30.6.09

Sin días de la semana

Los martes parecen lunes cuando tengo que levantarme temprano para ir a la escuela. Parecen jueves cuando tomo conferencias rodeada de burócratas locales. Parecen viernes cuando entro al metro y están llenos de gente vestida para ir a la playa. Parecen sábados cuando me siento en una placita de Gracia a tomar café con un amigo. Parecen jueves cuando, con ese mismo amigo, platico de política. Parecen domingos cuando lo acompaño caminando a su casa, sin prisa. Parecen martes cuando como con mi exjefa en su exigua hora de comer cerca de su oficina. Parecen miércoles cuando me paso la tarde haciendo gestiones por Internet. Parecen cualquier día cuando me sorprenden los restos de luz del día casi a las diez de la noche, pensando en quienes tengo pensar.

29.6.09

Lo que veo en los álbumes de fotos

Ayer en una cena, con unos amigos, llegamos a la conclusión de que nada es para siempre. Valiente simpleza. El asunto era afirmar que ninguna cosa, por más estable que parezca, tiene garantizada su solidez y su continuidad.

Supongo que habemos algunos que estamos más afectados por esa movilidad que otros. Me lo confirman algunos amigos del otro lado del mar y sus fotos en el facebook - con los bautizos de sus hijos, sus festivales del diez de mayo, sus desayunos con amigas o sus promociones meteóricas en importante empresa internacional. Me lo confirman con un momento de vértigo. En realidad, no es difícil para mi imaginarme abrazando también a un pequeñito con vestido, organizando la fiesta del bautizo, dando órdenes a la chica que me ayudaría en mi casa, conduciendo una SUV, organizando veladas de fin de semana.

Finalmente - como dirían las abuelas - ya estoy en edad.

Y me acuerdo de cómo todo eso parecía que era para siempre. Cómo estaba segura de más o menos qué derroteros tomaría mi vida. Puedo reflejar esas expectativas o ideas en las fotografías de muchos de mis amigos de entonces.

Pero sólo en sus fotografías. No en las mías.

Y sin embargo, cuando veo mis fotografías descubro una cosa que me gusta: me río más y muestro más los dientes. Seguramente tendrá que ver con que tengo más ganas de comerme lo que venga hacia adelante. O que no le tengo tanto miedo como creo y soy capaz de enseñarle los dientes para demostrar el desafío.

Voto Nulo: Carta a Paco

(Esta es la respuesta que le dí a un amigo querido que me manda los forwards sobre el Voto Nulo que están circulando en México: no pongo el forward inicial porque está todo escrito en mayúsculas, pero es el que asegura que con un 20% de voto nulo se anularían los comicios).

Paquito:

Me estás poniendo a trabajar. Estoy ahorita revisándome la Ley Electoral, porque según yo no hay manera de declarar la elección nula, sobre todo si puedes contabilizar algunos votos. Cuando encuentre bien la regulación, te lo comento.

(unas horas después ;))

A ver, revisada la regulación. Tenemos democracia simple, esto es, gana quien tiene el mayor número de votos. Si hay más votos nulos que para el primer partido, igual gana el primer partido - se contabilizan los votos que se puedan. No se anulan ni casillas, ni distritos, ni elección. Simplemente se da el gane a quien tenga más votos "efectivos".

Se consideran votos nulos, según la ley electoral:

a) Aquel expresado por un elector en una boleta que depositó en la urna, sin haber marcado ningún cuadro que contenga el emblema de un partido político; y
b) Cuando el elector marque dos o más cuadros sin existir coalición entre los partidos cuyos emblemas hayan sido marcados (cité literalmente)

Sin embargo, el argumento que utiliza este mail entonces es parcialmente cierto. No se va a anular la elección. Sin embargo, sí que es cierto que los partidos chiquitos tienen que obtener por lo menos el 2% del voto total en el país para que se les mantenga el registro. ¿Esto qué quiere decir? Que con el voto nulo, en donde las personas no voten por los partidos chiquitos, estos van a perder el registro. ¿Riesgo? Que refuerzas la hegemonía de los pocos partidos en el poder.

La otra cosa que es parcialmente cierta de este correo es sobre la financiación de los partidos. Una vez que estás registrado frente al IFE como partido, tienes derecho a recibir una lana al año para financiar tus actividades de partido político. Digamos que el presupuesto del IFE es X. De esta X, el 30% se reparte a los partidos de manera igualitaria. El 70% restante se les otorga en función de los votos ganados en la elección inmediata anterior. Los años que hay elecciones, los partidos reciben exactamente el doble (como un aguinaldo, digamos) para sostener los gastos de campaña.

Conclusión: el voto nulo es una elección válida en el sentido de que no estás absteniéndote y te estás presentando ahí a no elegir para mostrar tu "descontento". Sin embargo, este descontento no se capitaliza en ganancias para nadie más que para los partidos grandes que, teniendo su voto duro, conservarán su posición de poder como hasta ahora. Los partidos grandes tampoco perderán financiación - más bien podrían ganar más, por la regla típica del "entre menos burros más olotes".

Osease Paquito, que o nos ponemos y hacemos movimientos sociales, nos colamos en los partidos o hacemos los propios, o no podemos generar realmente un cambio en el clima y comportamiento político del país. Las leyes electorales y las leyes en general son diseñadas y aceptadas justamente por los legisladores, por lo cual si evitamos elegirlos con cuidadito nos arriesgamos a que se pasen otros tres años sin generar nada que sea realmente bueno para el avance de la población.

