26.6.10

Pequeños fuegos personales

El primer año, fuimos a la playa. Era, se suponía, nuestro único año. Había que emborracharse, celebrar, entrar al agua. Recuerdo incluso de haberme comprado un vestido especial para aquel día. La verdad, no me gustó. No hubo fuego. No quemamos nada. Quizá un poco de nuestros recuerdos con sangría y cava barata. Entramos al agua como quien hace un trámite. Salimos.
Mi siguiente recuerdo es de años más tarde, escribiendo papelitos y poniéndolos a quemar en un cenicero. Yo sabía que había algo que se estaba quebrando en mí y no quería mantenerlo junto - más me convendría una ruptura definitiva, un pequeño fuego que lo consumiera.
Esta año, poco después de las doce, ya estaba en mi casa - tan silenciosa para una noche de San Juan. Mientras veía los fuegos que sacudían la ciudad desde la terraza, regué las plantas y recogí un poco los papeles que rodaban por ahí. Encendí una vela y la puse en el suelo. No brinqué. Simplemente la pasé de un lado a otro, me aseguré de haber quemado esas cosas que arrastraba del pasado. Con la esperanza de que el solsticio me trajera un verano más definitivo, una cabeza más ligera, unas esperanza más firme.
Lo increíble es que, desde entonces, me siento más ligera. Como si San Juan me hubiera hecho el milagrito de hacerme entender que nunca, nunca ha habido nada que me ate.

22.6.10

Si yo fuera tú

El otro día hablábamos con mi jefe-to-be en la Universidad de aquel concepto tan mono de Tocqueville de envidia democrática: en el fondo, nuestra verdadera envidia sólo es a nuestro nivel, sólo con aquellos con los que podríamos disputarnos las cosas. Ese compañero de escuela que tiene un mejor trabajo que tú, o la vecina con el novio más guapo, o el compañero de trabajo que se ganó la lotería. Podrían ser tú. Es más, ni siquiera son lo suficientemente guapos/listos/necesitados pero tienen lo que tú no tienes. Y da envidia. Y muchas veces esa envidia, aunque despierte bajas pasiones, no despierta demasiadas declaraciones en voz alta. No es bueno decir: "es que lo envidio". No en una altura democrática.

Pero, si la cosa no es democrática - si no hay oportunidad de que él otro seas tú - entonces sí decimos todas las cosas del mundo, a voz en cuello, que al cabo. Y entonces las princesas que se pasean con coronas de joyas en las fiestas reales nos parecen gordas y sin chiste, los seleccionadores nacionales son unos reverendos imbéciles que están más ciegos que el árbitro y los presidentes de la república unos títeres de quién sabe qué intereses que nadie nunca entiende.

A veces tengo la sensación de que por eso no queremos ser ya no princesas - que está cabrón - sino jugadores y seleccionadores de fútbol de verdad o políticos trabajadores - que también está cabrón y que son como personajes un poco míticos. Estaría muy difícil criticarlos si tuviéramos la misma responsabilidad que ellos. Nos podrían criticar también a nosotros. Ponernos en el candelero.

Y no es que disculpe: el trabajo es el trabajo y más vale que esté bien hecho. Pero no sé si criticar por vicio lo vaya a llevar a uno a algún lado.

(Chale. Y que pontifico. Me van a dejar de leer.)

15.6.10

Como la navidad

Las calles se tiñeron de naranja. Hay que ser justo y decir que eran principalmente bares y sitios en donde la gente se reúne para ver el fútbol. Pero también algunas casas lucían un montón de banderines naranja como los de las kermesses. "Se ha convertido en una cosa como la navidad", me dijo él. "Ya es una tradición ver cada dos años a todas las casas adornadas".

Pensé en el fútbol como una religión unitaria en un país donde las diferencias religiosas se están convirtiendo en diferencias políticas. Y no pude dejar de acordarme de México donde, a la menor provocación, banderas tricolores salen por todos lados. A los señores con su carrito de banderas en septiembre bicicleteando por la ciudad. En el orgullo que le da a uno (o le daba) estar en la escolta. En las múltiples caras pintaditas que adornan facebook.

Y nada más por llevar la contra, salí ese sábado particularmente naranja a pasearme por las calles de Maastricht con una camiseta que decía "México". Mi hermano me miraba con bochorno y un par de fans súper rubios - y un poco borrachos - dieron voces de apoyo al equipo a una semana que empezara el mundial.

Ayer jugaron los Naranjas y no me pusé la camiseta. Quizá me la debería poner hoy. O aprestar la verde para este fin de semana. La verdad es que estos nacionalismos festivos con prints y 100% algodón me parecen lo más divertido que puede tener el nacionalismo.

2.6.10

Fidel Castro como la Reina de Corazones

La fauna típica de las horas muy tempranas de la mañana en un gimnasio depende casi directamente del tipo de gimnasio y de su costo. Quizá en una zona residencial o financiera, en un piso 20, con máquinas de última generación y piscina de acero inoxidable, quienes sudan las camisetas a las siete de la mañana sean ejecutivos de grandes vuelos que necesitan un shot de adrenalina para comenzar bien el día. Si, en cambio, uno se traslada a un gimnasio municipal de barrio a las siete de la mañana, se encontrará con todos los pajaritos madrugadores que son las abuelas, que hacen su gimnasio para no quedarse del todo inmóviles antes de que llegue la hora de la sucesión de nietos y comidas.

Yo las escucho. Me gustan los cuentos sobre las vacaciones del IMSERSO (algo así como el INSEN mexicano), sobre las casas de campo cuando estaban niñas, sobre su visión del mundo. Todo tiene cabida: los impuestos, los políticos, la globalización, el cantante de moda. Creer que esas cabecitas blancas no están al día es una enorme falacia: pasan demasiadas horas frente al televisor.

Pero claro, con ideas bien claras. Donde los buenos son buenísimos y los malos son los peores. Y se habla de ellos en lo cotidiano. Alguien se tropieza y cae en los vestidores. Un enjambre de abuelas se abalanza contra ella y la ayuda a levantarse, a quitarse el golpe y la pena. Las voces se superponen una a la otra.

- "Ni te preocupes, todo el mundo se cae... mira a la reina Sofía, que el otro día se tropezó y casi se cayó".
- "Claro, pero es que por traer esos zapatos... cómo le explicamos que uno ya no está en edad".
- "Si que está en edad pero hay que ir con cuidado... menos mal que ella se toma bien las cosas".
- "Sí, y el rey también... hay que conocer uno sus limitaciones y no culpar a los otros... porque mira que hace años yo me acuerdo que Fidel Castro se cayó en un acto y luego me dijeron que mandó a encarcelar a todos los que estaban por ahí, por si de caso alguno si había reído de él...".

Me alejé de las duchas y las escuché cada vez menos. Mientras me desenredaba el cabello me imaginé, no pude evitarlo, a Fidel Castro convertido en Reina de Corazones de Lewis Carroll (¡que les corten la cabeza!). Es lo que tiene ir al gimnasio tan temprano: que uno a veces sigue teniendo pesadillas aún después de la ducha.

Nota al pie: este post, el blog y su autora agradecen a la Srita. Melancolía las acotaciones hechas al respecto de la melange de autores que usualmente traigo en la cabeza, en donde CS Lewis y Lewis Carroll de pronto (sólo de vez en cuando) son la misma persona. :D