31.12.14

Carta a mi misma hace 365 días

Esta es la luna desde nuestra ventana el último día de 2014
Querida mía:

Esto será corto. Muy corto. Lo sorprendente es lo rápido que llegaremos a 31 de diciembre otra vez.
No te asustes. Ante todo, no te asustes. Necesito de ti que estés serena y que enfrentes el año con la mirada alta... pero acuérdate de mirar por dónde caminas. Te van a tocar un par de tropezones que te pondrán en tu sitio.

Este resfriado que tienes hoy no durará. Pero vendrán otros. Muchos otros. Volverás a entender qué se siente enfermarse de estrés. Volverás a hacer muchas cosas: a trabajar de ocho a cinco en una oficina, a dar clases, a subirte a un avión... a subirte a muchos aviones. Los aviones - y los trenes y los autobuses y los barcos - son maravillosos pero no son lo que realmente te hará viajar. Tu viaje, este año, será contigo. Será con esas cosas que hasta ahora no has querido ver.

Entonces el destino que te plantees, cualquier destino, será bueno. Cada viaje, cada avión, cada tren, cada retraso, cada café, te parecerá que te abre una puerta. Este año más que nunca está hecho para que aprendas a escuchar. Con cuidado. A escuchar a los otros. Y más importante que nunca - a escucharte a ti (estoy hablando de los resfriados, sí. Y también de las contracturas de la espalda. Y de esas ganas locas de ir a ver a quien sabes que necesitas ver).

Este año cumples diez años en Barcelona. Estarás feliz, estarás contenta, estarás llena de dudas. Y en el camino, en las dudas y en las lágrimas, te darás cuenta que esto es rápido. Que la gente que amas se va, se muere, se pierde en el camino. Pero que otra se queda, llega, te hace sentir más viva. Que necesitas tomar decisiones para que tu vida avance. Que no le pasará nada a tu cuerpo si lo tatúas ni a la cuenta de banco si la vacías. Que las cosas te van a pasar a ti cuando decidas que te pasen - cuando abras los ojos y el corazón a todo lo que amas y deseas.

Ahora, este año - el más corto de todos tus años hasta ahora - te llenará de cosas que habías olvidado. De amigos maravillosos que se te habían quedado en el camino. De dolores pasados que necesitas abrir, limpiar, para que cierren. De deseos, de ansiedades, de seguridades. De ese amor por escribir que a veces escondes entre tus preocupaciones financieras.

No quiero decirte más, no puedo decírtelo todo: baila, escribe, canta, ríete, viaja, ama, sé feliz. Nada de lo que imaginas estará a la altura de lo que sentirás. No se trata de ser estúpidamente romántica: se trata de entender que esto que viene es - te lo digo - maravilloso. Aunque de miedo.

Un par de cosas más: levántate temprano siempre que puedas para ver la salida del sol y acompáñalo a su puesta (en esta que te mando se ve la última luna del año desde tu ventana. Ahora esta es tu ventana. Y tiene luz). Habla con teléfono con más frecuencia con tus padres y tus amigos lejanos (o mejor por videollamada). Toma más fotos con el corazón que con la cámara. Da constantemente las gracias a la gente que te regala el mundo, al mundo que te regala tu gente. Cómprate un traje de baño cómodo, zapatos de correr rosas, unas botas para nieve y un abrigo calientito pero ligero. Extiende tus brazos todo lo que puedas: necesitas prepararlos para todos los abrazos que vendrán.

8.11.14

43

1.
"Ya me cansé", dijo el señor Procurador al final de su comparecencia anoche. Después de dar la cara y decir que todo apunta a que los cuarentaytres estudiantes de magisterio de Ayotzinapa están efectivamente, muertos. Y quemados. Y desaparecidos. Y borrados. De sus cuentas. No de nuestra memoria.

2.
Imagine la noche en que su hijo no llegó a casa, señor Procurador. Imagine quién se cansa de buscar al hijo que no llega.

3.
Miles de personas salieron anoche a las calles de México a exigir algo. No saben qué. Algo. ¿Justicia? Difícil. En eso no creemos los mexicanos.

4.
Una vez que los dieron por perdidos y comenzaron a buscarlos, encontraron decenas de cuerpos. ¿Ellos de quién eran hijos? ¿Dónde están sus fotografías?

5.
En el fondo, lo más triste fue darme cuenta que no me sorprendía que estuvieran muertos.

6.
Lo que quisiera saber, señor Procurador, es que sufrieron lo menos posible. Pero eso nadie puede asegurárnoslo.

7.
Ante la pregunta de "¿pero por qué?", la dolorosa respuesta es: "Porque pueden".

8.
Tres confesaron de matar a cuarentaytres. 70 detenidos. Todo el peso de la ley. ¿Cuántos son los que matan y cuántos son los que mueren?

9.
Aquí, a diezmilkilómetros, intento calcular cómo afecta la distancia a la impotencia.

10.
Señor Procurador: ¿duerme por las noches? Porque la falta de sueño puede explicar su cansancio.

11.
No puedo dejar de pensar en esas cuarentaytres camas vacías que, desde anoche, están más vacías que nunca.

12.
Hablando de prensa: seguramente hoy nuestro país sí llegó a las primeras planas de prácticamente todos los países del mundo.

13.
Llueve. También este cielo llora.

14.
Tener cuarentaytres muertos de golpe es como ver a los ojos a la barbarie. Pero detrás de ellos hay tantos y tantos y tantos más. Con lo que la barbarie es mucho más grande de lo que podríamos imaginar.

15.
2 de octubre no se olvida. Ni el 7 de noviembre. Ni ningún día en que ellos sean extrañados.

16.
No hay ningún muerto que esté borrado. En algún sitio, alguien lo recuerda.

17.
De octubre para acá, los mexicanos descubrimos que teníamos cuarentaytres familiares que hoy están muertos. O nos dicen que están muertos. La familia de nadie duerme tranquila hoy.

18.
Señor Presidente... ¿usted duerme por las noches?

19.
¿En qué momento mi país, el país del micasaessucasa se convirtió en el viejo oeste donde una vida - otra vez - no vale nada?

20.
¿Y esos muertos cuyos padres no saben que están muertos?

21.
Anoche, mientras sonaban las cacerolas de mi ciudad de adopción que quiere salir a votar, yo pensaba en ellos que no votarán, no saldrán a las calles, no elegirán nada.

22.
Los señores de la droga. Esos malos malísimos que aguantan todas las culpas. Esos, que como un agujero negro se quedan con la culpa de una sociedad que no quiere mirarse las manos.

23.
¿Sigue cansado, señor Procurador? ¿Qué es lo que lo cansa? ¿Las horas de trabajo, la incertidumbre, el dolor, el miedo? ¿Usted también tiene miedo, señor Procurador?

24.
Mientras el Procurador anunciaba la muerte de 43 estudiantes, un tenor mexicano hacia tronar en aplausos el Teatro Real de Madrid. Porque México es todo eso, todos los contrastes, todos los mestizajes posibles.

25.
Pensar en respirar para no pensar en llorar.

26.
Los padres no se resignan. Quieren resultados concluyentes de las pruebas. Quieren lo que quisieran todos los padres: a sus hijos. Vivos.

27.
Anoche, en el teléfono, alguien que trabaja para el gobierno de México me preguntaba si debe renunciar. Pero yo no creo que sea el gobierno: somos todos los que hemos estado ciegos y sordos.

28.
"Eran todos unos revoltosos". "Es un montaje". "Se lo merecían". --- Dicen los que no se pueden en la piel de los normalistas. Los que no se han dado cuenta que también tienen la misma piel.

29.
Es indignación y también es miedo. Me da miedo saber que la gente muere a manos de otra gente.

30.
¿Qué país cría asesinos a sangre fría?

31.
¿Durmió bien esta noche, señor Procurador? ¿Está menos cansado que ayer? ¿Cree que alguna vez se le quitará el cansancio?

32.
Vivir permanentemente con la pesadilla de la desaparición. Esperando, siempre, a que alguien llegue a tocar a la puerta de la casa. O vivir con la pesadilla de la muerte a sangre fría.

33.
¿Cómo te llevas a cuarentaytres personas y las desapareces? ¿De qué tamaño tienen que ser las hogueras en donde quemas cuarentaytres cuerpos?

34.
Si todo es un montaje, es lo menos importante. Es la representación amarga del espanto.

35.
¿Cómo contará ahora, señor Presidente, el milagro mexicano? ¿Dónde está, dónde que no sea el Tepeyac, con su cartón piedra y sus conciertos televisivos?

36.
Ayotzinapa, Iguala, Guerrero. Casi como decir Auschwitz, Belzec, Kulmhof.

37.
Las familias de los cuarentaytres deben estar cansadas, también. De caminar, de llorar, de no dormir tranquilos en sus casas, señor Procurador, señor Presidente. De no creer.

