10.5.16

Ma-ma-mayo

En España, el día de la madre se celebró este año el 1 de mayo - sí, el día del trabajo. Nada extraño porque, según la mayoría de las madres que conozco, es el trabajo más intenso al que se puede acceder. Entonces he tenido diez días - hasta el 10 de mayo que es el día de las madres en México - para reflexionar sobre el hecho de la maternidad, los instintos maternales y todos los colaterales.
Al ser una mujer de treintaymuchos recibo con bastante frecuencia la pregunta de cuándo y cómo voy a ser mamá. Si quiero ser mamá. Si me lo planteo. Desde mi ginecólogo hasta mi familia, pasando por gente a la que es la primera vez que veo en mi vida y, sospechosamente, siente que tiene tanto derecho a preguntarme si quiero o voy a ser madre como si tomo agua con o sin gas.
Últimamente mi respuesta estándar es no lo sé. Y a partir de entonces cierro las orejas porque sé que una buena parte de la población comenzará con el pero tienes que apurarte porque ya tienes una edad o es una cosa que tienes que saber pronto. No lo sé.
Me pasa la pregunta por la cabeza todos los días cuando miro a través de la ventana y veo a mis vecinos jugando con sus familias en el jardín. También cada vez que veo a mis hermanos con sus hijos, a mis primos, a mis amigos del alma. Cuando tomo en brazos a alguno de los bebés cercanos a mi. Cuando leo algún artículo elegido para mi por Facebook o veo a los personajes de la televisión o la literatura preguntándose si quieren o no hijos. No lo sé.
Quizá es una cuestión de prudencia. Conforme va pasando el tiempo soy más consciente - si se puede - de la responsabilidad tan grande que implica ser mamá. Y cómo es una cosa para toda la vida, todo el tiempo, siempre-siempre. Quizá entonces no es prudencia. Es simple y sencillo miedo o cobardía.
Mis mamacitas: mi madre y la suya, posando
Me gusta ver a las familias de las que me he rodeado, tan dedicadas a su maternidad/paternidad moderna, comprometida, preocupada. Me gusta ver a través de sus ojos las alegrías que representan los pequeños avances, grandes logros. Tengo una fortuna: tener muchas madres a mi alrededor que están encantadas, felices, realizadas con su opción de tener hijos.
Pero no es a lo que les pasa a todas: también he visto, veo, madres amigas que aunque aman con locura a sus vástagos están cada vez más cansadas, más fastidiadas, menos ellas, más tristes. Las veo diluirse con todo y angustias en las agendas de los niños, de las múltiples obligaciones educativas, formativas, lúdicas. La vida nunca será la misma una vez que tengas un hijo: me dicen una y otra vez... y no sé si es una promesa o una amenaza.
El camino de las madres pues, no es fácil. Las no-madres lo sabemos y quizá por eso preferimos mirar desde la lejanía. No temo a la ausencia de instinto materno sino quizá la sobresaturación de mi instinto filial: para ser hija me he estado entrenando toda la vida, encima, con una mamá protectora y un poco bruja que sabe llamarme exactamente cuando algo no va del todo bien. Así las cosas, es difícil ponerse a pensar en lo de ser madre: sobre todo cuando estás rodeada de tantas que lo hacen tan bien. Felicidades pues a todas las que saben, han sabido, han elegido ser madres. Las abrazo con todo mi corazón y admiración, aún sin saber si voy a unirme o no a ese club .

9.5.16

#Vinader: las cosas que perdimos

Hace quince días, Casa América Catalunya y el Colegio de Periodistas de Catalunya organizaron un homenaje-recuerdo para Xavi Vinader a un año de su muerte. Fue un momento muy emocionante para mi porque me tocó estar en la mesa, hablando no sólo del Xavi periodista y maestro sino del Xavi humano, familiar, que influyó en las vidas de muchas personas (incluida la mía). En el acto, de forma sorpresiva, Casa América Catalunya además otorgó a Xavi el premio póstumo a la Libertad de Expresión en Iberoamérica 2016. Sé que Xavi, con sus muros llenos de libros sobre América Latina y sus comidas internacionales, estaría ancho de la emoción.
La foto es de Isaac Meier / Nació Digital

El día del homenaje (que se puede ver completa en video aquí) me tocó honrar entonces la vida familiar. Y, citando a Voltaire, desde que se fue le debemos ya no respeto, sino la verdad. La verdad es que nos falta cada día y es difícil explicarnos que no esté. La mejor explicación sin duda la tiene uno de sus nieto y además ahijado, David, que una noche semanas después de la muerte de Xavi declaró: "¡Mamá! ¡Ya sé por qué Xavi no puede venir! Se fue con la silla de ruedas a las estrellas y las estrellas esas no tienen rampa... por eso se quedó allá".

Y es que Xavi estaba con nosotros en la vida cotidiana. Nos falta su risa, su silla, todo él. Malena, otra nieta, me envió horas antes del homenaje este poema (la traducción es mía) que explica cómo se siente.

Xavier quan tu vas morir                            Xavier cuando moriste
no va a ser el millor moment per mi.          no fue el mejor momento para mi.

Sé que em vas a estimar                             Sé que tú me quisiste
però el teu cor me'l vaig quedar.                 y tu corazón me lo he quedado yo.

El teu cotxe vermell                                   Tu coche rojo
jo sempre el tindré.                                     siempre lo tendré.

I a tu, el Xavier Vinader                             Y a ti, Xavier Vinader
sempre et recordaré.                                   siempre te recordaré.

Quizá con esas dos imágenes, dadas por los niños, quedaba claro lo que estábamos sintiendo los adultos. Pero yo me había preparado también algo que reproduzco aquí - y se queda aquí, como Xavi se quedará igual.

