Algunos incluso demasiado cerca... con el silbido indistinto de la detonación cercana.
Me gusta esta esquizofrenia. Durante la cena, en la terraza de alguien más, hablábamos de la crisis. ¿Cuál crisis si el cielo se cruza de estrellas fugaces de colores? ¿Cuál cuando la gente sigue teniendo energía de felicitarse, de esperar a uno y otro lado de la calle y gritar buenos augurios?
Antes de que se haga más tarde, debo levantarme y encender una vela. De eso se trata la noche de San Juan: de encender fuegos que quemen antiguas cargas, que cautericen las viejas heridas. Por lo menos eso dicen las hogueras a lo largo de todo el litoral mediterráneo.
En cuanto a mí, sigo en mi estado común: agradecida. Imposible saber qué viene. Imposible, también, imaginarlo como algo malo. Hoy, esta noche, nada es malo. Todo bajo fuego, todo consumido, todo en esperanza de un mundo, una vida, un trabajo, un beso, un orgasmo, un suspiro, una comida, un viaje, una certeza mejor.
El mejor augurio es este: un cielo estrellado compartido a pesar de la distancia. 

23.6.12

La droga sintética conocida como "Fantasía"

Soy una adicta a un millón de cosas - pero pocas me atraen más que esa sensación de que todo es posible. Ahora mismo, sentada en una casa que casi ya no es mía, me encanta la sensación de estar sentada en otra casa, nueva, reinventada, no solo mía, que respira y palpita cerca de aquí.
Temo, como diría la mamá de Mafalda, por los niños (y los adultos) que perderán la capacidad de imaginar. De encontrarse en otro espacio, en un sillón mullido, escribiendo sobre cómo van los primeros días en la otra finca, en el otro lado del espejo.
Y sin embargo, sé que me iré a dormir tan tranquila mirándome ahí: viéndome colgar los cuadros, guardar mi "alijo" de comida mexicana en una de las alacenas nuevas, estrenando una nevera, poniendo mi cepillo de dientes en su lugar. Caminando por el pasillo con luces bajas - como me gustan - y llegando a la cama, arremolinándome al lado de todo eso que me falta, sintiendo que, otra vez, estoy en casa.
Porque si la casa - el hogar - es donde está el corazón, yo vivo la mitad del tiempo dividida en diversas partes del mundo. Y esta noche, además, mi hogar es otro: en realidad, ya duermo en aquel lugar que imagino perfecto para mí. Para nosotros. Para todo lo que trae el futuro.

7.6.12

Rumbo a las elecciones: hablemos de miedo

Ahora que tenemos todos los días muchas horas de vida digital, podemos caer en el engaño de imaginar que realmente lo que pasa allá afuera es reflejo de lo que pasa en nuestro muro del caralibro. La verdad de las cosas es que sólo 40 millones de mexicanos están conectados a Internet y hay una parte muy importante de la población que no pasa por las acciones - buenas y malas - que se han visto en las redes sociales en los últimos días.

Sin embargo, conforme se acercan las elecciones, voy viendo más claramente como una vez más, nos gana el discurso del miedo. Miedo a que el candidato 1 vaya a terminar por corromper al país. A que el candidato 2 lo convierta en terreno de la desesperanza y el comunismo. Miedo a que continúe la violencia porque la candidata 3 continuará con los mismos métodos de su antecesor. Miedo a que quien quede presidente, como si fuera una entidad todo poderosa, arrase con el país.

Criticamos mucho las campañas "basura" que los candidatos han hecho en todo el país, como siempre pintando bardas, regalando despensas, gorras, camisetas y hasta maquillaje. Entre los que tenemos esas necesidades cubiertas, que no necesitamos que nos regalen una despensa porque - vaya suerte - podemos pagarla, el negociar con el miedo es más o menos la misma cosa. Vamos a la pirámide de necesidades de Maslow y picamos ahí en donde el futuro o la autorrealización. No es un picoteo formal: es la noción, la creación del miedo. 

Yo, como todo el mundo, tengo mis motivos para votar por uno o por otro. Pero no me parece válido hacer proselitismo a partir de la intimidación y la creación de dudas sobre el bienestar futuro. No creo que sea justo ni inteligente (mucho menos maduro) que a lo más que pueda llegar nuestro discurso sea a amenazar, como si habláramos del "roba chicos" o "el coco". Al final, creo que los partidos están logrando lo que les conviene: que la vida democrática y el concepto de participación se resuma a concentrarnos en la elección de una sola persona - sin que después hagamos un seguimiento de lo que hacen "los demás".

He aquí el matiz: ningún presidente bajo las leyes de México es todopoderoso. Todo lo que pasa durante el sexenio de una persona no es única y exclusivamente su culpa. ¿No se supone que vivimos en un país con tres poderes separados? ¿Entonces?

Exigirle o imputarle a los presidentes - incluso peor, a los candidatos a la presidencia - responsabilidad absoluta sobre lo que pasa en su mandato es muy poco razonable. Sería como si efectivamente se erigieran dictadores, pasaran olímpicamente de las Cámaras, del Senado y tomaran todas las decisiones por si mismos.

Yo tengo la triste impresión de que, fuera de la guerra contra las drogas famosa, tenemos un país absolutamente paralizado. Entre otras cosas, paralizado porque el Congreso ni presenta leyes que sean relevantes y cambien la vida de los ciudadanos ni crea un entorno para que cualquier legislación realmente relevante se aplique. No es el presidente al final - son todos los niveles de política que no se ponen de acuerdo en tra-ba-jar al servicio del ciudadano.

Mi última de hoy: no somos nadie. Y no somos nadie tampoco para establecer los principios morales de todos los mexicanos ni de todo el mundo. No estoy diciendo que abramos la veda para que nos podamos matar los unos a los otros, pero hay asuntos de salud pública (drogas, aborto, prevención), sociedad (matrimonio gay, divorcio exprés, escuelas laicas) y legalidad en general en las que no tenemos que estar necesariamente de acuerdo y que no generan efectos avalancha. Si las puertas están abiertas, no es para que salgamos todos corriendo - es para quien quiera salir, no se estampe en el camino. Está bien dejar las puertas abiertas, es el justo respeto al otro. Ahí soy fan de Voltaire: "Pensad por cuenta propia y dejad que los demás disfruten del derecho a hacer lo mismo."

28.5.12

Rumbo a las elecciones: los dueños de la primavera

Desde hace unas semanas, mi casa está llena de flores. Algunas fuí a comprarlas a posta, pero otras son el anturio, la orquídea y la cuna de moisés que - a pesar de mis malos oficios que a veces las dejan sin agua durante días - sobreviven en casa y cuando comienza a salir el sol con más fuerza deciden que también ellas quieren florecer.

