25.12.08

Feliz

Esta mañana, a las 9:30, llamé a México. Me contestó Laura, mi prima, mi compañera de juegos. Hablamos apenas un par de minutos, sobre cómo estábamos, sobre su niña, la familia. Después me pasó a mi papá y a mi mamá, a mi abuela. Regresé a la cama. A mediodía, en un arranque de nostalgia, fui a misa. El sacerdote me cayó mal. Y luego fui a casa de mi familia catalana, hice de comer, me reí un montón.

Los extraño, pero están aquí. En esta, mi casa. En la mesa de mi comedor, está el mantel navideño que me dejó mi madre en noviembre. Encima de mi librero, un nacimiento que se parece al que ponían mis padres cuando yo era pequeña. Escucho a Michael Bublé y, sólo para cambiar, me dejo ser cuidada y consentida. Me gusta esta sensación de que todo se puede solucionar, de que todo es brillante como un par de aretes en mis orejas.

La vida es buena. Y agradezco a todos los que han estado aquí para hacerla mejor. Así estoy. Feliz. Como la navidad.

19.12.08

Casi de regreso

One flight down
There's a song on low
And your mind just picked up on the sound
Now you know you're wrong
Because it drifts like smoke
And it's been there playing all along
Now you know
Now you know

16.12.08

A propósito de un ramo de tulipanes rojizos


Él se había presentado en el aeropuerto con un ramo de tulipanes rojos, para encanto de ella, que los tenía por flores exóticas. El ramo había durado ya casi una semana, languideciendo en un vaso sobre su improvisado escritorio.

Durante una cena con otra pareja, comentando los hechos de la semana, ella mencionó los tulipanes. Él, también holandés, hizo el comentario de que el hombre de los tulipanes parecía que no conocía la canción típica en la que se dice que los tulipanes se regalan en primavera, uno por cada beso. Su esposa lo miró y le dijo: "lo que tú no sabes es que al darle tulipanes en invierno lo que quiso decirle es que para él, cuando ella llega es primavera".

Y pasaron a otro tema.

14.12.08

Al que madruga...

... y prende la televisión a las siete de la mañana en un país extranjero, le espera una sorpresa de colores.

¿Recuerda usted, mexicano nacido en los 70 y 80s que el gran Big Bird de Sesame Street (amarillo friégame-la-pupila) fue tropicalizado en México con el nombre de Montoya y sus plumas se tiñeron del famosísimo verde bandera? Pues ahora sabemos que en Holanda se llama Pino (¿?) y es ¡azul cielo!.

Más: según mis amigos alemanes, allá es blanco. Quién sabe cómo se llama. Ya no me acuerdo.

Desde otro punto de vista

Yo, que usualmente soy peatón (¿o se dice peatona?) y usuaria del transporte público en Barcelona, he aprendido que la ciudad tiende a ser radicalmente diferente cuando la recorres en carro. Pasas por calles que no elegirían porque te hacen dar una súper vuelta, no ves la parte de arriba de los edificios porque vas cuidando no pisar una caca de perro; te fijas en las tiendas, pero no necesariamente en la gente que está a tu alrededor.

Aohra me toca hacer un recorrido a la inversa. Por azares del destino, sólo conozco Amsterdam en barco. La primera vez tuve una visita exprés de cuatro horas y tocaba ver los puntos más importantes aunque fuera solamente así. Ayer, por el contrario, fui invitada por un grupo localísimo a celebrar un cumpleaños en un barco que es "patrimonio nacional flotante" (chido, ¿no?). Me gustó ver una vez más cómo la luz cae a las cinco de la tarde encima de las casas y los canales, entender los códigos de tráfico para los barcos y, también, ver a la gente que nos tomaba fotos porque vaya, éramos el objeto de su turismo.

Hoy toca ponerme mis botas, mi chaleco, mi abrigo, mis guantes (soy tan friolenta, caray) y comenzar a caminar por esas calles que conozco desde el agua. Qué emoción que hace.

