25.12.08

Feliz

Esta mañana, a las 9:30, llamé a México. Me contestó Laura, mi prima, mi compañera de juegos. Hablamos apenas un par de minutos, sobre cómo estábamos, sobre su niña, la familia. Después me pasó a mi papá y a mi mamá, a mi abuela. Regresé a la cama. A mediodía, en un arranque de nostalgia, fui a misa. El sacerdote me cayó mal. Y luego fui a casa de mi familia catalana, hice de comer, me reí un montón.

Los extraño, pero están aquí. En esta, mi casa. En la mesa de mi comedor, está el mantel navideño que me dejó mi madre en noviembre. Encima de mi librero, un nacimiento que se parece al que ponían mis padres cuando yo era pequeña. Escucho a Michael Bublé y, sólo para cambiar, me dejo ser cuidada y consentida. Me gusta esta sensación de que todo se puede solucionar, de que todo es brillante como un par de aretes en mis orejas.

La vida es buena. Y agradezco a todos los que han estado aquí para hacerla mejor. Así estoy. Feliz. Como la navidad.

19.12.08

Casi de regreso

One flight down
There's a song on low
And your mind just picked up on the sound
Now you know you're wrong
Because it drifts like smoke
And it's been there playing all along
Now you know
Now you know

16.12.08

A propósito de un ramo de tulipanes rojizos


Él se había presentado en el aeropuerto con un ramo de tulipanes rojos, para encanto de ella, que los tenía por flores exóticas. El ramo había durado ya casi una semana, languideciendo en un vaso sobre su improvisado escritorio.

Durante una cena con otra pareja, comentando los hechos de la semana, ella mencionó los tulipanes. Él, también holandés, hizo el comentario de que el hombre de los tulipanes parecía que no conocía la canción típica en la que se dice que los tulipanes se regalan en primavera, uno por cada beso. Su esposa lo miró y le dijo: "lo que tú no sabes es que al darle tulipanes en invierno lo que quiso decirle es que para él, cuando ella llega es primavera".

Y pasaron a otro tema.

14.12.08

Al que madruga...

... y prende la televisión a las siete de la mañana en un país extranjero, le espera una sorpresa de colores.

¿Recuerda usted, mexicano nacido en los 70 y 80s que el gran Big Bird de Sesame Street (amarillo friégame-la-pupila) fue tropicalizado en México con el nombre de Montoya y sus plumas se tiñeron del famosísimo verde bandera? Pues ahora sabemos que en Holanda se llama Pino (¿?) y es ¡azul cielo!.

Más: según mis amigos alemanes, allá es blanco. Quién sabe cómo se llama. Ya no me acuerdo.

Desde otro punto de vista

Yo, que usualmente soy peatón (¿o se dice peatona?) y usuaria del transporte público en Barcelona, he aprendido que la ciudad tiende a ser radicalmente diferente cuando la recorres en carro. Pasas por calles que no elegirían porque te hacen dar una súper vuelta, no ves la parte de arriba de los edificios porque vas cuidando no pisar una caca de perro; te fijas en las tiendas, pero no necesariamente en la gente que está a tu alrededor.

Aohra me toca hacer un recorrido a la inversa. Por azares del destino, sólo conozco Amsterdam en barco. La primera vez tuve una visita exprés de cuatro horas y tocaba ver los puntos más importantes aunque fuera solamente así. Ayer, por el contrario, fui invitada por un grupo localísimo a celebrar un cumpleaños en un barco que es "patrimonio nacional flotante" (chido, ¿no?). Me gustó ver una vez más cómo la luz cae a las cinco de la tarde encima de las casas y los canales, entender los códigos de tráfico para los barcos y, también, ver a la gente que nos tomaba fotos porque vaya, éramos el objeto de su turismo.

Hoy toca ponerme mis botas, mi chaleco, mi abrigo, mis guantes (soy tan friolenta, caray) y comenzar a caminar por esas calles que conozco desde el agua. Qué emoción que hace.

Mi colofón es que deseo que algún día algunas calles de mi adorada Guadalajara - tan dejada de la mano de Dios, la pobre - puedan ser otra vez pasto de felices peatones a los que les toman fotos, como aquellas que tienen mis abuelos.

13.12.08

Puesto en palabras

Lo que más me molestó fue mi incapacidad de describir el sentimiento. Me senté al borde de la cama, mire la punta de mis pies envueltos en estas medias gris cenizo e intenté explicar qué era eso en el fondo de mi estómago. No era ya la gastritis, que había pasado, que tenía mejores cosas en las que ocuparse. Eso no. Tampoco era exceso o falta de alimento – hace meses que sigo casi religiosamente los preceptos de mis amigas que me han enseñado que no puedo dejar de comer sólo porque sí, porque se me olvide. No era el frío, tampoco. Había descubierto minutos atrás la calefacción y ahora los chorros de aire caliente que corrian por el radiador me eran perceptibles no sólo con la piel, sino también con el oido.

Ni frío, ni hambre, ni sed, ni dolor. Y sin embargo, había algo que me desconcertaba, no me permitía recostarme con propiedad en la cama inmensa con sus cobijas tan blancas. Afuera, en la calle, un auto había estacionado y sonaba fuerte una especie de reggeaton nórdico. “Eso no puede existir”, pensé. Y me quedé mirando a través de la ventana. Al vecino que estaba poniendo su arbolito de navidad. Al conductor del deportivo azul un poco demasiado canoso. Al actor que hacia de diablo en la televisión.

Y en el fondo del estómago, todavía esa incertidumbre, que crecía a medida que imaginaba lo que estaba guardado en mi escritorio. Que se retorcía en mí, como un bicho, cuando ciertos olores me alcanzaban desde mi abrigo ya escondido en el armario, también inmaculadamente blanco, del hotel. Un crujido. Los dos ojos abiertos, como lunas llenas. El temblor del fondo del estómago que ahora se desplazaba a mis pulmones mientras intentaba respirar según las instrucciones de la entrenadora.

De pronto, todo claro. Miedo. El miedo de la esperanza, de la posibilidad de que todo vaya bien. O no. Eso era.

12.12.08

María

Eres preciosa. Lo primero que ví de tí fue esos ojotes y comencé, como seguro lo han hecho todos, ha intentar encontrarte forma en tu naricita, tus ojos, tus pómulos. A tratar de darte atributos de alguien más. Pero me costaba encontrar más que los tuyos. Perfecta. Es el mejor calificativo que se me ocurre. Y a falta de la presencia que debería tener ahí, a tu lado, cierro mis ojos me imagino (intento con todas mis fuerzas, regresando a la niña de siete años que construía viajes imposibles mirando a la piña que crecía en su jardín), a qué hueles, cómo se siente tu piel nuevecita, apenas en contacto con la ciudad loca que llegaste a iluminar.

Esta noche, alguien me dijo que ponerle a una niña el nombre que te han dado tus padres es muy elegante, muy lleno de significado, muy hermoso. Creo que apenas si empieza a resumir todo lo que ellos – y nosotros, los que te queremos a distancia – pensamos de ti. Es muy hermoso que llegues. Y es más lindo, que aún de este lado del mar, yo entienda que el cielo de la ciudad de México debe ser mucho más bonito desde que también lo encienden tus ojos.

Otro pequeñísimo e irrelevante dilema resuelto

¿Qué por qué nada más no voy para esposa perfecta? Porque con tanto teclear, es imposible mantener bien cuidado el esmalte de uñas. Je.

11.12.08

Embotellamientos

Yo, en mi inocencia, creía que en el primerísimo primer mundo (ya, para mí empieza a ser como los planos fotográficos esta descripción) los embotellamientos de tráfico no existían. O tenían una planeación impeccable, un servicio público de transporte buenísimo, una máquina desaparece coches o todo junto. Nunca me imagine terminar sentada en un coche – cómodo, muy cómodo por cierto – en medio de una autopista de estas y esperar, durante tres horas, a que pasara el caos.

Pensé en La Autopista del Sur. Pensé cuántas veces he imaginado lo que sería pasar casi una eternidad en automóviles, esperando a que avance la línea – lo que tiene haber vivido en la Ciudad de México es que todo te parece relativo. Pero creo que lo que a mí me parecía relativo era el tiempo y la distancia. No sé cuántos kilómetros fueron y si puedo recordar el tiempo fue porque lo guardamos como una especie de souvenir o herida de guerra para lucirla, orgullosos, frente a los amigos a los que les contaremos nuestra aventura de media noche en una autopista holandesa.

Aprendí que el primerísimo primer mundo también puede ser un desastre. Y me acordé de lo infinitamente reconfortante que puede ser una plática de tres horas cuando no hay más que esperar y no dormirse.

2.12.08

Tres postales casi navideñas

Ella tiene nervios por su cumpleaños. Siempre le pasa, que semanas antes, se pone a planear, a entrar en crisis, a imaginarse la fiesta. Ahora no tiene ganas de fiesta. Y decidió irse de viaje. Él le llamó por teléfono para hablar de cualquier otra cosa y ella, contenta, le contó del boleto. Se hizo silencio al otro lado de la línea. Ella pensó que quizá él se había molestado. Él rompió la tensión de pronto: "A mí, es que me parece buena idea que te vayas sola... pero quiero que me asegures que no estás esperando que yo te diga que me voy contigo".

Ella no tenía agenda oculta pero sonrío cuando se dio cuenta que, aunque la tuviera, esta vez no iba a ser tan fácil utilizarla.

* * * * *

Me quedo en Barcelona para Navidad. Ha sido un año movidito, ansioso, casi eterno. Y me viene bien sentarme en mi sillón recién puesto, ver mis cortinas, las flores de nochebuena que compré. Ayer, caminando por el centro, encontré un nacimiento igualito que el que mis papás ponían cuando yo era niña. Y ahora está esperándome en mi habitación para que me ponga a ello.

De manera general, todos los días, se que hay algo que me llama a quedarme aquí. Pero es sólo una sensación - que a veces se ve reforzada. Ayer recibí un email de la primera persona que confió en mí (la que me dio un trabajo cuando tenía 15 días de llegada). Era para decirme que, como sabe que me quedo, le gustaría invitarme a pasar Navidad con su familia - y que aunque la fiesta del otro día no es tan divertida, también soy muy bienvenida.

Creo que ese email es lo que ha evitado que me dé frío en las últimas horas --- me dejó con una sensación de calidez...

* * * * *

Primero pensé que era una mancha en la ventana del comedor, que estaba brillando raro. Pero no. Entonces creí que era un avión que estaba volando, casualmente, de una manera que lo hacía quedarse muy cerca de la luna. Pero no. Caminé desde mi casa durante cuadras mirando una luna increíble, creciendo y con un puntito muy brillante abajo (como si fuera el anzuelo del niño de las películas, como si se hubiera puesto un collar para celebrar la temporada navideña). Me encantan las luces de las calles en estos días - hasta las de El Corte Inglés, que tiene pretensiones neoyorquinas. Pero esa luz, esa imagen de la luna de anoche, fue la mejor inauguración para la temporada.

Deformación profesional

Tengo casi dos años trabajando rodeada de urbanistas y arquitectos. Al principio, creí que todo seguiría igual... pero después me dí cuenta que tropiezo más en las calles, porque voy viendo detalles de las oficinas. O hago comentarios rabiosos cuando veo alguna obra desafortunada. O empiezo a evaluar las ciudades por sus espacios públicos y lo adecuado de la anchura de sus calles.

Hoy, además, al leer el periódico, me pasó lo mismo. Me quedé enganchada de un reporte del absurdo de cómo en New Jersey se construyó una estación "intercambiadora" sin espacios de estacionamiento y de un reportaje que cuenta las viscisitudes de una oficina de "Preservación de Monumentos Históricos" - o Edificios con Valor histórico - que las pasa divertidas en Nueva York.

Es como cambiarse los ojos y descubrir que había otras cosas importantes además de las faltas ortográficas y las películas... claro, sin que estás dejen de importar.

