27.9.07

Esas cosas que sólo pasan aquí

Ayer, fue día de las lenguas en Barcelona. En Portal del Ángel, dieron clases de 20 minutos para introducción a varias lenguas. Pensé en tomar la de holandés, pero ya lo pasado, pasado, como diría el sabio José José.

Enfrente de Plaza Catalunya había un autobús de esos que utilizan como unidades móviles para donación de sangre. Enfrente del autobús, un parque de diversiones local había patrocinado un Drácula que, al mismo tiempo, ofrecía promociones para el parque e invitaba a la gente a donar sangre.

Por eso me gusta esta ciudad.

Y sacaron el perro de aguas que llevo dentro...


Quejas y sugerencias, a la estilista. Ella dice que me veo monísima. Yo me siento perro de aguas o estrella de rock de los 80. Glamourosos, ambos, por supuesto.

26.9.07

Vida real

Regreso a la oficina. Hace viento frío en Sitges. Ya es septiembre, ya empezaron las clases, y lo sé porque se suben junto a mí al autobus dos docenas de adolescentes que van a la secundaria. Una de ellas, casi al último, con look chica mala pelo amarillo-piercings-ojos muy pintados-sudadera con capucha. O sea, chica mala pero a lo Avril Lavigne. Sube aventando a todos hasta el final. Ahí, empieza a leer en voz alta de una manera lenta, dolorosa y absurda - pésima dicción, pésima calidad de lectura -, las noticias internacionales. Le mienta la madre a Bush y al gobierno español por enviar 52 soldados más a Afganistán. Hace mal las cuentas sobre el costo de la misión. Lee la información nacional y menciona el atentado de ayer de ETA en San Sebastián. "Mira, yo esto sí lo haría", dice. "Nada más por tocar los cojones".

Buenos días.

25.9.07

Antwerpen II




Sábado
Otra vez temprano, a vender libros, a perseguir gente. A platicar con Rob y con el chico irlandés de la mesa de enfrente. A pelearme con la inglesa. Pero sólo mediodía porque en el tarde hacían visitas a la ciudad. Me dan otra labor inesperada - una presentación - y decido terminarla antes de irme a caminar por la ciudad. Quedo con Gaby de vernos a las siete en la estación para ir a la cena.

Después de terminar, voy al hotel, dejo mis cosas y me recuesto quince minutos. Pasan de las cuatro de la tarde y los museos cierran a las cinco. Aún así, camino hasta el río para ver el Museo de la Fotografía y el de Arte Contemporáneo. Los encuentro cerrados a cal y canto. Camino por la orilla del río hasta que algo me dice que debería de entrar a las calles secundarias - de hecho me lo dicen unos edificios cubiertos de hiedra y unos niños que juegan con sus padres en la calle. Hace sol y un día maravilloso. Toda la ciudad está en el centro, cerca de los anticuarios y las tiendas. Tengo el gen japonés prendido y saco millones de fotos.

Me da hambre y me compro un yogurt y papas en un súper mercado. Encuentro a Gaby en un crucero media hora antes de nuestra cita. Llegamos al sitio donde será la cena - un centro para la integración de la inmigración en pleno barrio bravo de Amberes - también con media hora de adelanto. Pasamos, vemos una exposición sobre los idiomas (descubro que la onomatopeya del gallo también es kikiriki en holandés) y comenzamos a comer, sentaditas en una esquina de la exposición, acompañadas por Helga, la verdadera y única, jefa de logística del Congreso. Me tomé tres copas de vino y me emborraché. Me invitaron a bailar salsa y dije que sí. Caminamos más de 20 minutos y finalmente dimos con el sitio, un bar llamado "Cuba Linda", que olía a humedad. Estuve bailando con un holandés al que no le faltaban ganas, sino ritmo. Seguía la salsa con pasos que sólo podían corresponderse a un video epiléptico de los 80. Pero tenía buen ánimo.

Después empecé con las cervezas y a hablar con la gente de mi edad - ja - que estaba por ahí. Un vasco. Bebimos suficientes cervezas para que el vasco también bailara. No lo hizo tan mal, pero no lo pondríamos a concursar. Hicimos una última parada en un bar pijo. Acompañé a un chico serbio a fumarse un cigarro y de pronto se me acercó una chica. Me preguntó que si era mexicana. Le dije que sí. Me contó en un torrente que ella también, que se iba a casar con un belga, que estaba ahí con otra amiga mexicana que también se iba a casar con un belga y que tenían un tercer amigo belga sin novia mexicana, so... Me negué a sentarme con ellos y regresé a mi sitio junto al vasco a tomarme una última cerveza.

Ya hacía frío y yo no tenía una chaqueta. Mientras caminábamos al hotel, el vasco me prestó la suya. Se la dí en algún punto de la calle principal, donde nos separábamos. Me quedé con su tarjeta de presentación. Dormí como una bendita.

