28.4.06

Empatía

Soy patológicamente empática. Por eso me hace daño vivir en la ciudad de México. Porque estoy alrededor de la gente y todo me duele, todo. Todo parece que me pasa a mí.

La verdad, es que no tengo "amigos de blog" (sé de quien sí los tiene). Y sin embargo, parte obligatoria de mi día es pasar por lo que cuentan algunos. Siempre he sido una metiche, una voyeurista sin oficio ni beneficio. Y todos estos sitios personales, lo único que logran, es que mi empatía patológica y mi voyeurismo aumenten.

Hoy leí un post que casi me hizo llorar. De alguien que no conozco hablando de alguien a quien tampoco. De alguien a quien el cielo se le cayó encima un día: y todo es frágil. Empezando por ella. Descubrí que dicho post tiene soundtrack. Por lo menos para mí. Y si no puedo subir la canción de Mazzy Star y escucharla por Hanna, sí que puedo subir la letra.

Me voy. Que esto de llorar es de niñitas.

I want to hold the hand inside you
I want to take a breath that’s true
I look to you and I see nothing
I look to you to see the truth
You live your life
You go in shadows
You’ll come apart and you’ll go black
Some kind of night into your darkness
Colors your eyes with what’s not there.

Fade into you
Strange you never knew
Fade into you
I think it’s strange you never knew

A stranger’s light comes on slowly
A stranger’s heart without a home
You put your hands into your head
And then smiles cover your heart

Fade into you
Strange you never knew
Fade into you
I think it’s strange you never knew

Fade into you
Strange you never knew
Fade into you
I think it’s strange you never knew
I think it’s strange you never knew

Nuevo look... versión dos

Hoy mi cabello tiene reflejos naranjas. Nada que ver con los colorines del blog. Y, además, recibí mi nueva tarjeta de residencia, que combina con mi pelo. Ah, la vida... y sus vueltas.

27.4.06

Nuevo look...

... primero el blog... y qué seguirá después...

Los besos, el nitbus y el verbo "to be"

Uno de mis temas recurrentes es lo mucho que se pierden los angloparlantes - y para el caso también los francoparlantes - con el verbo "to be". Eso que a nosotros nos explican como "ser o estar".

Parafraseando a Benedetti, definitivamente no es lo mismo ser bueno que estar bueno. Y a mí hay días que el verbo to be me viene especialmente bien para explicar cómo me siento. No es lo mismo saberse querido que sentirse querido. Sí, ya sé que la analogía no es exacta, pero funciona.

Uno de esos días en los que uno no se siente querido - y peor, tiene trabajo absolutamente aburrido y, cuando se toma cinco minutos de descanso para comerse una naranja, llegan su jefe y el jefe de su jefe - a veces todo lo que necesita es un poco de amor del más callejero. Como el que yo recibí ayer.

Se me fue el último metro. Fuí a cenar con Susana algo típicamente americano (hamburguesas, cerveza y gente, mucha gente) y después de dejarla en su hotel caminé hasta el metro para encontrármelo cerrado a cal y canto. Me tocó pues esperar a que pasara el Nitbus - el autobús nocturno de Barcelona - junto a la estación de Sants. Poco a poco empezó a llegar la masa de gente que bajaba desde el Camp Nou, todos eufóricos por el triunfo del Barça. Muchos, muchísimos italianos.

Dos de esos italianos iban casi por mitad de calle, intentando inútilmente que alguno de los múltiples taxis - ocupados - que pasaban por la calle pararan para ellos. Cuando llegaron hasta donde yo estaba me preguntaron, hablando italiano despacito, si llegaría un autobús. Yo, en mi español despacito, les dije que sí, que no debería de tardar. Esperamos otros 15 minutos el autobús. No pasó un sólo taxi desocupado. A veces intentábamos hablar, pero era casi imposible. Yo no tenía ganas.