30.11.08

Cumpleaños

Es verdad de perogrullo, pero la realidad de que uno esté en la escuela con gente de la misma edad hace que se generen temporadas de fiestas y celebraciones conjuntas. Cuando uno es chiquito, por ejemplo, más o menos en torno a los ocho o diez años cada fin de semana o quince días a uno le toca ir a una fiesta de comunión. Luego, en mi Mexiquito, el tercero de secundaria, uno tiene la oportunidad de presentarse en múltiples fiestas de quince años.

Pero, ja, ya han pasado quince años. Y ahora empezamos a cumplir treinta.

El estar lejos de Guadalajara e incluso de México, me ha hecho perderme los 30 de muchos amigos en los últimos años. Por lo tanto, también me he perdido la mayoría de las crisis relacionadas. O las no-crisis.

Este fin de semana, una de las integrantes de mi familia en el destierro - es decir, aquellos con los que me he vuelto tan cercana acá - cumplió 30. La primera del grupo. Y la pasamos súper bien. Y todo fue mucho más brillante de lo que nos imagínabamos. Pero lo más interesante fue que nos pudimos a recordar los cumpleaños que ya habíamos pasado juntos. Aquella primera fiesta que hicimos juntos en noviembre de 2004. La gente que ha llegado y se ha ido. Los que dejaron de venir. Los que dejaron de ser invitados. Cómo hemos cambiado, cómo han cambiado nuestra prioridades. Cómo seguimos esperando que el año que viene sea aún mejor.

Justo ahora, mientras escribo, en la televisión Tracy Chapman cantando "Talking about a revolution", que me sirve como soundtrack perfecto. Una de las razones por las que a mí me gustan tanto los cumpleaños, supongo, es por que los considero piedras de toque. Me ayudan a recordar la vida y las cosas que hemos pasado. El viernes, por ejemplo, cortesía del facebook, descubrí que el cumpleaños de una de mis mejores amigas de ahora corresponde con el de una de mis mejores amigas de la preparatoria. Y de pronto, al acordarme de las celebraciones de cumpleaños, me acordé que en su cumpleaños de 1997, primer año de la preparatoria, fuimos un grupo a comer a su casa. En ese grupo, estaba el chico que me gustaba. Pasamos la tarde viendo la televisión, jugando algún juego de mesa y después fuimos a comprar helado. De regreso, él y yo estabamos en la parte de hasta atrás de la camioneta de los padres de mi amiga. Y me tomó la mano.

Este es el verdadero post sin excusa ni concierto. Pero celebro los cumpleaños. Todos. Y celebro también aquella tarde de noviembre en la que un chico tímido me tomó de la mano durante un recorrido de 20 minutos en un coche y a mi me pareció que el mundo tenía mucho, muchísimo que ofrecer a partir de entonces. Lo cual resultó cierto.

26.11.08

Ocupaciones raras

Me robo el título de los relatos de Cortázar porque ayer pasó lo más increíble: venía de regreso de hacer unas compras - nada, nada para mí - y decidí que tenía que hacer algo para mí. Por ejemplo, una bufanda. Pero no iba a ir a una grancadenadepreciorazonable a comprar algo lindo y suave con mi cuello, no: tocaba que me pusiera a TEJER una bufanda. Loca, pobrecita.

Fuí a una tienda que me encanta, cerca de casa, que venden lanas y agujas y todas las cosas que se necesitan para hacer bonitas blusas, bufandas, calcetines... la verdad es que no me acordaba ni siquiera si todavía sabía montar puntos. Pero voy, me compro dos madejas de lana de alpaca y unas agujas de bambú (claro, además, a lo grande). Llego a casa, ceno y me pongo a la labor. Montar los puntos no fue difícil - claro, eso fue lo que aprendí a hacer bien. Pero cuando quise hacer la primera vuelta... bueno, me tardé como una hora. Quedó fea y yo no paraba de toser. Nunca hice la relación con mis alergias hasta que tuve esa sensación arenosa que a uno le da en la garganta y empecé a toser y ahogarme. Así que aquí estoy, trabajando desde mi casa, con un halls en la garganta y un antihistamínico en la panza y mi lana, tan bonita, en una bolsa con distancia precautoria. Seguro tengo que esperarme a estar mejor para comenzar a hacer experimentos como este.

Anuncio - la tienda es BIEN bonita y se llama All You Knit is Love. Si alguien sí puede hacer bufandas y no morirse de alergia, pásese. Son, además, lo máximo. Y como la vida es muy loca, su dirección es Plaça de la Llana 7.

Segundo anuncio - la colección de relatos de Cortázar que se llama Ocupaciones Raras, que son BIEN bonitos también, se pueden leer aquí.

25.11.08

Dos reflexiones en letras de otro

No es que no se me ocurra nada... es que la cabeza anda ocupada en tratar de poner el cuerpo a punto... mientras tanto, me da por acordarme de viejos clásicos ingleses:

"Would you tell me, please, which way I ought to go from here?"
"That depends a good deal on where you want to get to," said the Cat.
"I don't much care where –" said Alice.
"Then it doesn't matter which way you go," said the Cat.
"– so long as I get somewhere," Alice added as an explanation.
"Oh, you're sure to do that," said the Cat, "if you only walk long enough."
(Alice's Adventures in Wonderland - Lewis Carrol)

"Choose Life. Choose a job. Choose a career. Choose a family. Choose a fucking big television, choose washing machines, cars, compact disc players and electrical tin openers. Choose good health, low cholesterol, and dental insurance. Choose fixed interest mortgage repayments. Choose a starter home. Choose your friends. Choose leisurewear and matching luggage. Choose a three-piece suite on hire purchase in a range of fucking fabrics. Choose DIY and wondering who the fuck you are on Sunday morning. Choose sitting on that couch watching mind-numbing, spirit-crushing game shows, stuffing fucking junk food into your mouth. Choose rotting away at the end of it all, pissing your last in a miserable home, nothing more than an embarrassment to the selfish, fucked up brats you spawned to replace yourselves. Choose your future. Choose life... But why would I want to do a thing like that? I chose not to choose life. I chose somethin' else. And the reasons? There are no reasons. Who needs reasons when you've got heroin?"
(Trainspotting, Irvine Welsh - Danny Boyle)

Quizá todo sea culpa de que se está acercando mi cumpleaños. O que, como decía el taxista de ayer, en menos de un mes es Navidad. Eso.

21.11.08

Friend Request

Todavía me acuerdo cuando el drama era pedir (o dar) el teléfono móvil. Sueno como una viejecita, pero no hace tanto que lo curioso era tener amigos en común. No facebook en común.

Todavía me acuerdo cuando era válido que no le contestaras el teléfono a alguien o se lo dieras mal. Cuando decidías que a ese chavo al que te habían presentado en la fiesta y era un muermo no le hablarías nunca más y no tendrías por qué encontrártelo nunca.

Ah, pero entonces no había Facebook.

Hace unas semanas una de mis amigas recibió un correo entristecido de alguien que le había pedido ser su amigo en Facebook y que ella había dejado pacientemente en el cajón de los "para después". Pero eso ya no se puede hacer.

A veces me da miedo ser de esas. Y pienso varias veces antes de pedir "amistad" con cualquiera - sobre todo cuando yo recibo peticiones de gente a la que hace dos millones de años no veo y, la verdad, ni me caía tan bien. El problema es cuando te llega la petición de alguien que conoces, tan bien, que no quieres que sea tu amigo.

He aquí el jarabe de palo postmoderno a los que salimos de nuestras sociedades cerradas para hacer una vida diferente - en Facebook, otra vez, estás a la vista de todos.

Bonus - bonito artículo de Microsoft sobre los pros y los contras de las redes sociales aquí.

Falsos antojos

Seguimos hablando sobre la comida, sobre el peso, sobre lo nutritivo y no. Yo soy una adicta irredenta a las hamburguesas. Depende de qué momento del año, puedo comer hasta una vez por semana en un sitio de esos de comida rápida. No temo a las vacas mutantes ni a las lechugas con ojos que me acechan ahí. Si respiré en la ciudad más contaminada del mundo, no sé qué pueda haber de peor.

Él me cuenta que una vez cada cierto tiempo se le antoja una hamburguesa. Y la anticipa. La piensa. Se le antoja muchísimo. Y finalmente cede y se la compra. Y al primer mordisco se da cuenta que realmente no le gusta, que nunca le ha gustado, pero a pesar de ello tenía un antojo brutal que debía ser satisfecho.

A mí me pasa lo mismo con el pollo kentucky. Y cada vez me acuerdo que malo, pero que malísimo es.

20.11.08

Lo que me separa de mi anorexia

Digamos la pura verdad: a mí me gustaría ser ultra flaca. De esas de las que parecen que se rompen. De las que usan tallas uno, dos y hasta cero. Sí, de esas. De las que salen en las revistas. De las que se pueden comprar modelitos en cualquier tienda y que salen a la playa con mini bikinis sin parecer focas. Yo quisiera ser ultra flaca.

Y sé que hay muchas personas - creo que sobre todo en el sexo masculino - que se inclinan hacia una Cin más "sana". Que aquello de tener culo y tetas como buena latinoamericana no está mal. Ya lo sé. Pero es que me gustaría ser flaca. Seguramente es en parte respuesta a todas las revistas de moda que he visto a lo largo de mi vida. Y a la frustración que me provoca cuando entro en Zara y me doy cuenta que estoy "culona" y no me quedan bien los jeans. Eso.

En realidad, lo que me separa de mi anorexia son mis amigas. Mis amigas que, al igual que yo, disfrutan como nadie una buena cena, con un par de copas de vino, con café. Quienes, al igual que yo, no toman azúcar con el café o el té, pero sí toman pastel de chocolate (o crêpes de plátano con nutella, como fue hoy el caso). Mis amigas con las que, después de dos horas de tratar de arreglar el mundo, me recuerdan que pancita llena y penas compartidas son igual a corazón contento. Y que si estuviera anoréxica y me negara a comer tampoco me la pasaría tan bien haciendo scouting por los restaurantes de Barcelona.

No hay que tomárselo mal, sé que la anorexia es una cosa muy seria. Pero también sé que si por algo no he caído en ella - o en otros desórdenes peores - es porque tengo esa red de seguridad bien trazada y firme, que no se preocupa de los años si no de las experiencias, de los kilos si no de las sonrisas, del costo de la cuenta si no de que podamos compartirlas.

Ya, de vez en cuando me da el cursi. Y este es uno de estos días. Pero me siento privilegiada de poder comer con tranquilidad (aunque luego me queje) mis tres o cinco comidas del día. Y también de tener a alguien con quien compartirlas, la mayor parte del tiempo.

Tardaré en ser escritora de éxito...

... porque escribo con toda la mano. ¿En qué película que se respete se ha visto que el escritor/guionista de éxito escriba con toda la mano y con un buen número de golpes por minuto? No, todos escriben rápido, sí, pero con los índices y el resto de los dedos retraidos, mirando desde su altura los golpes que se lleva la barra espaciadora...

esto es lo que me pasa por tener título de secretaria ejecutiva, caray...

19.11.08

Podría ser el nuevo antihistamínico…

- o el doctor simpático que ayer por la mañana me felicitó por estarme cuidando encerrada en mi casa – el mismo que me dio el nuevo antihistamínico para que respire mejor y se destapen mis oídos
- o todos mis amigos que me han llamado o pasado a casa con cualquier pretexto para ver que sigo viva y que es el resfriado (y no ninguna otra sombría razón) lo que me tiene encerrada entre las paredes de mi casa
- o la decision de perder el boleto que me llevaba de vacaciones este fin de semana, pero a unas vacaciones que me ponían nerviosa. Y mejor perderlo que cansarme más.
- o tener más de tres días comiendo a mis horas y tomando té, muchísimo té, de todos los sabores
- o la película chistosita y sin profundidad que ví anoche con Alejo, mientras nos comiamos un bowl enorme de palomitas
- o la llamada telefónica en la distancia que me hace carcajearme entre las diferencias linguísticas y los diferentes métodos posibles para acabar con el dolor de muelas
- o el saber que puedo seguir trabajando desde aquí, desde este sofa, sin que nadie venga a decirme nada
- o enterarme de que mi oficina no tiene aire acondicionado y que, por lo tanto, no iré, se acabó, no iré

No sé qué sera, de verdad. Pero todo combinado con la posibilidad de encontrar de nuevo sabor a la comida, de recuperar el timbre agudo de mi voz y la claridad de mi cabeza griposa me tienen de muy, muy buen humor.