Celebro que se abra la discusión, que más personas tengan un interés en la política del país y que, por lo tanto, crezca la cultura política - ese interés por indagar y saber qué y cómo se hace en nuestro país. Sin embargo, temo que esto de la promoción al voto nulo (sin tomar en cuenta las múltiples teorías de la conspiración) sea una actividad generada por la cercanía de las elecciones que no tendrá más eco que una especie de replica en 2012, sin que en el ínter nadie haya hecho nada para ofrecer "nuevas opciones". El hacer política de emails, artículos de opinión y grupos de Facebook es muy fácil (mírame a mí, despotricando desde el otro lado del océano), pero no genera cambios reales a menos de que demos el salto de la virtualidad a la vida cotidiana.

No voy a respaldar a Kahwagi y compañía en el dramón de "toda la sangre derramada por el voto será desperdiciada". No. Finalmente - afortunadamente - no se está llamando a la abstención. Sin embargo, de verdad, con todo el dolor de mi corazón y con todo lo poco cool que pueda resultar, no estoy a favor de anular el voto. Estoy a favor de una participación responsable y continuada. Desde mi punto de vista, esto de anular el voto es como aquel que hace oídos sordos a las necesidades sociales y cuando va al súper compra "Un Kilo de Ayuda" y se queda tan tranquilo y le sigue pagando una miseria a la señora que ayuda en su casa. Ojo, comprar Un Kilo de Ayuda no es malo. Pero es un poco terrible cuando sirve como una aspirina para la conciencia social. Me pregunto si el voto nulo no es una especie de aspirina para la conciencia política, cuando alguien dice: "yo ya les dije que me parecen unos sinverguenzas".

Ya. Como si a los sinverguenzas esto les cambiará mucho la vida.

En fin, Paquito, que agradezco que me compartas los argumentos que pululan por allá. Yo, acá en mi autoexilio, no votaré esta vez. Pero, desde mi tribuna electrónica, me encantará decirle a la gente que vote, y que se acuerde a quién vota y que lo fiscalice después. Que vote por la persona, pero también por el partido. Que elija. Ya sé que es horrible cuando el menú no es muy amplio o muy apetecible. Pero toca elegir. "Mojarse", como dicen acá. Y darle seguimiento a tus derechos como ciudadano.

Te mando un abrazo grande.

C.

28.6.09

Sobre los contenidos de este blog

Ayer - medioenseriomedioenbroma - escuché a alguien decirme qué cómo se me ocurría pasar de lo "bucólico" a una especie de encaprichamiento político del que no es fanático nadie. Que mis largas peroratas a favor del voto no tienen qué hacer en el blog. Que qué es lo que me sucede, que desde cuándo me considero analista política.

Es muy probable que esa persona - no está demás decir que tremendamente querida para mí - lea este post. Y se dé cuenta, como quizá se dan cuenta otros que son lectores, que a pesar de que me cuesta no censurarme, intento no hacerlo.

No sé a qué "género" pertenece este blog. Si es periodístico o literario. O para qué sirve. Al final, después de un tiempo, he llegado a la conclusión de que es una cruce entre diván de psicoanalista y cuaderno de notas.

Y me gusta mucho - ni mi ego ni yo lo negaremos - que me lean. Que la gente me diga que les gusta tal o cual cosa, que leyeron blah, blah, blah. Pero no es mi objetivo último en la vida. Digamos que mis sueños de grandeza a veces están ensombrecidos por la rapidez de mi cotidianidad. Y que no soy lo suficientemente concentrada y ambiciosa (qué pena, ya sé) como para bajar de la nueve y decir que quiero ser, no sé, la siguiente gran opinadora del ciberespacio y tener 11 mil lectores diarios. Al final, ni siquiera es importante.

Este post es una verdadera pataleta - para reclamar este espacio como mío. Son bienvenidos aquí todos los que quieran leerlo, a quienes les guste ver qué es lo que pasa por mi cabeza. Quien aquí escribe no es, para mi fortuna, un personaje externo a mí. Es quien soy. Cuando estoy en "sociedad" tiendo a evitar el conflicto y no hablar de temas "incómodos" con gente que sé que no los tomaría del todo bien. No hablo de sexo con mis papás, ni de política con mis amigos políticos, ni de fútbol con mi hermano. Pero en este blog hablo de todo porque no le habla a nadie en particular sino a la masa aforme que considero como público lector. O mejor aún: le habla a la que seré en unos meses o años y que se quiere acordar de qué estaba pasando por mi cabeza - qué me sorprendió, qué me cambió, qué me dejó pensando.

Así que dejémosme que tenga la libertad de guardarme para mí misma cualquier idea en formato público. Es parte de este ejercicio absurdo de mi día a día.

Domingo, otra vez

Ya casi son las diez y media. Me levanté un poco pasadas las ocho, y comencé a pensar en todo lo que podría o debería hacer. Sé que tengo una serie de pendientes (reales o no). Pero el domingo todo se vuelve más lento. La playa se ve más lejana. El periódico más pesado. El desayuno más apetecible, pero más complicado de preparar.

Y así, tengo dos horas con el bikini puesto y la bolsa para la playa lista. Con la cabeza en la película que me gustaría ver y que empieza en una hora. Con la lista de pendientes entre los que se incluyen un par de reportes, una reseña y 250 líneas por escribir.

Hice de desayunar. Ví algo de televisión por Internet. Contesté la mitad de los emails. Y es que los domingos pasan como el tiempo cuando uno es niño: imposiblemente largos - cuando no tienes que hacer, cuando estás esperando en clase o en la consulta del médico - o increíblemente cortos - como esas tardes veraniegas de lluvia donde uno jugaba Monopoly (más bien turista).

A la calle.