Me encanta que florezcan y que, por estar en mi casa sean mías: sería incapaz de colgarme la medalla de que yo hice surgir la primavera.

México vive una primavera inusitada. Miles de personas en las calles, demandando responsabilidades, firmeza, continuidad, claridad. Un movimiento que me emociona porque quienes están ahí tienen nombre y apellidos: son jóvenes, algunos universitarios, todos dispuestos a identificarse y a dejar de lado la comodidad del anonimato que ha hecho perder la fuerza a tantos movimientos y manifestaciones en México.

Hace doce años que me tocó por primera vez a mi votar para presidente había también un cierto tipo de emoción similar: la que te recorre el cuerpo porque parece que vas a lograr un cambio de gobierno - el que sea. Hoy sabemos que no se trata de "cualquier" cambio - se trata de un cambio razonado y firme. Y lo más importante, lo que más pesa: es que esa gente en las calles lo que quiere no es sólo quejarse, sino dejar claro que la ciudadanía está observando. Que nos hemos dado cuenta. Que no somos tontos ni nunca lo hemos sido. Y que va siendo hora de que los "poderosos" también sepan que hay quienes pueden cuestionar su poder.

Me emociona, desde Barcelona, que el movimiento se declare apartidista pero no apolítico. Parece que algo han aprendido de las otras primaveras - que no sólo se trata de quejarse, sino de quejarse y colaborar. El año pasado, en pleno incendio del 15-M en Barcelona, comenzó a asaltarme una duda y una gran preocupación: tenía la sensación de que muchos de esos "indignados" mostrarían su "indignación" no presentándose a las urnas. "No estoy de acuerdo con eso, no va conmigo, no voto". Resultado: no una "ola azul" como se llamaba a veces a la que llevó al poder al PP, sino una participación tan baja que otorgó a Rajoy una victoria aparentemente rotunda pero no en número absoluto de votos. Pero victoria al fin.

Me da por reir ahora que veo en algunos foros virtuales: "que no te engañen - #yosoy132 no es un movimiento de López Obrador". No, no es un movimiento de López Obrador - es algo que va más allá de un partido. Es un movimiento de aquellos que están razonando su voto, que están argumentando con hechos reales en el pasado, que no quieren más un discurso puramente mercadológico: que esperan un compromiso con el país.

Quedan por darme la razón los índices de participación, pero lo que me emociona de esta primavera mexicana es que creo que veremos un resultado claro de ella: un alud de participación juvenil, que dará a estas elecciones legitimidad y que puede, incluso, cambiar lo que parece un resultado "cantado". Y más allá de eso, una generación con mayor consciencia ciudadana que está haciendo despertar a las anteriores, acompañándolas no sólo a las urnas, sino a un sistema de mayor gobernanza, para bien del país.

Sí: puede que esté pecando de optimista. Pero creo que hay cosas que cambiarán, no por la fuerza de los partidos, sino por la de la gente pensante. Las flores que hoy adornan mi casa me llenan también de esperanza y me demuestran una cosa: no hay nada más poderoso que la naturaleza revolucionaria de la primavera.

8.5.12

Una sombra negra

Estábamos comiendo y más o menos había logrado desembarazarme del teléfono - para verla, para escuchar la historia de lo que es ser mamá de dos casi tres niños en un momento en que parece que ya nadie se embarca en esos menesteres heroicos. Ella, por su parte, quería que yo le contara cómo iba todo, mis aventuras transcontinentales, mi corazón nómada, mis clases en la jungla... hablamos, comimos pasta, berenjenas y profiteroles, nos pusimos al día.

De pronto, me perdí. No sé cómo lo hice, pero desconecté. Estaba mirándola, lo sé, estaba viendo su blusa color uva y me fui a un sitio en donde están los recortes presupuestarios, los alquileres desbordados, la campaña anual de Hacienda, los boletos intercontinentales, las camas incómodas, los cuadros de codificación de investigación cualitativa, las transcripciones de entrevista, las tesis doctorales...

Regresé cuando ella me miró a los ojos y me preguntó: "¿en dónde estás?". "No lo sé, me había ido". "Sí, me di cuenta... te pasó eso... cuando de pronto una sombra negra te cruza la cara..."

Me quedé sumamente avergonzada y eternamente agradecida. Ahora no sólo intentaré no mirar el móvil - tengo que trabajar también en deshacerme de esa sombra negra que a veces me vuelve alguien que no quiero ser.

7.5.12

Rumbo a las elecciones: prometer no empobrece

Confieso que no he visto aún - problemas del diferido - el primer debate de los candidatos a la Presidencia de México. Confieso también que con las micro-crónicas y votantes-mutantes que estoy viendo en las redes sociales, tampoco me genera mucha emoción hacerlo.
Al parecer, no hubo sorpresas: todos instalados en el ataque, en el auto-bombo (que dicen acá) y tirando de las características de personalidad que los caricaturizan - el galán, la sosa, el populista. Y uno que "se salió del guión": el señor de los Cuadritos. El galán intelectual. El nuevo de la barrio.
En las últimas semanas he estado pensando mucho qué voy a hacer con ese sobrecito que el IFE hizo llegar a mi casa al parecer hoy (si lo quiere dejar la mensajera con mi compañero de piso - sino tendré que ir a buscarlo a una oficina para afirmar que sí soy yo la que quiere votar). Mucho además porque yo trabajo con este tema: con lo de la participación, la información, el compromiso ciudadano, el compromiso de los partidos...
Después de un montón de años escribiendo una tesis al respecto, me reservo un buen cargamento de escepticismo. Afortunadamente tengo muy cerca de mi a un anarquista que de vez en cuando me da una sacudida ideológica y aunque no defiendo la democracia directa para todo (ya hablaremos), sí me parece importante la participación en las elecciones.
Entonces: no siendo ni anulista, ni abstencionista, ni blanquista... ¿qué hago?
Se me ocurren un montón de cosas - la primera en la que quiero reflexionar hoy es aquella frase tan bonita de los abuelos de que "prometer no empobrece". Veo a algunos de mis "amigos" de redes sociales entusiasmados con el discurso propositivo del señor de los Cuadritos. Sí, seguro. Yo estoy convencida de que es el que tiene el programa más coherente y mejor escrito. Con una salvedad: no tiene NINGUNA posibilidad de ganar.
Lo más curioso es que este señor es el jugador frontal de un partido cuyos fundadores no se han distinguido por seguir la opción del diálogo, apostar por la calidad o por las decisiones más buenas para la mayoría. ¿Pero saben qué? Pues está bonito poner a alguien que hable bien y prometa el cielo, la luna y las estrellas. Y que levante la mano el que nunca se haya enamorado (aunque sea fugazmente) de alguien con quien "nada podía ser..."
El señor de los Cuadritos puede proponer y hablar muy bonito... logrando con eso una interesante atomización del voto. Vamos a llevarnos unos indecisos más de este lado, porque no... Pero de nuevo, no hay que olvidarse que a las elecciones no se presenta una persona: se presenta una maquinaria de partido, una fuerza ideológica y una serie de acciones claras.
Quizá el señor de los Cuadritos sí hizo una cosa muy importante ayer, sin embargo: en contraste, puso en evidencia a unos partidos "consolidados" pero incapaces de contarle al ciudadano sin gritar-correr-ni-empujar cómo se puede mejorar al país. Un plan.
Él tenía un plan. Los otros, muchos nervios. Uno puede tener un plan cuando no tiene nada que perder.

