30.5.13

Propósitos

Usualmente son cuestiones del año nuevo - la gente hace la lista de todas esas cosas maravillosas que quiere hacer durante el calendario brillante que recién llega a casa. A mí lo de los propósitos me llega más bien antes de las vacaciones: ante el escenario de unos días más tranquilos, empiezo a pensar en todas aquellas cosas que ahora sí podría hacer.
La tesis (por supuesto). Hacer ejercicio. Comer sano. Leer más ficción. Terminar el reporte aquel que parece un poco inútil, o el artículo para el que no he tenido tiempo. Corregir todas las actividades pendientes. Preparar un par de clases. Ver películas pendientes. Pasarme más tiempo cepillándome los dientes de noche. Beber menos cerveza y más agua. Sonreir más, llorar menos...

Si soy objetiva, la planificación que hago en mi mente de las vacaciones siempre es mucho más productiva de lo que las vacaciones jamás podrían ser. Como resultado, tengo a mis "deberes" peleándose en mi cerebro y haciéndome sufrir algunas horas del día. Pero las otras horas, es muy fácil perderse. Escuchar a mi papá contar cómo él era chiquito, pero matón - aprenderle aquello de "tú seguro me ganas a los golpes... pero limpio no te vas". Acompañar a mi mamá a hacer trámites o a comprar un helado mientras hablamos de nuestros novios. Visitar a mi abuela y escuchar cómo la tía bisabuela se escapó para casarse, dejando además la cuenta del ajuar en las tiendas del pueblo, para que la pagara el tatarabuelo. Nadar, sí, pero en la piscina de la casa de mi tía mientras un pájaro amarillo me mira. Comer pitayas. Muchas. Tomar café. Hablar con el roomie primigenio. Pensar en esas personas en las que ya no quisieras del todo pensar pero están ahí, las llevas como un amuleto, como una pequeñísima herida que se abre y duele con las gotas de limón, el sal y el chile que los tapatíos le ponemos a todo.

Las vacaciones son así, como una exhalación. Llenas de propósitos que no se cumplen, pero de cosas efímeras y maravillosas. Si pasan, además, en la ciudad que creciste son, a la vez, eternas y cortísimas. Porque estás ahí, pero ni tú ni la ciudad son las mismas. Han hecho el propósito de reencontrarse, de saberse de memoria... pero ya sabemos que pasa con los propósitos. Entonces, sin esperar una eterna reconciliación, suspiras. Y desde la cama, esperas a que llegue la lluvia - si es que su propósito (o su promesa) es más cierta que las tuyas.

18.5.13

Meteorología

El estado del tiempo pronosticaba lluvia pero, como suele suceder a estas alturas, ya no soportas un día más los calcetines ni los zapatos cerrados. Ni los abrigos. Ni las capas. Quieres salir a la calle vestida, razonablemente, de verano. O por lo menos de certera primavera.
Y lo haces, pensando a los cinco minutos que te has equivocado. Dudas. Metes en el bolso las gafas de sol y un paraguas. Asunto del todo terreno. No, la crema solar, no. Tampoco es para tanto.
Sales y el día, como tú, comienza a despertarse. Se despeja poco a poco con cada acción: el primer café, las primeras risas, el primer abrazo, el primer autobús, la primera caminata, el primer trámite, el segundo café. Lo ves desde el despacho: las nubes levantan. La concentración se va con ellas. Pero las nubes levantan.
Y entonces suena el teléfono y alguien te pregunta que si quieres ir a comer a la playa. Y terminas un correo, cierras el ordenador, la oficina, la biblioteca, entras al metro, cambias de línea, sales del metro, caminas unas calles y ahí, de pronto, está el mar. Y el sol. Y las nubes iluminadas por el sol.
Comes a la orilla de la arena: con gafas porque hace sol, con chaqueta porque hace viento. Sonríes. Agradeces. Respiras. Sonríes de nuevo y piensas que la meteorología es - como casi todas las cosas - un capricho que a veces juega a tu favor.

10.5.13

Valientes

Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que no es una labor por la que a ninguna de ellas les vayan a dar una medalla con honores, ni les paguen una millonada, tampoco. Pero ahí reside su valentía, su heroísmo: se han lanzado a la batalla cotidiana, a la aventura más grande de todas, al trabajo más complicado del mundo (esto lo decía P&G) sin mayor espera, sin mayor intención. Por valientes.