15.11.08

Libre de culpa

Era algo así como mi vigésima llamada de teléfono del día. Aviso a la gente que estoy viva, que mis padres están en Atlanta, que el virus de la gripa que me perseguía desde hace meses decidió salir. Un poco de fiebre, toso poco, estoy tomando litros y litros de té. Mi mamá me dejó comida. Marco pasea por aquí y se asegura de que estoy bien. Extraño a los papás, sí. Y en esa vigésima llamada del día él me dice: "casi creo que estás disfrutando estar enferma". Pues yo casi creo también. He paseado todo el día en mi pijama nuevo por casa, con una caja de pañuelos y preparando múltiples sabores de té. Y tengo un ramo de jacintos lilas que me compré a mi misma ayer. Y la vida no es mala, sino libre de culpa, por estar enfermito.

1.11.08

Epifanías

No es la primera vez que me pasa. Y es una de esas cosas que no sé si me gustan o me horrorizan de mí. De pronto, de repente, sucede algo. Cualquier burrada. Literalmente, vuela una mosca. O algo así. O alguien grita. O alguien no aparece. O no llama. Cosa tal. Y entonces, de inmediato, siento que algo dentro de mí (sí, justo detrás de las costillas, como al lado izquierdo del corazón) truena. Casi puedo escucharlo crujir.

Y sé que se acabó. Que no va más.

Si la cuenta no me falla, han sido tres relaciones importantes y por lo menos dos trabajos. Por lo menos. Pero la cuenta sigue. Y ayer, bajo la lluvia de octubre, mientras veía el oleaje azotar el malecón en Sitges, lo tuve claro. Crujió.

Y no va más.

31.10.08

Envidia (de la buena)

Se pelean, sí. De vez en cuando. Suelen discutir todos los días, supongo, en promedio, una media hora. Por cosas sencillas como la temperatura del agua o la localización de un cuadro. Pero eso me gusta - me hace pensar que todavía tienen cosas que decirse, energía para llevarse la contraria, cariño para enfrentar al otro en las opiniones que les parece que no son las más adecuadas.

No puedo decir que mientras era niña los oí discutir muchas veces. Se cuidaron mucho, durante mucho tiempo, de que todo pareciera bien. Dicen que tuvimos momentos económicos difíciles - yo no me acuerdo. Todo lo hacian parecer un juego, una diversión. Eso de ir a ver sólo los escaparates era normal. Y siempre tuve vacaciones y juguetes y libros. Yo no recuerdo pobreza.

Recuerdo con mucho cariño los 30 de octubre. Era siempre un día especial. Nos ponían guapos y salíamos todos de paseo - usualmente a las Fiestas de Octubre, una feria enorme en Guadalajara. Paseábamos por los pasillos del recinto Benito Juárez, comíamos antojitos, nos subíamos a los juegos y hasta nos tomábamos de esas fotos que te ponen en un llavero de plástico, en forma de corazón o de cuadradito. Nos llevaban a celebrar con ellos que estaban juntos, que se seguían queriendo, que éramos una familia.

Ayer, mientras teníamos las manos llenas de mejillones y copas con sangría de cava, me contaron cómo su fiesta de boda fue un hito - como se gastaron todos sus ahorros en algo que recordaran todos. No se acuerdan quién fue y quién no. Se acuerdan que se emborracharon con vino de consagrar durante la misa porque no habían comido, de que un amigo de él tocó en vivo con su grupo, de que estaban inseguros pero contentos de haber tomado esa decisión.

Eran unos niños. Hace 32 años, cuando se casaron, mi madre tenía 21 años y mi padre 24. Y, aunque han pasado tantos, de pronto se miran a los ojos y se traspasan, o se dan besos llenos de ternura. Y me da envidia - de la buena, si es que existe. Envidia, y una felicidad loca de que estén aquí, conmigo, juntos, como los recuerdo siempre.

26.10.08

Toxicidad

Desde niña, me han tratado con homeopatía mis múltiples males y sé entonces que funciona bastante bien aquella idea de "poco veneno no mata". En realidad el principio de combatir lo malo con lo mismo que lo causa es, me parece, de lo más interesante.

Así como toda sustancia en una cierta medida es tóxica, todas las personas en cierta medida podemos serlo. Para nosotros mismos o para otros. Es claro - transparente - cuando lo vemos en la vida de nuestros amigos: la amiga recién divorciada que se lía con el banquero patán que le promete llevarla a India. El tío es divertido y simpático, pero no tiene (ni tendrá) ganas de decir la verdad. Quiere pasarlo bien. Pero ella le va a creer la parafernalia. Tóxico, pues. Y no podemos quitarles el veneno de la boca - basta verlo a lo lejos y comenzar a buscar antídotos porque sabemos que regresará, cansada, a decir que le duele el estómago, la cabeza y detrás de los ojos. Con la esperanza de que regrese - aunque sea noqueada. Porque la toxicidad puede tener niveles mortales.

Pero todos podemos ser tóxicos. Y una de las sensaciones más raras en la vida es quizá el mirarse al espejo y darse cuenta que sí, es cierto, que quizá la que se porta mal es una misma, la que hace daño. Delicia para cualquier psicoanalista: pero es que no queremos pedir perdón. Es que finalmente, hacer lo que uno hace se siente bien. Pero se pregunta si se vale que la toxicidad - aunque haya estado claramente indicada en el empaque desde el primer día - les toque a otros. Los sacuda.

Qué puedo decir. Sólo que creo que advierto. Y que lamento cuando hago daño. Es, de verdad, sin querer.

22.10.08

Rápido estado de la cuestión

En mi libreta que me mira reprochosa desde la esquina izquierda de mi mesa, están los borradores para por lo menos cuatro entradas a este ancianito blog que hace unas cuantas cumplió las ¡700!. Pero no tengo demasiado tiempo. Pero ya me desquitaré.

Vayan desde aquí un abrazo a mi ángel catalán que está en el hospital, a los que crean primaveras con ramos de tulipanes electrónicos y a mis padres, que están en mi casa, haciéndola más cálida y más hogar.

He dicho.

13.10.08

Dada

Zurich es una de esas ciudades en el mundo que no me había planteado firmemente visitar. Pero un día - resultados de ese trabajo que todo el mundo quiere - me encontré en el aeropuerto de Barcelona con la maleta lista haciendo una cola infinita para documentar en un vuelo sobrevendido de Swiss. Horas después, tras haber pasado varios controles migratorios (para salir de la UE, para entrar en Suiza), haberme perdido en una estación de tren y descifrar apenas el sistema de tranvías, estaba aquí. Caminando, tengo unos 20 minutos hasta el centro histórico. La semana, como suele suceder en este tipo de trabajos, no promete muchos días libres, así que decidí utilizar al máximo mis cuatro horas de libertad.

Como ya lo había experimentado en Ginebra, no entiendo prácticamente nada. El alemán me es ajeno, aquí hablan menos italiano y el inglés no es tan omnipresente como uno pensaría en el país neutral. Para evitarme bochornos, fui a comprar mi comida a un súper mercado. Salí con un té verde con menta, patatas con paprika y un sandwich de salmón con wasabe. Absolutamente suizo. El sol caía sobre las calles como si fuera mayo - empeñado en quedarse. Sin embargo, el cambio de paleta es evidente. Hay una calidez triste en las hojas que caen y anuncian la llegada definitiva del otoño.

Comí sentada a orilla del río Limmat. Me observaban un par de cisnes quienes supongo tenían la esperanza de que "accidentalmente" dejara caer la mitad de mi sandwich. Pero nada. Caminé entre los suizos y los turistas por el casco antiguo. Había una cosa que quería ver: el Cabaret Voltaire, el sitio aquel donde nació el Dadaísmo. Pero dejé el hotel sin un mapa ni direcciones.

Quienes han viajado conmigo, sin embargo, saben que tengo una especie de brújula integrada. Por una extraña razón, encuentro las cosas, tropiezo con ellas. Y algo así me sucedió con el Cabaret Voltaire, dando la vuelta a una calle. Estaba tan contenta que pude haber empezado a brincar de gusto pero, justo en frente, había alguien que estaba más contenta que yo. Al otro lado de la calle del Cabaret Voltaire hay una tienda de jabones. Los empleados, para promocionar el sitio, habían diluido un bloque de jabón rosa en un montón de agua y metían sus manos, hacian un círculo con el índice y el pulgar y soplaban a través de ellos, dejando caer enormes burbujas de jabón a la calle. Una niña había conseguido permiso de sus padres para meter la mano en el agua jabonosa y los tres hacian burbujas casi con una sincronización de orquesta.

Afuera, burbujas. Adentro, el Cabaret Voltaire. Observé a los burbujarios un rato más y luego me metí al edificio, convertido en una especie de tienda-sala de exhibiciones en la planta baja y un café-teatro en la parte de arriba. Eran las cuatro de la tarde, así que no había espectáculo. Unas seis personas tomando café. Un barman rubísimo. Y un montón de bocinas que tocaban, de toda la música del mundo, "Falta Amor" de Maná. Y luego el resto de las canciones de ese disco.

Le tomé una foto al busto de Voltaire, a las paredes, y luego interrogué al barman sobre la selección musical. Resulta que, según me dijo, tiene un amigo que le manda mp3 de todo el mundo y estuvo en México durante muchos años. Supongo que era el mismo amigo que había puesto a la venta en la tiendita unas máscaras de luchador.

Lamento decir que el espacio no me dijo mucho más. Había unas piezas de una colección de relojes de edición limitada que había hecho Swatch del cual compré uno para alguien hace años. Había una instalación que decía muchas cosas en alemán. Había un montón de objetos inútiles y carísimos para ser comprados. Había una ventana y a través de la ventana se podía ver a dos vendedores de jabón haciendo burbujas en la calle.

Me salí del Cabaret Voltaire y le tomé una foto. Y luego le tomé una foto a los burbujaires. Toda la mezcla de recuerdos, odios, dolores, sonidos e inconsciencias serán, supongo, a partir de ahora, mi dada particular.

8.10.08

Soundtrack para un indeciso

Anoche, con cervezas y nachos, acompañé las dudas de alguien con música que clarifica. Como diría el Evangelio: "El que tenga oídos, que oiga"

Now youre standing there tongue tied
Youd better learn your lesson well
Hide what you have to hide
And tell what you have to tell

Youll see your problems multiplied
If you continually decide
To faithfully pursue
The policy of truth

Never again
Is what you swore
The time before
Never again
Is what you swore
The time before

(Depeche Mode- Policy of truth)

De plásticos, armarios y bibliotecas

Era, esencialmente, una coleccionista. Me concentraba en un tema y buscaba, buscaba, buscaba cosas relacionadas. Libros, discos, cuadros, vinos, ropa. Quizá no volviera nunca a leer aquella novela o escuchar el disco con la versión 840 de la canción de moda hacia 20 años, pero me gustaba tenerlos. Supongo que es un principio de animal casero. Entre mis colecciones, una que sigue creciendo es la de las tarjetas: de crédito, de cliente frecuente, de amigo de los perros de la colonia vecina... de tal suerte que mi cartera siempre es pesadísima y me ha provocado incontables broncas con amigos, novios y similares.

Pero resulta que de pronto te das cuenta que casi de nada sirven las colecciones. No es que te hagan más feliz ni te solucionen la vida. Conforme te mueves de un lado a otro, descubres que podías vivir sin ese libro que ni siquiera te acordabas que tenías, o sin ese otro plástico. En realidad, necesitas dos o tres cosas. Y están al alcance de tu mano, si tienes suerte.

