15.11.12

Huelga

Ayer me desperté arrullada por el incesante revoloteo de un helicóptero sobre mi cabeza. Es lo que tiene vivir en el centro: las huelgas, las manifestaciones, las concentraciones todas están a tu alrededor. Tendí la cama, hice el desayuno, abrí las ventanas y encendí el ordenador - en el supuesto de que trabajo para mi misma, tampoco hacia sentido hacerme huelga. Creo que intento tratarme lo mejor posible y darme los derechos laborales que me corresponden.
Hacia el medio día, salí de casa para comer con otros amigos autoempleados. Salí casi una hora antes y disfrute como muchas otras familias de un paseo. Imposible saber si era huelga o era domingo. Claro, un domingo a miércoles.
Mientras me iba alejando del centro, veía más tiendas abiertas. Poco movimiento, sí, pero un bar aquí y otro allá, una panadería, una carnicería. Empresas pequeñitas que, supongo, querían vender lo que pudieran vender.
Comimos y después volví a caminar un buen trecho de regreso a casa. Comenzaba a animarse la cosa - lo sabía porque el helicóptero pasaba con más frecuencia y porque, en algún momento cerca de las cinco de la tarde, uno de mis vecinos se puso a ensayar a voz en cuello sus consignas antes de salir a la manifestación.
A las seis salí de casa y me fui hacia donde un amigo, con quien tenía que hablar de la huelga y otras cosas menos socialmente trascendentes. Entré a su casa y desde ahí vimos a los mossos cerrar la Gran Vía, a algunos contingentes pequeños. De vez en cuando nos reíamos con las transmisiones del Cuní y las imágenes, las cinco imágenes, que parecían toda la jornada.
A las ocho salí de ahí, después de preguntarnos quién tendría razón con la asistencia - si los Sindicatos que reclamaban un millón o el conteo oficial de 110,000 personas. En la puerta me encontré con alguien conocido que me dijo: "ve con cuidado. Algo pasó y esto se puso violento".
Fui con cuidado. De pronto comencé a ver gente que corría. A una calle de casa, gente que corría muy rápido. Y ahí, a veinte metros de mi, los antidisturbios.
Supongo que todos sentimos miedo al ver a Robocop. Me repuse y crucé la calle. Me quedaba sólo una manzana por recorrer. Frente a mí, un padre llevaba a su hija dormida en brazos. Quise convencerme de que estábamos fuera de peligro, aunque la verdad es que cada vez iba más rápido.
Mientras recorría esa última calle, me di cuenta que mi callejón había sido lugar de batalla campal: contenedores volteados y tirados por toda la calle y, hacia el final, un vecino con una manguera extinguiendo el fuego que alguien le había prendido al contenedor de papel que está casi justo debajo de mi ventana.
El edificio olía a humo, pero no mi casa. Entré y encendí las noticias y el Twitter y todo, para enterarme. Seguía escuchando los helicópteros. Cerré todo y hablé con mi madre que había visto las noticias y estaba preocupada.
Todo estaba bien.
Esta mañana de camino al trabajo me encontré con varios aparadores rotos y muchos de los cristales del Palau de la Música. Toda la noche escuché cuadrillas de limpieza poniendo en orden mi calle. Había pasado algo. Pero no se sabía muy bien qué. Me dí cuenta que han puesto un cartel de "se alquila" en un negocio de helados en mi calle. Hice memoria: no recuerdo haber visto nunca que entrara un cliente.