38.
Me miro las manos y no hay diferencia entre estas manos de maestra y las manos de los maestros que han matado y quemado. Mis huesos no tienen diferencia. Ni mi pasaporte. Y no significa nada.

39.
¿Qué podríamos haber hecho nosotros? Algo. Señores. Algo. Quejarnos. Algo. Llorar. Algo. Exigir. Algo. Votar. Algo. Enseñar a respetar. Algo. Indignarnos. Algo.

40.
Y las lágrimas que no se pueden llorar más porque parece que están secas.

41.
Si me quedo en silencio no es porque haya agotado las palabras. Es que ninguna, pero ninguna, acaba de explicar qué es esta vergüenza, esta rabia, esta desilusión, este miedo, esta incredulidad, esta tristeza, esta indignación, este terror, esta falta de sorpresa.

42.
¿Cómo se cura el desconsuelo? ¿Cuál es el cansancio más profundo?

43.
Lo siento tanto, México. Por todos nosotros.
Y sí, señor Procurador, nosotros también - todos - estamos cansados - de que el estado que debe proteger, cuidar, asegurar, no lo haga. ¿Y ustedes, señores? ¿Cuándo comenzarán a hacer su trabajo? Parece que no es su momento, Señor Mío, de ir a descansar.

6.11.14

Amsterdam y el sol de noviembre

Hacía sol. Era un poco insólito que un primero de noviembre en Amsterdam fuese tan soleado, pero estábamos por ahí, caminando, sin necesidad ni siquiera de un abrigo y con sendos lentes de sol. No teníamos ninguna intención de simular que no éramos turistas: lo éramos y lucíamos con orgullo nuestros mapas, nuestras cámaras, nuestra sonrisa. Pasaba que también el resto de la ciudad era turista en su ciudad. Era todo tan poco usual, tan de primavera, que todas - absolutamente todas - las terrazas estaban tomadas por los locales. Lo sabíamos por la incesante cantidad de diálogos en holandés y porque la ruta que tomamos había sido diseñada por un local con la intención que nos perdiéramos en la ciudad verdadera, sin perdernos del todo la de cartón piedra.

Casi me atropellan por tomar la foto (una bici, por supuesto)
Mientras caminábamos, varias veces nos encontramos mirando las cosas a través de los lentes de nuestra cámara. En más de una ocasión yo paré en seco para fotografiar aquella pareja enfrente de un canal, la luz que caía entre los árboles, el abuelo que paseaba de la mano de su nieto que lo que quería era salir corriendo. Mis nuevos amigos me esperaban, con paciencia. Sabían que después de mi sería uno de ellos el que se quedaría atrás. Éramos turistas - lo sabíamos. Lo gozábamos.

Cerca del Dam pasamos por una tienda que se anunciaba como "la única tienda de souvenires rusos en la ciudad". Nos miramos con desconcierto... pero luego nos dimos cuenta que, por más que fuéramos vestidos de turistas, no podíamos seguirlo todo igual. Sí, veíamos la ciudad a través del lente, pero estábamos buscando la manera en cómo caían las hojas, cómo el otoño se instalaba en la ciudad a pesar del sol... queríamos conocer un poco más de esos amigos que habíamos hecho así, sin esperarlo, tan pronto. Eramos turistas... o más bien viajeros, disfrazados con la parafernalia de un halloween trasnochado.

Mientras caminaba de regreso al hotel-barco, envuelta en la bruma de una migraña, sufrí una transformación. Metí mi cámara en mi mochila, me ajusté la chaqueta y los lentes de sol, y comencé a actuar como local. Dejé de utilizar mi holandés rudimentario para intentar enterarme de las pláticas y más bien me concentré en el murmullo dentro de mi cabeza que me hablaba de cómo tengo tantos pedazos del corazón escondidos entre las calles de este país. Me olvidé de ver Amsterdam como turista y, justo pasando la Estación Central, me acordé que aquí también sé cómo sentirme en casa. A pesar (y gracias) al sol de noviembre.

30.10.14

Mis Amorosos

No creo que crean en el amor como en una lámpara de inagotable aceite (Sabines dixit). Creo que han creído en él como un proyecto a largo plazo donde muchas cosas podrán ir mal, o bien, o regular - pero irán si ambos quieren que vayan. Pero siempre han encontrado la manera de tomar la vida de forma en las que todos los involucrados salgamos lo mejor parados. Me encanta cuando se aman. Me ponen de nervios cuando se discuten. Me ilusionan cuando, en conjunto, se ilusionan con algo. Me sorprenden cuando cambian. Me maravillan con la manera que tienen de amarnos.
Ella me contó que cuando recién había conocido al ingeniero se fue de vacaciones con una amiga. En algún lugar, le ofrecieron leerle la suerte con su cigarro. Guardó la ceniza y la mujer le dijo que se casaría ese año, con alguien que trabajaba en comunicación, que ella no esperaba. Como respuesta, ella soltó una carcajada. Casarse. Ese año. Y después tener una hija.
Resulta que las artes adivinatorias eran ciertas. Y en el penúltimo día del mes de octubre de hace 38 años, dos muchachitosimberbes que se gastaron todos sus ahorros en hacer una fiesta - "para eso se casa uno, para tener una fiesta" - se prometieron que estarían juntos siempre. Y siguen.
Me fascina, me encanta, me enamora verlos sonreír. No creo que todo haya sido fácil - ni que lo sea ahora, ni que lo será en el futuro. Pero existen esos momentos, como estos de la fotografía, que me recuerdan o me hacen imaginar cómo pudo haber sido ese primer momento. Y saber que se siguen riendo juntos, aunque sea de vez en cuando, me da fé. Fé que estar juntos siempre es una cosa que pasa y a veces incluso está escrito en las estrellas.

29.10.14

De cómo los Pitufos quieren a sus jefes (un cumpleaños)

Entré por primera vez en mi vida a una redacción en un lluviosísimo agosto de 1997. Yo sabía que era una redacción, pero el sitio parecía una zona de guerra porque el diario estaba al borde del cierre. Algunos de mis compañeros de la preparatoria - habíamos terminado unos meses atrás - corrían de un lado para otro intentando resolver problemas técnicos de una serie de ordenadores mientras algunos pocos reporteros de toda la vida trabajaban, intensivamente, para sacar el diario del día siguiente. Yo me debatía entre la sorpresa y la felicidad de estar en una redacción y el desconcierto de sentir esa redacción en peligro. Un par de minutos después, alguien me dejó enfrente de un escritorio donde dos hombres fumaban intensivamente. Muy intensivamente. Mientras hablaba con ellos, me di cuenta que encendían un cigarro con el otro. Yo pregunté qué podía hacer... ellos removían papeles y me preguntaron que cuánto tiempo tenía. "Bueno... se supone que tengo clase ahora y necesito ir al Teatro Experimental para ver el montaje que ganó el Premio Nacional". A uno de ellos, entre el cigarro, los papeles y la pantalla, se le iluminó la cara. "¡Muy bien! ¿Sabes hacer una entrevista?".
Yo acababa de salir de la preparatoria. De hecho, ese lunes (era jueves) había comenzado la elegante licenciatura en ciencias de la comunicación. Sabía hacer una entrevista, sí. Pero no tenía grabadora ni mucho menos. Como un mago, David produjo de entre su montón de papeles una libreta y una pluma. "Vete a ver a la obra de teatro y, al terminar, hazle una entrevista al director y a los actores. Si te preguntan, diles que eres reportera de cultura de este diario".
Salí con las rodillas de gelatina. Afuera, comenzaba a caer una de esas tormentas que suelen cerrar del todo las tardes del final del verano en Guadalajara. Una entrevista. Llegué al teatro y busqué toda la información: los programas de mano, leí las entrevistas que estaban por ahí sobre el premio. En una página de mi libreta, comencé a anotarme las preguntas que me parecían que podrían ser inteligentes. Conforme bajaron las luces y comenzó la función, otra función también iniciaba en mi cabeza: si me dejarían entrar tras bambalinas o no, si podría hacerlo, si tendría el valor.
Para mi ventaja, estábamos en un teatro donde yo había hecho de "actriz" años atrás, así que conocía bien el ambiente. No me sentí rara cuando, finalmente, pude pasar tras bambalinas. Casi era como volver a casa. Mientras los actores y el director hablaban, yo tomaba nota medio en palabras claves y medio en taquigrafía. Volví a la redacción del diario con la libreta junto a mi estómago, para proteger las palabras.
Me senté y escribí la entrevista. Mi ahora Señor Editor la miró y sonrío - quizá dándose cuenta de que no había - por lo menos - demasiadas faltas ortográficas. Hizo unas correcciones y me las explicó, sobre la pantalla. "Listo. Aparece mañana. ¿Tienes más tiempo? ¿Puedes capturar una columna que llega de México?".
Enfrente de la Mac Classic, mientras mis dedos seguían tecleando, sentí un poco de vértigo. Quería decir que al día siguiente, por primera vez, iba a ver algo publicado con mi nombre en un diario de verdad. Gracias a ese Señor Editor que había creído en mi y, sin demasiadas dudas - luego entendería que no había tiempo para la duda -, me había puesto a trabajar.
A partir de ese día me llamé la Pitufa. E iba de un lado a otro de la redacción haciendo cualquier cantidad de cosas. El sueño de aquel diario nos duró poco más de año y medio pero ahí aprendí a escribir, a editar, a planificar, a pelearme. Y sabía que siempre, siempre, en el fondo de la redacción - con o sin cigarro - estaría David para explicarme qué estaba haciendo bien o qué estaba haciendo mal. Todavía a veces, cuando siento que no puedo escribir más, me encuentro con un comentario, una nota, un tweet... porque el Jefe Pitufo todavía me lee y pienso que si mis crónicas aún le gustan - a pesar de no necesitarlas desesperadamente para un cierre - es que quizá algo estoy haciendo bien.