Antes de irme al último periplo por el mundo, una de mis tarjetas de plástico - LA tarjeta de plástico que importa - se murió. Y me la pasé más de 50 días sin recurrir al sistema bancario. Debo reconocer que no me hacía nada de gracia cargar con dinero en efectivo. Pero no me morí, aunque creí que sería un desastre - y tampoco lo fue. Al regresar a Barcelona, fui a pedir un duplicado y descubrimos que la otra tarjeta (la de emergencias) también había muerto y había que pedir un duplicado también. Lo dicho, pasé cinco días sin las tarjetas de uso común. Saqué otra más (ah, las colecciones), pero no la utilicé. Me ayudó a no hacer compras de pánico. Y entendí que hay más razones que evitar múltiples cuotas de uso para no tener tantas tarjetas.

Luego, el armario. El viaje de 50 días por tres continentes representaba hacer una maleta de menos de 20 kilos para todos los mismos. Tenía eventos tan dispares que necesitaba vestidos de gala y zapatos para correr. Lo logré con la maleta: tirando de lavandería en los hoteles y demás, regresé con menos de 20 kilos facturados (y un equipaje de mano pe-sa-dí-si-mo). Cuando abrí el armario, insisto, me pregunté: "¿y yo como para qué quiero tanta ropa si puedo vivir con tres pantalones, cinco blusas, dos faldas, un vestido y harta ropa interior?".

Y finalmente (last, but not least) los libros. Ayer acompañé a alguien a comprar un libro y estuve tentada a comprar uno de Murakami que tengo que leer. Decidí buscarlo mejor en la biblioteca. Y deambulé por dos bibliotecas con la esperanza de encontrarlo, pero nada. A cambio, me traje un libro del mismo autor ¡en catalán! (¿seré capaz?), otro de una autora mexicana que me moría por leer y una peli. No me gasté ni un euro (todavía no tenía tarjetas) y tengo una fecha límite para entregar los libros y por lo tanto, leérmelos.

Ya lo decíamos el otro día: a veces lo más bonito es tener una vida que quepa en dos maletas de menos de 23 kilos cada una. Así eres libre de empezar otra vez cuantas veces quieras. Y salir huyendo cuando necesites.

3.10.08

Vuelta musical

Y de repente, estaba en cualquier sitio. La primera noche me desperté a las tres de la mañana y no reconocía la habitación - claro, estaba en mi casa. Por primera vez en casi cincuenta días.

Soy una privilegiada, lo sé. Por tener un pasaporte ajado y cambiar de maletas dos veces al año. Por haber llevado a estos ojos a dar tantas vueltas, a reconocerse ciudadanos del mundo en tantas caras. Y está mal visto que a veces diga que me gustaría tener una casa, un espacio, una rutina. Porque lo tuve. Pero qué le vamos a hacer... el ser humano es impredescible y caprichoso.

Ayer fui a la universidad, a ver a mi padre local, a encontrarme con un cariñito gallego, a ver un documental brasileño, a cenar fusión con mi hermana francesa y mi corazón colombiano. A acordarme de porqué me gusta estar aquí --- de por qué adoro la sensación permanente de cambio.

(Porque quiere decir que algo se mueve. Que estoy viva. Que sigo).

Bienvenida a Barcelona, Cin. Otra vez estás en casa.

(Everybody is changing - Cover de Lilly Allen - me encanta con Keane, pero si yo cantara, sonaría más bien como esto)

30.9.08

Postales desde Shanghai (con ligero retraso)

Previo

El Congreso no terminó tarde. Los chinos cenan temprano y ordenadamente, así que la cena de clausura estaba programada de 18h00 a 20h30. Y así fue. Llegué un poco tarde, por aquello de la vanidad. Había vestido de clausura de Congreso en mi maleta y tocaba ponerselo y salir lista, como princesa. A decir hasta luegos y nos veremos el próximo año.

El asunto se extendió, entre discursos aburrídisimos y sesiones maratónicas de fotografías. Después, fuimos al hotel a cambiarnos – pretendía conservar un poco más el glamour, pero era imposible. Todo mi cuerpo pedía a gritos unos jeans y tenis. Ya vestidos de civil – pero maquillada y todo – nos fuimos a buscar un bar. Acabamos en un sitio llamado Alice donde habia bailarinas en poquísima ropa. Un par de las chicas del grupo, musulmanas, estaban incómodas. Eramos tantos que logramos que nos abrieran un privado. Y estuvimos bebiendo un rato pero después nos fuimos a bailar – con esa sensación de olvido, de bailar en absoluto anonimato. Con esas risas. Parecía que hubiéramos tomado más. Yo me tomé dos Long Island Iced Teas… pésima idea. Tan mala que cuando regresamos al hotel, estuvimos bromeando con fotografías y pasteles de luna pero yo no pude hacer la maleta.

Miércoles


Despertar tarde y empacar contra reloj – literalmente. La peor maleta de la historia. Todo a presión, todo corriendo. Todavía necesitaba hacer el checkout y ya era la hora de que llegaban por mí. Hice el checkout y pretendían que solucionara algún problema local. Pero yo ya estaba off duty. Por lo menos por unos días.

En mi auto privado – esto de ser VIP – salimos con Vlada y Greg. Todos íbamos para Shanghai. Al final, mi viaje en solitario no iba a ser tal y me sentí tan, pero tan tranquila de saber que no iba a lidiar yo sola con la locura de otra ciudad. Nos reunimos en el aeropuerto y tuvimos unas últimas risas – Greg que no se iba con nosotros, Sebastian que intentó pasar su perfume y lo mandaron a documentarlo, la pata de pollo (trofeo de karaoke) que arrancó las carcajadas de los guardianes en el punto de seguridad.

En el vuelo, hablábamos de la vida: de si uno está satisfecho o no, de si se pudiera o no morir mañana. Y en eso, una aproximación en falso a la pista de Shanghai. Vlada y yo nos miramos entre aterrorizados y divertidos, esperando que pudiéramos llegar al fin.

Una vez en tierra, los alemanes se impusieron: tocaba subirse al tren rápido con tecnología alemana que es tan caro que sólo se ha construido en Shanghai. Es cierto: alcanza los 420 kilómetros por hora. Quedamos de dirigirnos a nuestros respectivos hostales y regresar al mismo punto a las 6 de la tarde, para cenar y eso.

Mi hostal – una antigua fábrica de toallas reconvertida – era perfecto. Mi habitación doble justa para mí. Incluso me ayudaron a llevar mis cosas. En cuanto las dejé sobre la cama, me senté… y me dormí. Durante las siguientes cuatro horas no hubo poder humano que me despertara: ni siquiera la perspectiva de ver el panorama shanghainés.

Me levanté a tiempo, me bañé y alcancé a los chicos, que se cocían en la humedad imposible de Shanghai. Caminamos hacia el restaurante donde nos veríamos a tomar algo con una amiga de Vlada. Una terraza en la Concesión Francesa que podía, perfectamente, estar en la Colonia Roma de la ciudad de México o en el Eixample. Un bar australiano. Tomamos ahí el primer trago y luego nos fuimos a un típico restaurante shanghainés donde, gracias a los esfuerzos de Olga, tuvimos una de las mejores cenas del viaje… por unos 30 yuanes por cabeza.

De ahí caminamos a otro bar de expatriados a esperar más amigas de Olga. Estábamos cansadísimos, obviamente agotados. Y ellas llegaron perfectas, recién maquilladas, como si fueran Barbie Australia y Barbie Wisconsin. Barbie Australia tiene sangre china y habla algo de chino. También tiene unas tetas impresionantes y llevaba un vestido de cóctel. Pocas veces en mi vida me había sentido tan underdressed en frente de alguien… pero estaba tan cansada que tampoco importaba tanto. Barbie Wisconsin es morena, delgadita y mona. Estudia bioquímica o algo muy así. Está a punto de irse a trabajar a Holanda y luego a estudiar a Barcelona. Pero está preocupada: habla un poco de mexicano porque su familia es mexicana, pero no sabe si va a entender el español de Barcelona (sic – or should I say sick, really sick). Demás está decir que yo ya no dije nada y mejor me fui a dormir. La tarjetita con la dirección de mi hostal fue mi mejor amiga en estos días.

Jueves


Nos quedamos encontrar tarde, para desayunar. Nos encontramos más tarde de lo esperado porque yo no pude comprar los boletos a Hangzhou – la fila era horrible – y porque Sebastian dejó su tarjeta de crédito en el cajero. Pero todo solucionado, nos tomamos un café en un Starbucks (carísimo, como en todos lados) y luego nos fuimos al Instituto de Planeación de Shanghai. Tuve unas vacaciones temáticas de lo más simpáticas – nada de arte ni shopping: arquitectura y planeación. Me encantó, pero me cansé, y me fui a buscar otra oficina de boletos de tren. Nada. Regresamos y fuimos a comer a una zona de “artistas”. Tiendas monísimas con ropa imposiblemente cara. Como en Barcelona. Además, no tenía ganas de probarme.

Luego caminamos y caminamos y caminamos a ver un par de parques y luego una zona “renovada”. Es un centro comercial. Y parece Disneylandia. Nos quedamos ahí 20 minutos y salimos corriendo de ahí. Nos fuimos primero hacia el Bund, a ver la zona donde estaba el hostel de los chicos y el skyline del Pudong. En el bar del hostel nos tomamos una cerveza antes de salir hacia la recomendación de la noche. Después de media hora perdidos, terminamos en un restaurante Uygur donde Vlada habló en ruso con los meseros y todos teníamos una cara tan, pero tan larga que daba miedo. Acordamos de ir al día siguiente a la ciudad antigua. Primera hora otra vez.

Viernes

En el punto de encuentro a las nueve de la mañana. Casi todos tan puntuales – Florian, que es sabio, nos mandó literalmente por nuestras cocas y se fue él solo en su ruta. Nosotros comenzamos a caminar lentos, entre cafés, casas de cambio y mi malísimo mapa que no dejaba nada en claro. Después de un rato, cruzamos una frontera estética que nos gritó que estábamos en el pueblo viejo: la moda pijama (andar en la calle con pantalón de pijama y chancletas) se extendía por todos lados. Sebastian compró dumplings de no sabemos qué por cuatro yuanes. No nos los pudimos comer de asquito. Cuando llegamos al templo que buscábamos, pagamos dos yuanes por entrar y nos dieron nuestras varas de incienso. Entre buda y buda nos explicaron cómo rezar. Y yo di las gracias a los cuatro puntos cardinales por esos rincones de tradición en medio de tantos edificios enormes.

Seguimos caminando hacia la zona de los mercadillos de antiguedades. No compré nada antiguo – nada más unas bolsas de seda. Siguiente parada: el mercado de insectos. Los chicos no entendían nada y no me creían que los grillos y saltamontes son mascotas. No me creían hasta que vimos a unos hombres entrenándolos y analizando un video con peleas de grillos. Así. Salimos acicateados por el ruido y los olores, a seguir callejeando entre los paupérrimos restos de la muralla. Desembocamos en el mercado Yuyuan donde están unos magníficos jardines --- que nadie visita. Me indigné cuando ví un Starbucks a la mitad de la zona más tradicional. Comimos rápido y decidimos ir al fakemarket. Duramos tres horas recorriendo edificios con ropa, pésimas imitaciones y gente que quería vendernos TODO. Yo compré en la segunda parada una maleta, que originalmente costaba 500 yuanes, por 220. Y regresamos a la ciudad. Quedamos de vernos más tarde, pero yo ya no estaba para los chicos ni para las Barbies, que tenían plan conjunto. Así que me fui con Zeynep y su esposo a dar una vuelta por el Bund y luego los llevé a cenar al shanghainés magnífico de la primera noche. Increíblemente, logré ordenar casi lo mismo y hasta conseguimos un tenedor para Tallat. Estaba exhausta, así que me despedí de ellos y otra vez, utilicé mi súper tarjeta del hostal para llegar a casa con menos de 20 yuanes.

Sábado


El día anterior mi chino había probado ser bueno, pues logré comprar los boletos para Hangzhou. Les había entregado a los chicos los suyos y saldríamos a las 7h40. Pero nunca me enteré de qué estación. Entré en pánico --- pero luego le enseñé a un taxista mi boleto y me llevó raudo y veloz. Avisé a mis tres compañeros de viaje pero nadie se enteró – y los alemanes perdieron el tren.