Mi colofón es que deseo que algún día algunas calles de mi adorada Guadalajara - tan dejada de la mano de Dios, la pobre - puedan ser otra vez pasto de felices peatones a los que les toman fotos, como aquellas que tienen mis abuelos.

13.12.08

Puesto en palabras

Lo que más me molestó fue mi incapacidad de describir el sentimiento. Me senté al borde de la cama, mire la punta de mis pies envueltos en estas medias gris cenizo e intenté explicar qué era eso en el fondo de mi estómago. No era ya la gastritis, que había pasado, que tenía mejores cosas en las que ocuparse. Eso no. Tampoco era exceso o falta de alimento – hace meses que sigo casi religiosamente los preceptos de mis amigas que me han enseñado que no puedo dejar de comer sólo porque sí, porque se me olvide. No era el frío, tampoco. Había descubierto minutos atrás la calefacción y ahora los chorros de aire caliente que corrian por el radiador me eran perceptibles no sólo con la piel, sino también con el oido.

Ni frío, ni hambre, ni sed, ni dolor. Y sin embargo, había algo que me desconcertaba, no me permitía recostarme con propiedad en la cama inmensa con sus cobijas tan blancas. Afuera, en la calle, un auto había estacionado y sonaba fuerte una especie de reggeaton nórdico. “Eso no puede existir”, pensé. Y me quedé mirando a través de la ventana. Al vecino que estaba poniendo su arbolito de navidad. Al conductor del deportivo azul un poco demasiado canoso. Al actor que hacia de diablo en la televisión.

Y en el fondo del estómago, todavía esa incertidumbre, que crecía a medida que imaginaba lo que estaba guardado en mi escritorio. Que se retorcía en mí, como un bicho, cuando ciertos olores me alcanzaban desde mi abrigo ya escondido en el armario, también inmaculadamente blanco, del hotel. Un crujido. Los dos ojos abiertos, como lunas llenas. El temblor del fondo del estómago que ahora se desplazaba a mis pulmones mientras intentaba respirar según las instrucciones de la entrenadora.

De pronto, todo claro. Miedo. El miedo de la esperanza, de la posibilidad de que todo vaya bien. O no. Eso era.

12.12.08

María

Eres preciosa. Lo primero que ví de tí fue esos ojotes y comencé, como seguro lo han hecho todos, ha intentar encontrarte forma en tu naricita, tus ojos, tus pómulos. A tratar de darte atributos de alguien más. Pero me costaba encontrar más que los tuyos. Perfecta. Es el mejor calificativo que se me ocurre. Y a falta de la presencia que debería tener ahí, a tu lado, cierro mis ojos me imagino (intento con todas mis fuerzas, regresando a la niña de siete años que construía viajes imposibles mirando a la piña que crecía en su jardín), a qué hueles, cómo se siente tu piel nuevecita, apenas en contacto con la ciudad loca que llegaste a iluminar.

Esta noche, alguien me dijo que ponerle a una niña el nombre que te han dado tus padres es muy elegante, muy lleno de significado, muy hermoso. Creo que apenas si empieza a resumir todo lo que ellos – y nosotros, los que te queremos a distancia – pensamos de ti. Es muy hermoso que llegues. Y es más lindo, que aún de este lado del mar, yo entienda que el cielo de la ciudad de México debe ser mucho más bonito desde que también lo encienden tus ojos.

Otro pequeñísimo e irrelevante dilema resuelto

¿Qué por qué nada más no voy para esposa perfecta? Porque con tanto teclear, es imposible mantener bien cuidado el esmalte de uñas. Je.

11.12.08

Embotellamientos

Yo, en mi inocencia, creía que en el primerísimo primer mundo (ya, para mí empieza a ser como los planos fotográficos esta descripción) los embotellamientos de tráfico no existían. O tenían una planeación impeccable, un servicio público de transporte buenísimo, una máquina desaparece coches o todo junto. Nunca me imagine terminar sentada en un coche – cómodo, muy cómodo por cierto – en medio de una autopista de estas y esperar, durante tres horas, a que pasara el caos.