28.10.14

Pequeñísimas victorias

Imagino que ella también me vio. Al llegar a la plaza donde había quedado de verme hoy con una amiga para intentar ponernos al día de todo lo que ha pasado en los últimos meses (su panza de embarazo ya es grande y clara, como un pequeño planeta), comencé a recorrer los rincones con la vista. Como siempre, pensé, quizá se me haya hecho tarde. Pero no: mi amiga aún no estaba ahí y yo comencé a mandar mensajes en el teléfono mientras buscaba donde sentarme. Mientras doblaba mis rodillas para dejar el resto de mi cuerpo caer en un banco al rayo de sol, la vi. Sentada del otro lado de la plaza, aquella jefa hijadeputa a la que pude temer tanto, tantísimo.

Me quedé de piedra. Incluso, creo que mi cuerpo estuvo un poco en suspensión - la instructora de danza estaría tan orgullosa de mi, con mi centro tan apretado y mi culo y mi pecho conteniendo la respiración. Supongo que abrí mucho los ojos y ese momento en el que todo parecía parar era sólo una impresión. Así que dejé mi cuerpo caer y la miré. Me estaba mirando. O por lo menos eso creí. Bajé la mirada hacia dentro de mi bolsa y calculé mis opciones: podía levantarme e irme de ahí, hacia otro banco. O podría cambiar el sitio de la cita y llamar desde ahí a mi amiga contando alguna excusa. O podría no hacer nada. O podría levantarme, caminar con paso firme la distancia que me separaba de ella y saludarla muy cordialmente.

Levantarme. Sacudirme el susto que todavía llevaba en el cuerpo. Dar la orden a la pierna derecha para que se estirara y recibiera el peso de mi cuerpo y lo sostuviera balanceando mientras la pierna izquierda se estiraba por enfrente de ella, acomodándose para recibir el peso de nuevo. Una pierna tras otra. Con el sol lagañoso en la cara. Quizá me cruzaría con una de las palomas de la plaza y la asustaría con mis pasos. O podía ser que comenzara de pronto, sin aviso, a caer una lluvia fina que la hiciera correr a ella de su terraza y a mi de mi cámara lenta. O que simplemente pudiese cruzar sin interrupciones, sin que nadie viese en mí el pánico y llegara ahí, sonriendo.

Todo eso pensé desde mi trinchera: la banca. No fui a ningún sitio. La miré desayunar con sus amigos en un día laboral, cerca del mediodía, con la calma. La vi fruncir la boca, la frente, agitar las manos, sacudir el cabello y el gesto perenne de desprecio. Me di la opción del niño que ve a la bruja y, en lugar de gritar, huir o correr hacia ella la mira, como quien mira a una figura de cera.

Mi amiga llegó y me levanté a abrazarla. Nos sentamos en otra terraza, al otro lado de la plaza, desde donde también la veía pero, en cuanto llegó el caféconleche, me olvidé de su presencia y me concentré en la cadencia de la voz querida enfrente de mi. Cuando menos acordé, había desaparecido. Ni siquiera me había quedado una nube con olor azufre para darme cuenta de su salida - se fue y punto.

Y me pareció una victoria cuando mis hombros comenzaron a alejarse de mis orejas y mi postura física comenzó a parecer la de una persona normal. Y cuando me di cuenta que, a pesar del miedo, no me había ido: porque esa plaza, como todas, también es un poco mía.

17.10.14

10 años (primer inventario)

3650 días. Una súper fiesta programada para hoy. Algunos amigos invitados. Muchos que faltan. Venir de una familia grande y saber que, aunque no tienes marido ni hijos, has hecho una familia aún más grande. Muchos días de viaje. Muchos días en casa. Dos Másters. Casi un Doctorado. La putatesisdeloscojones. Un postgrado (en Coolhunting... whatever that means). Tres universidades. Cientos (literalmente) de alumnos. Tres hombresdemivida. Una vidaparamimisma. Cuatro compañeros de piso. Decenas de estancias de turistas. Muchos jeans rotos en la entrepierna por caminar. Y tenis. Y zapatos normales. Cientos de libros leídos. Un par de libros escritos (que no publicados). Media docena de blogs (unos públicos, otros no). Un embarazo. Un aborto. Dos cirugías. Media docena de pruebas de HIV. Una nariz inútil. Un psiquiatra. Una psicóloga. Una psicoterapeuta. Dos ginecólogos. Tres otorrinos. Un amoroso cardiólogo. Un padre putativo. Una madre putativa. La ilusión de una casa. La desilusión de una casa. La tranquilidad de volver caminando a las cuatro de la mañana. El karma de dar clases en la Universidad. Quedarse encerrada una vez en la biblioteca, un sábado. Muchos, muchos, muchos aviones. Un permiso de conducir. Un montón de kilómetros en auto. Un cruce trasatlántico en barco. Unos besos robados enfrente de un hotel en calle Fontanella. Una estampida de mariposas en el estómago después de un beso erróneo en la Plaça de Sant Pere. Muchos amantes incovenientes. Muchos amigos de adultez. Dos urbanistas serbios. Un montón de visitantes. Una consulta para la independencia. Una decena de juegos del Barça en el Camp Nou. Aprender a andar en bicicleta. Enamorarme de mi instructor para aprender a andar en bicicleta. Ir con él al cine. Desenamorarme. Una hermana holandesa. Una hermana argentina pero uruguaya pero catalana. Una hermana que fue. Una cómplice local. Los éxitos de los otros - ese trabajo nuevo, esa nominación al Grammy Latino, ese anillo de compromiso, esos cuatro embarazos al tiempo. Otros tantos divorcios (de todos nosotros). Una jefa hijadeputa. Un jefe hijodeputa. Un montón de trabajos exóticos. Aprender a cocinar. Enamorar con la cocina. Hacer tinga, mole, carnenesujugo, birria, ceviche, tamales... Entender que amo comer. Bajar cinco kilos. Subir siete. Bajar diez. Subir cinco. Bajar quince. Subir siete. Aprender que el peso se mide por lo feliz que te ves en las fotos. Decidirme a viajar por viajar. Un tatuaje que me hace regresar. Un bar de casa. Desarrollar la habilidad de echar una bronca. Extrañar el tequila y el mezcal (y las tortillas y la cerveza Indio). El cabello más largo de la vida. Mechas rosas. Mechas azules. Mechas verdes. El pelo liso y no saber cómo verme en el espejo. La ilusión de irme. Las ganas de quedarme. La noción de volver.

Un último piropo (en inglés, por correo): "You have a smile that I will always remember, it makes me feel that everything is right in the world as long as you smile and believe."

Pura, absoluta, total fe y gratitud que hacen que después de diez años sepa que soy, de hecho, de aquí. En el fondo, sé que amo a esta ciudad porque cada día hago el esfuerzo de volver a enamorarme de ella - la dejo que sea como es (no puedo cambiarla) pero sé que nos hemos hecho, de alguna manera, a la forma de la otra durante este tiempo.

Y de tanto amor, uno solamente puede estar agradecido.

14.10.14

Otro día

El comercio barcelonés hace años que no está cerrado a cal y canto los domingos, pero hay cosas que todavía hay que comprar los sábados o cualquier día con más movimiento. Conociendo bien el barrio en el que vives, en el último minuto te puedes montar cualquier tipo de fiesta o banquete sin grandes problemas, pero son los ingredientes de especialidad los que se convierten en un reto.

El domingo, con el reto impuesto de cocinar un Pho, me desperté para darme cuenta que no sólo me faltaba la carne, sino también jengibre, limas y pimiento picante. Había pequeños detalles que en mis excursiones de días anteriores no había logrado incluido. Así que salí a las calles, a los rincones donde ya sé que encontraré las cosas, a comprar la carne, las limas, el jengibre... pero el pimiento picante perdido.