Nos subimos finalmente al autobús y, como todo extranjero en otra ciudad, iban nerviosos porque no sabían donde bajarse. Le preguntaron a alguien más - nos habíamos sentado lejos - pero no estaban seguros de creerle. Uno de ellos, un rubio con unos dientes horrorosos de manchas de tabaco, se giró para preguntarme. A mí me pareció natural decirle: "No, no te bajes aquí. Yo te aviso en dónde". Cuando llegamos a la Rambla, timbré y les dije que ese era el sitio para bajarse. El autobús se detuvo. El rubio de los dientes manchados se giró antes de bajarse, me dedicó una enorme sonrisa color tabaco y me lanzó un beso.

Increíble, lo mucho que sirve un beso.

26.4.06

Pendientes

[Tengo que meter en sobres 600 revistitas para mis clientes. Tengo que encontrar un piso nuevo, que no sea ni carísimo ni un zulo (con ático, con vistas, con maceta, con espacio para perro - dice mi alter ego). Tengo que hacer una presentación de un trabajo que no he iniciado para un postgrado que termina. Tengo que intentar mandar algo a dos concursos de narrativa que se cierran el domingo. Tengo que olvidarme de que una rata vivía en un cajón de mi escritorio hasta ayer - post explicativo posterior, lo prometo. Tengo que mandar cartas a amigos a quienes hace mucho que no les digo que sigo viva. Tengo que hacer llamadas telefónicas pendientes. Tengo que llevar mi ropa vieja a un centro de reciclaje. Tengo que cenar con alguien mañana. Tengo que cocinar para 15 personas el sábado. Tengo que preparar un informe para una junta que me llevará a Francia la próxima semana. Tengo que concentrarme en lo que tiene fecha de caducidad. Tengo que cortarme las uñas, se me rompió una esta mañana. Tengo que poder leer a Saramago - qué difícil. Tengo que lograr un beso, un abrazo, un hueco del olvido ...Se me olvidó meter la ropa esta mañana y están remodelando el piso de enfrente - seguro que todo es grisecito ahora.]

Y siempre las mismas excusas para justificar que no escribo.

20.4.06

"Pobrecito" México

Hace un par de años estaba de paseo en unas ruinas cerca de Toluca, estado de México. Raro en mí, comencé a manotear y moverme mucho mientras hablaba y de pronto, en la mitad de algo, eché la cabeza para atrás con todas mis fuerzas... sin darme cuenta que a cinco centímetros de mí estaba la roca firme que habían dejado las culturas precolombinas. El golpe me sacó las lágrimas.

Mientras me consolaban, el Duque - que no había visto el incidente - llegó con una sonrisa sardónica y comenzó a hacerme cariños en la cabeza mientras decía: "pobrecita... pobrecita...". De pronto, en lugar de continuar con la caricia, me zapeó (Zapear: verbo mexicano que significa "me dió un golpe en la parte de atrás de la cabeza") diciendo: "¡Tome su pobrecita!". Yo lo miré con ojos de odio infinito anticipando más maltrato. Le reclamé mi-nu-cio-sa-men-te. Se disculpó y me contó que había sido sólo un reflejo de infancia. Parece que cuando era niño, frente a los berrinches que solía hacer su hermana cuando se caía, su papá había tomado el hábito de desestimar cualquier golpe para que no creyera que podía llorar por cualquier cosa. Y lo hacía con esa frase.

Me acuerdo de este cuento ahora que la gente comienza a hablar cada día más fuerte de las elecciones. Para mí, el peor trabajo del mundo es ser presidente. No vas a hacer nada por cambiar el país porque - como bien decía Mafalda - eso de resolver problemas de estado quita todo el tiempo del mundo.

Los mexicanos tenemos hábito de "pobrecitos". Pobrecitos mexicanos. En uno de los países más ricos del mundo. Pobrecitos, porque fueron conquistados por los españoles. Pobrecitos, porque su historia la escribieron los ganadores y es una historia de héroes de mentira. Pobrecitos, porque están tan cerca de Estados Unidos. Y yo agrego: pobrecitos, porque creen que alguien los tiene que sacar de su miseria.