1.5.12

Cosas que huelen

Había una lección en el jardín de infancia que no terminaba de quedarme clara cuando era niña: la de las estaciones. Sí, primavera, verano, otoño e invierno pero yo no tenía muy claro dónde estaban las diferencias. Yo, que crecí cerca del trópico de Cáncer, donde básicamente hay dos estaciones: la de lluvia y la de secas. Dos semanas de calor loco en mayo y dos de frío en diciembre/enero. Y se acabó.

Al mudarme de este lado del mar y bastante más al norte, empecé a entender esos cambios paulatinos de los que hablaban los libros. Sobre todo los del tiempo intermedio que dan lugar, entre otras cosas, a prendas hasta ahora desconocidas para mí como los "abrigos de entretiempo". Ver las hojas que se ponen amarillas y caen en el otoño y los días de primavera que no, no señores, no son de calor. Son de viento y luego lluvia y luego calor diez minutos y luego lluvia otra vez y un poquito de sol y cada vez más largos y cada vez más verdes. Se ve la primavera también en las flores que salen (menos aquí, más en otras tierras que he pasado mucho tiempo). Y también se ve la primavera en otra cosa, algo que me hace recordar a mi ciudad natal: en el olor.

Si caminas en Barcelona tarde por la noche en abril y mayo, en un momento del día que no hay tanto smog que te distraiga la nariz, de pronto encontrarás ese delicado olor de las flores que comienzan a surgir en ciertos árboles. A veces blancas, a veces rosadas, a veces amarillas... y el olor varía. Y me hace recordar y añorar el jazmín y los naranjos que, si caminas de noche en abril y mayo por ciertas calles del centro de Guadalajara, todavía puedes percibir.

Es un olor discreto, como una promesa. Como la primavera, en sí: un poco voluble y movible, pero que de alguna manera te asegura esas cosas que esperas y que llegarán pronto - en el verano. Sabes las ansías que tienen de que lleguen pronto - pero también agradeces saber anticiparlas. Lo agradeces porque tienes fé en que estarán ahí.

10.4.12

mil

palabra de tres letras convertida en caracteres y espacios que ahora están guardados en el disco duro – por si acaso. veo el archivo y me quedo dudosa sobre si sirve o ha servido para algo. recuerdo cómo empezó – para no dejar de escribir, tener estas manos ocupadas en algo que no fueran reportes y proyectos... para seguir contando historias que veo... y ha pasado de ser algo casi autista, anónimo a algo público sobre lo que no tengo control.
si lo imprimiéramos sería un tocho que quizá no dé mucha emoción leer. mil páginas mías, mil trozos de vida; tres ciudades base, tres más como promesas y un montón de lugares de paso donde a veces quise quedarme. un montón de lágrimas y risas en solitario y compartidas. un millón de kilómetros en aire, en tierra, en la mente. sensaciones a veces de repetirse, a veces de descubrir. son monólogos esperando convertirse en diálogos: con mil caracteres (incluyendo título y una última línea de explicación) celebro mil entradas publicadas en este blog.

9.4.12

Fuera de temporada

Una de las ventajas claras de ir a un mercadillo en la calle y no al supermercado a comprar fruta y verdura es que te encuentras con un concierto de olores que usualmente no quedan libres en los ambientes bien iluminados y controlados. Huele la fruta de temporada, huelen los fritos para desayunar, huelen los jugos recién exprimidos, el cilantro, el perejil, el agua de la pescadería, los que no alcanzaron a bañarse antes de salir a hacer la compra.

No todos los olores son agradables. No siempre la vida había sido tan impecable, tan controlada. No siempre tenías a tu disposición lo que sea que quisieras comer. El aprendizaje del mercadillo - del tianguis, en mexicano - son las temporadas. Lo que puedes comer ahora no necesariamente estará aquí la próxima semana. Lo que está más barato o asequible no es lo más malo sino lo que en el momento es más abundante. What you see is what you get.

Y luego subir con la bolsa de la compra a trajinar en la cocina, a descubrir si las cosas (que ya dijimos que se parecen, pero no son) funcionan de la misma manera que funcionaban en otro sitio, a bailar mientras cocinas, a reirte a carcajadas mientras lloras partiendo una cebolla.

Es entonces cuando de pronto te das cuenta que a lo mejor lo que estabas buscando, lo buscabas fuera de temporada. Por eso no lo habías encontrado. Porque los deseos específicos no siempre se convierten en realidades satisfactorias. Toca darle tiempo al tiempo. Toca abrir los ojos, los oídos, entender las oportunidades. Probar lo que te toca probar en ese momento.

Al fin y al cabo, sí que hay veces que el partido se gana en los dos minutos de tiempo de compensación.

5.4.12

Pequeñísimos gestos

Tomo fotografías todo el tiempo y conservo las que otros toman - me gusta documentar las ciudades, la gente, el crecimiento, las bienvenidas, las despedidas... y a veces, sólo muy de vez en cuando, consigo encontrar esas cosas increíbles que se quedarán en mi memoria.

Por ejemplo, esta fotografía de abajo. Tomada en diciembre, estoy con mis dos hermanos y mi cuñada. Nos estamos convirtiendo en "compadres" obra y gracia del bautizo de mi sobrina. Estamos atentos. Estamos bien.

Yo me quedo con los dedos de mi hermano el que sigue de mí, el hermano mayor, en mi brazo. Me quedo con su apoyo y su cariño. Conservo para mí la confianza en dejarme responsable espiritual - a mí, of all people - de su hija pequeña...

