22.3.17

Esa cosa que tiene que ser robada

No son cerezos... son narcisos 
que veo todos los días
Hace años, en la sala de una casa en el sur de la ciudad en la que nací, me estaban enseñando a leer el tarot. Y aprendí, entre otras cosas, que el tarot que uno lee no puede ser comprado - debe ser regalado, casi como una ofrenda, casi para asegurar que sea una suerte el que las manos y los ojos de uno se topen con los arcanos y puedan ponerlos en un orden que haga sentido.

Hay otras cosas en la vida que, para que cuenten, tienen que ser regaladas. O robadas. Ayer, por ejemplo, buscando qué postear el día Mundial de la Poesía, me encontré de boca con una cita de Pablo Neruda, de su poema XVI, puesto por mi querida Chinos en su página de Facebook. Y lo robé. Y lo paseé en mi propio estatus de Facebook y de Twitter como si yo me hubiera acordado solita de que existía. Era un hurto bien intencionado: uno que sólo tiene sentido porque al leer la frase encontré la manera para explicar el día. Ese "quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos". Ese ardiente deseo de cambiarlo todo, de florecerlo todo, de imaginarlo de nuevo. De insuflarle vida. Y aquí estamos, vestidos de primavera, de cerezo. Todo gracias a haber robado con alevosía y nocturnidad.

Confieso también que no fue  la primera vez en la vida que he robado poesía. Dos de mis libros favoritos - ajadas ya las páginas por los años, las mudanzas, las angustias, los estrujones, los paseos en bolsas, mochilas y maletas -, eran originalmente de alguien más. El de Jaime Sabines, esa poesía completa que está firmada para mi, era de Juan. Y me lo había prestado ese día que vi a Sabines y, sin saber cómo, me pareció que necesitaba usarlo, que necesitaba esgrimirlo como mío, para argumentar cómo entendía y deseaba quedarme junto a esa Tarumba ("¿Qué puedo hacer si puedo hacerlo todo y no tengo ganas sino de mirar y mirar?".)y esos Amorosos ("El amor es la prórroga perpetua,siempre el paso siguiente, el otro, el otro."). Juan, querido Juan, nunca me lo reclamó. Entendió en mi angustia a posteriori que necesitaba quedarme con la poesía que venía con el hecho de tomar las manos casi temblorosas del poeta, entonces tan cerca de irse sin saberlo.

Mi otro libro favorito, de José Carlos Becerra, no tuvo tanta suerte. Después de años, meses de estar juntos, cuando B y yo nos desencontramos, el libro se quedó de mi lado, en esa suerte ridícula de ir separando las cosas como si al deshacernos de ellas pudiéramos desatar los lazos, tan claros, que habíamos tejido. Los amigos no se dividen, las vidas no se dividen, los libros no se dividen. Y ese libro me acompañó durante años y con él su Bella Durmiente donde se guardaban las claves de todas las distancias ("Tal vez sólo fue esa costumbre de acariciarnos así, /de imaginarnos así,/ en secreto,/ en aire no compartido,/en respiración por separado,/pasando lentamente la mano por la sospecha de una caricia, como/alguien que mira hacia el mar/viendo desde su cama la pared de su cuarto") que entonces no sabía que tendría que dejar pasar.

Y también está esa poesía que no robé, que me regalaron. En mis ojos todavía suenan las "mareas inmóviles de polvo" que llegaron un día en un librito autoeditado para decirme cosas que no sabíamos aún nombrar...

Confieso mis hurtos de poesía no en busca de perdón, ni de misericordia. Este texto no es ni siquiera un acto de contrición. Es - tan por el contrario - una súplica a la parte de mi que sigue deseando escribir  poesía. Una petición de rodillas para que me robe toda la que vivo en el cotidiano.