Sé que seguramente hay sus excepciones. Pero yo estoy rodeada de valientes que se levantan temprano y se acuestan tarde, se han decidido a dejar sus necesidades muchas veces en segundo plano, piensan primero en otro o en otros. Siempre en otros. Esto, por supuesto, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Pero muchas veces, la mayoría, ellas son felices.

Un regalo de no ser madre en el momento que las mujeres de tu alrededor lo son es darte cuenta de cómo son, cómo cambian, cómo - aunque parece increíble - gente que ya era maravillosa se convierte en algo infinitamente mejor. Cómo los caracteres cambian y ves, enfrente de ti, una fuerza increíble de mujeres que lucharán claras por aquello que aman, siempre.

Esperé a hoy para felicitar al día de la madre porque hoy es el día que se celebra en el país donde esta mi madre. Esa que sigue valiente: llamándome por teléfono, sabiendo que estoy lejos, queriendo estar aquí para darme un abrazo pero, valiente, aceptando mis decisiones de vida. Sin dejarme. Sin irse.

Valientes todas. Las madres biológicas, las madres adoptivas, las que cuidan a los hijos de otros (canguros, tías, amigas, hermanas). Madres, al fin. Es un placer verlas ser. Y aunque es ridículo celebrarlas una vez al año, por lo menos tomamos el hueco para hacerlo. Igualmente, yo creo que las medallas habría que entregárselas todos los días.

8.5.13

Pequeños milagros: los dedos

Lo primero que ví de ella, fueron sus rizos. Muy rubios, se confundían con los rizos más oscuros de su madre que estaba doblada para escuchar lo que le decía. Ella gritaba, con una alegría de esa que uno sólo sabe en un lenguaje que tiene una academia. Daba pequeños saltos y, todavía un poco falta de equilibrio, se detenía y se veía los dedos de los pies, mientras se los señalaba a su madre.
Llevaba unas sandalias blancas con detalles en rosa. En su carreola, estaba colgada una bolsa de una tienda de zapatos para niños ubicada a unos 15 metros. Entonces lo entendí: tenía la sorpresa de verse, quizá por primera vez en la vida, los dedos de los pies a través de las sandalias. Y los gritos y los saltitos eran de pura emoción.
"¿Qué?" le preguntaba su madre, también divertida. "¿Son chulos, no? ¿Te gustan? ¿Están cómodos?". Ella, como toda respuesta, sonreía más.

Y me contagió la sonrisa. Para el resto del día. Y ahora casi me hace reir también a mi verme los dedos a través de mis propias sandalias.

Cosas de la primavera. Y los dedos.

5.5.13

Monstruos No

Sé que en la puerta de la habitación de una niña de cuatro años que vive en esta ciudad hay un letrero que dice: "Monstruos no". Después de semanas de luchar porque la nena no podía dormir, no quería ni ir a la cama, la solución fue avisarles claramente y por escrito que a esa habitación no podían entrar. Y listo.

Alguien me lo contó hace días cuando yo a mi vez le conté cómo LPTDLC (nombre en clave de la innombrable tesis) me está ocasionando algo así como ataques de desasosiego combinados con síndrome de la página en blanco. Dado que el blog sirve parcialmente de descargo y psicoanálisis, cuento aquí entonces cómo mi habitación está llena de papelitos pegados en las paredes y amontonados en diferentes puntos: aquí teoría política, aquí internet, aquí índices externos, aquí datos de la experimentación... Enfrente de mí, justo ahora, me mira el índice. El índice que he modificado 500 veces. El índice que hoy me levanté y descubrí erroneo... le sobra un capítulo al pobre. No hay que extirpárselo, sólo convencerlo de que va en otro sitio.

Lo supe esta mañana al despertar. Porque a veces al despertar es cuando tengo la cabeza más clara. Cuando los monstruos piensa-tesis-odia-tesis-miedo-tesis se han ido. Estoy a punto de poner un post-it que diga "Monstruos No" en la tapa de mi portátil. Así, cada vez que tenga la intención de escribir tesis, escribiré tesis. Y no habrá ningún monstruo verde mirándome hacer otra cosa, por miedo - como el que está sentado justo ahora enfrente de mi limpiándose los dientes con los índices de democracia de la Unión Europea.