Ya hecha a la idea de que tendría que utilizar algo que se estaba muriendo en el fondo de mi nevera, regresé sobre mis pasos a una tienda a la que hace meses y meses no me acercaba. Y me encontré a mi antiguo tendero, un señor pakistaní con el que me sonreía todos los días durante años - porque era el único que habría esa tienda en Rec Comtal. Antes de entrar a la tienda ya había visto una caja con los pimientos de marras: tomé cuatro y entré como una exhalación a la tienda, con ellos en la mano.

Sus ojos se abrieron en sorpresa. "Bon día!", me dijo, en esa forma que tenemos los adoptados de Catalunya de saludarnos en catalán porque es nuestro idioma de encuentro. "Bon día", contesté, sonriendo, mientras él organizaba las cosas de otra señora que iba a pagar. "¿Qué llevas? ¿Sólo eso?". Extendí la mano y le mostré los cuatro pimientos mientras asentía con la cabeza. "Déjalo... ya me pagas otro día", me dijo, mientras hacia la seña de que me fuera. Seguramente me veía la prisa. "Y bon día!", otra vez, antes de salir.

Me sonreí yo y la gente que estaba en la tienda. Regresé a casa rápida, haciendo la lista mental de las cosas que tenía que poner en la olla con el jengibre y en los platos con el pimiento. Mientras abría la puerta de casa, pensé en las solicitudes de empleo que ahora envío a un lado y otro del océano. Uno es del lugar que reconoce como suyo por la forma en que detecta incluso las heridas de la calle sin mirarlas. Donde sabes cuál es la forma más rápida de moverte de un sitio a otro, a dónde puedes ir a comprar qué en un día festivo y si hay realmente alguna opción para aquello que se te olvidó. Sabes que eres de ahí porque los demás te lo recuerdan. Sabes que eres de ahí porque aunque te vayas - aunque pasen meses sin ver esas calles, esas tiendas, esas personas - ellos saben que pertenecías (alguna vez) a ese sitio.

11.10.14

Excursión

Anoche, a las dos y pico de la mañana, sabiendo que se me venía encima una especie de gran resaca moral, le mandé un mensaje a la Cómplice. "¿Me acompañas mañana a Sitges?". En pleno festival de cine fantástico, pasaban una versión remasterizada de los Gremlins. Hacía poco más de una semana que me había enterado y, en un arranque de optimismo, compré dos entradas de esas que uno compra esperanzado, ilusionado. Hace un par de días había hablado con la cómplice del plan y le pareció una idea magnífica... Pero yo, que luego hago las cosas demasiado de último momento, no le dije nada hasta anoche. Lo bueno es que la Cómplice es como yo - en tantas y tantas cosas - y no dudó un minuto.

Nos vimos temprano para tomar el tren - la ciudad todavía no estaba inundada de gente mientras caminábamos a la estación. Y fue en la estación donde comenzaron los recuerdos: todos esos meses yendo a Sitges, todos los días, a trabajar. Los años que han pasado desde entonces. La otra persona que iba y venía y que ahora no sé si reconozco aún cuando me miro al espejo.

Desde el tren, vimos los campos de verduras cercanos al Prat, los bañistas en la playa, el mar que todavía sigue vestido de verano a ratos. Hablábamos sin tregua de las sorpresas, de la necesidad de movimiento, de la inminencia de los retornos. A veces me sorprende con la Cómplice que, cuando le digo las cosas - cuando las acomodo en mi cabeza para explicárselas - es cuando las entiendo. Y entonces se me llenan los ojos un poquito de agua, y desbordan. Ella entiende porque también le pasa. Y no paramos, no logramos, parar de hablar.

Le conté cómo me servían esas horas de tren hace años para encontrarme - el tránsito diario, que acabó agotándome, también fue lo que me ayudó a entender quién era, en dónde estaba. Tantos meses yendo y viniendo que me dejé un pedazo del cuerpo ahí... y al llegar al pueblo descubrí que ahí estaba, esperándome. Recorrimos las calles que había visto tantas veces, vimos los bares aquellos, la orilla de aquel mar. Pedimos un café en una terraza llena de modernos, con sus hijos modernitos. Y nos quedamos nosotros también, moderneando. Vimos la película con cientos de personas que también la habían visto en casa, en un video. Nos horrorizamos un poco con las escenas que recordábamos y otro tanto con las que no.

Salimos después al pueblo y seguía siendo aquel sitio donde estuve - aunque hubiese cambiado en la forma, permanecía el fondo. Después de dos bares de tapas y una larga plática con mi gran amigo local, regresamos. Y otra vez, mientras mirábamos el mar, no podíamos dejar de hablar - de arreglar, futurear, esperar. Fuimos y volvimos de sol, del verano que se resiste a irse, del futuro que nos mira, aburrido, mientras nosotros decidimos cuándo entrar a él.

(Esta crónica es para la Cómplice, que le gusta ser cronicada. Y para el futuro, que necesita alguien que lo cuente, y hoy me parece un poco más cercano de lo que parecía esta mañana.)

2.10.14

Una cita

La primera vez que lo hicimos, yo no sabía muy bien qué esperar pero estaba confusa casi por todo y agradecía de buen grado cualquier guía. Ella me había ofrecido hacer eso por mi después de una reunión de trabajo a la que, creo, llegué con los ojos hinchados de llorar. Días después, sentadas en el café de un hotel, M. sacó una serie de papeles y comenzó a leerme mi carta astral. Sol en Capricornio, luna en Leo y luego un montón de cosas más que no dejaban de sorprenderme y de las que, la verdad, no puedo acordarme. Guiada por una serie de trazos, me explicó mi relación conmigo misma, con mis padres, con mis parejas, con mis trabajos, la situación en la que estaba, lo que me deparaban los siguientes años. Entonces comenzamos un diálogo - ella me preguntaba cosas y yo encajaba los detalles. Yo preguntaba algo y ella me daba la explicación. A partir de ahí hablamos de un millón de cosas más... y la consulta se extendió toda la tarde y me hizo creer, de otra manera, en el universo.

Durante muchos años antes de ese día yo le tuve miedo a los horóscopos y a la astrología en general porque eso de adivinar el futuro es pecado. Pero conforme fui creciendo y descubriendo que muchas de las cosas que son pecado también son muy divertidas, aflojé mi postura (mi luna en Leo, seguramente, obrando en mi favor). No se trataba de ser necia ni desobediente: descubrí que lo de mirar las estrellas así era otra manera de buscar preguntas... y por supuesto respuestas. Me divertía, pero sabía poco. Me dediqué a leer sobre ello. En algún momento de crisis en la redacción de un periódico, armada de un almanaque lunar, escribí los horóscopos un par de semanas hasta que contratamos a un astrólogo de verdad. Luego recibimos cartas pidiendo los míos: parece que mis "predicciones" eran tremendamente optimistas y eso, bueno, gustaba. Pero lo mío era totalmente amateur: M. sabe, de verdad, con seriedad. Y es magnífico ver en sus ojos lo que descubre.

Hace unos días nos volvimos a ver, corriendo. Habíamos dejado pasar un par de años entre la última consulta y esta vez, por primera vez, no llegué hasta ahí con una angustia. Iba en realidad a verla, a darle un abrazo, a pedirle un contacto de trabajo, a tomarme una taza de café, a hablar de todo lo que ha cambiado desde la última vez que salí de esta ciudad con un plan de viaje de dos meses y pico, a buscar algo que (ahora empiezo a verlo) en realidad llevaba en los bolsillos del pantalón. "Vas a buscar preguntas", dijo mi terapeuta. Y volví con las preguntas, con algunas respuestas, y con unas ganas locas de buscar más preguntas - because that's the name of the game, baby. Según hablábamos, M. me contaba de las cosas que están bien aspectadas y no en los próximos meses: de cómo mi personalidad dual se va a encontrar discutiendo cosas básicas. De cómo ahí mismo también aparece que mi madre estará muy bien y en el futuro, habrá cambios. Muchos cambios. "Lo único que puedo decirte es que veo movimiento... nada fijo, nada estático. Más movimiento. Ya luego tendrás años de calma pero ahora te toca moverte... y reconciliar lo que necesitan tu sol y tu luna".

Como siempre, acabamos riéndonos. "Tú tienes un rollo o un noviete por ahí". "Que no". "Que sí, que aquí hay algo". "Pues es que no". "En tu viaje". "Ah... en el viaje...". Entonces le conté una cosa que fue divertida y probablemente lo menos pensado/reflexionado que he hecho en mi vida - con lo que me reí y disfruté como nunca. "Ves... tu luna en Leo. Eso tiene pinta de lo pasaste muy bien. Y con cosas como esa, con algo así, te lo vas a seguir pasando muy bien". Me sonreí y aún me sonrío al escribirlo. Esté escrita en las estrellas o no, una predicción como esa no puede más que emocionarme.