17.6.09

Miércoles a mediodía

Me levanté a las seis de la mañana para ir a clase de pilates. En el camino de regreso, pensaba que tengo que hacer los ejercicios para mis clases de catalán y las de piano. Pedí que me acepten en un curso de periodismo internacional. Tengo pendiente mi tarea de Nueva Gestión Pública. Recorto el capítulo de Historia de México en mi tesina. Cambio de blog a blog para publicar varias cosas. En mis archivos, hay una carpeta de textos que se llamaba "Bases" y casi todos tienen una o dos páginas escritas. Esta tarde tengo que ir a tomar café con una amiga y a celebrar el cumpleaños de otro. Podría hablar a México, a Holanda, o seguir con el plan de empresa de mi nueva "genial y única" idea de negocio. El fin de semana me voy de la ciudad. Tengo a medio limpiar los vidrios de casa y no he doblado la ropa que lavé ayer, que sigue al sol. Cuando tengo tiempo y lejanía, me río de mi misma. Miro los patines, la bicicleta, los libros por leer.

Y siempre tengo la impresión de que no estoy haciendo nada.

Y es que si paro, pienso. Pienso demasiado.

Quizá mis amigos tengan razón. Todo indica que voy corriendo hacia largos y tortuosos años de terapia.

16.6.09

Bloomsday

(Más información)


Me voy a dormir ya entrado el día 16. En realidad, no me habría dado cuenta si no ser por que, al teléfono, alguien me hizo notar que ya habían pasado más de 30 minutos después de las doce. Esto es, que mañana ya no es mañana, sino pasado mañana. Que no había ido al cine hoy, sino ayer. Que, en términos absolutos de días completos, faltaba menos para que tomara ela vión.

*****

Escucho siete campanadas en el reloj. En realidad son cuatro, seguidas por las siete que marcan la hora. Tendría que estarme preparando para irme. Pero es tarde. Pero no están listas las cosas que necesito llevar para allá. No iré hoy, creo. Lo dejaré para mañana con la esperanza y la excusa de un nuevo encargo. Termino un texto. Lo envío. El archivo de la tesina ni siquiera lo he abierto. Lo bueno de levantarse tan temprano es que no me da hambre. Y que, además, acabo hablando con gente del otro lado del mar - gente que todavía está viviendo su mañana.

*****

Ochotreinta. Comienza mi día laboral. Me preparó un té, me como un plato de cereal con leche (y unas cerezas. Ayer me dijo mi compañero de piso que se estaban echando a perder y hay que comérselas pronto. Ciertamente, comienzan a tener un sabor ácido que no les va realmente bien) y abro el archivo, por fin. Seguiré aquí hasta que termine de cargarse la batería. Entonces cambiaré de posición, o de labor.

*****

Quince minutos después, cambio de planes. Si hasta podría ir por el material y dejarme de tonterías el mismo día de hoy. Le daré cuarenta minutos más de reflexión al asunto.

*****

Nuevetreinta. Entro a la ducha con la música retumbando desde las bocinas del comedor. Me gusta del verano que puedo dejar todas las ventanas abiertas sin morirme de frío. Quisiera pensar más en el agua muy caliente que me cae encima y menos en los pendientes de las próximas horas. Ya se podrá después.

*****

Salgo de casa corriendo. Llego a enorme tienda departamental a comprar encargo imposible de esposa de exjefe al que tengo que ver más tarde con la intención de que me dé un trabajo nuevo. Encuentro encargo: cremas griegas de jazmín. La dependienta me mira con desprecio cuando le pido que me cobre. Salgo corriendo: tengo 20 minutos para llegar a una cita al otro lado de la ciudad. Tomo un taxi y rezo para que el cliente finalmente caiga, porque si no los gastos colaterales se están disparando.

Aunque ni el taxista ni yo sabemos exactamente cómo llegar al sitio, él tiene un navegador de ciudad. Yo mando mensajes de texto por el móvil y veo las calles, que se ven siempre tan distintas cuando uno va en un coche. Lo que intento no mirar es el taxímetro, que corre y corre y corre.

Cerca de mi primera escuela en esta ciudad de pronto me doy cuenta que hay algo que antes no había: un pequeño Marruecos (bancos, bares, sitios de traducción y ayuda legal). Todo al lado de la hace poco instalada embajada. El taxista me cuenta su teoría: "hace años, cuando no había tantos marroquíes, estaba en Rambla Catalunya. Seguramente se los trajeron aquí para evitar que estuvieran sentados en los bancos".

Aunque iba a ver un posible proveedor, la boca la tenía seca y se me salía el corazón. Ella me dijo que tenía una reunión a las 11 y que yo debía llegar quince minutos antes. Los minutos pasaban y nosotros seguíamos en la autopista. Cuando por fin entramos al polígono, un trailer enorme tapaba la calle por la que queríamos entrar. Pensé en llamarle. Opté por esperar. El trailer rojo salió rápido del camino y llegamos. Pagué mis deudas, pedí un recibo y entré. La imprenta era un mar de ruido y llamadas telefónicas. "Ah, ¿vienes con ella? Acaba de subir... dame un momento". Temí que hubiese entrado en su reunión, pero finalmente bajó. Resultó ser muy simpática y me explicó más de lo que yo quería saber. La mandé literalmente a la junta, porque yo quería irme.

Pedí instrucciones para tomar el tren. Me recomendaron tomar un autobús, pero no entendí bien dónde. Sentí verguenza de preguntar una tercera vez, así que comencé a caminar. Me encontré con una pareja de ancianos que me explicaron cómo llegar a la estación, callándose el uno al otro, a trompicones. "Tienes un rato, eh?".