Domingo
Me desperté cruda y corriendo. Me bañé y bajé a desayunar-atragantarme. Cuando terminaba, llegó Gaby y me dijo que la entrada ese día era a las 10, no a las ocho. Horror. Terminé con calma, me lavé los dientes y me fui a empacar libros. A media mañana, llegó el gringo borracho con quien ya me había reconciliado a contarme que ahora tenía una novia mexicana. Me reí. La noche de salsa había tenido buenos resultados por lo menos para algunos. Rob y yo empacamos también toda la basura y, muy ordenados, la dejamos en un palet. Hasta que nos dijeron que tocaba que NOSOTROS sacaramos la basura. Unas 40 cajas de papel. Casi nos matamos en el proceso. Pero sobrevivimos.

Al terminar, corrí al centro donde me esperaba mi querida Kari, que había venido sólo por el día a visitarme. Tomamos cerveza de cereza en un bar lleno de imágenes religiosas. Me acompañó al hotel y me hizo el resumen de su vida en los últimos dos años mientras yo me bañaba y me arreglaba para la cena de clausura. Salimos juntas hacia la estación. Nos encontramos con el gringo feliz y la mexicana feliz en Amberes. Se me hace que hasta se casan. Yo dejé a Kari en su tren y me fui a buscar el tranvía. Ahí encontré a otro par de chicas que iban al mismo sitio - complicado, al parecer. Tomamos un taxi hasta la cena.

Cené bien. Bailé un montón, con todas las vacas sagradas del urbanismo. Me dijeron que me veía espectacular. E incluso les creí. Ofrecieron ir a bailar otra vez. El vasco no había aparecido. Yo no tenía mejor plan. Nos fuimos. La noche terminó a las tres y media de la mañana, con menos cervezas, un par de mojitos y una rosa roja. Dormí al final.

Lunes
Me levanté "tarde" - a las nueve. Hice maleta, tiré doscientos kilos de papel de congreso y recibí un mensaje del serbio que me invitaba a tomar un café. Y justo después otro de mi jefa que me "invitaba" a comer para hacer cuentas de los libros. Me tomé el café con el serbio y una sopa thai de salmón con mi jefa. Me contó los dimes y diretes. Le ayudé a hacer las últimas gestiones en el centro de congreso. La dejé en su hotel entre una lluviecita. Me tomé otro café con el serbio. No compré chocolates. Subí al autobús del aeropuerto. Documenté. Caminé el inmenso aeropuerto. Compré chocolates, menos frescos y más caros. Subí al avión con hambre. Llegué a Barcelona. Con todo y maletas. Tomé un taxi. Era la Mercé. Pero yo no quería regresar. Supongo que con todo, sabía que la realidad me seguía esperando.

22.9.07

Antwerpen


Martes
Me gustan los aeropuertos, su sensación de tierra de nadie, de espacio de transición. Aunque tocó levantarme tan temprano como siempre, por lo menos tenía en la cabeza la disposición del cambio, aunque fuera geográfico. Mi avión salió a tiempo. Me compré una revista que no leí - ni he leído hasta este punto. Me dormí las dos horas de vuelo. Llegué a Bruselas y me encontré con que no entendía nada. Vamos, que ni siquiera entiendo la pantalla de mi blogger - que también ha decidido estar en flamenco u holandés. Resulta que son casi iguales y que se entienden.

Tomé el tren hacia Amberes. Del Aeropuerto hay que bajarse en Bruselas norte y ahí esperar por el otro tren. Había un grupo grande de chicas musulmanas. Al llegar el tren de Amberes, trataron de robarme la maleta. Un hombre simplemente me la quitó de las manos. Yo lo miré a los ojos y se la quité a mi vez y me subí - muy ofendida en apariencia, muerta de miedo por dentro - al tren. Me senté enfrente de un holandés que comenzó a interrogarme después de que yo hablara con alguien de Sitges por teléfono. Que qué idioma estaba hablando. Que de dónde era, dónde vivía y por qué. Que si me gustaban Los Soprano. Que si creía que el capítulo final era bueno o no. Que si veía otras series de HBO. Que él iba a Amberes porque tenía dolor de espalda y ahí estaba su quiropráctico.

Al llegar a Amberes, nos separamos. Yo dejé de verlo al encontrarme de frente con la estructura de la estación. Pedí informes. Caminé al hotel. En la recepción me encontré con Gaby, mi compañera de trabajo, a la que nunca había visto más que en fotografías. Ella tuvo habitación. A mí no alcanzaron a dármela y tuve que dejar mis cosas en un cuartito. Nos fuimos a montar cosas de la exposición. El sitio en donde estamos es un viejo hospital, con sus pabellones, su capilla, su exceso de arte religioso. Mi mesa de libros está en una sala en la que, de frente, veo un jardincito; a mi derecha, tengo un santo con mitra; a mi izquierda, un cristo crucificado; atrás de mi, una imagen de la burguesía alimentando a los pobres. Y así.