Ese hermano mío hoy cumple años. Y pocas veces hago extensivamente claro y público lo orgullosa que me siento de él: ese papá, esposo y hermano cada día más comprometido, más amoroso, más dulce. Se merece que se lo diga. Y de regalo, lo único otro que puedo hacer - pedirle al cielo, a todas las cortes celestiales en cada cultura y cada rincón del mundo, que lo protejan y que nos ayuden a tener claridad para querernos siempre, como hermanos, cada vez más.

Todo eso, en una fotografía.


3.4.12

Visto y no visto

Hay una cosa que siempre he temido perder: el asombro. Esos ojos nuevos en sitios nuevos que te ayudan a maravillarte de las cosas sobre las que no, nunca habías puesto tus pupilas. Hace casi cinco días, desde un avión, reconocía el entramado complejísimo de una ciudad enorme por la que no había caminado nunca. Es verdad que se parecía a mis propias megalópolis en extensión, a aquellas en donde ya he vivido, pero ésta era distinta por un montón de brotes más de verde aquí y allá. También era diferente porque, al no estar el aeropuerto tan en el centro de la ciudad, se tiene una especie de vista más amplia.
Mientras camino, en las esquinas a veces reconozco cosas. Reconozco las calles más o menos limpias no por exceso de limpieza pública, sino porque la gente no tira basura. Reconozco las aceras reventadas por la violencia de las raíces de algún árbol que está convencido de que debió haber nacido en medio de un bosque. Reconozco la sonrisa de buenos días de la gente a la que no has visto nunca. Ciertos sabores. Cierta manera en que tiene la luz de incidir sobre el asfalto. Cierto final de verano en donde, a las cinco de la tarde, mágicamente un cielo que estaba despejado y que tenía un sol inclemente huele, profundamente, a lluvia.
Hay cosas, por otro lado, que no había visto nunca y me maravillan. Sí, ciertamente, cosas tangibles: edificios perfectos y sinuosos, una energía económica, frutas que no había probado nunca antes, sonidos de palabras que más me suenan a murmullo y canción que a discurso de trabajo. Pero las que más me maravillan son las cosas que veo puertas adentro, en las sonrisas de quienes me rodean, en su voz, en su interés continuo para que yo esté bien.
Me siento en casa pero no por lo que reconozco. Por lo nuevo que veo. Por lo que en eso intuyo.

17.3.12

Noches de sábado

No necesitaba ahí para verlo: me bastó la manera en que él me lo contó para estar ahí. Para acordarme de lo que ya había vivido yo. De lo que es otro síntoma de por qué las cosas van mal.
Crecí en una ciudad grande, no en una capital. En una ciudad en la que, como en la mayoría de las grandes ciudades latinoamericanas, las apariencias importan mucho. Es lo que suele suceder frente a los abismos sociales - me interesa ver cómo te ves, quién eres. Generamos una especie de sistema de castas tan cruel como el indio: la diferencia es que puedes estar en uno y luego saltar a otro. Es una cuestión de dinero, de apariencias, de influencias.
Él me llamó y me contó que la semana pasada había salido con otros amigos a un bar. Costó convencer a nuestra madre - todavía estaba asustada por los "narcobloqueos" que habían ocasionado una riada de portadas violentas en todo el mundo - no solo en nuestro país. Pero su razonamiento al final fue el mismo que nos mantiene a todos vivos, en la calle, en la vida normal: "no podemos dejar de vivir por miedo". Y lo dejó ir. Y él - lo conozco - se arregló, se puso "a la altura". Al llegar al bar, sus amigas todavía no habían llegado y no lo dejaron entrar porque la reservación no estaba a su nombre. Diez minutos después, llegó el resto de la gente. La chica que invitaba lo saludó y pidió que los dejaran pasar. Se hizo un momento de duda en la puerta.
La chica de la entrada, con su sonrisa colgate, respondió: "sí, tu mesa está lista. Pueden pasar. Pero ese muchacho no".
Mi hermano fue el muchacho al que no dejaron entrar a la fiesta. Y me acordé de las veces que yo era la de los zapatos demasiado deportivos, o la bolsa no lo suficientemente de fiesta, o que nadie sabía si yo tenía o no una americanexpress con suficiente crédito y me dejaron fuera.
"Por eso no me gusta ir a esos sitios. Por eso me quiero ir contigo", me decía él por teléfono, con una rabia mal disimulada. Yo también sentí rabia. Tanta, que hasta ahora no había podido escribirla.
Me hace gracia que nos preguntamos por qué hay violencia, por qué la gente no respeta la vida de los otros. La gente en mi país, parece ser, no respeta a los otros. Bastaba con ver a la hija de un hoy candidato a la presidencia de la república decir que "la prole" era la que se burlaba de su padre porque no sabía leer. Basta con ver cómo el "se reserva el derecho de admisión" parece una vía libre para hacer de la discriminación una forma de negocio.
Me da una rabia - una rabia sorda. Y algo me dice que mientras no seamos capaces de acabar con esos "cadeneros" tampoco acabaremos con otras desigualdades que nos rondan.