Un presidente, un gabinete, es el consejo de administración de una empresa. Son los que dan las condiciones para que las cosas vayan más o menos para un lado o para el otro: los que buscan préstamos, nuevos productos, cambios, etc, etc. Pero si los obreros de la empresa deciden largarse por que les pagan más en la de al lado (léase braseros) o dejar de trabajar y calentar el asiento porque de todas maneras el sindicato va a hacer que les paguen (léase burócratas) la culpa no es del consejo de administración. Uno siempre se va dejar tentar por lo que mejora tu vida... ya sea no hacer nada o tener más dinero o whatever.

Coincido con la sabiduría popular de que los pueblos tienen el gobierno que se merecen... siempre y cuando tomen la decisión de elegir un gobierno. O de modificarlo. El gobierno - esa entidad gris - está formada por mexicanos. Mexicanos que decidieron o bien servir al país o bien tranzarlo y hacerse de dinero lo más rápido posible. "De que me lo lleve yo a que se lo lleve mi compadre...".

Lo que no podemos hacer es seguir siendo pobrecitos. Educando pobrecitos. Convenciéndonos de que somos unos pobrecitos. Porque no lo somos. Porque es una excusa para luego decir "pues por eso me salí del país", "sí, pero uno no puede hacer nada", "todos los políticos son igual de corruptos", "México siempre será así".

Creo que tenemos que jugar a la esperanza: a no ser más pobrecitos. Los que quieren votar por López Obrador, que voten por López Obrador. Los que quieren votar por Calderón o por Madrazo, pues también. En cierto modo, emitir un voto es como casarse con alguien por seis años. Y uno siempre se casa por amor. Ya sea por amor al dinero y a la posición que tiene hoy, a la que espera tener en el futuro; por amor a la idea inasible de la patria o el país; por odio (amor invertido) a quien está hoy en el poder... Entonces, hay que casarse por la que uno cree que es buena razón. Y votar. Porque es la única responsabilidad que se tiene con el país, que se ejerce. Y si no se vota... pues uno no se queja. No puede. No debe. No tienen ningún derecho. Vaya el "¡Tome su pobrecito!" y el zape para quien lo necesite.

19.4.06

Las vacaciones desaparecidas

Hay dos formas de gastarse el dinero de las vacaciones: saliendo o siendo un poco turista en la ciudad. Barcelona, tomada por las hordas, a veces resulta atractiva para imaginar que uno no vive aquí. Caminé con Paulina por las calles, buscando un vestido imposible, dos o tres fantasmas y hasta los silencios de las cosas que no queríamos hablar. Comimos nachos, ceviche y sandwiches. Fuimos un día a la playa y dos niños holandeses de unos siete años se acercaron a nosotros, que además de una gran cobija teníamos un UNO. Jugaron con nosotros. Y nos ganaron. El martes me preguntaron si había salido - el sol me dejó cara de mapache. Sí, salí. Fuí un poco turista en esta que, me doy cuenta, cada vez es más mi casa.

5.4.06

AVISO


Si usted ve a este barbón - puede que se haya quitado la barba - el día de hoy... ¡dele un abrazo porque es su cumple!

(Te quiero, hermano)

Con fotocopia y jardín - Información fundamental para la SSA

Hay pocas cosas que un mexicano en el exilio extrañe más que unos tacos de esquina. De los que sirven en puestos en los que, según la sabiduría popular, debe haber rondando por lo menos un par de perros callejeros esperando que a alguien se le caiga un taco (por aquello de que perro no come perro...).

La forma más tradicional de pedir los tacos es - en el más puro slang chilango - con fotocopia (doble tortilla) y jardín (mezcla de cebolla y cilantro recién picada). Cualquier mamá amante de la seguridad gastrointestinal pide a sus hijos que no coman el famoso jardín porque el cilantro mal lavado puede ser vía de cualquier tipo de infecciones.