19.9.14

De vuelta

"Qué señorita más seria, ¿no?". Iba caminando por la Plaça de Sant Agustí Vell cuando una voz que, aparentemente, se dirigía hacia mi, me hizo voltear la cabeza. "¿Por qué estás tan seria?". "¿Mande...?" - contesté. "¿Te pasa algo? Es que vas con una cara muy seria", la voz salía del cuerpo de un chico alto, barbado, de quizá un metro ochenta. Entre las sombras, distinguía clara su camisa blanca y sus dientes, que mostraban una sonrisa perfecta, para las sombras. "No, no pasa nada. Todo en orden", dije, y me sorprendí a mi misma sonriendo. "¿Y qué tengo que hacer para saber cómo te llamas?", me preguntó y contesté. "¿Y esos ojos tan bonitos de dónde vienen? ¿De México?". Me sorprendió. "Sí, exacto...", seguí sonriendo. "Claro... el 'mande'... Yo soy Abdel...", me dijo mientras me estrechaba la mano. "¿Podría pedirte un teléfono para tomar una cerveza después". "No, Abdel... no está noche".

Nos despedimos con otra sonrisa y agitando las manos. Las siguientes dos cuadras hasta mi casa recordé cómo, hasta hacía unos minutos, había hablado con Zorana de la importancia que tiene que alguien te ayude a reír  - de cómo la vida hace más sentido rodeado de amigos, de gente, que te sacan una sonrisa o, mejor aún, una carcajada.

Ha pasado casi una semana y no fue hasta esta noche que me sentí de vuelta: de vuelta a lo que me preocupaba antes de irme, a la incomodidad que había conocido, a un día completo de escribir sin estar convencida del resultado, a hablarle a los amigos para salir intempestivamente, a tomarse un gin tonic y luego comer un falafel en la calle y al final regresar a casa con una sonrisa. Y a escribir de nuevo. De vuelta.

21.7.14

Aviso de mudanza temporal

La que aquí suscribe literalmente anda de parranda. Por favor, sígannos en nuestro blog paralelo del #crazylocotour.

Por su atención, gracias.

8.7.14

Última hora

Pedacito de portada
Me desperté realmente una hora después de que comenzara a sonar la alarma. La estuve callando a ratitos, sin darme cuenta del susto que se me vendría encima cuando finalmente abriera los ojos. Y mi primer pensamiento fue para mis queridas amigas de la universidad. "Pobres", pensé. "Qué angustias las hice pasar por terminar todo, siempre, a última hora". Old habits die hard - dicen. Y hoy también, como entonces, me dí cuenta que había pasado la última semana ultimohoreando.

Ya era más tarde de lo que había planificado despertarme. En lugar de encender el ordenador, me arreglé, me vestí y metí todas las cosas necesarias para el día en mi bolso. Tenía una cita para desayunar con mi Italiana, quien me tenía un regalo y distracción y buenos deseos. No podía, no tenía más fuerza, más que para irme allá y pensar en lo bueno que estaría el café con leche.

La fecha de entrega de hoy me la había puesto yo - nadie más. El sábado comienza de lleno el crazylocotour y no había manera de que fuera yo por ahí paseando con la angustiosa tesis. Es demasiado pesada - seguramente me cobrarían sobrepeso en el avión. Además, ya ha ido a demasiadas vacaciones, a demasiados viajes, me ha fastidiado las suficientes noches y sus días.

Pensé en lo diferente que era mi vida la tarde que decidí, frente a Bef y Rebeca, que comenzaría el doctorado. En todas las cosas que se han perdido y se han ganado entre medio. En todos los amigos que he estado a punto de perder por mi mal humor y mis nervios. En las veces que pensé que mejor no, no quería hacer la tesis. Que de nada me servirá. Pensé en que todo eso ya no está.

Y fui al café, y esperé a mi Italiana, y terminé de ordenar el índice del texto. Y luego fui a la biblioteca y escribí un par de párrafos más a las conclusiones y corregí una cosa que no me gustaba de la introducción. Y modifiqué - por enésima vez - el título. Y convertí todo a PDF y junté los archivos e hice una cosa de 180 páginas sinbibliografíanianexos que luego tardó lo que a mi me pareció un millón de años en imprimirse dos veces. Y fui a la papelería a que lo engargolaran y después me fui a entregárselo a mis directores de tesis. El Director A me había invitado a comer - le dejé el texto y me dijo que lo tendría revisado cuando yo volviese del viaje. Después, no hablamos más de eso sino de una investigación sobre el modernismo que tiene una buena pinta. Pero me quedé un poco desconcertada porque yo quería hablar, por una vez, de la tesis. De su incierto pero inexorable futuro. Entonces, antes de meter el otro volumen en el casillero del Director B, me paseé con él por la Universidad, mostrándolo, como mamá recién parida.

Ahora estoy en casa, respirando. Me puse a escribir esto porque sabía que tenía que escribirlo, contarlo, desde que me levanté. Que tenía que dar las gracias a toda esa gente que ha sido infinitamente paciente conmigo y a la que prometo pagarle todas las cervezas, whiskies y abrazos que le debo.

Yo sabía que eso tenía que entregarse hoy y está entregada. Aún no sabemos cuál será su destino - "¡felicidades, casi-Doctora!", me dijo uno de mis jefes - pero sí sabemos que ya tiene una fecha qué marcar: el día que decidí que había terminado y que esa tesis - la parte que me hace sufrir - no volverá ir conmigo a ningún sitio.

5.7.14

Las cosas dichas

La última conversación se ha mantenido con meses de silencio entre medio. Palabras van y vienen, eléctricas, telefónicas. Pareciera que nada está completamente dicho. Y lo está. Pero, de nuevo, completamente no es definitivamente.

Hay cosas que hemos dicho sin nombrarlas. Y sin embargo, están. Y estos silencios, este escondernos en las rendijas de la tecnología, también tiene que ver con el diálogo. Del saber que estamos sin estar, sin volver, sin irnos, sin despedirnos del todo.

Es sábado de verano y, por un momento, imagino otros veranos. Todas las cosas que se quedaron, entonces, en silencio. Pero que fueron dichas sin palabras de tantas maneras.

No es que nos debamos nada: es que sabemos lo que nos dimos. Y eso basta.

21.6.14

La FIFA, los mexicanos y los niños contestones (y bullies)

Aunque mi mamá hizo hasta lo imposible porque se me quitara, yo era (y sigo siendo) una de esas "niñas contestonas". Sobre todo cuando me regañan cuando hice algo mal. Se me ocurren mil y un motivos para validar mi actuación y decir que no, no es verdad, que lo había hecho bien. Mis profesores saben - ah, el karma que estoy pagando hasta hoy - que era capaz de quedarme después de una clase y discutir sobre papel y en vivo hasta que me dieran la razón. Hasta en clase de matemáticas (que poco hay que discutir).

Confieso también que con el tiempo, los tropezones y quizá horas de terapia, lo que he aprendido es a tratar de elegir mis batallas. Sólo pelear aquellas, contestar, en donde sé que puedo tener una respuesta a mi favor o cuando estoy VERDADERAMENTE CONVENCIDA de tener razón.

Estos días he descubierto que quizá mi cabezonería es de nacimiento. Pareciera que los mexicanos fuéramos incapaces de recibir una amonestación, bajar la cabeza y decir "lo siento". En los últimos días, ha habido una enorme erupción en las redes sociales de indignación porque la FIFA abrió un expediente disciplinario contra los espectadores mexicanos que tienen el hábito de gritar "PUTO" a los contrincantes.

Y la indignación y los memes contra la FIFA me recuerdan ese momento del niño contestón que hizo algo, fue reprendido, e igualmente responde. Porque no le da la gana que le llamen la atención. Porque nadie tiene derecho a decirle que ha hecho algo mal. Porque en el fondo siempre ha sido un bully y eso no se lo quita nadie.

Conforme veo frases en defensa de los fans mexicanos y escucho a gente que conozco defender el "uso y costumbre" de gritar así en los estadios, me voy quedando cada vez más helada. Me recuerda la defensa de "fue sin querer queriendo" del Chavo del Ocho que, por cierto, siempre quería. La pataleta del que sabe que se equivocó y no puede aceptarlo. La insistencia de inocencia del que es encontrado robando galletas a plena luz del día.

Los mexicanos podemos estar - gracias a la televisión, Molotov, la cultura homófoba o lo que sea - más o menos acostumbrados al grito de "PUTO". Lo que no podemos argumentar es que esté bien, que sea aceptable y deseado y que nadie nos puede quitar el derecho de gritarlo a coro. No lo vamos a cambiar de golpe, es cierto. Es, efectivamente, un uso y costumbre: como es uso y costumbre maltratar a las mujeres, a los perros, el derecho de pernada, la apuesta de los seres queridos y otras más "delicias culturales".

En el fondo, creo que lo único que me gustaría es que no estuviésemos convertidos en un país de niños contestones y bullies irreversibles. Nadie ha sacado al Tricolor de la Copa. Tampoco los van a sacar por eso. Pero sí nos acaban de dar un jalón de orejas enfrente de la afición internacional. Y es vergonzoso.