12.3.12

Casarse en lunes

Lo saben los sabios (incluso el que vive en mi casa): ir el lunes a hacer trámites a las oficinas de gobierno te garantiza mucho más espera que cualquier otro día. Supongo que es porque el fin de semana nos persiguen los fantasmas de esas cosas tan pendientes que no hemos hecho  - o porque el lunes siempre parece un buen día para comenzar una buena vida.
Después de pasar mis cuatro horas de rigor en el consuladodeunpaísalquenecesitovisaparaviajar y ver cómo se quedaban mi pasaporte de interno durante una semana, decidí que podía ir a la única oficina de Registro Civil que existe en Barcelona (sí, sólo hay una) para pedir una cita que tengo pendiente. Llegué al sitio sobre las 10:55 y la fila ya me pareció de mal gusto. La rubia de información miró con desconfianza los papeles que llevaba (siempre miran con desconfianza) y me dió un papelito que decía que había 29 personas esperando antes de mí. Eso, en burócrata de Registro Civil, quiere decir cualquier cosa entre 30 minutos y cuatro horas.
Me fuí a sentar a la sala de espera número 3 que para más señas es la que está enfrente de la sala donde se celebran las bodas. Dado que en Barcelona este el único Registro Civil, la lista para casarse es, por decir lo menos, larga. Creo que la última vez que alguien de mis amigos preguntó les daban una espera de seis meses. Y mientras yo esperaba, comenzaron a llegar los novios del día. Me dí cuenta porque algunas llevaban un ramito de flores, o unos zapatos lindos, un sonrisa. Ni siquiera saqué el libro de la bolsa. Me quedé ahí, observando.
Se suponía que las bodas tenían que comenzar a las once pero fue hasta las once y cuarto cuando una secretaria del juzgado sacó y publicó la lista de los "matrimonios to-be". Les pidió a todos los que estaban sus documentos. Después de un rato, me acerqué: 15 matrimonios, a razón de cinco minutos cada uno. Se suponía que aquello tenía que estar despejado antes de la una de la tarde - buen momento para irse a celebrar.
La estadística: de los quince matrimonios, siete mostraban nombres "extranjeros" (o por la longitud de los nombres propios o por los apellidos en otro idioma), tres eran parejas homosexuales: los dos primeros entre varones y uno entre mujeres. Yo, de pronto, me dí cuenta que estaba sentada junto a ellas. No había nada que las distinguiera especialmente. No llevaban ropa especial, ni flores. Pensé cuál sería la razón para casarse - y también en lo aburrido que era hacer el trámite en lunes.
Más lejos, una de la pareja de hombres. Guapos, en sus tempranos cincuenta, se miraban constantemente y se acomodaban alternativamente la solapa de la chaqueta, el rizo que caía sobre la frente, la corbata... Más allá varios grupos de latinos. Todas ellas con vestidos perfectos, de colores varios, medias. Altos tacones. Ellos de traje. Una pareja que hablaba catalán entre ellos: de 50 y muchos años y acompañados por los que parecían sus hijos - de los dos, no de ambos. Unos eran claramente parecidos a ella y otros a él. Y sonreían.
Había un hombre latino de cabello entrecano, moreno, con camisa a cuadros y una chaqueta beige de poliester que esperaba. Y esperaba. Y esperaba. Hablaba por teléfono. Y esperaba. Finalmente, se acercó a unos chicos que estaban sentados junto a mí y les dijo que se fueran: "dice que no va a venir".  Después se acercó a la Secretaría del juzgado y le dijo, un poco en tono de disculpa: "parece que tendré que intentarlo en otra ocasión". Y se fue, solo, como había llegado.
La novia de mañana fue, claramente, una rubia de un metro setentaycinco con un minivestido rojo y una chaqueta blanca. Era imposible no verla. Con su maquillaje perfecto - con el vestido que contrastaba con su piel muy blanca y sus tacones altísimos, negros. Por su tatuaje en el pie derecho. Todos mirábamos, sin mirar. Después llegó un grupo de "modernos" vestidos al estilo años cincuenta: eran monos, pero resultaba imposible quitarle el protagonismo a la Marilyn de formas rotundas que se casaba con un moreno de pelo muy ensortijado, que había llevado hasta a los abuelos. Para ellos daba lo mismo que fuera lunes - era el día de la boda.
Justo cuando a ellos los llamaron a sus cinco minutos con el juez, salió mi número. No ví más de las bodas, ni de las flores, ni de las fotos que se tomaban en las escalinatas de ese edificio ascéptico. No importaba que pareciera la sala de espera de un hospital: era el lugar de la boda.

10.3.12

Pequeños milagros

Lucas tiene dos-casi-tres años: los ojos grandotes de su mamá y la sonrisa enorme de su padre. Le gusta ir amarrado en la parte de atrás de la bicicleta y, según las fotos, también ir en su propia bicicleta. Sonríe de perpetuidad. Es lo que podríamos llamar un sonrisas.
Es sábado en la mañana y yo voy hacia la biblioteca, a hacer como que trabajo. Camino cabizbaja: voy enredada con los auriculares. Los veo a lo lejos, sobre la bici, afuera de una tiendita. Me acerco a saludar a su padre y Lucas me mira con curiosidad. Mientras "los grandes" hablamos, él tuerce el cuello para verme un poquito más de cerca. Yo también lo observo con el rabillo del ojo: veo como se detiene un minuto en el collar que llevo y quizá también en mis pendientes, demasiado grandes.
Le toco la cara. Su padre le dice que me dé un beso. Es raro, me imagino, que te pidan que des un beso a alguien que quizá habías visto, pero no recuerdas. Pero claro, un beso es un beso. Y después de que yo tronara dos sendos besos en sus mejillas, se desinhibe un poco: me muestra una especie de gobo de iluminación que hizo en clase - aquí sé que no soy mamá - llamo gobo de iluminación a una manopla de papel con un pedazo de plástico de color rojo y verde que permite ver a través de él el mundo en otros colores.
Yo me intereso: me gusta observar la sonrisa blanca de Lucas a través de un filtro rojizo, casi sepia. Se ríe. Como una cascada, se suelta a contarme cosas. A borbotones. Dice que lo hizo en la escuela, que su maestra se llama Martha y su mejor amigo... su mejor amigo ya no me acuerdo. Me lo dijo. Lo sé porque no le entendí y su papá hizo la traducción Lucas-adulto y me contó el nombre el chico.
Ellos se iban de picnic a la playa. Dí más sonoros besos a sus padres para despedirme y luego me acerqué para darle un beso y escuché junto a mi oído, sonoro, el beso que me regaló Lucas a mí. Sin que nadie le pidiera que me besara.
Ese beso, junto con unas tostadas con queso, un vaso de zumo y un café con leche para desayunar de refugiada en una casa querida, y el solecito que ilumina la calle Valldonzella y que puedo ver desde el despacho, son mis pequeñísimos grandes milagros de sábado .

14.2.12

Fragilidad casera

Reconozco que mi casa está llena de pequeños errores, pequeños problemas que no puedo (o me doy el tiempo) de arreglar. El reloj perenne del horno de la cocina que es como el soundtrack de una escena de película de terror. La puerta de la estantería donde está el aceite, media descolgada porque no he corregido los tornillos - igual que la puerta del armario donde tengo la ropa larga. La luz del pasillo de entrada, fundida desde hace semanas. Y lo mejor: la manija de la puerta de salida, que no va, desde hace meses.
Ayer, entre el caos de la salida temprana hacia el aeropuerto, sucedió lo que estaba cantado: dí un portazo con un juego de llaves puesto por dentro, lo que me imposibilitó por completo abrir. Después de trabajar un rato en la facultad, hablé a un cerrajero que llegó a casa en su moto, impecable. Vestido de negro, con un casco brillante y una bolsa de herramientas que más parecía un portafolios o un estuche de ordenador. Subimos en el ascensor. Me preguntó cómo había cerrado. Rebuscó en su bolso y sacó, literalmente, un alambre y una tarjeta de algo. Metió el alambre, luego hizo palanca en la puerta con la tarjeta, sacudió dos veces y listo - magia según la cual mi puerta estaba abierta.

La tontería me costó cien euros y me dejó pensando, de nuevo, varias cosas: que creo que elegí mal la profesión y que, en el fondo, mi casa es mucho más frágil de lo que me gustaría pensar.