Seguí caminando. En un mapa, me parecía que iba en sentido equivocado y volví a preguntar. Las instrucciones variaron poco. De pronto, me ví en el centro peatonal del Prat de Llobregat, viendo los aparadores de las tiendas y la gente que iba y venía pagando cuentas y comprando víveres. No pude evitar ver las casas y pensar si podría vivir ahí, y desecharlo inmediatamente. Seguí caminando. A lo lejos, el Ayuntamiento, que era mi marca de cercanía.

Llegué a la estación justo entre trenes: pasa uno cada 30 minutos. Me senté, agitada, y comencé a temer que el olor del sudor necesariamente acumulado en mi caminata fuera perceptible. Saqué mi libro y comencé a leer. Junto a mí, un grupo de adolescentes que iban a la playa se empujaban. El tren parecía tardar una eternidad. Cuando por fin llegó, olía por completo a restos del lavabo. Me fuí lo más lejos posible: me dan mucho asco los malos olores.

Me senté junto a una chica rubia que tenía un casco de motociclista sobre uno de los asientos frente de ella y llevaba un libro de Jurídica en sus piernas. Ella leía eso. Yo a Cortázar. El hombre que leía un periódico gratuito se levantó a las dos estaciones. Llegamos hasta Sitges leyendo. A la mitad nos interrumpieron unos músicos, que eran buenos. Ambas rascamos nuestras bolsas para darle algo. Creo que no me vio, no me miraba, pues. Yo la seguí con los ojos hasta que la perdí al salir de la estación.

Me encaminé a una de las oficinas de urbanismo a ver a Kiku. Imprimí un par de cotizaciones del proyecto y hablé con él y con Rafael sobre las vacaciones. Salimos de la oficina, caminamos un poco por el pueblo antiguo empujando la motocicleta. Al llegar al paseo marítimo, me dio un casco y montamos en ella. Me acordé las primeras veces que hacíamos eso, que yo me moría de miedo. Ahora me da, pero menos.

Hablamos a trompicones durante el camino, cortesía del viento, los cascos y las inclemencias en la pavimentación. Llegué y tuve una larga conversación de trabajo, además de múltiples muestras de afecto. Cuando dije que me tenía que ir pronto, me disuadieron pidiéndome que regresara mañana. Mejor una sola vez que muchas.

Después de planeaciones, discusiones sobre gramajes de papel, medio sandwich, asesoría de la situación política de México y un café, salí. Llegaría por lo menos una hora tarde a la escuela pero llegaría.

*****

(Pausa entre sueños: Me pidió acompañarme a la estación. Hacia tiempo que no nos veíamos. Caminamos un poco, hablamos del futuro, del pasado reciente, de las decepciones y lo que seguía. Él quería tomarme la mano a veces. Yo quería llegar al tren más inmediato. Poco después, nos despedimos. "¿Qué es lo más cerca que puedo estar de darte un beso?". Me puse de puntillas y le dí uno en la mejilla. "Esto". Seguí caminando sin voltear hacia atrás).

*****

Llegué y recién se había ido el tren. Volví a sumirme en la lectura de Cortázar y recordé que había visto una villa en Sitges con el nombre del personaje del cuento. Junto de mi, una chica fumaba. Estornudé. Varias veces. Pensé que si ella supiera que soy mexicana tendría pánico. Llegó el tren y subimos. Junto de mí, dos adolescentes chilenas que fueron golpeándose todo el tiempo. Yo temía que me pegaran a mí. Leía, pero estaba más concentrada en evitar los golpes.

Llegando a la ciudad, fui a correos y mandé paquetes a Galicia, Santiago de Chile (las coincidencias), Francia y Canadá. En un golpe de suerte, ví venir un autobús que me dejaba cerca de la escuela. Subí, junto con 80 niños y sus mamás. En un rincón cerca de la puerta, aguanté los 10 minutos de travesía.

Nunca había visto el salón tan lleno en la escuela: es lo que tiene que estas sesiones las dé el director. Me senté hasta atrás y me sorprendí luchando para entenderle. Ciertamente estaba lejos y el vocaliza mal, pero creo que era el cansancio. 30 minutos después el descanso. Me tomé una cocacola. Me cambié al primer asiento para no perderme detalle de las próximas dos horas de clase. A veces soy de un nerd que asombra.

Regresé del descanso y comenzó con la clase, con una voz tan baja que algunos compañeros no se dieron cuenta que ya había arrancado hasta después. Todo me parecía bueno. De pronto se volvía y, como en una especie de gesto de solidaridad, decía algunas frases en castellano - todo relacionado a ejemplos con América Latina y México. Salí a las ocho en punto, con la cabeza llena de nueva gestión pública y cosas por el estilo. Las piernas me duelen. Llego a casa y son las 8:10. Escribo. Le quedarán más detalles al día - estoy por irme a cenar con Laurence - pero creo que se mantendrán en el tintero. O en cualquier otro baúl de los recuerdos.

14.6.09

Cilantro

No es que fuera de una cinematografía impecable ni nada, pero hubo algo en aquella película mexicana llamada "Cilantro y Perejil" que me hizo sentir que no era la única en la vida que batallaba para distinguirlos. Al pasar el tiempo cuando, como el personaje, comencé a vivir lejos de mi madre (que era quien los distinguía), comencé a hacerme autosuficiente en esas cuestiones culinarias.

Cuando llegué acá, a veces extrañaba la facilidad con la que el cilantro se regala en México. Aquí, cuando compras pollo o carne no te dan cilantro, sino perejil - cuyo sabor nunca fue para mí tan atractivo. Entonces era menester realizar exploraciones, visitar la Boquería u otro gran mercado, cuando iba a cocinar mexicano comme il faut.