Yo me imaginaba en Hangzhou una ciudad lindísima, tranquila, natural. Nada. Son seis millones de habitantes y tiene un súper lago que es la atracción. Desayunamos occidental (McDo) mirando el lago, las tiendas carísimas que lo rodeaban, su transformación en una especie de Epcot Centre. Vlada quería subirse a una bicicleta, pero yo no puedo con esas cosas. Así que quedamos de vernos en dos horas. Y comencé a caminar alrededor del lago. Pero no me había dado cuenta qué tan largo era. Total de que caminé sola durante cuatro horas y media sin parar hasta darle casi toda la vuelta. Avisé por teléfono que me olvidaran e hicieran su propio día. El mío fue lindo y productivo: finalmente, tengo métodos griegos de reflexión y fui arreglando el mundo mientras veía a todos los turistas chinos y yo escuchaba música en mi ipod. Era tan rara estando sola, ese día ahí, que los niños se tomaban fotos conmigo. Luego me subí a un barquito, fui a los islotes y regresé. Justo a tiempo para correr – literalmente – el par de kilómetros que me separaban de la estación.

Llegué al tren, me senté… y me dí cuenta que los chicos no estaban. Y, efectivamente, nunca llegaron. Regresé sola, medio dormida, medio planeando qué hacer. Olga me recomendó que fuera a un massage o a que me hicieran las uñas. Al final me decidí por lo último, pero se tardó más de lo esperado. Los chicos fueron al restaurante recomendado, ordenaron, mientras yo terminaba en el salón, tomaba un taxi al hostal, me cambiaba y regresaba al restaurante. Cené rápido – eran las 10 y media y la gente se duerme temprano, así que nos estaban apagando las luces. La última noche tocaba ir a un bar más mono y fuimos a uno totalmente indochinesco. Es más: nos sentamos en una cama (sin zapatos mis uñas se veían más bonitas) y tomamos tragos con ron. Todo muy sofisticado. Besos a Vladimir y a Olga (que es tan bonita como un cuadro pre-rafaelista) que se iban al otro día a Beijing. El plan de mi último día era ver arte – los planners querían irse a ver los suburbios de Shanghai. Pues adelante.

Domingo


Pensé que iba a dormir hasta tarde, pero no lo logré. Hasta contesté correos y todo antes de desayunar propiamente en el hostel y limpiar el exceso de papeles en mi portafolio. Después salí de nuevo a la concesión francesa, a buscar la fábrica de algodón azul de Shanghai. Y la encontré. Y qué peligro. De ahí, al distrito del arte. Toda la mañana y parte de la tarde viendo la nueva cara del arte en Shanghai en una antigua fabrica. Compré unas fotos y fui invitada por un fotógrafo a su estudio, donde me regaló mi nombre en chino (algo así como una mezcla de una letra que representa a Shanghai y la expresión “belleza serena”) y me pidió permiso para tomarme fotos. Ya qué hacia yo. Le tomé fotos a él y a su asistente en pura reciprocidad.

Cuando terminé, comencé a caminar hasta la siguiente estación. Otra vez sentí cómo la gente me miraba – estaba caminando por una zona nada turística, sólo guiada por mi mapa. Llegué al metro y me fui directo a Pudong, a ver el edificio más alto, con sus 100 y pico pisos. Hacia sol cuando llegué. Tomé fotos de más novias y más edificios. Todo creciendo como si fueran hongos – como si construir edificios de más de 100 pisos fuera el pasatiempo de alguien. Llegué y asumí pagar los 150 yuanes que cuesta subir al observatorio. Para lo que no estaba preparada era para dos horas de fila. Pero como los chinos son sabios, te hacen creer que ya vas a llegar… siempre. Hay una fila y luego te pasan a otro cuartito a hacer otra fila. Y así hasta el final. El punto es que ya me tocó ver Shanghai de noche desde arriba… y tampoco me quedé mucho. Ya estaba enfadada. Caminé un poco por el Pudong y luego tomé el tunel para cruzar hacia el Bund – que no vale nada la pena. Había quedado de verme con los alemanes a las 19h30 y llegué 19h33. Lo máximo. Hablé un rato con ellos y decidimos lanzarnos a la aventura a un restaurante que Lonely Planet marcaba como “barato”. Las sorpresas fueron dos: estaba cerrado por renovaciones y era casi tan caro como cenar en el Hilton. Así que caminamos hacia la Concesión Francesa – again – y nos metimos en el primer restaurante que vimos: en realidad lo que vimos fue la cocina y tenían tales carcajadas que pensamos que era una buena opción. Cenamos bien, pero raro: sobre todo por un pescado frío que pidió Sebastian, un arroz con cangrejo apelmazado que pidió Florian y una cosa que pedí yo que era como un arroz con leche en agua rarísimo. Lo siguiente, lo obligado, ir a un bar de expats a tomar un trago y decir adiós casi flemáticamente. Es lo que tienen estos europeos, son prácticos. Yo sería capaz de montar dramas infinitos cada vez que me despido de alguien a quien ya no sé si volveré a ver en mi vida y me cae bien (como fue el caso). En fin. Llegar al hostal, hacer maleta y dormirse unas horas.

Lunes (previo al vuelo)


Me levanté temprano, pero sin prisas. Salí y me despedí de la chica de la recepción, quien amablemente me escribió el nombre de la estación del tren rápido en un papelito. Taxi casi en la puerta. Nada de tráfico (día festivo). Tren rapídisimo, pero no tanto – ahora no alcanzó los 430 km, sólo como 380 -. Larga cola para check in mientras el nervio del sobrepeso. Nada. Escribir postales sentada en el suelo del aeropuerto gastándome con ello mis últimos 50 yuanes. Pasar el arco de seguridad y dar explicaciones por los dosmil cables y extensiones en mi oficina portátil. Mirar en las tiendas del aeropuerto y no comprar nada, por necedad, por falta de ázucar, porque tampoco necesito comprar nada. Comenzar a darme cuenta del tipo de vuelo que sería, con tantos niños. No pensar que me voy y no sé cuándo – o si – regresaré a este país.

29.9.08

Viñetas de vuelo en un lunes desde Shanghai

Cuento tranquilamente una docena de niños chinos, siendo lentamente importados a España gracias a los afanes transportadores de una compañía holandesa. Hay parejas que viajan también con sus otros hijos – los propios. Hay otras que viajan sólo con su niño chino. No estoy segura de que las autoridades hayan hecho una elección muy Buena al respecto de las parejas: especialmente me preocupa la de atrás de mí, con una niña que parece tener un pequeño problema de aprendizaje. Pero no son del todo cariñosos. Le hablan de pronto agresivamente. Y de verdad me pregunto cómo es que se hace la selección o qué tan frustrados están estos nuevos padres después del proceso – que debe ser lento, largo, doloroso.

No sé a dónde quiero llegar. Literalmente. No sé si quiero ir a mi casa, a mi cama en Barcelona o hacer otra parada técnica en Rotterdam, en La Haya, en México, en Beijing. Se estaba bien en esos sitios. Se estaba bien en Rotterdam. Pero hay que regresar a la vida normal.

En la misma fila que estoy yo, a dos asientos, está sentado un “chico” de unos – imagino – 36-38 años. En la pnatalla, están pasando Kung-Fu Panda (muy apropiado regresando de China). No es que esté atento, no. Atento es un verdadero understatement. Está absolutamente absorto en los muñecos animados, y sonríe. Acaba de salir mi frase favorita de esta peli – porque tengo una frase favorita en esta peli, que he visto en aviones. “Today is history, tomorrow is a mistery and the only thing we have is today. That’s why it is called the present”. O algo así.

La familia que está enfrente de mí, con una niña china muy morena, parecen unos padres casi perfectos. Tienen unas gemelas de unos cinco años que los siguen a todas partes. Y que de vez en cuando acarician a su nueva hermana. Su nueva hermana que ya está cansada después de dos horas de vuelo --- pensar que nos quedan nueve.

Lo más divertido de este post es que no se publicará inmediatamente – tendría tiempo de enmendarlo si fuera necesario. Lo cual en realidad podría ser ya que, cortesía de una copa de vino blanco y un poco de Bailey’s, estoy estupendamente mareada (por no decir alcoholizada). Esta esperanza vana mía de dormir en el vuelo…

Tengo la sensación de que me faltan regalos, de que no compré lo suficiente. Y sin embargo, tengo tantas fotos maravillosas, tantas imágenes que se me quedaron grabadas y no puedo dejarlas ir. Y luego los olores. En algún sitio se quedó un suéter directamente apestoso con mi perfume – me gusta ponerme mucho. Me llamaron para avisarme. Y entramos en la discusión de qué sucede cuando puedes o no reconocer un perfume en otra persona. Y resultó, como por asunto de gracia, que alguien cercano a mí en mi aventura china usaba un perfume que yo ya daba por prohibido. Y le dí permiso de quitarle lo prohibido. Estuvo bien, he de decir. El exorcismo del aroma.


No puedo creer que esta noche estaré en casa. No puedo creer que haya pasado más de mes y medio fuera, haciendo cosas. No puedo creer que hasta ayer noche me comunicaba en inglés y en chino mínimo. No puedo creer que estoy regresando.

Voy a hacer como que escribo. A ver cuánto me dura la batería de la compu o la energía para escribir. --- mentiras… estoy viendo las fotos. Quiero más.

Ahora estaré en los recuerdos de muchas familias, sin quererlo: apareceré asomada, en sus videos, en los que muestran el vuelo en el que están llevando a sus hijas (no veo niños) a sus nuevas casas catalanas. Me preguntó qué pensarán el resto de los orientales que nos acompañan en el vuelo – cuál será su opinión de esta exportación tan particular. Y no puedo dejar de acordarme de Maca y de su blog que afirma que en China se regalan niños como iPod. Vamos, todo a cambio de una módica cantidad.

Faltan tres horas de vuelo y la gente se está poniendo pesada. Y me queda un 26 por ciento de batería. Comienzo a tener miedo. Según la pantallita, estamos pasando por San Petersburgo. ¿Y si me bajo a ver qué encuentro? Total, que al cabo con mis maletas tengo suficiente para amortiguar la caída – tanta angustia para encontrarme con que a los chinos de la aerolínea holandesa ni siquiera les funcionaban las básculas en el aeropuerto…

Yo quería comprar más cosas en el aeropuerto. En concreto, necesitaba comprar y sustituir un regalo que me dieron mis anfitriones chinos – era una funda para el móvil, pero mi cámara cabía perfecta. Mi cámara de la cual ya había perdido la funda en una de las borracheras post-congreso. Además, era perfecta porque tenía la mascota de las olimpiadas verde, la golondrina, la que se llama Nini – como me dice mi abuela. Me sentía identificada y todo. Y ahora seguro está tirada en algún sitio en Hangzhou, sin que nadie pueda regresármela.

Tengo sentados a mi lado creo que un par de alemanes, porque hay algo que me dice que no son holandeses. Pero quizá sólo son mis ganas de que no sean holandeses porque en general los holandeses me caen bien y estos son un poco sosos. O un mucho. Pero se quieren y se dan de besos. ¿Será sólo terrible envidia?

La chica china que está sentada al otro lado del pasillo se durmió. Antes de dormirse, sacó una especie de calcomanías con forma de estrella con las que cerró sus párpados. Era, cuando menos, rarísimo mirarla.

Tengo unas ganas locas de tomar fotografías pero me da miedo que la gente se enoje conmigo. Soy una pésima fotorreportera.

Ya casi acabo la relatoría de Shanghai. Lástima que también mi batería quiera morirse.

28.9.08

Grand finale


No puedo cantar victoria ni fin aún: y sin embargo, no tengo más qué pedirle al destino que un trago de vodka, té verde y litchi en una terraza de la Concesión Francesa, hablando en inglés con dos alemanes. No cabe duda que somos ciudadanos del mundo. No cabe duda de que siempre me equivoco al no tomar fotografías de muchos pequeños momentos - y eso que tengo el gen japonés. No cabe duda que me gusta, me encanta, parece que necesito, complicarme la vida.