Pensé en La Autopista del Sur. Pensé cuántas veces he imaginado lo que sería pasar casi una eternidad en automóviles, esperando a que avance la línea – lo que tiene haber vivido en la Ciudad de México es que todo te parece relativo. Pero creo que lo que a mí me parecía relativo era el tiempo y la distancia. No sé cuántos kilómetros fueron y si puedo recordar el tiempo fue porque lo guardamos como una especie de souvenir o herida de guerra para lucirla, orgullosos, frente a los amigos a los que les contaremos nuestra aventura de media noche en una autopista holandesa.

Aprendí que el primerísimo primer mundo también puede ser un desastre. Y me acordé de lo infinitamente reconfortante que puede ser una plática de tres horas cuando no hay más que esperar y no dormirse.

2.12.08

Tres postales casi navideñas

Ella tiene nervios por su cumpleaños. Siempre le pasa, que semanas antes, se pone a planear, a entrar en crisis, a imaginarse la fiesta. Ahora no tiene ganas de fiesta. Y decidió irse de viaje. Él le llamó por teléfono para hablar de cualquier otra cosa y ella, contenta, le contó del boleto. Se hizo silencio al otro lado de la línea. Ella pensó que quizá él se había molestado. Él rompió la tensión de pronto: "A mí, es que me parece buena idea que te vayas sola... pero quiero que me asegures que no estás esperando que yo te diga que me voy contigo".

Ella no tenía agenda oculta pero sonrío cuando se dio cuenta que, aunque la tuviera, esta vez no iba a ser tan fácil utilizarla.

* * * * *

Me quedo en Barcelona para Navidad. Ha sido un año movidito, ansioso, casi eterno. Y me viene bien sentarme en mi sillón recién puesto, ver mis cortinas, las flores de nochebuena que compré. Ayer, caminando por el centro, encontré un nacimiento igualito que el que mis papás ponían cuando yo era niña. Y ahora está esperándome en mi habitación para que me ponga a ello.

De manera general, todos los días, se que hay algo que me llama a quedarme aquí. Pero es sólo una sensación - que a veces se ve reforzada. Ayer recibí un email de la primera persona que confió en mí (la que me dio un trabajo cuando tenía 15 días de llegada). Era para decirme que, como sabe que me quedo, le gustaría invitarme a pasar Navidad con su familia - y que aunque la fiesta del otro día no es tan divertida, también soy muy bienvenida.

Creo que ese email es lo que ha evitado que me dé frío en las últimas horas --- me dejó con una sensación de calidez...

* * * * *

Primero pensé que era una mancha en la ventana del comedor, que estaba brillando raro. Pero no. Entonces creí que era un avión que estaba volando, casualmente, de una manera que lo hacía quedarse muy cerca de la luna. Pero no. Caminé desde mi casa durante cuadras mirando una luna increíble, creciendo y con un puntito muy brillante abajo (como si fuera el anzuelo del niño de las películas, como si se hubiera puesto un collar para celebrar la temporada navideña). Me encantan las luces de las calles en estos días - hasta las de El Corte Inglés, que tiene pretensiones neoyorquinas. Pero esa luz, esa imagen de la luna de anoche, fue la mejor inauguración para la temporada.

Deformación profesional

Tengo casi dos años trabajando rodeada de urbanistas y arquitectos. Al principio, creí que todo seguiría igual... pero después me dí cuenta que tropiezo más en las calles, porque voy viendo detalles de las oficinas. O hago comentarios rabiosos cuando veo alguna obra desafortunada. O empiezo a evaluar las ciudades por sus espacios públicos y lo adecuado de la anchura de sus calles.

Hoy, además, al leer el periódico, me pasó lo mismo. Me quedé enganchada de un reporte del absurdo de cómo en New Jersey se construyó una estación "intercambiadora" sin espacios de estacionamiento y de un reportaje que cuenta las viscisitudes de una oficina de "Preservación de Monumentos Históricos" - o Edificios con Valor histórico - que las pasa divertidas en Nueva York.

Es como cambiarse los ojos y descubrir que había otras cosas importantes además de las faltas ortográficas y las películas... claro, sin que estás dejen de importar.