25.3.15

Vivir sobre una sopa

Parece que lo que sucede en la calle, en realidad sucediera aquí. Desde esta ventana en un tercer piso, alcanzo a ver un poco de la estación del tren, las vías del tranvía y una zona de construcción que puede ser una calle, un jardín, un estacionamiento o todo junto. Escucho, claramente, que los obreros tienen la radio a todo volumen con "I'm every woman" de Whitney Houston en este momento. Hace un rato fue Ace of Base. Vamos, los éxitos de los noventa.
Ha llovido todo el día - a distintas intensidades. Sentada frente a la ventana, he trabajado en muchas cosas diferentes: artículos, el libro, la tesis, la reunión de mañana. Avanzo poco. Y ahora avanzo menos. Desde ayer, que también trabajaba aquí, hay algo que me asusta. De cuando en cuando, al pasar un camión muy grande o en respuesta a algún golpe en la construcción, la casa se mueve. La primera vez que pasó pensé que estaba mareada. El gato seguía dormido, sin inmutarse. La gente en la calle no tenía miedo. Volví a mi silla: y unas horas después, de nuevo. Supuse, por alguna razón, que estaba bien - aunque en realidad me parecía raro.
Esta mañana, mientras tomábamos café, pregunté si era normal, si tenía de qué preocuparme. Él soltó una carcajada. "Sí, chica, claro que es normal. Es lo que tiene vivir sobre una sopa". Me explicó que si caváramos 60 centímetros en el parque, encontraríamos inmediatamente agua. Y que en este país que está literalmente bajo el nivel del mar, algunas ciudades están construidas sobre una sopa espesa de tierra y agua. "Pero no te preocupes: está todo bajo control".
Ha pasado el día y cada vez que siento el movimiento en casa, miro al gato, que me responde con una mirada vacía, en plan: "¿qué? ¡si no está pasando nada!". Él se acurruca en el sillón y yo a su lado. No es un terremoto, pero se siente como tal. Como saber que allá, en la otra casa, se llevan a alguien a una unidad de cuidados intensivos. Mensajes van y mensajes vienen - quiero saber la gravedad de todo, pero es difícil tocarla. Quiero estar allá, pero estoy aquí, donde también quiero estar. "Tranquila... es que estará mejor cuidado. No te preocupes: está todo bajo control".

No es un terremoto, pero se siente como tal. Esto de vivir con el corazón en muchos países es igual que vivir sobre una sopa: hay que acostumbrarse al movimiento y seguir sin inmutarse, aunque todo se mueva.

18.3.15

Piel de elefante

No todo le duele igual a todo el mundo. Hay quienes son más sensibles a un pellizco, a un olor, a un sonido. No todo se siente igual sobre la piel. Algunos han desarrollado una piel de bebé, que se vuelve más sensible conforme pasan los años. Como en cuento de Scott Fitzgerald, cada día que pasa, cada segundo, encuentran el mundo más agresivo en contra de ellos. Quizá no se han dado cuenta que son ellos los que van haciendo su piel más fina. Quizá no tienen la capacidad de ver cómo han cambiado (ellos, no nadie más) la forma en que otros los hieren.

Otros, como los elefantes, engrosan día a día su epidermis. Incluso las agresiones más claras, las más directas, las más malintencionadas, les hacen menos daño. A veces hace falta un viaje, un par de años de psicoterapia, una muerte, una canción, un plato roto...  pero todas esas cosas trabajan en favor de un callo, una costra, una manera evitar que los aguijones de otros caigan, certeramente, sobre uno.

Y sin embargo hay un margen de error para estos elefantes - un segundo en donde todo lo anterior cambia. Porque la piel se engrosa contra los que van contra uno: llámense críticos, malvados o locos. No es que no duela - sí que duele, pero se pasa. Sí que duele, pero se perdona. Sí que duele, pero se olvida. Y hasta parece que se pudieran borrar, de facto, todas esas cosas. Que se pudiera cada uno quedar sólo con los buenos recuerdos, olvidándose del dolor....

Pero hay una excepción: hasta el más duro de los elefantes mira con ojos de furia a aquel que pone su dedo, su uña, su aguijón, su cuchillo, contra alguien a quien ama. Al elefante puede no dolerle a él, en su piel, en su respiración. Pero lo que no le duele en esa cáscara, sí que se siente en todo lo demás, en cada rincón.

Es entonces cuando incluso el elefante recupera la piel de bebé, la sensibilidad de la medusa, la claridad de una aurora bóreal: nadie que haya lastimado a alguien a quien amas es perdonado. Perdonas por ti. No por otros.

El elefante, en momentos como esos, recuerda otra de sus características: cambia entonces el no sentir por el no olvidar.