Con el tiempo, hemos llegado más inmigrantes. Somos un mercado por explorar. Y ya es más fácil encontrar cilantro, latería, tortillas, salsa... todas esas cosas. Pero con el cilantro, había una cosa: tocaba resignarse a ir a comprarlo (¿cuándo se había visto esto?) y que le vendieran a uno un montón tan grande de cilantro que a menos de que hiciéramos sopa de cilantro, se iba a echar a perder.

La semana pasada, en mi marujez, decidí que comería sopa de pollo. Al salir del doctor fui a comprar el pollo y luego las verduras a un puesto cercano a mi casa, regentado por unos chinos. Calabacitas, zanahorias, pimientos, unas papas, una cebolla que hacía falta, tomate que estaba muy barato. Ya había terminado de hacerme la cuenta cuando me acordé que estaría bien tener cilantro. Y se lo pedí.

Para mi sorpresa, la chica en el mostrador no lo pidió de una de las neveras. Sólo asintió con la cabeza, abrió el cajón bajo la caja (el que usualmente se conoce como "el del perejil") y sacó un poco de cilantro que me puso encima de mi bolsa. Sin cobrármelo.

No creo que nunca antes haberme ahorrado un euro me había hecho sentir tan en casa.

13.6.09

Voto blanco/nulo

Cuando comencé mi doctorado en Medios, Política y Sociedad y comencé a interesarme más por el sistema electoral español entendí una cosa bastante interesante. Mientras que aquí tienes que meter en el sobre una identificación o papeleta del partido por el que quieres votar que esté registrado (o del que se te ocurra que debería estarlo), en México la situación es que tienes una boleta con todos los partidos que se registraron previamente y cuya candidatura fue aceptada. Por fuerza tienes que elegir a alguno, marcándolo con una cruz. Si cruzas o anulas toda la boleta, tu voto es considerado nulo, a pesar de que te hayas presentado ahí a emitirlo. En España, si entregas el sobre en blanco, tu voto está "en blanco", no cuenta, aunque igualmente hayas ido a presentarlo.

La gran diferencia más allá del proceso es que, según entiendo, en el supuesto aquí podrías directamente proponer a alguien distinto y ver qué pasa si ese alguien recibe más votos. Porque no es dejarlo en blanco. No es simplemente aceptar que no quieres elegir. Es poner algo más y confiar en que podría ganar.

Yo sigo necia en que se tiene que votar por alguien. Y leo aquí y allá múltiples noticias sobre el tema. En términos de abstención, había una notita en el El País digital escrita por Gonzalo Navarro Colorado en la que se pregunta si una elección con más del 54 por ciento de abstención no debería ser impugnada como no válida.

Lo primero que dice en su artículo, además, es que el voto no debería de ser obligatorio porque va en contra de los derechos políticos más fundamentales. Entonces, reflexiona:

Impugnando cualquier votación en la que la abstención supere a la mitad del electorado, los políticos y los medios de comunicación se verían obligados a replantearse la manera de ilusionar a los ciudadanos, a cuyo servicio se supone que están y de los cuales emana la legitimidad del poder.


Me quedo con "la manera de ilusionar a los ciudadanos". Ilusionar. Curioso verbo. Se sabe que los puntos más altos de participación (hay evidencia científica, como diría un profesor mío) en la vida de las personas son cuando acaban de tener un hijo o están a punto de jubilarse. No necesitan que nadie los "ilusione". De pronto se dan cuenta más claramente que son parte de un sistema, que viven dentro de un marco político en donde su opinión cuenta y podría cambiar algo esencial para su vida.

Me niego a creer que la elección depende de la capacidad de "ilusionar" a alguien. Y válgannos que don Obama ganó en parte porque logró sacar a mucha gente de su fastidio, de su situación de incredulidad. Pero porque era una persona confiable - que no pintaba, pero en lo absoluto, como candidato hasta poco tiempo antes de la contienda.

No se vale que como ciudadanos digamos que los otros - esos, los extraños, los políticos... los que parece que pertenecen a una raza extraña - no nos ilusionan. Que los vamos a "castigar" sin ir a las urnas. Permítaseme aquí una analogía burda: estamos en un campamento, una oficina y tenemos la obligación de comer ahí. Pero resulta que nada de lo que preparan nos gusta ni nos parece digno de que lo comamos.

Esta actitud, de no votar, de no elegir, sería como una actitud de dejar de comer. Porque no nos gusta nada de lo que hay. Tampoco salimos a buscar afuera del campamento o vemos cómo podemos ayudarle al cocinero a mejorar su sazón: simplemente dejamos de comer porque lo que hay no nos ilusiona, no nos gusta, no es para nosotros.

La cuestión es, cuando tengamos una anemia de miedo, a quién le vamos a "echar la culpa". No sé, pero a mi me parece que es un poco infantil darnos media vuelta y decir que la culpa es de los cocineros. Porque también puede uno hacer más cosas, sacarlos de ahí, modificarlo. Lo demás, lo de dejar de comer y luego apuntar con el dedo acusador, es tramposo. Es convertirse en "víctima" a si mismo. No es una decisión de un ciudadano comprometido. Es la de, perdón, un niño caprichoso que encuentra más fácil tirar la culpa frente a cualquier otro. Con la diferencia que nosotros no tenemos un súper padrazo que nos vaya a sacar del lío.

Mañana de sábado

Durante la semana, todos los días, leo un resumen del NYT. Juiciosamente leo las noticias y, los artículos de fondo que me parecen entretenidos, los voy dejando abierto en una de las ochenta ventanas de mi firefox (ahí, publicidad para mi navegador). Los sábados comienzo a leerlos, uno a uno. El primero que me quedaba pendiente era un review sobre las novedades literarias en términos de "literatura femenina" para el verano americano. No pude terminar de leerlo. En mi cama están la novela de uno de mis mejores amigos y la sorpresa que decidí regalarme esta semana.