Mañana, a mis 10 de la mañana, tomo un avión de regreso hacia las Europas. Desde ese avión se hará la crónica de Shanghai. Mientras tanto, 10 hitos:

- Comer y ordenar shangainés en un restaurante típico en Fumin Road.
- Aprender a pronunciar el nombre de la calle donde está tu hostal y guiar cada noche a un taxista hasta ahí.
- Descubrir entre las callejuelas el taller de algodón tejido en azul y comprar a señas.
- Salir asqueado del "fake market" con todo tu dinero en los bolsillos.
- Subir al piso 100 del Shanghai Financial Center y descubrir que no, así no le tienes miedo a las alturas.
- Ser fotografiada por un artista en el distrito artístico y tener traducción simultánea de la conversación gracias a su asistente de 20 años.
- Quedarte mirando una nariz enorme y unos labios gruesos y pensar que son hermosos, a pesar de todo.
- Ir al mercado de insectos con un serbio y un alemán y verlos escandalizarse ante las peleas de grillos.
- Tomarte una foto con una niña vestida de tradicional rojo chino en el islote a la mitad del lago de Hangzhou.
- Mirar las luces de uno y otro lado del río y pensar que sí, que a pesar de todo, eres muy, pero muy afortunada.

21.9.08

Bambalinas

Hace años, cuando seguía en la preparatoria, fuí parte de un espectáculo musical en el que, entre otras cosas, cantábamos "Africa" y "Fantasy". ¿Quién me iba a decir que casi diez años después iba a ganar un concurso de karaoke en una ciudad china con esas canciones? ¿Quién, que el premio iba a ser una horrorosa pata de pollo - foto pendiente? ¿Quién?

Sigo agotada pero no me puedo quitar la estúpida sonrisa de la cara. Hasta parece que el sol sale a mi favor.

19.9.08

Una imagen



(Pies cansaditos después de primer día de Congreso y cena de gala con todo y espectáculo chino-ruso-ochentero-comunistoide-ultraguay incluido. Ya se hablará de ello en próximas entregas. Por lo pronto, a escuchar musiquita en la tina. Ciao).

18.9.08

El Ciudad Valles del Lejanísimo Oriente

Me dio el silencio después de dejar Beijing porque me dí cuenta que no sabía para dónde me llevaban. Entre las cosas chistositas que tienen los Congresos en el mundo, es que luego paras en sitios en donde nunca, pero jamás, se te hubiera ocurrido poner un pie. Como Dalian, en China.

A decir verdad, me costó ubicarla en el mapa. Al principio lo que me parecía más atractivo era la posibilidad de venir de este lado del mundo, no importaba a dónde. Y ahora resulta que estoy en una pujante ciudad entre industrial, portuaria y turística. Lo cual, en realidad, nos ubica más bien en Tampico que en Ciudad Valles. Pero resulta que Tampico no conozco y Valles sí. Otra diferencia importante: la ciudad tiene cinco millones de habitantes. Y esta sensación loca de febril actividad que ya había detectado en Beijing – aunque no sea tan bonita.

Escribo esto sentada en una mesa de trabajo del verdadero negocio familiar – de la verdadera maquiladorita donde todos trabajan… como chinos. Son las diez de la noche. Mañana se inaugura el Congreso. Y en palabras de Chen, una de las chicas de logística local, en China “si el Congreso es un día, el programa no está hasta el día antes. O incluso sólo unas horas antes”. Me estremecí. Me acordé del “no se preocupe, guerita, que también de esta salimos”. Y salen, los condenados. Por eso, estamos en la casa del impresor, haciendo los posters de la exposición que ha cambiado de tamaño y forma ochocientas veces (ya me matarán mañana los expositores), un libro sobre planeación, más gafetes (porque no están todos los de la lista) y unas cajitas forradas de rojo para los gafetes, que tienen a mi compañera de afanes histérica.

Además de la línea de producción de productos gráficos – en un par de horas los he visto sacar varios tirajes de libros, un folleto de bienes raíces, tarjetas de presentación, los posters, una agenda – en el chiringuito de al lado hay una tienda de abarrotes. En realidad, primero creí que estaban conectados por atrás por ser una especie de familia, pero ahora me doy cuenta que se trata de una especie de zona de servicio común. Esto de los baños de aguilita me parece… de lo más higiénico, ja.

Como a media hora en coche, me espera una cama enorme con sábanas impecables en una habitación del piso 26 de un hotel. Lo simpatico es que es un hotel “chaparrito” comparado con los demás que se levantan a su lado. Y a mí ya me dá vertigo con ese elevador. La televisión sólo tiene canales en chino – bueno… uno de ellos es de culebrones (chinos) subtitulados en inglés. El buffet de desayuno es más bien malísimo y el decorado art-decó hongkonés es de un kitsch impecable con sus brocados rojos, sus adornos de crystal cortado y los remates dorados por todos sitios. Pero bueno… ahí estamos. Aguantando como unas campeonas.

Aquí sí podría estar completamente perdida. Tengo un teléfono móvil local con números de emergencia y la típica tarjetita con la dirección de mi hotel en chino. Aquí sí muy poca gente habla en inglés. Además, no me ha tocado encontrarme con los niños, que son los más aventajados y desvergonzados en aquello de hacer sus pininos con el idioma. La gente escribe un inglés bastante bueno, pero hablarlo es otro cantar. Yo no digo nada: creo que sigo sin dominar el “nihao” con la pronunciación correcta.

En medio de la locura, me doy cuenta de una cosa: me pongo más histérica cuando estoy solita. Aquí, en medio de un montón de histéricos, lo único que me queda es respirar profundo y poner una bonita cara. Por lo pronto ya sabemos – algo – de mi futuro. A ver si es cierto. Anoche, además, por primera vez en mucho tiempo, tuve con alguien una confusión de tiempos – me habló a las diez de la noche para descubrir que eran mis cuatro de la mañana. La culpa, parece, la tiene la compañía china de telefónos, que retrasa mis mensajitos. Pero ni me enojé de que me despertaran. En realidad fue bonito saber que siempre, en algún lugar del mundo, hay alguien que piensa aunque sea un ratito en ti.

17.9.08

Lo que me trajo hoy MTV China

Sometimes time doesn't heal
No not at all
It just stands still
While we fall
In or out of love again I doubt I'm gonna win you back
When you've got eyes like that
They won't let me in

Always looking out

(Jack Johnson - If I Had Eyes")

16.9.08

Y por cierto...

¡viva México!

De murallas, callejones y escenografías

Según una de las guías que Gaby y yo hemos estado leyendo en los últimos días, hubo una época durante la construcción de la primera fase de la Gran Muralla China en la que miles de chinos murieron de inanición porque los campesinos fueron obligados a trabajar en la construcción, dejando de lado la búsqueda del alimento. Esta noche, justo debajo de la plaza Tianamen, hemos visto a más de una decena de personas dormir sobre cartones, con sus pertenencias recogidas en bolsas de basura. Y no pudimos dejar de preguntarnos si eran ellos los damnificados locales. Si como aquellos que se murieron de hambre por culpa de la Muralla, no ellos están durmiendo sin techo en respuesta a otro proyecto de Estado como las Olimpiadas.

Salimos temprano. Era nuestro último día en Beijing y queríamos aprovecharlo al máximo. Junto a la plaza - ahora cerrada porque la están preparando para la clausura de los Paralímpicos mañana - está la estación de autobuses para tours. De donde salen todos los tours a la Gran Muralla. Todos los tours en Chino.

Como estamos hechas unas aventureras, envalentonadas porque nos cuidamos las espaldas, nos fuimos al tour. Elegimos uno que iba a las Tumbas Ming y a la parte "más turística" de la Muralla. Con todo y comida, el asunto eran 160 yuanes, o sea, poco menos de 16 euros. Y bueno, nos subimos al autobús - con otros cuatro rubísimos occidentales y 40 y tantos chinos.

Nada más arrancar, la chica que dirigía la expedición comenzó a hablar. Y a hablar. Y a hablar. Yo había logrado borrar ya su voz de mi mente cuando Gaby llamó a mi atención que la mujer tenía 35 minutos hablando sin parar, sin grandes variaciones en la voz, sin gesticular. No en balde varios de los oyentes se quedaron dormidos. La primera parada, cerca de las 11, fue a comer. Otra vez mi yo poco aventurero miró algunos platos y se puso a comer arroz y verduritas. En el sitio vendían toda clase de jade y medicina natural del estilo placenta de venado. No, no compramos nada.

La siguiente parada fueron las Tumbas - sin explicación en inglés. Nuestra "guía" sólo sabía decirnos a qué hora teníamos que estar de regreso en el autobús. Caminamos por el Mausoleo y lo encontramos mono, aunque un poco soso. Veredicto: todas las ruinas importantes en Beijing fueron repintadas hace no más de un mes. Estas no.

Tercera y última parada: la Gran Muralla. Por más que me esfuerce en explicar cómo me duelen las pantorillas y los metatarsos, no puedo contar con exactitud la frescura del viento en esa cosa que serpentea por las montañas. Mis ojos se llenaron de piedras, de niebla, de carritos que suben con ruidos extraños como el trenecito del Parque Alcalde, de atletas paralímpicos bajándose de su silla de ruedas para subir (o bajar) a manos pelonas alguna de las cuestas. Y toda esta gente con sus cámaras, tomándose fotos. Riéndose tanto. Detiendo a los occidentales para fotografiarlos. Porque sí, aquí uno es el rarito. Por una vez.

De regreso, dormimos. Entramos a Beijing cuando estaba devorada por un intenso tráfico. A lo lejos, entre decenas de nuevos edificios de departamentos, ví las enormes pantallas que trasmiten las noticias y los juegos. Pensé que podría ser conveniente vivir cerca de una si no puedes comprarte un televisor. Me arrepentí al momento.

Cuando llegamos a la estación, aún llovía mucho. Tomamos un café refugiadas en un sitio cualquiera y después, en cuanto amainó, fuimos a visitar la calle Qianmen. La estaban renovando para las Olímpiadas, pero se tardaron un poco demasiado. Ubicada del lado contrario del Palacio Prohibido de la Plaza Tiananmen, es una antigua zona comercial. Pero la borraron. Construyeron una callecita que puede estar en cualquier parque temático del sur de California. Tan es así que las calles laterales están cerradas con candados y puertas de madera, como una escenografía perfecta. Encontramos una calle por la cual salirnos del set y llegamos a un sitio donde se venden zapatos baratísimos, y blusas de seda y gorras verde militar con estrellas. Y seguimos caminando. Y nos metimos en un Hutong, esos barriecitos-callejuelas que el gobierno recomienda visitar de día. Y eso era lo que había atrás del decorado: gente que vive en habitaciones, con baños comunitarios, con sonrisitas apenadas detrás de las cortinas.

Volvimos a la escenografía y luego hacia la Plaza. Caminamos hacia el hotel y cenamos en un modernísimo restaurante chino-japonés (nada parecido a los de Barcelona, por cierto - como comida rápida, pero versión local). Mientras seguía saboreándome la malteada de té verde que me tomé al final, no pude quitarme de la cabeza a los que murieron de hambre cuando la muralla, a los que duermen bajo la plaza con las olimpiadas y a los especuladores que quizá mueran de miedo esperando que la calle Qianmen no se quede por siempre convertida en un falso set que sólo atrae a los mirones y a los policías.

15.9.08

Parecería que estas puertas nunca estuvieron cerradas

Pero sí lo estaban. Y ahora miles de chinos y de extranjeros las cruzan todos los días, y se divierten en los patios que antes estaban cerrados sólo para los emperadores y sus más cercanos amigos. Quizá lo más romántico, lo más dulce, es ver a los ancianos que seguramente sabían de la Ciudad Prohibida como algo lejano entrar de la mano de sus hijos o nietos y llenarse los ojos de los techos con esmalte amarillo o de las extravagantes colecciones de palacio – los relojes, las teteras de jade, los jardines con cascadas falsas. Hay una sensación de Disneylandia trasnochada tras los muros y las enormes filas para comprar los boletos de entrada a los museos, en las tiendas de recuerdos y los sanitarios con “calidad cuatro estrella”. Hay un montón de sonrisas, y millones de fotos que se toman en cada esquina, en cada lugar bonito. Hay algo profundamente dulce en la Mirada del Mao Tse Tung que cuelga de la entrada de la Ciudad Prohibida. Algo que seguramente Warhol ya había visto. Algo que los guardias de palacio no entienden, porque no dejan a los turistas tomar fotos.

