14.2.12

Fragilidad casera

Reconozco que mi casa está llena de pequeños errores, pequeños problemas que no puedo (o me doy el tiempo) de arreglar. El reloj perenne del horno de la cocina que es como el soundtrack de una escena de película de terror. La puerta de la estantería donde está el aceite, media descolgada porque no he corregido los tornillos - igual que la puerta del armario donde tengo la ropa larga. La luz del pasillo de entrada, fundida desde hace semanas. Y lo mejor: la manija de la puerta de salida, que no va, desde hace meses.
Ayer, entre el caos de la salida temprana hacia el aeropuerto, sucedió lo que estaba cantado: dí un portazo con un juego de llaves puesto por dentro, lo que me imposibilitó por completo abrir. Después de trabajar un rato en la facultad, hablé a un cerrajero que llegó a casa en su moto, impecable. Vestido de negro, con un casco brillante y una bolsa de herramientas que más parecía un portafolios o un estuche de ordenador. Subimos en el ascensor. Me preguntó cómo había cerrado. Rebuscó en su bolso y sacó, literalmente, un alambre y una tarjeta de algo. Metió el alambre, luego hizo palanca en la puerta con la tarjeta, sacudió dos veces y listo - magia según la cual mi puerta estaba abierta.

La tontería me costó cien euros y me dejó pensando, de nuevo, varias cosas: que creo que elegí mal la profesión y que, en el fondo, mi casa es mucho más frágil de lo que me gustaría pensar.

Sabores mixtos

Catalana de adopción pero mexicana de toda la vida, hay cuestiones gastronómicas cuya rareza nunca me he planteado. Para mí, es lo más natural un dulce con picante, un plato de mole dulce con arroz con tomate y comerme una quesadilla con tomate y cebolla acompañándola con una taza de chocolate caliente (más líquido que el peninsular, y con canela).
Me he acostumbrado desde siempre a mezclar lo fuerte con más ligero, lo salado con lo aromático, lo dulce con lo agrio.
Y hay días que son también así: que tienen un sol esplendoroso y un viento que cala. Llenos de promesas y a la vez de despedidas. De falsas modestias y de presunción. De olvidos momentáneos, de cosas que permanecen.
Me queda en la boca (desde ayer) el sabor mixto de las promesas para el futuro. Todavía hoy está. Y espero que dure mucho tiempo.

10.2.12

Miedo / Justicia

Avanzaban sobre Gran Vía con el estruendo esperable de las manifestaciones. Nosotros, a dos calles de distancia, escuchábamos las cacerolas, los silbatos, los petardos, los gritos. Veíamos una ola invadir los carriles centrales y desbordarse a la zona de peatones. Comenzamos a caminar para allá. No recordamos quién podía ser. Yo esperaba una indignación contra la justicia/injusticia, cualquiera que fuera: el paro, la burla del sistema judicial, los múltiples recortes electoreros...

Al llegar a Gran Vía, los encontramos - con sus chalecos antireflectantes, con sus niños en carreolas, con sus mantas. Eran los Mossos de Esquadra - la policía autonómica de Cataluña - que pedía mejores colecciones laborales, que se quejaban contra la falta de cuidado al cuerpo policial. Por un momento los ví, enojados pero casi ordenados, sin decidirse entre la idea de la "manifestación" contra la del "desfile".

Justo en Plaza Tetúan hay un nuevo supermercado de esos regentados por pakistaníes o indios que trabajan hasta tarde. Estábamos en la puerta cuando comenzó a acercarse la columna. Se miraron entre sí y se acercaron a la puerta para bajar la persiana. En sus ojos había el temor claro de quien piensa que la masa, cualquiera que sea, es bruta y puede acabar con el trabajo de meses. Temían claramente una invasión, un saqueo... de parte de los policías.

Y parecía que compartían el miedo con la gente de Salvador de Bahía que, quizá a la misma hora, todavía se atrincheraba tras sus ventanas tras ver durante días cómo las fuerzas policiales y los bomberos decretaban una huelga y sacaban las armas para exigir mejores condiciones laborales.

Que no, que la situación no es la misma. Pero el miedo sí puede ser el mismo.

* * * * *

A nadie le gusta ir a los juzgados - pasearse por la modernísima Ciudad de la Justicia que parece más bien un aeropuerto, un rinconcito burocrático como cualquier otro. A nadie le gusta saber que su pasado será juzgado y su futuro será marcado por la decisión de una persona que quizá no te había visto nunca antes en tu vida. Que no sabe de tí. Ni podría saber.

A nadie le gusta que invadan su intimidad. Que te sometan a preguntas, que pongan en duda lo que crees como cierto, lo que has hecho con plena conciencia. A nadie le gusta que los que te aman tengan que defenderte... o defenderse en relación a tí.

Se me desdibuja lo que es justo: no creo que sea justo que un niño de siete años tenga que ir a declarar frente a un juez. No creo que sea justo que un juez sea castigado a once años de inhabilitación cuando un montón de gente ni siquiera se acerca a la cárcel... y por haber violado el "derecho a la intimidad" de alguien que, en su intimidad, estaba haciendo mal uso de dinero público...

Hace unas semanas, en la Universidad, una profesora detectó a una alumna copiando directamente desde su iPhone. La chica había puesto todas las notas de la clase dentro del teléfono y estaba, literalmente, copiando sus apuntes. La profesora la vió, tomó el teléfono, lo abrió y vio los apuntes. Se los mandó a su correo electrónico y le pidió que saliera del examen. Ella, indignada, le dijo: "bueno, me lo hubieses dicho antes, no ahora que he copiado ya seis páginas..."

Días después, se presentó en la Universidad el padre de la chica. Quería quejarse porque lo que hizo la profesora no era correcto, "el teléfono es un objeto privado y no tiene derecho a violar su privacidad".

Tenemos un entendimiento de la justicia muy quebrado - parece que es justo lo que nos va bien. Y hay algunos que tienen el poder de "decidir" quién está bien o mal - como si estuvieran por encima de la normalidad. Y eso, es la justicia que da miedo.