* * *

-->
Entre las muchas cosas que perdimos el día que Xavi se fue está nuestra casa. Y digo nuestra casa porque ese piso de Plaça Tetúan era suyo, pero también lo más cercano a un hogar común para muchos de nosotros. Hace apenas un par de semanas, leyendo la columna de Francesc Viadel que marcaba un año de ausencia, me di cuenta una vez más cómo somos muchos los que tenemos un recuerdo compartido y no sólo una pérdida común. Al leer sus palabras imaginaba que muchos, al hacer un esfuerzo y cerrar los ojos, podríamos ver con claridad de nuevo la última imagen que tenemos de este lugar: franquear la pesada puerta de la entrada, contar el número de escaleras hasta el tercer piso o escuchar el lento quejido del ascensor, trazar los pasos que hay de la puerta de entrada a la puerta de la biblioteca, observar la sombra que dibujaba el ficus sobre el salón o la galería, saludar a los héroes de guerra de papel de chocolatina que colgaban de las paredes del comedor, escuchar la tetera crepitar sobre el fuego o sentir el olor de la menta mezclada con el té… Entrar a esa casa era como traspasar las fronteras hacia una especie de tierra de todos (nunca tierra de nadie) donde todo era posible: un espacio donde igual se resolvían conflictos internacionales; entraban ladrones y policías; se fraguaban planes para banquetes pantagruélicos o se planificaba con cuidado y alto sigilo la ruta que tendrían que seguir Papa Noel o los Reyes la próxima navidad.

Ahí, entre todos esos libros, cartas, archivadores y discos compactos también estábamos todos: clasificados en medio de ese caos aparente del que nadie tenía ni idea, nadie más que él. Porque además de papeles y objetos varios, Xavi se había rodeado de un banco de referencia viva, cambiante, intensa. Algunos visitantes eran documentos de referencia de uso puntual y otros, por voluntad o por sorpresa, nos quedamos ahí, como una especie de inventario fijo. Y así como los libros de Xavi o sus archivos tienen sentido como una colección, como un todo, así nosotros tenemos sentido reunidos entorno a él y a su memoria. No es que sin él no podamos existir, es que sin él no nos hubiésemos encontrado. Sin sus oficios, sin su interés por casi todo y en todos sitios, no se hubieran creado alianzas imposibles que podían tanto delinear una exclusiva periodística como resolver un caso policial o sanar un corazón roto. Porque en esa casa, detrás de esas puertas, podía pasar cualquier cosa.

Y entrar a la vida de Xavi era un poco como entrar a su casa, por estancias. Primero en los espacios del trabajo, después en las cenas, en el Xampu Xampany, en las tertulias con los amigos compartidos. Nos une en torno a él el asombro compartido ante un hombre que tenía una mirada y unas preguntas más efectivas que cualquier suero de la verdad. Nos une en torno a él su capacidad de encontrar gente que supiera contar una historia, o tener una historia o ser una historia: humanos que ejercieran de humanos, con contradicciones, miedos, logros, esperanzas. Con secretos por descubrir.

A Xavi le encantaban los secretos – las balas en la recámara, que decía. Su casa era un paraíso de escondites y sorpresas: lo saben mis sobrinos que encontraron algún día debajo de su escritorio los chocolates buenos, lo sé yo que encontré ahí la familia que me faltaba. Lo saben los muros, que deben de haber escuchado más historias de viva voz que las que esconden los libros que se recargan sobre ellos.

Me invitaron hoy a participar en este homenaje como parte de la familia extendida, elegida que tenía Xavi. Cuando me escribió Toni Travería para que le explicara mi vinculación con él, me quedé un poco muda. Y me dio por reír porque me gustaría preguntarle a Vinader. En sus palabras, yo he sido su exalumna, la encargada de telefonía, audiovisuales y nuevas tecnologías, la delegada de cocina mexicana, una zascandila que debería dejar de hacerse la loca con la vida académica y la crónica de vida cotidiana para comenzar a hacer periodismo del de verdad; e incluso su hija, en una broma que luego se convirtió en leyenda urbana. Y me gusta pensar que era un poco su hija – la que llegó crecida del otro lado del mar para discutir con él, enseñarle slang y cocina mexicana y buscarle libros y películas del Santo. Y me siento un poco su hija porque tuve la fortuna de que las estancias de la vida de Xavier, como la casa de Bailén, se me abrieran una tras otra. Tuve la extraordinaria suerte de que le hiciera gracia adoptar a una mexicana autoexiliada a la que le hacían falta rituales familiares. No sólo me dio un lugar donde pasar los domingos y festivos, sino una familia completa: madre, dos hermanas, sobrinos, una cantidad extraordinaria de amigos y conocidos y una sensación de segunda patria a la que volver. Porque, él lo sabía, si Barcelona era mi casa mucho tenía que ver con la posibilidad de dejarme caer frente a él en el sillón cuando sentía que me faltaban las fuerzas, o debatir hasta resolver algún asunto que no parecía tener final.

Y hablando de cosas que parecen no tener final, acabo - sólo me falta reclamarle a Vinader haberme ganado hasta la última discusión: hace años, para hacerme rabiar, apostó a que él no vería que yo terminara la tesis doctoral, y que nunca me iría de Barcelona. La tesis doctoral la defendí en enero y me hizo mucha falta, como nunca antes. Y, aunque ahora no vivo en Barcelona, le concedo esto: cuando miro a los balcones del piso de Bailén o los recuerdo en la distancia, estoy convencida de que esta ciudad siempre será parte de mi historia. Que esa casa, la suya, siempre será la mía: aunque la conserve solamente en mi memoria.