14.3.17

Aquí, mañana se vota

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Pic. Dreamstime.doc

Entro tarde a casa la última noche de la campaña electoral. De camino, encontré en los autos estacionados en mi calle, propaganda del Partido Pirata - uno entre las más de dos docenas (¡dos docenas!) que se presentan a las elecciones parlamentarias que se celebran en Holanda mañana. Otra vez, inmigrante perpetua, no puedo votar por la gente que decidirá las políticas económicas y sociales que regirán mi vida en los próximos años. Y con temor, me asomo a las encuestas para saber qué me espera.


Mientras me quito el abrigo - la primavera se presume cercana, pero no instalada aquí aún -, Mr. G. me dice desde el sofá: "paciencia, chica. Es la última noche". Paciencia me pide, porque las últimas tres semanas la televisión de la noche en el país es casi exclusivamente política. Debates, programas de análisis, confrontaciones amables o no tanto entre los cabezas de lista de los partidos con posibilidades de representación. Apenas ayer por la tarde, los dos contrincantes encabezando las encuestas, (Mark Rutte, ministro presidente actual, del Partido Popular para la Democracia y la Libertad/VVD, y Geert Wilders, del Partido de la Libertad/PVV) se enfrentaron en el debate más esperado justamente en el Aula Magna de mi universidad. No entré en parte porque sabía que no iba a entender más allá del 40%, en parte porque había que pedir los boletos en un proceso del que nunca logré aclararme.

Pero el no estar adentro no me lo ahorró (lo vimos en la noche en casa, en diferido), ni me permitió ignorarlo. El Campus estuvo todo el día lleno de medios y de policía. De policía entre otras cosas porque el debate se celebraba el lunes después de una crisis diplomática histórica que tuvo a Róterdam en vilo todo el fin de semana. Erdogan, presidente de Turquía, molesto porque los holandeses no permitieron la entrada de sus ministros para hacer campaña por un referéndum para ampliar sus poderes, ha estado llamando al gobierno del país "facista" y "nazi". El sábado por la noche, en pleno conflicto, comencé a sentirme un poco asustada.

Los medios internacionales se han dado vuelo presentando a Geert Wilders, cabeza de lista del Partido de la Libertad (PVV), como el Trump Holandés.  No es sorprendente entre otras cosas porque el señor Wilders incluso llegó a hacer campaña para Trump el año pasado, porque los dos tienen una curiosa percepción de estética (por lo menos en lo que a grandes cabelleras rubiosas se refiere), ambos prefieren Twitter a cualquier otro media (también compartiendo cosas que no son reales), y porque una parte muy importante de su programa, de su discusión se centra en detestar al otro. Y para hacerlo más específicamente aún, identificando al otro como todo aquello que sea musulmán.

Temí desde el fin de semana especialmente durante el conflicto con Turquía porque, si bien no todos los turcos son musulmanes, hay una referencia mental a ellos más o menos directa aquí. Y porque además el argumento principal del señor Wilders es que una de las cosas que hace peligrosos a los turcos/musulmanes no sólo es su afiliación a una creencia religiosa, sino que la aparente relación directa entre esa religión, el terrorismo y una postura en general negativa a lo que sea la cultura occidental - o, en su versión local, la cultura holandesa. La crítica es que los turcos no se integran totalmente y eso es lo que los hace peligrosos para el país. Y el que estuvieran en las calles de Róterdam exigiendo que les permitieran celebrar un rally para un referéndum en Turquía, parecía estarle haciendo la campaña al señor Wilders.

Y mucha gente, desde mi punto de vista, se la ha hecho en esta carrera electoral. Hace un par de meses, muy al inicio de la campaña y queriendo justamente confrontar o ganarle votos, el presidente Rutte y su equipo de campaña decidieron publicar un desplegado que tomaba como leif motiv una frase muy holandesa: "Doe Normaal"- "Pórtate Normal". Básicamente, hacían un llamamiento a que todos los holandeses (sobre todo aquellos con doble nacionalidad, a los que vienen de fuera) se plegaran a la "normalidad" holandesa, a las cosas que son típicas de aquí. Esto era una respuesta directa a la discusión de Wilders de que la gente con doble nacionalidad, los musulmanes que viven en el país, no se comportan como los holandeses.