Parecería que en esta plaza nunca pasó nada, con sus enormes y coloridos adornos florales celebrando los paralímpicos. Con su museo con estatuas en favor de Mao. Pero entonces uno mira a la bandera – pequeña – que ondea en su orgullo colorado. Entonces uno ve a las decenas de guardias jovencísimos, vestidos de verde, que miran a los paseantes casi sin moverse, bajo el inclemente sol. Y entonces uno se acuerda que en esa Plaza – esa, que, de nuevo, se parece tanto al Zócalo y de pronto a Tlatelolco – un montón de jóvenes se quedaron, mirando hacia adelante, hacia un sitio diferente.

(“Sé crítica”, me dijo alguien antes de salir de Barcelona. Y soy crítica. Pero también sé que los pekineses – me pregunto si aún se dice así – merecían estas olimpiadas. Con sus sonrisas y sus intentos por entenderte (y hacerse entender), con sus super-pobladas líneas del metro, con sus parques donde la gente hace uso real del espacio público bailando, cantando opera, haciendo ejercicio, volando papalotes… quizá mi mirada sea demasiado dulcificada y mis palabras resuenen tras una cortina de vaselina que hace que todo parezca más romántico. Pero aquí la gente trabaja. Mucho. Y está contenta de tener unas Olimpiadas. Y estoy segura de que las merecían).

Menús: mi espirítu aventurero, resulta, es menos de lo que uno podría creer. Fui con G al mercado de “snacks” cerca de nuestro hotel y se nos revolvió el estómago de tanto olor a fritura… también es cierto que la vista de brochetas de serpiente no ayudaba mucho. Al final, cené pato Beijing. Bue-ní-si-mo. Y descubrí que para tomarse un café relativamente decente hay que ir, sorpresa-sorpresa, a un McDo. Y que las cervezas “normales” son de 800 mililitros. Vaya pues con este extraño país de la relativa abundancia

14.9.08

Sauces llorones, budas inmensos, sol lagañoso

Cuando abrí la ventana esta mañana-madrugada, desde el avión podía ver un montón de edificios altos de departamentos, de cuando menos 15 pisos cada uno. Pero los percibía a través de una densa neblina, como nata. Y me acordé de mi mamá que dice que cuando vivíamos en el DF me sacaba a que viera "el sol lagañoso".

Beijing está cubierto por una nata grisácea que hace que los atardeceres sean espectacularmente rojizos. Específicamente hoy, fiesta de la mitad del otoño, de la luna, cuando una inmensa luna llena se asomaba entre los barrios obreros que mi compañera de viaje y yo tuvimos a bien visitar. Es cierto: estábamos semi-perdidas. Pero bajo la excusa de que todo es nuevo y nos genera un entusiasmo fuera de lo normal, caminamos entre callecitas estrechas pobladas por cientos de vecindades y vecinos que nos miraban casi como si fuéramos extraterretres. Supongo que es la misma mirada de extrañeza: con la diferencia de que, por una vez, nosotras con nuestros rasgos occidentales somos minoría.

Tengo el cuerpo entrecortado de dos noches sin dormir (más un inicio de fin de semana épico), pero necesito escribir para acordarme: escribir que esta noche en el parque Benhai, cenamos a la orilla del lago donde decenas de personas viajaban en barquitas, remando, todo iluminado en colores rojizos. Comí unas verduras muy picantes, arroz, un par de cervezas Tsingao. Los farolillos rojos están por todos sitios. Y las flores. Y la gente bailando en el jardín hasta antes que comenzara a caer una tormenta de verano. Alrededor del lago hay muchos sauces llorones que, justamente como se veía en las caricaturas de mi infancia, bailan con una elegancia particular ante los embates del viento.

Antes de llegar al parque, mi compañera de viaje y yo habíamos ido primero al Estadio Olímpico y luego al Templo Lama. Muchos budas se suceden en una conglomeración de pequeños templos donde la gente ofrece manojos (literalmente) de incienso. Me hubiera gustado poder tomar una foto a ese olor a sándalo que me colaba entre las coyunturas de la rodillas y en las manos. Al fondo, ya casi para cerrar, descubrimos un buda de 23 metros, hecho con la madera de un solo árbol de sándalo. No pude evitar pensar en el árbol en Tula e imaginarlo - entre terribles escalofríos - convertido en un Juan Dieguito o en un Marcos de veintitantos metros de alzada.

No es todo lo que se queda en mis ojos el día de hoy. Quizá lo más extraordinario, el parecido a la caótica Ciudad de México que encuentro en Beijing, lo lindos que son los niños cuando sonríen y la luna llena que iluminaba nuestros pasos (aún mientras andabamos un poco perdidas), también llevándose recuerdos para quienes tengo en la mente hoy y que pronto, en unas horas, verán anochecer.

8.9.08

Soundtrack de lunes raro

Que me estoy durmiendo, es cierto. Que los lunes no son días para tener ataques de buena onda, también. Que esta canción me persigue desde que me levanté, tampoco hay duda. Aquí, la Merchant, aún con los 10.000 Maniacs, con These Are The Days.

These are the days you might fill
With laughter until you break
These days you might feel
A shaft of light
Make its way across your face
And when you do
Then you’ll know how it was meant to be
See the signs and know their meaning
It's true
Then you’ll know how it was meant to be
Hear the signs and know they’re speaking
To you, to you.

7.9.08

Pequeños actos de fé

Aquello de aprender a mantener mi equilibrio en una bicicleta hace meses fue una revelación: sobre todo la sensación del viento en la cara y en mis manos. Y digo aprender a mantener el equilibrio porque después de pasar una semana en Holanda me doy cuenta que no tengo ni idea. Paso de ciudad en ciudad y me asombro y me aterro de la manera en cómo pasan de un sitio a otro, cargan la compra, a los niños... vamos, hasta a las visitas.

El viernes tomé un tren hacia Rotterdam. Tenía el cumpleaños de alguien querido allá. Al llegar, lo encontré afuera de la estación, muy sonriente, con alguien más. Ambos con sendas bicicletas. Ya me lo había anunciado pero le dije que yo pensaba caminar de la estación a nuestro destino, tomar un tranvía o en el peor de los casos un taxi. Llevaba una falda amplia y tacones. Pero, como me tardé y tomé el tren demasiado tarde, no había muchas opciones: o me subía en la parte de atrás de su bicicleta y cruzábamos no sé cuántas calles de la ciudad, o perdíamos la reservación.

Ya durante la semana mi jefa - que es tozuda como ella sola - me había hecho subirme en la parte de atrás de su bicicleta para ir de la oficina a su casa. Casi morimos de un ataque de risa. Además, yo temía que mi peso la sacara de balance. Pero no fue así. Ahora, en Rotterdam, dado que él es como 30 centímetros más alto que yo, realmente no me preocupaba ser pesada: me preocupaba caerme y romperme todo.

Pero respiré profundo. Y me senté en la bicicleta, me agarré del sillín y no cerré los ojos. Me fui dando mi primer paseo por la ciudad. Él pedaleaba y me explicaba dónde había estado la línea de fuego, la zona de los más nuevos rascacielos, los museos, los restaurantes asiáticos...

Al final de la noche, después de un par de copas de vino, me fue más fácil subirme. Y de pronto, a mitad del camino, me dí cuenta de que se trataba de un enorme acto de fé. Que no tenía miedo y que estaba disfrutando el paseo. Que confiaba no solamente como uno confia en alguien que conduce un automóvil - finalmente el automóvil es una coraza de metal. Esta vez confiaba en alguien que me llevaba literalmente cargando y quien se cuidó un par de veces de que mis rodillas no dieran contra algún muro de contención.

Mi única conclusión fue que es muy bueno poder confiar así. Y me acordé también que en alguno de mis cuadernos de notas había escrito resultado de una conversación o una película (esta memoria mía de corta duración): "son los pequeños actos de fé los que nos dan esperanza".

Tan cerca y tan lejos

El NYT publica hoy uno de los mejores articulos que he leido en mucho tiempo sobre las redes sociales y el uso publico-privado de Internet - estas cosas que a mi me encantan. Caiga esta perla, dicha por una twitterer y blogger "famosa": ‘You’re being very nice and trying to help me, but though you feel like you know me, you don’t.’ ” Boyd sighed. “They can observe you, but it’s not the same as knowing you.”

4.9.08

Inmovilidad

Según cuenta La Vanguardia de hoy, el Instituto de Estudios Catalanes ha llegado a la conclusión de que la población de Catalunya está "perpleja" ante tanto cambio tan rápido y por eso no sabe cómo adaptarse a él.

La perplejidad me parece una bonita excusa para vivir la vida desde la sala de la casa, mirando lo que sucede allá abajo como si sucediera en la televisión. Y no lo digo por los catalanes. Lo digo por todos los que, de un tiempo para acá, nos escudamos en que las cosas cambian y el miedo que nos dan para no hacer nada, para no decidir, no caminar, no arriesgar. Y entonces me acuerdo de aquel anuncio de Audi que decía: "now that we know that the greatest risk is not to risk".

Pues eso. Ya sé que sueno a las campañas estas de "únete a los optimistas", pero toca arriesgar. Un poco. Salir a la calle y mojarse. Literalmente.

3.9.08

Primer día de clases

Ella es preciosa. Sin lugar a dudas, una de las niñas más bonitas que he conocido en mi vida. Su cara es perfecta, es delgada, sonriente y, por lo menos para mí, simpática. Claro que ella es simpática conmigo (o para mí) porque tenemos una diferencia de 18 años y alguien en común. Pero no sé cómo sea con el resto de las personas.

Ayer hablábamos de su primer día de clases. Se quedó dormida y llegó tarde, casi con media hora de retraso. Y me contó que el primer día uno puede seleccionar con quien se sienta, con quien comparte la mesa. Me acordé de aquellas horas de angustia en las que uno deseaba que su amigo, el otro freak de la clase, llegara a tiempo para poder refugiarse juntos con tranquilidad en un rincón del salón. Y el horror que te tocara sentarte contra alguien más bajo en la "escala" social de la escuela que tú --- si es que esto existía.

En fin, que ella llegó tarde. Y los sitios ya estaban asignados. Y le tocó sentarse con alguien que no es "popular". Nos contó esto con un poco de horror. Su padre - quien supongo que como yo no era un niño muy popular - la miró y se quedó un poco en silencio. "Piénsalo así: para un niño no muy popular es una fiesta que tú te sientes junto a él. Así que deberías ser una buena compañera y disfrutarlo". Ella se quedó pensando. Yo también. Luego seguimos preparando la ensalada.

Ventanas

En casa de mi abuela, la última que fue mi casa en Guadalajara, yo vivía en una habitación con un gran ventanal hacia la calle. En términos de usos y costumbres, era el sitio ideal para que alguien llegara a dar una serenata, o hacer una canción de amor desesperada. L dice que mis relaciones anteriores no son válidas porque nunca, nadie, me ha dado una serenata. Yo le digo que no es cierto: a mis 15 años tenía un galán programador de radio que me llamaba y me iba diciendo cuáles eran las siguientes canciones en la estación. Eso me bastaba por serenata.

Lo contraproducente (o no) de ese ventanal es que se oye o se ve todo lo que pasa en la calle. Estuve el sábado pasado observando durante mucho tiempo, esperando que llegara alguien. Lo curioso es que no sé quién en específico. Y llegaron. Y los que llegaron fueron muy bienvenidos. Y son los que están y deberían de estar.

* * * * *

Estuve en mi ciudad una semana, trabajando. Tanto, que realmente no me pude sentir de vuelta ahí. Me despertaba y veía por la ventana de mi cuarto de hotel una calle que me era conocida, pero no familiar. Fui a la nueva ciudad, a la que creció sin mí. Y era como cuando ves a tu primo favorito y lo encuentras 15 centímetros más alto que tú.