Y a todos los que dicen que (insistimos) es una cuestión de uso y costumbre que no debería de tomarse tan mal, sólo tengo una pregunta: ¿y si el grito fuera contra tu padre, tu hermano, tu hijo... contra ti?. Desafortunadamente me imagino una respuesta: "¿A mí? A ver ponte a los trancazos, cabrón... vamos a ver quién es más...". Y volvemos al principio.

19.6.14

Ese animal moribundo

"Intenta imaginar la tesis. ¿Puedes ponerle un cara? ¿Puedes verla? ¿Qué es? ¿Cómo se ve?".

Mi primera impresión es que la tesis se ve como una especie de bloque de papel malencarado sentado en una silla, con brazos y piernas de palo. Mira con mala cara... con ojos de "me estoy riendo de ti". Pero no es eso: eso es sólo el disfraz de halloween de la tesis que es otra cosa muy distinta.

Todo parece indicar que, en mi subconsciente, hay un zoológico. Cada vez que hago ejercicios de visualización, me encuentro hablando con gatos, gorilas, pájaros de colores... y ahora un perro. Un perro que gruñe mucho.

"¿Por qué gruñe?"

Está asustado. Sabe que algo le va a pasar cuando se enfrente a un tribunal, a la gente, a las cosas. Y se esconde. Y gruñe. Y me hace pasarlo mal porque no puedo ayudarlo... porque me siento un poco atada de pies y manos. Temo que me muerda o que muerda a alguien más y lo dejo ahí, gruñendo, triste y adolorido.

De pronto me queda claro que es un animal moribundo - no nos queda demasiado tiempo, no iremos a ningún sitio juntos más allá de aquellos en donde ya hemos estado. Alguna vez estuvimos en un trance de dolor y se acuerda... y me lo reclama. Aún le quedan energías para gruñir, para darme batalla, para perseguirme en las noches que trato de dormir con él a mi lado. Y en lugar de enfrentarlo y llevarlo al médico, ponerle una inyección, cualquier cosa... lo dejo gruñir.

"¿Y qué puedes hacer por él? ¿Puedes dejarlo ahí? ¿Quieres dejarlo?".

La cosa es que quizá, en el supuesto, podría abandonarlo. Podría llamar a la perrera y pedir que pasen por él, que alguien más se haga cargo. Encerrarlo en el patio y dejarlo medio morir. No alimentarlo más. No hacerle caso. Pero no sería yo - continuaría escuchando, aún del otro lado del mundo, su gruñir incesante.

Toca llevarlo al médico, ponerme los guantes y sacarlo a la calle, darle algo para el dolor. Necesito hacerle entender que no quiero que le duela más - que me interesa más que a nadie que esté tranquilo.

Pero cómo. Cómo le dices eso a un perro que se alimenta de estadísticas, datos e interminables textos. Cómo le haces entender que lo quieres, por sobre toda las cosas, es que esté tranquilo. Para quedarte tranquila tú, de una buena vez.

16.6.14

A mi padre

Hoy yo también, todo el día, estuve acordándome de mi padre: mientras veía los cables de teléfono que sobresalen por todas las casas de Sofia, recorría museos imposibles o me petrificaba delante de los imponentes edificios en decadencia. Y me acordé de él cuando casi me perdí - otra vez, en una ciudad en la que esta vez ni siquiera sé leer el alfabeto. Me acordé porque supe que iba a llegar a mi destino: "tienes una brújula integrada", siempre dice de mi. "Aunque no sepas leer los mapas".

Recordé con claridad una vez que me llevó con él a lavar el coche. Cuando me dejó ir con el grupo de los niños al rancho y aprender a ordeñar. Las veces que me pidió que leyera en voz alta en la cocina, mientras sostenía un lápiz entre los dientes. Y una vez en Florida, cuando me dio unas monedas y me dejó llamar con mi inglés titubeante a pedir una pizza. Cuando salíamos a carretera y me dejaba mirar el mapa y darle vueltas y vueltas y vueltas... y me hacía responsable de dar las indicaciones. O de bajarme del coche a mitad de la noche a preguntar si había habitaciones en tal o cual hotel en pleno sureste mexicano. O cuando estuvo conmigo hora tras hora afuera de la casa enseñándome a estacionar el coche.

Recordé alguna vez que me mandó citar en su oficina, para decirle a la adolescente que era un par de verdades. Su cara de confusión cuando se dio cuenta que me había matriculado en una licenciatura en comunicaciones, no en una ingeniería. Su orgullo al verme con mi título en las manos. Su manera de conducir, sereno y orgulloso y guapo en su traje de lino, llevándome vestida de novia por las calles de Puerto Vallarta. Su abrazo sereno y comprensivo cuando le dije que se me acababa el matrimonio. Su emoción contenida en los aeropuertos cuando llego, cuando me voy. La absoluta certeza, la absoluta confianza con la que me dijo: "sí, es el momento, hazlo", cuando le conté de una aventura por comenzar.

Y me sentí muy, muy, muy, muy afortunada. Como me siento siempre. Pero a veces, como nos suele pasar, se nos olvida decirlo. Y hoy (ayer, mañana) toca.

Gracias, ingeniero. Lo quiero como ir a la luna, dar mil vueltas y regresar.

14.6.14

Un poco de drama

Una de las razones por las que no soy muy afecta a ver el fútbol, honestamente, son los gritos de los comentaristas. Siempre parece que tienen toda la razón, y a veces cambian completamente el sentido del partido. Si uno es como yo, no un experto, es difícil seguir el juego sin sentirse medio estafado por algunos gritos. Ahora, en Bulgaria, donde no entiendo nada - ni los letreros en las calles, que están en cirílico - estoy en mi salsa. Puedo ver el fútbol sin demasiadas exquisiteces técnicas pero tampoco con excesos líricos.

Aunque, reconozco, hay un momento donde es divertido escuchar a los comentaristas: ayer, por ejemplo, fue portentoso escuchar a los comentaristas de la televisión española de ser "los mejores del mundo", a "esto es horrible", pasando por "es que hace mucho calor", para terminar en "es un desastre de proporciones épicas".

Supongo que casi a todo le viene bien un poco de drama.

12.6.14

El #crazylocotour

Hoy abrí un blog más. Estoy de preparaciones, de cuenta regresiva. En un mes exactamente, me voy a hacer una vuelta para encontrar... algo.

El #crazylocotour tiene varios objetivos:
* Volver a escribir crónica con base periodística, con el objetivo documentar cómo viven algunos migrantes mexicanos que ya tienen un tiempo en EEUU y Canadá y que, sin haber pasado por el traumático cruce sin papeles, también han pasado sus propias batallitas.
* Conocer una parte de la geografía del continente en el que nací que ahora casi me parece extraño.
* Volver a escribir (no está repetido, es así de importante).
* Contar las historias de gente cuya historia a modificado y modificará la mía.
* Conocer la geografía de mis viajes y mis migraciones.
(Más las que se acumulen)

A los lectores de este blog les invito, amablemente, a que me sigan por allá también. El #crazylocotour tiene su propio blog, y también tendrá sus momentos a través de mi Tumblr y el Twitter. Regreso, a un tiempo, a reportear desde el campo y a contar a través de los medios sociales.

Todo muy ambicioso.

En los próximos días iré contando del proyecto y también de las cosas curiosas que pasan preparando un viaje así. Muchas de estas cosas irán en el otro blog... pero en el ínter, van pasando tantas cosas curiosas en la vida normal, que vienen para acá.

Fin del comunicado.

4.6.14

Círculos perfectos

El lunes a mediodía, en la copistería, un señor de pelo bastante cano estaba intentando sacar unas fotocopias de un dibujo en donde podían verse unos círculos muy bien trazados. La señora que lo atendía, simpática y ligeramente coqueta (en su voz que se volvía más aguda, en su manera de ponerse el rizo detrás de la oreja) le preguntó con qué había hecho esos círculos tan bonitos: "Pues mira, con un compás... es la única manera".

La señora se rió y le dijo que hacía mucho que ni siquiera había visto uno. Ni yo. Pero me acuerdo que tenía un estuche muy bonito con dos compases que habían sido de mi papá en la universidad y que yo llevaba al colegio. Me acuerdo de la magia de trazar una línea que, con el giro de una muñeca, se une a esa misma línea y cierra algo. Alguna cosa.

El lunes mismo, muy temprano en la mañana, estaba buscando en una montaña de papeles los comprobantes de pago de electricidad del que hasta entonces fue mi departamento. Los encontré y, junto a ellos, estaba otro papel que firmé el día que había dejado mi casa anterior: un maravilloso ático donde aprendí a ser sola y a ser yo y donde decidí con alguien más comenzar una nueva vida - no necesariamente muy lejos de ahí, pero sí en otro sitio. Recuerdo que, cuando dejé el ático, no podía dejar de llorar. Fue una casa que quise mucho y donde pasé algunos de los momentos más felices y también más tristes de mi vida. Pero se acababa una etapa - había que salir de ahí para cambiar.