A media tarde salimos a tomar una cerveza o un café. Todos hablaban holandés/flamenco menos yo. Yo sonreía. Y estaba contenta de no entender - la verdad - de los últimos problemas de logística. Estabamos en un bar típico, lleno de hombres mayores bebiendo cerveza, con las paredes tapizadas de carteles de teatro (después supe que a una cuadra está la escuela de teatro de Amberes). Uno de los chicos me ofreció que probara su cerveza, hecha de levadura de papa. Buenísima. Otro chico de montaje, que habla un poco de español, me explicó que la cerveza clásica de la ciudad es una llamada "Kriek", hecha de cereza. La probé, y ahora soy un poco adicta.

Seguimos trabajando después de eso y salimos a las ocho y media a cenar. Todo estaba cerrado. Encontramos un restaurante transnochado. Cenamos sopa, mejillones y papas fritas con mayonesa (sí, Travolta no miente). Dormí como una bendita, a pesar de que mi habitación estaba helada.


Miércoles
El registro del Congreso comenzaba a mediodía. La mañana pasó entre montar la mesa de los libros, romperme las uñas en el proceso, acomodar los carteles de la segunda planta y comer cualquier cosa. En la tarde cerramos, fui al hotel, me cambié para la cena de bienvenida y caminé hasta el zoológico. Ahí ví unos elefantes de madera y entré a una de las salas más elegantes de la historia --- dentro del zoológico. La cena para los belgas significa un buffet de entremeses varios, todos de pie. La gente se alcoholizó felizmente. Bebí poco. Me fui caminando con Rob - mi compañero de mesa de libros, esposo de mi jefa y celestino particular - hasta el hotel, riéndonos del francés que Rob había "encontrado" para mí y resultó estar casadísimo con una inglesa. Al llegar al hotel, huí del conferencista borracho (el de Sitges, que sigue por aquí) y al tomar el ascensor me encontré de frente con el francés de marras - quien además duerme en el cuarto de AL LADO del mío. Ja.


Jueves
Me levanté triste. Con frío. También yo sentí, como dicen en Astérix, que el cielo se me caía encima. Estaba triste, añorando, dudando, como siempre. La sede era el zoológico. Al llegar al zoológico me avisaron de que tocaba regresar al otro edificio para arreglar cosas de logística. Tocó estar haciendo tonterías de último minuto, pero no tenía ni gente a la que atender con los libros ni moscones inoportunos. Comí con Judy y con Rob en un restaurante al aire libre - sol inusual a las doce del día -, sopa de zanahoria y pavo asado. Trabajamos un poco más y me dieron la tarde libre. Caminé por las calles de Amberes, descubrí sitios con ropa bella e imposible, las tiendas de segunda mano más caras del mundo, anticuarios, una tienda de "cosas para adoptar" (adopté un pin hecho de pizarrón), la escuela de moda de Amberes - hacian sus exámenes prácticos a la vista de todos, estructuras de animales hechas sólo con tela -, tiendas de cosas para casa. Me compré zapatos y bolso en un alarde de riqueza, también un spray para el cabello en un alarde de fresez. Seguía triste, pero en algún punto recibí una llamada que me recordó que mis decisiones están siendo tomadas por una buena razón. Dormí un rato y me arreglé para la cena en el Palacio de Gobierno. Me divertí. Más alcohólicos. Uno de ellos, un francés asqueroso en este caso, me hacía proposiciones en francés. Dejó de ser simpático y los demás se dieron cuenta y se cerró un círculo amablemente protector a mi alrededor. Lo agradecí. Fuimos a ver el distrito de las ventanas, el rojo. Las "better working conditions" de las chicas no terminan de parecerlo: es la máxima expresión del ser humano como mercancía. Me salté la última cerveza y llegué al hotel. Tenía ganas de llorar, pero pensé que era la lluvia.

Viernes
Actividad febril. Mucha gente, muchos libros. El francés horroroso trajo, de la mano de mi HH Jefazo cerca de 30 libros carísimos para que yo se los vendiera. Me da un poco de rabia, pero están aquí. Una inglesa histérica me pega de gritos y me castiga con el látigo de su desprecio. Ja. Yo me río. En la tarde, vienen K y J de Sitges. Presentación un poco larga, un poco aburrida. Al salir, me habían "invitado" a la junta de consejo para ver cómo funcionaba, pero la delegación de Sitges me llevó a cenar. Todos de acuerdo, fuimos a tomar una cerveza y después a cenar a un restaurante que resultó lo más burgués de la historia. Aperitivo en la cava. Menú personalizado por el chef. Vino carísimo. Porcelana imposible, cubiertos de plata. Nunca, nunca, nunca hubiera cenado en un sitio tan absolutamente pijo. Pero yo no pagué. Regresamos caminando y dormí como una bendita. O debería decir como la boa de El Principito. Y descubrí porqué mi habitación estaba helada - hay una ventana abierta que muestra el cielo intensamente azul de esta ciudad.

