4.10.15

Domingo, después de todo

¿Se acuerda, señor lector, que esta blogger inconstante estaba haciendo un conteo? Ella también. El problema es que ya no recuerda en qué día estaba. O qué día debería seguir. Sé que hoy es el día cinco después de entregar la tesis - y, por primera vez en meses, he estado llorando por los rincones por todo lo que pasó en este año y los anteriores.

No soy la primera ni la última: he hablado con el serbio y Miss M. hoy que están los dos en los últimos momentos antes de entregar la famosa tesis doctoral. Estamos viviendo las mismas angustias con una semana de diferencia, más o menos. Y el domingo pasado yo estaba, en el más perfecto mexicano, que me llevaba la chingada mientras veía los resultados electorales. Aunque empezaba a ver la luz todavía no me quedaba claro si llegaría o no, si se podía entregar o no, si valía la pena entregar o no. Pero la luz, en realidad, era una voz que me decía: corre, corre, entrega ya, lo que sea. Porque si te tardas más quizá no querrás entregarlo nunca.

Mientras escribo, sentada en la soledad de mi departamento, agradezco infinitamente que hoy se haya roto el mando de mi televisor y que no pueda estar cambiando incesantemente los canales, viendo las tertulias políticas, los resúmenes deportivos... Vi una película, sí. Y quizá, como era un poco agridulce (Me, Earl and the Dying Girl), fue lo que me hizo llorar. Pero en realidad era como si abriera las compuertas a todo lo que me ha hecho falta llorar estos meses.

Al otro lado del océano, están mis padres. Y me encantaría abrazarlos hoy, muy fuerte. No les llamo porque estoy llorando, y se van a preocupar, y tampoco puedo explicarles qué me pasa. Pero si quisiera explicarles a ellos que leerán esto - porque son mis lectores más fieles, a pesar de todo - qué es lo que me pasa, les podría decir que es como si se me hubiese abierto una compuerta. Como si hoy, por primera vez en meses, hubiera salido de esa coraza que me había puesto para no estar, para no sentir, lo doloroso que es esto de irse.

Porque ya me fui, me estoy yendo. Y no es que me vaya de Barcelona, sino que me voy de esa que fui aquí. Me voy más rica, llena de cosas, de experiencia, de esperanza, pero no con todo lo que quisiera irme. Hoy, sin mis padres de allá (aunque sé que siempre están aquí) y rodeada por mis hermanas y mi madre de aquí, me ha dado por contar las cosas que ya no tengo. Lo que me falta.

Me falta la tesis: me falta esa cosa en la parte de atrás de la cabeza a la que siempre podía volver cuando no quería pensar en otra cosa. Ese pretexto académicamente correcto para mandar todo lo demás al carajo.

Me falta la duda de que la persona con la que estoy, mi pareja, esté verdaderamente conmigo y se preocupa por mi. Está porque me quiere y me dirá si algo va mal, para resolverlo. Está, y no jugando un rompecabezas, ni una adivinanza. Está, está y estará, y hace un esfuerzo infinito para demostrármelo aunque yo vaya y venga, infinitamente, como una nube de esas que se ven sobre la que ahora es nuestra casa. Un botón, para muestra: esta tarde, cosa extraña, le escribí un correo de una línea: "I love u" (A mí, que no me cuesta decir cosas, a veces me cuesta decírselas a él). Y él (a quien le cuesta decir cosas, pero siempre las hace patentes) respondió: "May I save this and quote u whenever?".

Yo, que siempre digo que quiero a la gente, a él no se lo digo. Y debería decírselo. Y debería decir muchas otras cosas porque luego el tiempo se pasa, la vida se corre, la gente se muere. Mierda. La gente se muere. Y estoy triste porque me falta la tesis, me faltan mis dudas existenciales, y más porque me falta el señor V. Para pelearme con él, para no entenderlo, para cabrearme, para hacerle un antojo, para que me rete, para que no entienda mis decisiones, para que no sepa cómo comportarse cuando estoy sentada en su sala por-e-né-si-ma-vez-llo-ran-do-co-mo-mag-da-le-na porque las cosas no salen como a mi me gustaría, como yo quiero.