Pues bien, según un estudio publicado en el Journal of Agricultural and Food Chemistry (Junio 2004) por un grupo de japoneses encabezado por un tal Kubo I., el cilantro tiene ciertos compuestos volátiles (¿?) que generan una especial actividad antibacterial contra la Salmonella choleraesuis. Ergo, los tacos con cilantro contienen una vacuna especial contra algunas intoxicaciones alimentarias.

(Lo único que logré fue que se me hiciera la boca agua. Entonces, por favor, cómanse unos tacos a mi salud).

Días de diez minutos

El resto del viaje a México tendré que resumirlo... porque si no lo voy a dejar inconcluso como todos los demás...

Viernes 10 de marzo - Burocrático, cuaresmeño y familiar

Intenté levantarme temprano. Había dormido casi perfectamente. Pero nos tardamos más entre el jugo recién hecho, el baño con el agua calcárea de Guadalajara y la plática. Íbamos en el auto cuando Dulce nos llamó - un poco desesperada - avisándonos que empezaba ya a volverse larga la fila frente a la oficina donde se solicitan los certificados de antecedentes penales. Íbamos en camino ya.

Al llegar, esperé bajo el sol de Guadalajara unos 40 minutos. Enfrente de mi, una oficina de prensa de la procuraduría en Zapopan. Uno de los encargados, haciéndose el simpático, se comunicaba con algunas personas con el siguiente saludo: "Hola, mi góber precioso". Para mí, alejada del folckorismo y las ganas de burlarse del mexicano, fue asqueroso, horrible. (Contexto: con ese saludo se dirige un conocido pederasta - o cómplice de pederastas - al gobernador de Puebla, que los "blindó" durante un tiempo).

Una mujer muy guapa, de inmensos ojos azules y cabello claro me atendió. El certificado de antecedentes no penales me costó cinco minutos, la presentación de mi pasaporte y 15 pesos (poco más de un euro). Valiente asunto. De ahí, salimos caminando a dos manzanas, donde está la oficina de urgencias de la Cruz Verde. El certificado de salud costó 50 pesos. La doctora que me atendió, amiga de Dulce, afirmó en su primer diálogo hacia mí que lo único que me faltaba para ser guapísima era que me operaran la nariz. Sí, seguro.

La siguiente parada fue el Consulado Español. Tienen la rarísima capacidad de mirarte con extrema desconfianza desde el otro lado del vidrio blindado de la entrada. Una vez dentro, firmé los papeles necesarios y dejé los otros que traía. "Venga el jueves. El jueves está". Y listo. Se había acabado el trámite para obtener la visa de trabajo. El trámite que me había dejado sin sueño los últimos ocho meses.

Estuve paseando con Martha por un montón de sitios antes de llegar por Magda. Íbamos al aeropuerto a recoger unas monjitas que venían de Matamoros y después iríamos a comer birria al Chololo, un restaurante campestre cercano. Llegaron un poco tarde y para cuando salimos ya mordíamos de hambre. Comenzamos a sospechar cuando no vimos ningún auto: viernes de Cuaresma - la Guadalajara híper-mocha (religiosa) nos cobró al no permitirnos comer lo que queríamos. Con ánimos puramente vengativos, regresamos hasta la Minerva. En el Abajeño comimos carnitas, chicharrones y queso fundido con música de mariachi en el fondo. Y Dios vió que era bueno.

Por la tarde, llegaron mis papás de Vallarta. Hablamos un rato y después nos alistamos para ir a la despedida soltera de una de mis primas. Y mi familia se asustó al verme. Y mi abuelita dijo - cumplido - que era increíble como a mí no se me notaban ni los años ni el matrimonio. Fue inmediatamente corregida por una de mis tías que dijo que yo estaba "repuestita". Y luego me preguntan porqué me da la anorexia.

Cuando todo el mundo se caía de sueño, yo lo que quería era fiesta. Pero me llevaron a dormir. Me tocaba EL fin de semana familiar. (Fin de los diez minutos)

Un link

Es que...

¡Hay que leer!

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