* * * * *

Estuve en casa de la madre de una de mis mejores amigas. Diseñada por su padre, es un cubo blanco perfecto, con grandes ventanales que fueron cubierto con falsos esmerilados para que nadie pueda asomarse. Sólo el sol. Lo más bonito eran los patios de la primera planta, con vidrios sin esmerilar; o esa enorme ventana que está en la cocina y da al parque, donde había niños, y perros, y lluvia.

* * * * *

A través de la ventanilla de un avión, vi Guadalajara, Las Vegas y Nueva York. Intenté no llorar mientras miraba el llano donde se quedaba un pedacito de mi corazón. Me sorprendió cómo Vegas sale de la nada, en medio del desierto y cerca de una gran presa. Me emocionó descubrir Central Park desde arriba. Pero no me sentí tranquila hasta que comencé a ver la orilla de las dunosas playas holandesas. Ahí el próximo destino.

* * * * *

Vivo temporalmente en una pensión en la Van Somethingstraat. Mi habitación, en el último piso de una casa típica, "en una calle muy aburrida" según un crítico observador local, tiene una ventana pequeñita con cortinas azules, desde donde puedo ver quien pasa y quien no. A una media cuadra, hay una mujer que da clases de piano. Lo sé porque tiene un letrero afuera de casa y porque tiene el piano en la primera ventana, desde donde puede verse. La ví tocando y, horas después, escribiendo algo en una pesada Remington. Con sus dedos huesudos, largos y blancos, cayendo ligeramente sobre las pesadas teclas. Hubiera querido tomarle una foto, pero me dio verguenza. Si algo he aprendido en este país es que el vidrio debería ser suficiente protección para que no te miren - estás dentro de casa.

* * * * *

Él es muy crítico con su departamento. Dice que es increíble que hace seis años que lo está arreglando y sea imposible terminarlo. A mí me encantó: lleno de plantas, y de ventanas, con dos gatos, con muchísimos libros. Mínimo, pero suficiente. Hay fotografías que él tomó y dibujos que la niña ha estado haciendo durante años. Quiere tirar uno de los muros que quedan y convertirlo en otra ventana. Es lo lógico, dice, mientras uno de los gatos se encarama en el borde de la ventana y se queda mirando hacia los ciclistas que pasan, rápido, para no mojarse.

* * * * *

(No cabe duda, pues: cuando se cierra una puerta, se abren varias ventanas).

22.8.08

Regreso

Cuando uno está adolescente y tiene la fortuna que le haya tocado una habitación para si mismo en casa, la convierte en algo así como en un reino de absoluta tranquilidad. Que afuera se puede estar cayendo el mundo pero ahí, detrás de las puertas, en esas cuatro paredes, todo está aparentemente bien. Por lo menos durante un rato. En poco tiempo. Luego descubres que hay que salir para ir al baño o a la cocina a comer algo y necesitas liberarte de la verdadera "zona de confort".

Después, el concepto de "zona de confort" se extiende a toda la casa. Pero igual, uno no se puede quedar encerrado atrás de la puerta con tres candados - aunque no sea negra, ja -. Hay que salir a la calle, a comprar víveres, a encontrarse con otros.

Regreso a Guadalajara y tengo la sensación de estar en la recámara de mi adolescencia, en la casa en la que crecí. Es una zona de confort: conozco sus errores y sus zonas mullidas, lo mejor y lo peor.

A veces creo que quiero quedarme. Pero sé que necesito salir para entender, para completarme, para estar.

20.8.08

Esta muñeca...

Se cambia de aparador por los próximos 40 y pico días. Ya estaremos reportando. Por lo pronto, al aeropuerto bajo el cielo encapotado de Barcelona. Qué ilu. Esta noche estaré cenando tacos en Guadalajara.

Chau.

18.8.08

Dos posts extraviados

En sábado de limpieza, encontré algunos recortes que voy guardando de cosas que quiero postear... y luego se me olvidan y dejan de tener sentido. Pero como este blog es como cuaderno de notitas, van:

Frases épicas encontradas en una revista Glamour americana
(o por lo menos épicas para mí)

- La mujer americana promedio pesa 74.4 kilos y tiene una estatura de 1.63 metros - esto es tiene cerca de 16 kilos más y 15 centímetros menos que la súper modelo promedio.
- Está bien si:
* tienes una política de no hacer la cama en fin de semana
* nunca has tenido perfectamente claro qué es lo que te gustaría hacer con tu cabello
* realmente nunca te ha gustado la música tecno
* no estás especialmente interesada de momento en "encontrarte a ti misma".

- Siete maneras nuevas de ver a tu cuerpo
* es una fuerza de la naturaleza y merece tu respeto siempre que desafía tu control: desde explosiones de adrenalina, un cólico insoportable hasta un ataque de lujuria por un casi-extraño.
* es de músculo sólido, aunque no lo creas.
* es una "máquina de placer". Y hay que jugar con todos sus “botones”.
* te dice como te sientes en realidad – todo signo físico es un indicador emocional y hay que ponerles atención.
* se regenera solo: ocho horas de sueño, cinco minutos de risa o diez saludos al sol pueden hacerte sentir nueva.
* puede crear cosas de belleza trascendental: una sonata, un jardín de rosas, un bebé.
* es único en el sentido más puro de la palabra: siempre habrá alguien con muslos más firmes, pero nunca nadie con un cuerpo exactamente como el tuyo.

(ya, vale, lo acepto, esto es vergonzante. Hay algo un poco torcido en que busque iluminación en publicaciones femeninas, pero ya que me ventaneo tanto a mi misma…)


Cosas que había que hacer en Londres


- Ir a la galería White Cube a ver la exposición más reciente de los Chapman, con tema del holocausto – “If Hitler Had Been a Hippy How Happy We Would Be…” (hum, esto no era bonito, pero sí interesante: compraron un lote de pinturas hechas por Hitler y las intervinieron pintándoles arcoiris y cosas “cute”, hicieron unas maquetas horribles sobre el peor de los Holocaustos y luego intervinieron también retratos de personas que compraron olvidados. El nombre de esta última parte de la exposición era “One Day You Will No Longer Be Loved”. Bua. Ya no está. Se acabó el 12 de julio).
- Ir al cine a ver un documental que se llama “A Complete History of My Sexual Failures”. Directamente, el señor Chris Waitt se confiesa ante la audiencia, va y nos presenta a todas las ex novias, toma viagra y sale a buscar con quien acostarse y, con un guión magnífico, se asegura su entrada eventual al mundo de las comedias románticas, me supongo. Ya no creo que esté en el cine en Londres, pero yo la vería otra vez. Me reí demasiado.
- Ir a la Tate Modern y ver la exposición de Cy Twombly (expresionismo abstracto americo-italiano) y una que se llama Street & Studio sobre el uso social del retrato fotográfico. Ambas siguen, son de paga, pero conviene comprar el boleto combinado. Están bien bonitas. Además, ya de pasada, hay que comprarse la línea del tiempo del arte que tiene el Museo en el primer piso. También es la onda.
- Ir al Barbican a ver la casa de muñecas que montaron los diseñadores holandeses Viktor & Rolf. La verdad, me pareció una de las exposiciones más interesantes que he visto últimamente, no sólo por su contenido en moda, sino por el uso de los múltiples medios para el arte y la creación de concepto alrededor de los desfiles. Me reí un poco porque me acordé de cuando el cine y la fotografía se veían con escepticismo como arte en contraste con esta exposición dedicada a la ropa – gran representante de las visiones culturales de la sociedad contemporánea. Es bien bonito, de veritat. Hay que ir.

Dato curioso:
el día que fui con L a ver la película, en la mañana, paseamos por el barrio donde vive el directo. Y lo ví. Antes de ver la película. Creí reconocerlo porque habíamos visitado el site de Internet, pero dudé. Me hizo feliz haber visto un famoso, aunque no fuera tan famoso. Y lo único que lamenté fue no haberlo reconocido en el momento. Creo que hasta le hubiera hecho ilusión que lo saludáramos en la calle.

17.8.08

Las malas horas

Nueve de la mañana del domingo. Tengo dos horas trabajando. Es lo que tiene el trabajo "global" - no siempre se encuentra en el mismo huso horario. Cuando sonó mi teléfono en la mañana, por un momento pensé que me había olvidado de quitar el despertador. Pero no, era el teléfono en el que me pedían, desde el otro lado del Atlántico, un documento que sólo estaba en mi computadora de la oficina. Así que tocó rehacerlo, mandarlo y bueno, ya encarrilados, seguir trabajando.

Me dediqué a unas cosas que tenía pendientes en la Wikipedia. Y me doy cuenta que necesito una clase, porque realmente lo hice por instrumentos. Bendito sea el cortar y pegar.

Voy por el diario y hacia la playa. Ya que me levanté temprano, que sirva de algo. A ver qué me encuentro en la playa de domingo por la mañana en este agosto barcelonés.

16.8.08

Las distancias relativas

Me gusta caminar. Pero cuando se trata de salir en la noche, tengo una lista grande de sitios cerca de mi casa (incluyendo la misma casa) hasta los cuales trato de arrastrar a mis amigos siempre - me da una pereza enorme regresarme sola y tarde desde un sitio lejano. Con el ipod las cosas habían cambiado un poquito - a casa de X son 3 canciones, a casa de L son siete, aprox. Y así me voy con todas.

Pero hay límites geográficos que no paso. Para los que termino tomando un autobús o un taxi en mis días de vino y rosas, ja.

Ayer crucé uno de mis límites geográficos. El barrio de Gracia, que siempre creo que es tan, pero tan lejos. Ni está tan lejos. Es mi cerebrito el que le pone el límite - digo, al final, L vive a las puertas de Gracia. Y sin embargo, confirmé una cosa: lo que me pone enferma de caminar en la noche es caminar sola. Porque si vienes muerto de risa y con una cerveza de más (porque la más mala siempre es la última, no las cuatro que te tomaste antes), tonteando con alguien que se ríe de tí porque te balanceas mientras mandas mensajitos en el móvil y se toma la molestia de acompañarte hasta casa porque es un solecito, no da flojera, ni horror, ni nada.

De hecho, te das cuenta que las distancias son relativas y que Barcelona es - en tapatío y con tapatía compañía (cacofónica, la niña) - bien bonita de noche.

15.8.08

Aviso ególatra


Miss Gisela, del blog éterante, me da este budita de premio por mi post de las secretarias, que fue incluido en un concurso de entradas "kitsch" en los blogs.

Gracias por los aplausos, querido público. Jijiji.

Mi lector preferido, el más fiel

- Nació un cálido domingo de mayo cuando yo tenía once años. Me acuerdo de esperar con ansia la llamada del hospital que me dijera si era niño o niña.
- Recibió su nombre en el registro civil, en el último momento. Mis padres, que no son nada afectos al futbol, no se dieron cuenta que al llamarlo como un astro argentino el deporte lo perseguiría toda la vida - y no es deportista.
- Cambió durante años mi léxico al agregarle nuevas palabras modificadas a su pronunciación.
- Fue el primero en llamarme "Cin".
- Tembló agarrado de mi mano la primera vez que vio a la Bella Durmiente "en vivo".
- Me regaló mi primer Harry Potter el día que me gradué de la Universidad.
- Es el hombre que más veces en la vida me ha dicho, literalmente, "te ves her-mo-sa".
- Lloró durante toda mi boda. Y yo no lo entendí.
- Es un fotógrafo magnífico. Y aunque odia que le hagan fotos, a mí me lo permite.
- Ama París. Y Londres. Y Barcelona. Y venir a verme, a revolotear alrededor de mí.
- Será rico y famoso y me sacará de trabajar. Algún día.

Me va a odiar por hacerle esta lista. Nunca pone comments, porque dice que le da verguenza. Me gustaría decir que es igualito a mí. Pero no. Compartimos unos ojos expresivos y una necesidad increíble de ir haciendo el payaso por las calles y de abrazarnos y darnos besos y llamarnos cosas cursis. Ya lo extraño. Tres semanas se pasan rápido cuando te quieres tanto, tantísimo.

Ojalá que vuelvas pronto. Y que la Universidad sea lo que esperas de ella. Te quiero.