Sabores mixtos

Catalana de adopción pero mexicana de toda la vida, hay cuestiones gastronómicas cuya rareza nunca me he planteado. Para mí, es lo más natural un dulce con picante, un plato de mole dulce con arroz con tomate y comerme una quesadilla con tomate y cebolla acompañándola con una taza de chocolate caliente (más líquido que el peninsular, y con canela).
Me he acostumbrado desde siempre a mezclar lo fuerte con más ligero, lo salado con lo aromático, lo dulce con lo agrio.
Y hay días que son también así: que tienen un sol esplendoroso y un viento que cala. Llenos de promesas y a la vez de despedidas. De falsas modestias y de presunción. De olvidos momentáneos, de cosas que permanecen.
Me queda en la boca (desde ayer) el sabor mixto de las promesas para el futuro. Todavía hoy está. Y espero que dure mucho tiempo.

10.2.12

Miedo / Justicia

Avanzaban sobre Gran Vía con el estruendo esperable de las manifestaciones. Nosotros, a dos calles de distancia, escuchábamos las cacerolas, los silbatos, los petardos, los gritos. Veíamos una ola invadir los carriles centrales y desbordarse a la zona de peatones. Comenzamos a caminar para allá. No recordamos quién podía ser. Yo esperaba una indignación contra la justicia/injusticia, cualquiera que fuera: el paro, la burla del sistema judicial, los múltiples recortes electoreros...

Al llegar a Gran Vía, los encontramos - con sus chalecos antireflectantes, con sus niños en carreolas, con sus mantas. Eran los Mossos de Esquadra - la policía autonómica de Cataluña - que pedía mejores colecciones laborales, que se quejaban contra la falta de cuidado al cuerpo policial. Por un momento los ví, enojados pero casi ordenados, sin decidirse entre la idea de la "manifestación" contra la del "desfile".

Justo en Plaza Tetúan hay un nuevo supermercado de esos regentados por pakistaníes o indios que trabajan hasta tarde. Estábamos en la puerta cuando comenzó a acercarse la columna. Se miraron entre sí y se acercaron a la puerta para bajar la persiana. En sus ojos había el temor claro de quien piensa que la masa, cualquiera que sea, es bruta y puede acabar con el trabajo de meses. Temían claramente una invasión, un saqueo... de parte de los policías.

Y parecía que compartían el miedo con la gente de Salvador de Bahía que, quizá a la misma hora, todavía se atrincheraba tras sus ventanas tras ver durante días cómo las fuerzas policiales y los bomberos decretaban una huelga y sacaban las armas para exigir mejores condiciones laborales.

Que no, que la situación no es la misma. Pero el miedo sí puede ser el mismo.

* * * * *

A nadie le gusta ir a los juzgados - pasearse por la modernísima Ciudad de la Justicia que parece más bien un aeropuerto, un rinconcito burocrático como cualquier otro. A nadie le gusta saber que su pasado será juzgado y su futuro será marcado por la decisión de una persona que quizá no te había visto nunca antes en tu vida. Que no sabe de tí. Ni podría saber.

A nadie le gusta que invadan su intimidad. Que te sometan a preguntas, que pongan en duda lo que crees como cierto, lo que has hecho con plena conciencia. A nadie le gusta que los que te aman tengan que defenderte... o defenderse en relación a tí.

Se me desdibuja lo que es justo: no creo que sea justo que un niño de siete años tenga que ir a declarar frente a un juez. No creo que sea justo que un juez sea castigado a once años de inhabilitación cuando un montón de gente ni siquiera se acerca a la cárcel... y por haber violado el "derecho a la intimidad" de alguien que, en su intimidad, estaba haciendo mal uso de dinero público...

Hace unas semanas, en la Universidad, una profesora detectó a una alumna copiando directamente desde su iPhone. La chica había puesto todas las notas de la clase dentro del teléfono y estaba, literalmente, copiando sus apuntes. La profesora la vió, tomó el teléfono, lo abrió y vio los apuntes. Se los mandó a su correo electrónico y le pidió que saliera del examen. Ella, indignada, le dijo: "bueno, me lo hubieses dicho antes, no ahora que he copiado ya seis páginas..."

Días después, se presentó en la Universidad el padre de la chica. Quería quejarse porque lo que hizo la profesora no era correcto, "el teléfono es un objeto privado y no tiene derecho a violar su privacidad".

Tenemos un entendimiento de la justicia muy quebrado - parece que es justo lo que nos va bien. Y hay algunos que tienen el poder de "decidir" quién está bien o mal - como si estuvieran por encima de la normalidad. Y eso, es la justicia que da miedo.

26.1.12

"Me gusta"

Si Facebook y otras redes sociales son un éxito es porque cumplen un sueño dorado de todo humano: poder cotillear (chismosear) en la vida de los otros con una limpieza quirúrgica. Sin que nadie los observe feo, ni piensa que pierden demasiado el tiempo en ver qué y cómo hacen los vecinos.

Como en la vida normal, hay gente que va a la suya. Que pasan por las redes sociales con unas ganas locas de cantar lo que les pasa en la cabeza, lo que viven en el día a día. En definitiva, unos egocéntricos que les gusta la idea de tener una audiencia - cautiva o no.

Y lo interesante es ver qué tan cautiva - o no - puede ser, la audiencia. Quién monitorea o no quién comenta tus comentarios, o con quién estás en las fotos, o quién desaparece, de pronto, de tu línea de tiempo. Y si te lo dice o no.

Vamos, que lo que ya sabíamos todos: que en realidad Facebook es el nuevo patio de la escuela y todos, aquellos que hablan y cuchichean desde las esquinas.

