19.9.14

De vuelta

"Qué señorita más seria, ¿no?". Iba caminando por la Plaça de Sant Agustí Vell cuando una voz que, aparentemente, se dirigía hacia mi, me hizo voltear la cabeza. "¿Por qué estás tan seria?". "¿Mande...?" - contesté. "¿Te pasa algo? Es que vas con una cara muy seria", la voz salía del cuerpo de un chico alto, barbado, de quizá un metro ochenta. Entre las sombras, distinguía clara su camisa blanca y sus dientes, que mostraban una sonrisa perfecta, para las sombras. "No, no pasa nada. Todo en orden", dije, y me sorprendí a mi misma sonriendo. "¿Y qué tengo que hacer para saber cómo te llamas?", me preguntó y contesté. "¿Y esos ojos tan bonitos de dónde vienen? ¿De México?". Me sorprendió. "Sí, exacto...", seguí sonriendo. "Claro... el 'mande'... Yo soy Abdel...", me dijo mientras me estrechaba la mano. "¿Podría pedirte un teléfono para tomar una cerveza después". "No, Abdel... no está noche".

Nos despedimos con otra sonrisa y agitando las manos. Las siguientes dos cuadras hasta mi casa recordé cómo, hasta hacía unos minutos, había hablado con Zorana de la importancia que tiene que alguien te ayude a reír  - de cómo la vida hace más sentido rodeado de amigos, de gente, que te sacan una sonrisa o, mejor aún, una carcajada.

Ha pasado casi una semana y no fue hasta esta noche que me sentí de vuelta: de vuelta a lo que me preocupaba antes de irme, a la incomodidad que había conocido, a un día completo de escribir sin estar convencida del resultado, a hablarle a los amigos para salir intempestivamente, a tomarse un gin tonic y luego comer un falafel en la calle y al final regresar a casa con una sonrisa. Y a escribir de nuevo. De vuelta.