13.8.12

El oro de México visto desde el país de futbol

Ayer, en el medio tiempo de partido entre Brasil y México, hice un guacamole en el piso 26 de un edificio que domina casi todo Sao Paulo. Mientras partía los ingredientes, me explicaron una cosa que nadie me había contado antes. En Brasil, durante la Copa del Mundo, los días que juega la selección nacional no trabaja ni estudia nadie. Las escuelas se abren temprano o se cierran temprano y si el juego es a mediodía, se transmite en las escuelas. Las tiendas cierran. Sólo quedan abiertas las emergencias de los hospitales.

Desde este país, ayer yo veía la primera final de fútbol olímpico en la que había participado la selección nacional mexicana. Jugaba en desventaja: yo era la mexicana invitada entre una familia brasileña completa. Antonio, que tiene cinco años, fue el que en realidad decía lo que pensaba de que estuviera yo ahí y, sobre todo, de que México fuera ganando. "¿Un gol a los 30 segundos? ¡Pero si apenas estamos empezando!".

Lo ví pasearse de un lado a otro de la casa, sentarse en el suelo, en el sillón, en las piernas de su madre, junto a su abuela, al lado de su madre. Nunca junto a mí. Yo en ese momento no hacía nada, pero nada de gracia.

De ver la angustia en los ojos de Antonio - y de escuchar los gritos de su abuela, sus tíos y sus padres - me dieron una ganas enormes de que ganara Brasil. En realidad, yo quería - necesitaba - por lo menos un gol para Brasil (que menos mal llegó). Pero la verdad es que tenía otra razón: algo en mí me decía que cientos, miles de personas en mi México convulso por una elección por decir lo menos extraña en lugar de celebrar el esfuerzo de un equipo de chicos al otro lado del mar, le encontraría otros significados. "Yo no tengo nada que celebrar". "Esto es solamente más circo". "El fútbol es solamente el opio del pueblo".

La visita a mis redes sociales me dijeron que no estaba equivocada. Mientras tanto, en este lado del mundo, Antonio lloró desconsolado desde el momento que sonó el final del partido - casi tan desconsolado como Lucas, el jugador brasileño de 19 años que acaba de ser contratado por el Paris Saint Germain por 45 millones de euros.

Lucas, pensamos, lloraba de rabia porque el entrenador lo metió al juego en el minuto 83 y se vió incapaz de remontar el juego. Frente al marcador final, yo no me sentí con ánimos de celebrar: mucho menos frente de Antonio.

Ahora escucho a mi alrededor la demanda generalizada de que el director técnico de la selección local sea removido de su puesto. También leo las desafortunadas declaraciones de Pelé. Y confieso que había una cosa más dulce que ver la victoria en Wembley - verla en Sao Paulo. No por Antonio, por supuesto. Más bien por aquel tipo de personas (en todos lados hay) que querían verme sentada en otra mesa a causa de la victoria.

3.8.12

Del verano, latas y dificultades del idioma

Esta semana, un diario paulista recordó un verano especial: entre 1987 y 1988 (verano brasileño, esto es) unas quince mil latas inundaron el litoral brasileño, especialmente entre Río de Janeiro y Sao Paulo. Cada una de esas latas contenía un kilo y medio de la mejor mariguana del mundo, probablemente indonesia.
El barco tenía bandera panameña. Había salido de Singapur (donde aún se podía masticar chicle sin restricciones y seguramente cargaron las súper latas) rumbo a Miami. En el camino hicieron una parada cercana a Sao Paulo. Pero alguien sabía de su cargamento...
La tripulación, informada de una posible toma por la policia, decidió dejar caer las latas al mar y huir. Mejor que la mercancía quedara en manos de otros que directamente con la tira. La única persona que fue "inculpada" fue el cocinero del barco... un norteamericano quien, muy probablemente, se había quedado dormido y fue sorprendido y fotografiado...
Según las personas entrevistadas para la pieza del diario - que se va a convertir en un libro y una película - era probablemente una de las mejores mariguanas del mundo. No sólo cambió la manera de consumirla (sólo 2000 latas fueron recuperadas por la policía... el resto por "pescadores" heroicos y amateurs que no querían perder la oportunidad), sino que creo un movimiento cultural. Existía incluso una canción que se llamaba "El veneno de la lata".
Más allá: el verano de la lata permanece hasta hoy en el slang típicamente paulista: cuando algo es "da lata" es que es buenísimo, delicioso, único en su clase, de una calidad extraordinaria. Se aplica especialmente para cuestiones de comer o de beber.
Último pequeño detalle para aprendices naturales de portugués (moi même): las cosas son "da lata" no "de lata". Cuando decimos "da lata" es esa lata en particular, esa cuyo contenido hacía a la gente caminar sin pisar el suelo. "De lata" es de una lata cualquiera.
No de esa de aquel verano.

1.8.12

Cierre del paréntesis

Terminar las vacaciones no ha sido nunca un asunto fácil. Mucho menos es despedirse de la playa desierta donde las últimas dos semanas se han caminado interminables kilómetros, hecho optimistas y amorosos planes, investigado las costumbres de la flora y fauna local. Pensando, casi en silencio - en el murmullo de un idioma que no terminas de hablar - ahora extraño el sonido del mar, el agua de coco de la mañana, las estrellas entre las que se ven constelaciones casi desconocidas - clarísima la cruz del sur. Regreso a la grandísima ciudad, a los pendientes, al proceso de realizar los planes. A esa vida real que parece menos real que el arroz blanco recién cocido y los buenos días a media mañana.



Suspiramos. No es que el futuro sea poco promisorio. Es que el presente - ahora pasado - era aquello que esperábamos en nuestros sueños.