Cuántas tazas de té, vasos de whisky, de vino, pedazos de chocolate. Cuántos emails rabiosos de un lado y de otro. Cuántos silencios. Cuánto desconocimiento de un lado a otro. Cuánta falta me hace el sol que pasaba por entre las cortinas perpetuamente cerradas de aquella casa enfrente a donde murió atropellado Gaudí. Y así nos quedamos todos: atropellados, perdidos, olvidados, peleándonos con lo que se queda ante la ausencia de lo que realmente nos falta.

Allá, al otro lado del mar, están mis padres. Y más que nunca me da miedo que estén lejos y me da tanta alegría sentirlos tan cerca. Y rabia porque me guste estar lejos y viajar y ver y porque sé que no sé si querría volver allá - no por ellos, sino por mi y por quien soy ahora.

Somos contradictorios, pues. Y estos días, los de la Cinthya DT (después de la tesis) encuentro literalmente decenas de libretas con cosas inacabadas, de ideas, de cosas por escribir, de proyectos por hacer. Pero hasta ahora, hasta este segundo, no había podido más que escribir pequeños "estatus" en Facebook. No había podido más que comunicarme de lo justo, más que discutir sobre los procesos electorales de esta patria mía por elección porque era la manera de hablar y enrabietarse sin discutir sobre lo que realmente había adentro.

Pero adentro hay mucho. Hay como una cascada que no se calla y que, si miro a los paredes blancas de mi casa con sus 80 escalones y sus vecinos murmurantes, se proyecta ahí, como en un cine. Y quiero acordarme de tus ojos cuando estaban abiertos y cuando sonreían. Y quiero volver a que me discutas, a que me piques para que me ponga a terminar. Y hablo en segunda persona porque me niego a creer que se haya ido y a veces es la única manera de traerlo de vuelta.

Hay cosas que te hacen crecer. Perder un hijo - aunque luego esté la posibilidad de tener otros -, perder un padre - aunque haya sido uno que te había llegado sin esperarlo de adulta, de bonus, porque tienes esa suerte. De pronto, seis meses después, te sientas con un vaso con whisky y lo único que puedes hacer es llorar. Llorar de añoranza, de rabia por los desórdenes que se generan cuando la gente se muere, de desconcierto y miedo porque te estás yendo y aunque importa, ya no importa tanto, porque no eres la que eras ni él tampoco. Él ya no es más que lo que es en tu memoria.

Me considero inmensamente afortunada. De muchas fuentes. Y si a veces necesito ir algún domingo a la iglesia es porque me parece indecente no dar gracias a alguien que tiene que estar, a algo que tiene que ser más fuerte que lo que entiendo. 
Respira... profundo... y mira al fondo....
. Y parte del agradecimiento es reconocer que es uno pequeño, frágil, que se pierde. Y que lo que pierdes (o te pierde) te hace mucho más fuerte.

Estoy en casa, pero tengo muchas otras casas. He terminado la tesis pero me queda mucho más por decir al respecto. Ahora, en este momento, más que nunca, tengo ganas de seguir escribiendo. Y si escribo en este blog, sin conteo, sin orden, es porque es lo que me sirve para estar en contacto conmigo y con aquellos que me leen y a los que no puedo contarles todo esto con el orden y la claridad que quisiera (ni que pretenda que esto sea claro y ordenado... pero a fin de cuentas es una cascada...).

Aún es domingo. El primer domingo del mes en el que recuerdo el aniversario de bodas de mi padres, el cumpleaños de mi primer novio, mi primer (y trunco) matrimonio, mi primer (y trunco) embarazo, mi primer y segundo master, mi inicio de doctorado... mes en el que llegué a la ciudad que me dio un motivo para tatuármela y el mes que la dejo. Aún es domingo. Y escribo para que en años, cuando quiera ver quien era hoy, casi pueda tocarme. Para que mis padres - esos lectores inesperados y fieles - sepan que no estoy rota: estoy creciendo. Y como cuando era niña, cuando crezco, me da fiebre, lloro, me rebelo contra mi cuerpo. Pero es para bien, para mejor. Y al final, siempre seguiré siendo la misma a la que le gusta leer (o escribir) hasta dormirse.