25.1.12

Hablando de objetos punzantes

La idea de que pusieran agujas en diversas partes de mi cuerpo nunca, nunca me había hecho demasiada gracia. En general, las odio. La idea de tener que someterme a un análisis de sangre o, peor aún, una donación, durante mucho tiempo ha sido casi incapacitante.
Por lo tanto me sorprendí a mi misma cuando al final tomé hora en una clínica de medicina tradicional china y la respeté. Me subí a un autobús a tiempo, caminé con calma y llegué justo a tiempo. Justo cruzar el umbral sentí miedo. Agujas. Era todo en lo que podía pensar.
Mi terapeuta - mujer maravillosa y amiga querida - me sentó en una silla y comenzó a diagnosticarme un poco como si no me conociera de nada. Fue tirarme de la lengua y el llanto y la voz entrecortada que había guardado durante días y semanas salió. Había una pregunta en mi cabeza antes de llegar: ¿por qué voy? ¿con qué quiero que me ayuden?
La verdad es que no lo sabía (sé). Supongo que con todo.
Hablamos durante un rato grande de mí, de mi historia clínica, de la de mi familia. Después, me hizo acostarme en una cama de masaje y, a través de sus manos, comencé a sentir todos y cada uno de mis dolores. No lloré, pero casi - sentía mi espalda recogida como un caracol, mis manos tensas, mi cintura ligeramente desplazada. No era dolor lo que me pedía el llanto - era la certeza de lo mal que a veces trato a mi cuerpo, que desesperado intenta decirme que hay cosas que no, no estoy haciendo bien.
Después, me pidió que me pusiera boca arriba. Y supe que tocaba que me pusieran las agujas. Pánico. Me da mucho miedo, pero no me gusta que la gente sufra de más cuando tiene que tratarme. Asi que cerré los ojos. Y sentí los pinchacitos en mi frente, en mi cara, en mi pecho, en mis manos, en mi estómago, en mis piernas, en mis pies. Sólo me hizo daño franco uno, que mejoró en cuanto ella lo movió un poco.
Y me dejó ahí - oliendo algo, sintiendo el calor en mi cuerpo y tratando de no moverme. Concentrándome en mi respiración. Sintiendo mi estómago subir y bajar. Descubriendo cómo si bien las agujas no estaban desapareciendo, sí dejaba de percibirlas, de pronto.
Con los ojos cerrados, pensé en mi casa - en las cosas que ya no me gustaban. En su vista espectacular y sus ventanas que cierran mal. En toda la gente que ha compartido conmigo ahí. En los momentos buenos y malos. Comencé a pensar si realmente me gustaría irme de ahí - aunque sé que un día más pronto que tarde quizá tendré que irme. ¿Qué era lo que estaba mal?
Moví un poco la pierna y un calambre me recorrió de un lado a otro. En reflejo, moví la mano opuesta - la derecha - y pasó algo similar. Respiré de nuevo - con los ojos abiertos. No veía nada. Pero me veía cambiando esa casa que tiene mucho que darme aún.
D regresó y me quitó las agujitas - ya sin dolor. Hablamos un poco y me dijo que tenía dos posibilidades: que me diera un sueño tremendo o una energía grande por canalizar. Le dije que había resuelto que lo que no me gustaba era mi cama. Quedamos de vernos pronto.
Regresé a casa y, después de comer, entré a mi habitación... y comencé a desarmar la cama. V, mi compañero, fue a ver qué pasaba. "¿Quieres que te ayude o prefieres hacerlo sola?". Quería hacerlo sola. Terminé de romper la cama en mil pedacitos de madera y puse el colchón contra un muro. Cambiamos después los muebles de la sala ahí y lo convertí en un estudio. Esta noche duermo en otra habitación.
Muchas cosas están cambiando: mi alrededor también necesitaba su propia revolución. Quizá acicateado por esos objetos punzantes.

22.1.12

Pañuelo blanco

Me faltaron los pañuelos de tela blancos. Siempre se me olvidan. Y me quedo en el aeropuerto un poco desconcertada porque necesito encontrar algo que me haga las cosas más sencillas. Afortunadamente hoy, iba con alguien que decidió ponerse a saltar como pelota de basketball mientras agitaba las manos. Yo me sumé con energía, casi con entusiasmo. Pero no realmente.
Existe - lo sabemos quienes vivimos lejos - esa sensación agridulce de reencontrarse con la familia. Por una parte estás feliz y por otra preocupado. Y cuando se van estás tristísimo, pero también agotado, queriendo recuperar la "normalidad" de tu espacio.
Existe - lo sabemos quienes tenemos hermanos - una dualidad infinita entre querer matar a alguien y quererlo tener siempre a tu lado. En el fondo, amas incluso poder pelearte con él. Caminar durante horas viendo escaparates, edificios o exposiciones. Quejarte de las películas que has visto en el último año. Intercambiar listas de música. Confesar con un par de tragos más cosas inconfesables que no te habías dicho ni a tí mismo.
Supongo que justo ahora el avión que se lleva a Diego de Barcelona debe estar preparándose para despegar. Hoy ya no me preocupo si hay algo en la nevera que él pueda cenar y sea medianamente nutritivo. Mañana cuando me vaya a la oficina no le llamaré a ver si se ha levantado ni me sentiré culpable de no estar en casa para comer con él. Y, al mismo tiempo que esas dos cosas me alivian, también lo extraño. Como extraña uno las largas sombras del otoño, o el sabor de ciertas frutas de estación.
Me voy a dormir con un pañuelo de tela blanco. Para despedirlo mientras duermo, para usarlo para pedir una tregua cuando - hasta en sueños - peleamos. Para agradecer - todo esto.

Actos de luz

Regresar a jugar billar una noche en una ciudad donde no lo has hecho nunca. Con todas las memorias. Y las esperanzas. Y perder. Perder pensando que sólo puedes ganar. Porque te toca.

20.1.12

El peor aparador

A pesar de que haya venido muchas veces desde que yo vivo acá, Diego tiene ojos nuevos para la ciudad. La ve diferente, la observa de una manera en la que yo nunca. Puede ser por nuestra no tan ligera diferencia en alturas - por los años que hemos pasado en la escuela enfocándonos en otra cosa o porque, aunque somos hermanos, no somos afortunadamente iguales.
Era noche y veníamos cargados de compras para mi mamá, de anécdotas del día. Habíamos estado cenando cerca de la Estación de Francia y, de regreso a casa, veíamos aparadores. "Ven", me dijo. "Te voy a mostrar el peor aparador de la ciudad".
Comenzó a caminar hacia una tienda de muebles y por mi cabeza pasaron todas las ideas posibles - la que me parecía más plausible, es que estaba siendo irónico y en realidad le parecía el mejor de la ciudad. "Párate aquí", me dijo, mientras nos iluminaba la luz dirigida a esas sillas imposiblemente caras. Yo, seguía sin ver qué había detrás de esas rejas que fuera tan interesante, tan único, tan... feo, si tenía que ser feo.
Y me acerqué con curiosidad. Escuché un ruido sordo y sentí que en mi frente, especialmente en el lado izquierdo, una parte de la piel me latía. Lo siguiente que escuché fue una carcajada.
"¡Ay, no! Yo lo que quería mostrarte es que este aparador está tan mal diseñado que toda la gente se golpea... si miras por aquí te das cuenta de la cantidad de marcas de grasa de la frente de la gente que se ha estampado..,".
No pude más que reirme yo también. A carcajadas. Me dolía, pero mientras más lo escuchaba a él, más risa me daba. Y a contraluz podía ver perfectamente por lo menos ocho errores similares al mío, gente que se había estampado contra el cristal: niños y adultos, latinos y nórdicos (lo asumo por las alturas), gente con piel mixta y otros muy grasa.
Mientras caminábamos a casa, entre risas, pensé que me hará falta que esté aquí para que me ayude a leer las señales - o a darme cuenta, aun a posteriori, que incluso mis pequeños ridículos cotidianos no lo son tanto.