Podríamos decir que estoy enferma. A principios de la semana pensé que en realidad era un ataque muy agresivo de alergia. Intenté convencerme de ello, a pesar de que hace semanas que pasó lo peor del polen. Pero parece que es la típica respuesta de mi cuerpo a pasar mucho tiempo en México. Ya pasó el año pasado. Extraño, pero es así.

Y me compré un regalo para distraerme. Para consentirme. Me compré los "Papeles Inesperados" de Cortázar y de pronto, inesperadamente, descubrí más cuentos de cronopios y otras cosas. Como si hace años, cuando comencé a leerlo, me hubiese olvidado de abrir un par de páginas que se habían quedado pegadas. Me lo estoy dosificando, porque tengo cosas tesineras que hacer. Pero ahora más que nunca me llama a tirarme en la cama y pasarme todo el día leyendo, recuperando eas cosas que estaban esperando en algún otro sitio.

12.6.09

Recuerdos de escenarios

Después de semanas y semanas sin ejercer la vida cultural de esta ciudad, descubro que en un montaje espectacular que están haciendo en el Teatro Nacional de Catalunya hay boletos con descuento. Es una "Casa de Bernarda Alba" de esas que montan con elenco de primerísimo nivel. Como el texto me gusta, tengo curiosidad de conocer la sala Petita del TNC y los boletos están baratos compro dos.

En la tarde, llega Marco, mi compañero de teatro y lo invito. Hacemos siesta de tarde, nos ponemos guapos y nos vamos corriendo. Llegamos, nos sentamos en nuestros lugares de "visibilidad reducida" - están en la parte de hasta arriba de la sala... lo único que tienen de malo es que nos van a generar una especie de tórticolis hacia el final - y entonces nos damos cuenta de una cosa: la última vez que los dos vimos este montaje lo vimos desde el escenario. Él como uno de los jefes de tramoya y yo como actriz, en el papel de Angustias, hace (Dios) probablemente diez años.

Cuando se apagan las luces y comienzan los diálogos me doy cuenta que los recuerdo uno por uno. Y aunque estoy muy concentrada en el precioso patio blanco de azulejos que han montado en medio del teatro, con público a todo el derredor, no puedo dejar de acordarme de los ensayos en una vieja casa en renovación de López Cotilla, en otra antigua casa en Analco, de la sorpresa cuando el director me dijo qué personaje era el mío, en los gritos de la actriz principal que el día del estreno y única presentación nos dijo que o subíamos el nivel o ella iba a leer sin intención. Que García Lorca era pasión pura y nosotros parecía que no entendíamos nada del texto.

Probablemente fue la última vez que subí a escena como actriz. Y creo que fue la única vez que el público nos aplaudió de pie, durante minutos y minutos. Que terminamos llorando la representación. Lo demás se me diluye. Pero me acuerdo de una serie de lagrimones que cayeron sobre mi libreto. Me acuerdo de la voz atronante de Bernarda Alba encarnada por Raquel Olmedo. De las zonas de trabajo del Degollado. De todo aquello.

El montaje del TNC es espectacular. Marco y yo salimos contentos y caminamos hasta casa hablando de mil y una cosas. Pero sé que veníamos pensando en aquella noche. Y sintiéndonos felices de haber estado entonces y ahora.

9.6.09

Voto Nulo I

Tengo semanas tratando de reflexionar sobre mi posición al respecto del voto nulo. Es un movimiento muy fuerte ahora en México, respaldado por intelectuales varios y de manera intensa por muchas personas que han sido cercanas en diversos momentos de mi vida y en las cuales, por lo general, confiaría.

Hay que poner en contexto aquí que yo estoy haciendo justo ahora una tesis doctoral en donde busco destripar un mecanismo de educación para la ciudadanía y la participación. Por lo tanto, mi primera opinión al respecto - la más visceral - es de rechazarlo. Pero he oído argumentos que me han hecho pensar muy seriamente.

Según dicen, anular la boleta no es huir de la responsabilidad y el derecho del voto, sino dejarle claro a la clase política que no estamos de acuerdo con el tipo de representantes que tenemos. El resto de la reflexión, hasta donde yo lo he entendido, es que con cada vez más votos nulos tanto los organismos electorales como los partidos y otros ciudadanos entenderán esta falta de satisfacción y algo se modificará.

Ese último "algo" tiene rintintín. ¿Qué exactamente esperan que se modifique? ¿Que las leyes electorales cambien para que si hay un porcentaje X de votos nulos las elecciones sean declaradas en si mismas nulas o poco representativas y, por lo tanto, convoquen a nuevas selecciones y así ad infinitum? Yo veo un problema esencial aquí: en el mejor de los casos, eso generaría bastante caos y una cantidad enorme de gobiernos interinos que permanecerían y no en el poder hasta que se encuentre - por fin - al candidato "elegible". Entre una cosa y otra, podrían pasar años en la completa inmovilidad dentro de los marcos legales... algo que, en un país como el nuestro, sería más que debastador.

Por otro lado, me llama la atención la visión de todas estas personas al respecto de que el anular el voto es el más radical acto de participación en la democracia. Crean plataformas en Internet, personajes, manifiestos. Sin embargo, en ninguna de éstas veo la intención de realmente cambiar las cosas - involucrarse. Dice la sabiduría popular (muchas veces en boca de Vargas Llosa) que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen. Esto me queda claro cada vez que escucho hablar de "la clase política". "Es que la clase política es una porquería". "Es que no hay ningún político que represente mis ideas". Es que son ELLOS (esa entidad borrosa) contra NOSOTROS. Supongo que ese NOSOTROS se refiere a los pobres y sufridos ciudadanos que no tienen tiempo para nada más que para trabajar y hacer política de escritorio.