Entregué aquella casa exactamente el 2 de junio de 2012. Y el 2 de junio de 2014 estaba, de nuevo, con papeles en la mano - extenuada de mudanza, de remover cajas, cosas, recuerdos, planes hechos y deshechos, fotografías, objetos perdidos - cambiando de vida. Me reí más cuando hablamos de los compases - vi cómo yo tengo aún integrado ese giro de muñeca que, sin demasiado cansancio, cierra los círculos que me ha dado por abrir, preveé dónde terminarán.

En mi primer día completo en mi nueva casa hice planes para salir y regresar a ella. Mientras los hacía, recibí un mensaje de quien se ha ido y se ha vuelto a ir - un mensaje para (en ese orden) saludarme, pedirme un favor y luego, inmediatamente, redonda y circularmente, desaparecer. Como sé que siempre pasará, me dice mi compás. Todo, pues, son círculos perfectos.

27.4.14

Desde un nolugar

Cuando tienes un vuelo a primera hora de la mañana yo, hablamos de mi, no puedo dormir muy bien. Estoy con la tentación de que no escucharé la alarma, que perderé el vuelo, que todo será muy terrible. Así - es que soy una tremendista.

Y hoy desperté para tomar en automático la maleta que ya había preparado, ponerme la ropa que ya había elegido y salir a las calles semivacías. Me encontraba con la gente que aún no había regresado de fiesta. Con los primeros rayos de sol.

El autobús al aeropuerto iba repleto de gente - sin pudor, se mezclaban los aromas de todos los que no se habían bañado: a veces los vuelos son demasiado temprano para ducharse. Agradecí mi rinitis, agradecí que el viaje duraba 20 minutos y que, en el fondo, estaba a punto de dormirme de nuevo.
Cuando llegamos a la terminal seguía en automático - pasé seguridad sin inmutarme, sin titubear. Caminé hacia donde siempre tomo el café, hice una broma de esas inútiles que uno hace a las seis de la mañana, y me senté a tomar jugo de naranja, café, pan con queso. Encendí el ordenador y utilicé hasta el último de mis 15 minutos de internet gratis en enviar correos de trabajo. Entonces pensé que iba tarde. Pero un poco como jugando a la ruleta rusa me compré otro café, pasé por el diario (el dominical) y llegué a la última llamada. Pero no era la última - era la primera que abordaba el segundo autobús. Me terminé el café ahí y comencé a sentir que me dormía. En el camino al avión, me toco uno de esos amaneceres que no tienen mucha descripción - son enteros. Te hacen recordar que todos los días deberías dar las gracias.

Escaleras, fotografías, Instagram, sentarse, acomodar la maleta, esperar que no llegue el compañero de al lado. Pero llegó el compañero de al lado. Un fumador, guapo, de ojos verdes. Sé que era un fumador porque he pasado mucho tiempo junto a algunos, dormido muchas noches, tomado muchos cafés. No olía mal - olía a eso a lo que huelen los fumadores en la mañana, con el primer café, con la primera sonrisa.

Él se durmió pronto. Yo no pude. Yo hice crucigramas, intenté leer el diario, escuché música, escribí. Escribí. Escribí. Se despidió de mi al bajarse del avión - como corteses compañeros de viaje nos sonreímos y asentimos con la cabeza. Lo ví en la fila de los equipajes - yo pasé con mi equipaje de mano.

Y de pronto, salidas de Schiphol. No puedo contar las veces que llegué ahí. Pero me acuerdo de cómo se sentía. Y miré la gente con flores, con globos, con caras expectantes. Y seguí caminando sin pensar. Rápido. Hacia la salida.

Schiphol es un nolugar - pero hay rincones en los nolugares que son aún más extraños. Como un hotel de aeropuerto. Sin planificarlo, he estado aquí todo el día - en una habitación que parece una cápsula espacial, con vistas a los despegues. Todo el día viendo aviones que se van.

A medio día regresé al aeropuerto para entrar a un supermercado de la misma cadena donde solíamos hacer la compra. Y me entraron las ganas de llorar. Me entraron las ganas de llamar. Por lo que tuvimos, por lo que perdimos, por lo que fuimos, por lo que dejamos de ser. Me compré una ensalada y salí como si me persiguiera un fantasma. Comí en la capsula, enfrente de los correos que no dejaban de llegar y la tentación de tomar el teléfono y llamarle. Llamarle.

Pero hay veces que uno no debe llamar. Porque lastima. Lastima que te llamen - tú sabes cómo se siente. Y si ya te duele a ti, si ya te incomoda a ti, no hay necesidad de joder al otro. Ninguna.

Tomé una ducha, hice una siesta y seguí trabajando. A las siete de la noche volví a ir al aeropuerto. Compré cosas que no necesitaba en tiendas pequeñísimas. Vi las portadas de las revistas en un idioma que cada vez sé leer menos, que cada vez entiendo menos. Compré un pan con un pedazo de salchicha y mostaza y salir a comérmelo en la zona de fumadores. Ahí la gente fuma, se toma fotografías. Yo, por una vez, no me sentía turista. Ni me sentía nada. Ahora ya no pertenezco aquí. O no de la misma manera.

Metida en mi drama, no me dí cuenta que se me había reunido un corrillo de pajaritos pequeñísimos, un ejército de gorriones. Miraban mi salchicha con mostaza. Se la querían comer. Hablé con ellos, como si me entendieran. Les expliqué que era mi cena, que necesitaba comer algo, que me diera el aire. Ellos me miraban igual. Y terminé dándoles pedacitos de pan con mostaza y asombrándome de que se los comieran, sin problema alguno.

Mientras caminaba de regreso a la cápsula, pensé en volver a pasar por el supermercado. Y lo hice. Pero esta vez decidí no comprar nada - porque no tenía más hambre, porque no necesitaba nada, porque no estaba pasando nada. La nostalgia, ese animal con patas largas, me había pinchado demasiado profundo, demasiado temprano. Ya era hora de otra cosa.

Y aquí estoy, en la cápsula. Hace un poco de tiempo que dejaron de despegar los aviones. Veo los autos pasando por la salida que da a la carretera A4. Escribo, como quien se raspa una herida para limpiarla. Y la dejo abierta - porque sólo el tiempo la hará menos dolorosa. Como todo.

Mañana será otro día.

26.4.14

Qué se siente (Motivos I)

es como intentar describir porqué amaneciste con antojo irrefrenable de un huevo frito con pan tostado y salsa de tomate. o ese momento en el que decides que la única manera de rematar la tarde de una forma digna es tomándote un gintonic. o el hueco literal en el estómago que te suplica que te comas unas patatas calientes. el granito en la punta de la lengua que sólo se cura con un helado de doble chocolate. las ganas constantes de rascarte el grano que te dejó (cabrón) aquel mosquito que ahora duerme gordísimo de sangre junto a ti en la cama. la manera en que salivas cuando ves la fotografía que alguien tomó de los fogones de la casa de la abuela. el incómodo placer con el que te revuelves en la silla cuando el chico que está tomando café enfrente de ti - ese, el que es casi desagradablemente guapo, con esos labios que parece que están hechos para moderlos - te sonríe. la manera que te sonríes por dentro y sales a la calle después de haber pasado la noche con alguien con quien no deberías pasar la noche. meter las manos en la masa para hacer pan y sentir cómo va cediendo a la presión de tus dedos. pensar en la sensación de una ducha caliente de buena presión mientras terminas el trabajo en un día con frío. levantarte en medio de un programa de televisión estúpido y guiado por una mano invisible, tomar de la estantería ese libro que - lo sabes - siempre te ha hecho reir.

más o menos una mezcla de todo eso se siente cuando de pronto te sientas frente al teclado o la hoja en blanco con ganas de escribir.
incluso cuando no sabes qué quieres escribir.
sobre todo cuando no sabes qué quieres escribir.
sólo entiendes que hay algo en tu cuerpo que necesita, con urgencia, convertirse en palabras y quedarse ahí, frente a tus ojos.

más o menos algo de eso.