19.1.12

Ojos cerrados

En algún lugar, en algún parque, alguien corre. Lleva puestos los auriculares - escucha una canción que no le recuerda a nada pero le recuerda a todo en particular. Cada golpe de sus plantas, de su pie derecho y de su pie izquierdo, es un pequeño avance en el camino. En la construcción de aquel puente. Del que cruza las distancias. Del que disminuye los olvidos. Del que imagina los futuros. Del que resume y recuerda lo que no fue, lo que pudo ser, lo que se quedó en algún sitio, en pausa.

No se detiene. Sigue corriendo. Y sigue la música. Y el universo, la distancia, todo es relativo.

(Leerse con el fondo de Sweet Disposition de The Temper Trap)

15.1.12

Doble-tres

Supongo que algo tiene de mística heredada: que el hecho de que a mi mamá le emocionen los cumpleaños y les guste celebrarlos (más los de otros que los suyos, he de decir) se me tenía que pegar por algún lado. También tiene que ver que para mí, insegura crónica, era importante que existiera un día que "por derecho" me tocaba que la gente se acordara de que yo existía en el mundo.
No siempre ha sido una buena idea tener tan en alto la importancia de mi cumpleaños: me ha costado dinero, paz mental, relaciones y hasta buena digestión. Entre otros.
Al pasar el tiempo me doy cuenta que, en el fondo, todo se resume a un enorme deseo de agradecer. El salto es importante - de un número a otro. Tan fácil pensar que las cosas duran para siempre, incluso uno. Tan difícil que es durar para siempre, tan frágil que es lo que construyes, tan pequeñito que en realidad es tu cuerpo.
Entonces despertarme con la voz eléctrica de mis padres al otro lado del mundo (que cumplen a su vez 33 años de ser padres), darme el lujo de ser antisocial y saltarme una fiesta para irme al cine a ver una película muda, con uno de mis hermanos y una hermana de adopción en lugar de una fiesta, comer un bocadillo de jamón y espárragos y luego un gintonic con regaliz me parece un poco increíble. Sin contar que, a pesar de ser nacida en invierno, todo parece indicar que habrá sol y que podremos hacer un picnic en el parque. Sin contar con que, a pesar de los pesares, me siguen llegando mensajes de felicitación justo a la hora, con cariño y sin rencores. Sin contar con que, a pesar de los océanos, las distancias parece que se acortan... o que definitivamente no existen.
Me gusta decirlo: tengo mucha suerte y una vida buena. Y 33 años.

13.1.12

Cosas que deberías saber

Son las nueve y media de la mañana y me cuesta, más que en todos los días de la semana, salir de casa. El invierno trae consigo una inevitable nostalgias - más las que agregamos nosotros -, pereza de ir al gimnasio, un montón de trabajo relacionado con el año nuevo, más el insomnio regular de los últimos días festivos, de la cercanía del cumpleaños. Miro la calle con desconfianza. No me parece que ahí, bajo el sol lagañoso, haya algo que mejore la sensación de protección de casa.
Pero salgo - porque hay que sentarse frente a este escritorio, mirar la luz caminando en el edificio de enfrente, las caras de angustia del resto de la gente en la biblioteca, que estudia. Hay que simular que el mundo camina, como siempre.
Tan concentrada en mi falta de ánimo voy que me olvido de mirar a mi alrededor. Me olvido de los patrones que hacen las piedras de la calle, de la manera en como corre el agua con cloro con la que limpian las mujeres de las tiendas, el rocío sobre las hojas de las plantas de algunos balcones.
Cuando paso por enfrente del Palau de la Música y a pesar de que los audífonos han hecho la mayoría de los sonidos ambientes casi inaudibles oigo claramente la onomatopeya del asombro: "¡ooooohhhhh!". Y me encuentro a tres decenas de pequeños, entre tres y cuatro años, tomados de las manos de sus maestras, recargados contra la pared y mirando los azulejos, las esculturas, las formas del Palau. Me quito por un momento los audífonos. "¿Ven qué bonito que es? ¿Y todas las esculturas tan chulas? ¿A que es muy bonito? A ver, digamos todos: oooooohhhhhh". Y por un momento todas sus manecitas envueltas en guantes pequeñitos se menten en los bolsillos y sus ojos se abren un poquito más y sus boquitas dibujan el círculo del asombro y hacen salir el sonido, el aire de sus pulmones. A voluntad, se maravillan de lo que tienen enfrente.
Esas son las cosas que uno debería saber y que a veces olvida, que te enseñan en el parvulario y luego te da por pensar que no son importantes. El asombro, la sorpresa, la gratitud.

Ciertamente, los días son mejores cuando vives con un poquito de asombro.

Nota al calce: Título robado del maravilloso "Things you should know" de A.M. Homes. Hay que leerlo.

4.1.12

Sueños de cambio de año

De pronto, estás en medio de la calle vestida con una cosa que no termina de definirse entre maillot y traje de charro. Atrás de tí, comienzan a sonar unas guitarras. Con un codazo, te hacen comenzar a cantar la versión más mexicana y mariachera de las mañanitas. Ahora lo entiendes: eres parte de un mariachi y están cantando una serenata. Lo que no entiendes son las mallas y los zapatos de ballet... hasta que alguien te toma por la cintura y te sientes dando piruetas y bailando por los aires. Eres parte de un mariachi ballet. Y toda la noche te la pasas de serenata en serenata. Y eso que a tí nunca te han llevado una.

* * *

Estás desayunando en unos portales, sentada en un equipal. Hablas de cosas trascendentes (pero que luego no recuerdas) con la madre de una de tus mejores amigas. De pronto, se acercan tres mujeres a pedir dinero. Las escuchas que van, mesa en mesa, extiendendo la mano y diciendo: "¿tienes una moneda?, ¿tienes una moneda?". Cuando se acercan a tí y te preguntan que si tienes una moneda, tú contestas que no. Las tres, al unísono, sacan una moneda de sus bolsas y te la ponen sobre la mano.

* * *

Al otro de lado de la calle, enfrente de tu casa actual, alcanzas a ver la sombra de tu vecina regañona de la infancia.