Porque claro, participan en los foros de Internet. Y leen los periódicos, encantados cuando un "líder de opinión" está de su lado en la afirmación que es mejor anular el voto que votar por cualquiera de los partidos actuales. Lo que me llama la atención es que no se sientan parte de la "clase política". Si nadie los representa, ¿no sería entonces lo más lógico que intentaran representarse a si mismos? ¿que salieran con una formación política dentro del marco de la ley para poner en la agenda nacional los temas que les interesan?.

Los últimos días he estado siguiendo las elecciones europeas. Vemos cuáles son los votos para cada partido, pero no vemos cuántos ni cuáles son los votos nulos. ¿Por qué? Porque no son relevantes. Porque quizá, aunque los hayan emitido sus dueños con la plena consciencia de que están en contra de cómo se están llevando las cosas hasta ahora, no cambian nada. No son noticia. Y aunque lo fueran, están dentro de un marco normativo que simple y afortunadamente los van a convertir en una anécdota. No en una modificación o en un momento de inmovilidad.

No hay que olvidar, además, que la gran mayoría de los votos que se van a emitir - los que no están afectados por oleadas de abstencionismo o nulismo - son de personas que tienen una clara identificación por los partidos con representación mayoritaria. Así entonces, el índice de abstencionistas no será capaz de tapar los métodos clientelistas con los que muchos de los partidos actuales mantienen sus puestos en el gobierno o sus registros, en el caso de los pequeños.

Entiendo que quizá es demasiado tarde para actuar de otra manera. Que lo único que aparentemente queda es alzarse desesperados en pos del voto nulo para demostrar que no estamos de acuerdo. Pero lo que hacemos en realidad es perder la oportunidad de diversificar el voto, de dejar más diversificados los cotos del poder actual.

La solución que yo veo es que cuando no nos sentimos representados y estamos convencidos de que todo está mal hecho y no tiene solución, es que tenemos que comprometernos directamente con la opción política. Hacer política en la acción, en la responsabilidad ciudadana de tomar la decisión de ser un candidato o un partido y ofrecer una nueva opción. No hablo de cosas intangibles y lejanas. Entre mi revisión de noticias europeas, descubro que en Suecia el Partido Pirata - cuya plataforma de campaña incluye deshacerse de las leyes de derechos de autor, del sistema de patentes y la vigilancia en Internet - no sólo sigue vivo sino que logró un escaño en el Parlamento Europeo. Quizá no puedan hacer muchas cosas, pero serán una especie de mosquito que revoloteará de un sitio a otro recordando que hay ciudadanos que tienen estas cosas en mente, que quieren una legalidad y un gobierno diferente.

No creo que se valga hacer "vida política" desde el sillón de la casa o desde el café donde nos tomamos una cerveza. El votar nulo para demostrar nuestra superioridad moral contra los partidos actuales tampoco representa una propuesta clara para el cambio. Si la "clase política" no es la que queremos, invadámosla. Hagamos que lo sepan con cartas, reclamos, diálogos - con la creación de nuevos partidos. Seamos propositivos con la creación de nuevas opciones y nuevos instrumentos ciudadanos de presión. El problema del condenado a muerte nunca ha sido que lo suban al cadalso y lo humillen frente a la gente del pueblo. Su problema es que lo maten, que lo saquen de la jugada. Y para eso se necesitan acciones, más que palabras.

8.6.09

El corazón y los bienes raíces

Hay gente que, en lugar de corazón, tiene una casa en una urbanización fuera de la ciudad. Lejana, con códigos de entrada, con policías en los portones. Esa gente pide que te identifiques plenamente antes de acercarte, que garantices que tienes algo útil y conveniente que hacer ahí. Entonces, quizá, te abran un poco su corazón. Pero fuiste fichado a la entrada. Y aunque tengas la sensación de que la pasas bien en los jardines y en las salas de su corazón, sabe que eres un visitante. Y que no tienes porqué quedarte ahí. Que eventualmente, si quiere, puede recortarte y sacarte, pidiéndote que entregues tu identificación como visitante a tu salida. Y será como si nunca hubieras estado en su vida. Como si nadie te hubiera invitado a entrar y no hubieras representado nada ahí.

Hay otro tipo de gente cuyo corazón es como una casa en la ciudad. Está comunicada con otros, es grande y tiene varias habitaciones. No es tan fácil entrar, pero una vez que lo haces, nadie te pregunta cómo llegaste ahí y puedes quedarte con un sitio. Sin embargo, algún día sin aviso podría llegar alguien más y pedirte que te salgas, porque esa habitación en la que vives ahora la ocupará él en calidad de nuevo novio, amigo de toda la vida, vecino del trabajo. Si tienes que salir sales y a veces pasarás frente a aquella casa y te preguntarás si es que todavía queda en el hueco del armario aquella flor que dibujaste para darle las gracias.

Y finalmente existe la gente cuyo corazón son multifamiliares, que siguen construyendo hacia arriba a perpetuidad contra toda lógica y urbanismo. Tienen un método especial para construir desde abajo y seguir rozando cada vez más el cielo. Compartimentan mucho su corazón para poder dar asilo a mucha gente, a tanta que a veces no llevan ni la cuenta. Basta con que alguien les sonría o les dé una razón medianamente buena para que le otorguen una pequeña habitación de corredor, sin mucha luz - por lo cual van a disculparse - donde, a pesar de los pesares, el nuevo habitante podrá dormir tranquilo y tener una vida buena, pues sabe que nunca lo van a echar. Eso, claro, a menos de que hagas algo (molestar a los demás inquilinos, tumbar una pared), que lo amerite. Y, por el contrario, cuidando el pasillo y regando las plantas, podría el inquilino irse ganando poco a poco un piso mejor, sin que el dueño del corazón pueda evitarlo. Cree profundamente en la meritocracia, aunque no se dé cuenta.