19.4.14

La Pasión según un Niño de Poble Sec

Viernes Santo y la ciudad había sido tomada por los turistas. Sin embargo, al bajar por las calles menos conocidas, al pasear por los barrios menos de moda, parecía una especie de domingo extendido. En Poble Sec, algunas terrazas se recogían temprano, desanimadas por un viento que no terminaba de calmarse.
Él iba corriendo un poco desbocado. Las calles sin autos caminando es a lo que invitan - a correr desbocado, lejos de la mano de la mama y del abuelo que van vociferándose entre ellos. Y entonces, en su carrera loca, cruzó una calle sin fijarse.
Cuando estaba en la mitad de la calle comenzó a caerle el aluvión de gritos e insultos. "¡Pero qué haces! ¿A dónde coño vas?". Se quedó petrificado, escondiéndose detrás de un poste en una esquina. Los tres adultos, ya menos ocupados en su propia discusión, ahora hacían una competencia a ver quién le gritaba más fuerte. "¿Estás tonto o qué? ¿Has visto aquel carro que pasaba? ¡Te pudo haber atropellado? ¡Y te hubieses quedado ahí, muerto, muerto!". La voz muy aguda de su madre era avasalladora, pero se podía ver desde lejos que a quién de verdad había que temerle era al abuelo. Y era verdad: su voz tronó, como cuentan por ahí que tronaba la voz de aquel inmisericorde diosdelosjudíos.
"¡Te hubieses quedado ahí muerto, ya verías! ¿Y crees que nos íbamos a quedar tristes? ¡Por supuesto que no! ¡Tristes estaríamos por todo el dinero que nos cobrarían por tu entierro! ¡Por eso estaríamos tristes!".
V y yo aceleramos el paso, mirando cómo el pequeño se hacía cada vez más pequeño en medio de la catarata de insultos, como si fuera nazareno camino al Gólgota. No lo sacudían, no lo tocaban... no en el cuerpo, pero si en el alma y la cabeza.
"Señor, si puede pasar de mi este caliz", pensaba yo, empeñada en encontrar sentido a la gritiza en plenos días de vacación.
"Ese pobre", dijo V, mucho más cerca de la realidad. "Ya se quedó traumado para el resto de la vida".

30.3.14

Cosas que regresan con la lluvia

La primavera en Barcelona siempre pasa por los mismos trámites. Es la más feliz, la más grande, la más seductora de las estaciones. Y se le pone a un lado a un invierno taciturno que, no puede evitarlo, se rebela. Se resiste a irse. Y por lo menos un fin de semana cuando todos estamos listos para salir al sol, a la playa, al campo, a la vida, el invierno regresa por sus fueros. Bufa con lluvia y vientos imposibles. Se instala. Hace como si esta fuera su casa.

La primavera - que sabe que el invierno tendrá que irse, le guste o no - se hace un lado. Deja al invierno que tenga su arrebato, su pataleta profunda.

Los miro enfrentarse desde casa. Escucho mis ventanas que se azotan con el viento. Me hundo en las cobijas. Encuentro que la única norma de etiqueta que se puede seguir estos días es vagar por la casa con un libro, una taza de té y esos comodísimos pantalones de pijama de invierno. Repantingada entre mis mantas, no pienso. Asumo - como la primavera - que esta tormenta que por alguna razón me llueve por dentro pasará. Siempre pasa.

Pero con la lluvia, de pronto, me llega el antojo de una sopa. De oler a verdura recién cocida, a cilantro, a cebolla. Me antojo de mole dulce, de tinga, de tortas ahogadas, de ponche de fruta, de frijoles con queso... Un poco de todo. Y a regañadientes, salgo de los pantalones de pijama y arrastro mis pies por las calles de mi barrio. El humor me cambia frente a los escaparates de fruta y verdura, al saludo amable del carnicero. Llueve fino. Llevo un paraguas, pero debajo del brazo. Compro el diario y las revistas que vienen con el diario. Pan. Un poco de fruta.

Al llegar a casa, no regreso al pantalón de pijama. Pongo manos a la obra y llenan la olla zanahorias, patatas, tomate, calabacín, el pollo, un poco de arroz, cilantro, cebolla. Llueve afuera. Sigo lloviendo, pero no de adentro - ahora lluevo/lloro porque las cebollas tenían tanto tiempo en casa que están más fuertes de lo común. La cocina hace su alquimia. La casa se llena de olores. Limpio la alacena y encuentro aquel sobre de chocolate, aquel cubo de sabor que había olvidado.

La primavera, que me conoce, regresó con la lluvia - y entró a mi casa por la ventana de la cocina.

23.2.14

Golpes de Estado

El 23 de febrero se conmemora en España un golpe de Estado. Hoy, en pleno domingo de desvelo y resaca, en lugar de tomarme un té y una larga ducha caliente, me quedé pegada al televisor y al Twitter viendo un falso documental (que yo no sabía que era falso) y una catarata de reacciones encontradas en las redes sociales. De gente que siempre se ha sentido engañada y por un momento creyó que la entendían. De gente que creyó que había descubierto algo y sintió que la engañaban. De otros que, muertos de envidia por ver a alguien hacer de Orson Welles, no se les ocurre otra cosa que azorillarlo. De los fans de Orson Welles que se sienten en medio de la Guerra de los Mundos...

Y en medio de la idea de una conspiración que había generado un golpe de estado, me acordé del golpe de estado que yo me dí a mi misma. También en un 23 de febrero. Yo, al igual que los que estaban en el poder en España en 1981, sentía que algo se gestaba. Algo, me parecía, en esa vida que yo estaba intentando imaginar como casi buena no iba tan bien. Y tenté el terreno. Intenté encontrar el momento para descargar mis dudas. Y, envalentonada por un par de gintónics, poco después de las tres de la mañana, solté a bocajarro la pregunta aquella de: "¿tú todavía quieres seguir conmigo?".

Lo entiendo como golpe de estado porque era ponerme a mi misma, a eso que quería, contra las cuerdas. Era enfrentarme a algo que ya me parecía que no iba del todo bien. Era anteponer mi creencia de que, después de un error inicial, las cosas deberían ser claras, transparentes, firmes para ambos. Y sabía que la pregunta, al ser violenta, también podía tener consecuencias nefastas.

Las tuvo. Me recuerdo enzarzada en una discusión mientras volvíamos a casa. Me recuerdo llorando por los rincones. Me recuerdo con un dolor de cabeza volcánico a la mañana siguiente, intentando separar la tristeza de la resaca, todo junto. Me recuerdo intentando pegar mis piezas, que sentía que se me escapaban como arena entre las manos.

Ese fue mi 23-F. Mi propio golpe de estado.


Ahora, si lo pensamos bien, el asunto no pasó el 23-F. Fue el 24-F a eso de las 3:30 de la mañana. Tampoco fue un golpe de estado porque no pensaba yo imponer ningún tipo de gobierno militar. Y la memoria que tengo de esos días dista mucho de ser fotográfica - es más bien nebulosa, confusa. Y si me acuerdo de la fecha es, justamente, porque había nevado y porque se habló - en algún momento de la tarde - de ese golpe militar. Resumen: que este post es también un falso documental. Que no sirve para mucho más que para marcarme un hito - otro aniversario de supervivencia. Cosa por la que, sé, debo estar y estoy agradecida.

8.2.14

Distancia relativa

Cierro los ojos. La crónica hoy viene desde adentro. Es sábado por la noche. Hace frío. Estoy en casa, con un suéter de lana, porque hace más frío adentro que afuera. Es lo que tienen las casas viejas, de techos altos, de suelos de cerámica. Mi cama está cubierta de papeles que me gritan que hace meses que no organizo todas las cosas que guardo para recordar. No he tenido tiempo de organizar los recuerdos - se agolpan, se encabalgan, se tropiezan, como en aquella casa de los cronopios de Cortázar.

Cierro los ojos. Intento concentrarme en mi respiración. Por mi cabeza pasan un montón de pensamientos, de esos de los que no lo dejan a uno concentrarse cuando está intentando esa cosa imposible que se llama meditar. Pero hago lo que me enseñaron - miro al pensamiento, lo abrazo, lo reconozco, lo dejo ir. Algunos regresan y otra vez se ponen en frente de mis ojos cerrados. "Hazme caso, escúchame, déjame que te inquiete, que te angustie, que te rompa, que te vuelva a pegar". Y lo ves frente a ti, como un niño caprichoso. Como uno de esos recuerdos. Y le tocas la cabeza, lo medio despeinas, le dices que sí, que no vaya a tropezarse... lo dejas ir.

Cierro los ojos. Este año ha empezado lento y rápido. Hoy me doy cuenta que es la primera vez que paso a escribir por aquí - he atendido otros aparadores, pero no este. Y hay, tanto, pero tanto que contar.

Cierro los ojos. Y aquí, mientras el frío me abraza, pienso también en todos los que me abrazan sin estar aquí. Algunos en este ciudad, otros en este país, en este continente... y otros lejos, tan lejos, tan lejos que incluso se han ido de este mundo físico. Pero siguen aquí. Y todos de pronto se meten en las fibras de mi suéter de lana y me abrazan, me pasan la mano por la espalda, me revuelven el cabello y me dicen que corra con cuidado, que no vaya a lastimarme.

La distancia es siempre relativa. La felicidad es siempre momentánea. Y a veces hacen falta que se rompa todo y tardar mucho en construirse de nuevo para darse de cuenta que siempre, siempre, siempre habías tenido aquí lo que querías. Cierro los ojos. Y me doy cuenta que eso que yo era sigue ahí.

Cierro los ojos. Observo. Cosas que le pasan a uno por la mente un frío sábado de febrero.