14.1.05

Estampas animales

Empieza el año con un frío extraño y el regreso a clases. Entre hoy y ayer, he extrañado dos veces mi cámara y me lo reprocho. Habrá que contar las fotografías con palabras.

Ayer, ocho de la noche. Las rebajas atacan Barcelona. Cientos de personas entran y salen constantemente de todas las tiendas, buscando la ganga por la que han esperado tanto tiempo. En la Plaza del Ángel, se agolpan turistas y locales frente a las vidrieras. A la entrada de Pull&Bear, una boutique de ropa para jóvenes, justo detrás de arcos de seguridad que evitan los robos, estaba sentado. Su pelo miel tocaba el suelo mientras sostenía con su boca una bolsa blanca. Enormes ojos cafés miraban a los transeúntes que salían y entraban... y ninguno de ellos era su amo. Muchos de los que pisaban la tienda se sonreían o se quedaban a ver al enorme golden retriever que estaba mejor portado que humano de los que estaban a su alrededor. No hacía ruido, no soltaba su bolsa. Sólo miraba, esperando que alguien - el que lo había dejado ahí - saliera por fin. Después de un flashaso (más gente pensó que valía la pena tomarle una fotografía), finalmente dejó la bolsa en el suelo, ladeó su enorme cabeza y la dejó caer sobre su pata, en un gesto de imposible hartazgo entre la locura de enero.

Hoy, 10:45 de la mañana. Salí de casa corriendo, tarde, hacia la escuela. Había que hacer ese trabajo en equipo que hemos postergado durante meses. El frío soplaba, pero menos que otros días. Incluso el sol se había atrevido a asomarse y, vaya por Dios, calentar un poco las baldosas de la calle Comercio. A siete puertas de mi casa, a la entrada de una bodega, descansaba. Recargaba su suave pelo sobre el también suave terciopelo verde que tapizaba una antigua silla. El color hacía resaltar el gris, el naranja y el rubio que se entremezclaban desde su cola hasta sus puntiagudas orejas. Sus brillantes ojos amarillos estaban entrecerrados, pues de cara al sol es difícil mantenerlos abiertos. Un ligerísimo ronroneo salía de su boquita de gato casero, que cada vez parece más una vaca gracias a la generosidad de sus dueños.