La gente con corazón de edificio de departamentos no por eso es poco selectiva. De hecho, en las plantas más altas de su edificio, hay áticos hermosos, penthouses con terraza. Saben perfectamente quién entra ahí. Les toman sus datos, casi los fichan, se aseguran de revisarlos con cuidado y de instalarlos en un espacio que sea del todo de su gusto. Que estén felices, pues. A estas personas es muy difícil que algún día las echen. En realidad, los penthouse tienden a ser sitios a perpetuidad. Algunas veces dejan de visitarlos - por el dolor que los causan. Pero serían incapaces de sacar a alguien de ahí. Sería como negar parte de su biografía, alterando así los cimientos del edificio. No. Lo que pasa a veces es que esta gente se sale del edificio de departamentos - dejan su penthouse, salen, como un cocodrilo que encontró abierta la reja del zoológico. Se van a otro sitio. Y el dueño del corazón ni se preocupa: si en realidad el habitante del penthouse se ha ido, es que no era tan importante. Es que ha logrado, poco a poco y con su olvido, que se olviden de él.

7.6.09

Madrugada

Lo único simpático - o lo que empieza a ser simpático de esto - es que cuando entré de regreso a mi casa vacía sonaba "Im not sorry" de Morrissey. Canción que ya tenía un post en este blog. Viejo. He de agregar. Blog viejo. Pionero. Que comenzó en el lejano 2003. Cuando era esposa de un yuppie y una yuppie yo misma. Cuando la vida se resumía en unos cuantos renglones.

Not anymore
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Salieron por la puerta una serie de borrachos ruidosos que descubrieron que se ponen loquitos ante Queen. Very big thing. I found it ridiculous, if I must say. Pocas veces he odiado más a alguien como a esa estúpida (tremenda, inmensa, asquerosa estúpida) que la primera vez que pedí silencio porque me quería quedar en mi piso, contestó: "ah, ¿te van a echar de tu piso? Pues mejor. Así nos podemos quedar nosotros con él".

La gente es idiota. Ya lo sé. Yo incluída. Pero hay veces que no puedo con ellos. Y ahora, con la claridad de los vodkas con tónica de dieta (ah, mi dieta --- ah, mi cuenta de calorías), me doy cuenta lo poco que soporto la gente que se cree tan divertida que no le importa poner en riesgo nada. Sólo beber.

Amargosita. Como un Grinch. En la soledad de mi casa. En la maravillosa soledad de mi casa. En mi capacidad feliz de repetir una y otra vez la canción de Morrissey - "On competing, when will this tired heart stop beating. It's all a game. Existance is only a game" - y quejarme de la gente estúpida que vino.

Y en recordar la sonrisa enorme de mi hermana adoptiva, esa, la mayor, a la que yo le hago de hermana mayor. Que cumplió ocho años más de los que yo cumplí este año entre hamburguesas, cervezas, gin tonics, lluvia, porros y pasteles de chocolate. Esa, que bailó contentísima con un chileno música colombiana. Que se pasea hoy por las calles con un valenciano que parece buena persona.

Por ella valen muchas cosas. Así como por la gente que quiero como a ella valen otras tantas. Son cuestiones cotidianas. Es el vaso que lleva mi nombre. Es la serenidad de que ésta es mi casa y me siento bien en ella. De que el encanto de un sábado por la noche - o un domingo a las tres de la mañana - es estar donde yo quiera y pensando en quien yo quiera. Aunque ese alguien sepa que está a 1800 kilómetros de mí. Aunque el blog sirva ahora para hacer una torpe declaración de amor. Aunque esté cansada, harta, con los pies sucios y la casa hecha una tristeza. Aunque mi vodka tonic - con tónica de dieta - esté por acabarse. Aunque sepa que no importa que ningún editor de relevancia me pondrá atención (quién va a detenerse en una estúpida cursi) - pero tú me das importancia.

Eso lo dice todo. Que leas lo que escribo. Que sepas que, en medio de la fiesta, estás en mi cabeza. ¿Hay algo más que necesite esta grandísima necia? Nada. La certeza de que, finalmente, este blog tiene un lector inamovible. Como lo tienen también mi espalda, y mi piel. Y Morrissey sigue sonando. "Reach for my hand and the race is won - reject my hand, the damage is done".

2.6.09

San Domingo

Habíamos salido de casa a mediodía sólo a hacernos de algo de comer y de los diarios. Yo me instalé en mi sillón lila con dos kilos de periódicos a ver qué más había pasado en el mundo que no fuese el Barça. Después de un rato, saqué la hoja del Sudoku Samurai y me recosté sobre los cojines verdes. Como gato, o perro, o animal de compañía, me arremoliné hasta que mis rodillas quedaron en una posición cómoda para recargar el pedazo de diario y el bolígrafo. Curiosamente, era la misma posición en la que me podía quedar profundamente dormida.

Primero sentí algo en el hombro. Pensé que era un mosquito y que ya se iría. Pero era un mosquito insistente, que trazaba además su movimiento. Me despertó del todo su carcajada ante mis ojos de alarma al ver una flor de tinta negra dibujada entre mis lunares. "Es un tatoo", respondió a mis ojos de reclamo.

Esta mañana, antes de despedirnos, tomé un baño. Y no es hasta ahora que encuentro a faltar profundamente esa flor - esas flores, que se despiden de pronto, como si no hubieran hecho mucho mejor nuestro domingo sólo por un momento.