Siguiente pregunta, entonces: ¿qué es la holandesidad? ¿Cómo hace uno para portarse normal? Y lo pregunto mientras veo a Wilders agitarse en televisión en vivo en contra de la gente que tiene dos nacionalidades y no elige ser sólo holandés. ¿Cómo elegir, me pregunto yo? ¿Y elegir por qué? ¿No era una cosa muy holandesa lo de ser tolerante? ¿O se trata sólo de un discurso político para ganar votos, lo de la tolerancia?

Como ha pasado en Estados Unidos y podría pasar en otros países, el temor al otro, al vecino, al que viene de fuera, está al orden del día. El temor a lo que cambia, siempre. Porque este mundo cambia mucho, muy intensivamente. Y no todos los holandeses son tan progres como la imagen de Ámsterdam rodeada en una nube de cannabis hace creer. Hay gente que se siente olvidada, en peligro, debilitada frente a nuevas poblaciones. ¿Por qué? No me atrevo a dar un diagnóstico único - quizá la idea de que el cambio no siempre es bueno, que mejor siempre es lo malo por conocido, que lo bueno o aún más malo por conocer.

Sigo viendo el debate mientras escribo esto. Muchos, muchos, muchos hombres blancos de mediana edad como candidatos. Nada de diversidad aquí. Una sola mujer, Marianne Thieme, del Partido para los Animales. Un sólo joven, Jesse Klaver, de Groenlinks (literalmente "Izquierda Verde"), que además es marroquí-holandés, y ha sido relacionado ideológicamente con Bernie Sanders... aunque físicamente con Justin Trudeau. Y faltan tantos. Porque, como empecé diciendo, hay muchas opciones. Tantas, que los holandeses no conocen muchas de las que tienen.

Y eso, en realidad - la noción de un país con una democracia multi-partidista - es lo que me calma en el momento que entro en pequeños pánicos. Porque aunque el señor Wilders ganara mañana la elección (tuviera el mayor número de votos), tiene poquísimas posibilidades de poder conseguir una coalición para gobernar. Y el señor Rutte ayer, en el debate, usó una frase que aún en mi holandés macarrónico pude entender: al preguntarle si haría algún acuerdo de gobierno con Wilders, dijo que "Niet, nooit, niet" ("No, nunca, no").

Entonces: no me preocupo ahora por un inminente gobierno holandés que vaya a comenzar a echar a los inmigrantes - como yo, como otros - fuera del país. No me preocupo porque un rubio con un terrible gusto para peinarse esté como jefe del gobierno. Me preocupo, sin embargo, de que los holandeses que pueden ir a votar mañana no lo hagan y dejen pasar la oportunidad de crear gobiernos y oposiciones más fuertes. De que los holandeses pierdan la fe en que la democracia sirve para algo más que sólo instrumentalizar el odio y o el miedo. De que los holandeses, mis vecinos, se olviden que toda Europa (y el mundo) los mira con un poco de temor a un deja vú, a un Netherlands First (o Second, para reírse), que confirme un giro hacia un mundo en el que preferiríamos no vivir... por lo menos los que hemos decidido que las fronteras son poco justas para lo que pasa en nuestro corazón.

Hoy terminé mi clase con una arenga electoral y mañana haré lo mismo. Con un "vota por mí" como los que promoví en su momento en Cataluña y en España en general. Porque bueno, cosas de académicos o idealistas quizá, yo todavía creo en que el diálogo democrático tiene capacidad de arreglar cosas... aunque justo ahora parece que Rutte y Klaver tampoco pueden hablar de forma tranquila... por lo menos no en este debate.

para Juan Larrosa, que me jaló las orejas y me recordó lo que me gusta escribir de estas cosas. para el que viene, que se enfrentará a lo que nos dejen los votantes mañana.