19.9.07

Diez cosas que me encantan de mi primer día en Amberes

1. El aeropuerto de Bruselas que es enorme.
2. El hombre que me interrogó durante el camino hacia Amberes y resultó ser un fanático total de Los Soprano. “¿Y tú crees que está muerto o no?”
3. La estación de tren de Amberes, con su estructura de hierro y sus vías subterráneas
4. El olor a waffles con chocolate que inunda las calles
5. El sonido incomprensible del flamenco… que resulta que es casi igual al holandés.
6. Los sándwiches para comer a medio día, con todo y zanahoria rallada y huevo cocido.
7. Los cafés en donde los hombres fuman como chacuacos y beben cerveza de levadura de papa o de cereza.
8. Las cervezas de papa, las de cereza y las blancas.
9. Las sonrisas sinceras de esta gente de frío. Su manera tan rara de ser cariñosos.
10. La ventana como escotilla que tiene el baño de mi habitación en este triste hotel de cadena donde la televisión está en francés, holandés y subtitulados.

(No me gusta que el Internet no sea gratis y que tenga que trabajar todos los días. Algo se arreglará).

13.9.07

Ellas, las mismas

Antes de las nueve de la mañana, perfectas, con sus grandes coches y camionetas estacionadas junto a la Iglesia del Vinyet. Casi todas rubias, con un bronceado parejo y sano - nada del color anaranjado que dejan los rayos UVA - de quien toma el sol de manera cotidiana. Algunas, con vestido de verano y sandalias, en el mood para tomar el desayuno largo. Otras, de jeans y camisa blanca, con collar de perlas, para algo más relajado. Las menos vestidas con riguroso conjunto para tenis, listas para irse al club. Todas platicando a más o menos nivel, hasta por momentos parecer un grupo de urracas gritonas para después contenerse.

De pronto, arranca el autobús. Y corren tras él, agitando las manos, lanzando besos a los niños perfectamente rubios que también las miran desde el autobús y se despiden, a lo mejor contentos de dejar atrás durante un rato a sus mamás, las perfectas.

Por un momento pensé que estaba en cualquier urbanización o colonia rica de Guadalajara. Se me olvidaba que todas ellas, las Stepford Wives, son siempre las mismas - no importa de qué lado del Atlántico vivan.

12.9.07

Subtropical

Esta semana no vivo en la versión nohaymarchaennuevayork de sexandthecity. No. Esta semana vivo en una versión bizarra de The Apprentice o una cosa similar. Algo. Un reality show demasiado aburrido para la televisión y demasiado absurdo para la vida cotidiana.

Quizá una de las cosas más divertidas que han sucedido ha sido la extraña discusión sobre mi parecido físico a quién. El grupo más joven, que sabía que era mexicana, hizo una larga apología sobre cómo yo parezco "muy mexicana". Misma apología que fue tirada por tierra por el especialista egipcio que dijo que no, que yo lo que parecía era "muy egipcia". Inmediatamente, el especialista marroquí (de Casablanca) dijo que lo que obviamente yo parecía era "muy marroquí". El indio (ya sé, parece un chiste de aquellos de "un japonés, un mexicano y un gringo", pero juro que es verdad) acotó que lo que pasaba es que en realidad yo tengo un tipo "muy mediterráneo"...

Y el premio se lo ganó el holandés. Sonreía constantemente con su risita chueca e irónica y al final dijo, con esa voz ronca desde el estómago: "Ella es subtropical. Tiene ese buen humor y actitud de aquellos que nacieron con mucho sol. Deberíamos de llamarla subtropical". Hence the title.

11.9.07

Y si quieres más pues...

Tengo tres días - casi cuatro - trabajando sin parar en un Congreso. He tenido de todo: problemas con visas, conferencistas borrachos, vegetarianos, especialistas en inglés que no hablan inglés... He hecho de secretaria, traductora, nana, contadora guía de turistas. Corro. Corro mucho. Tengo de hecho diez minutos antes de que llegue Marabunta a inundar mi espacio. Abro mi correo y veo una cadenita de aquellas que dice: "Para tus adentros, menciona ocho veces el nombre de la persona del sexo opuesto con la que quieras estar en este momento". Y luego múltiples opciones de maleficios y cosas así.

Yo sólo pregunto: ¿Y si a mí no me interesara nadie del sexo opuesto? ¿Y si justo en este momento no quiero estar con nadie? ¿Y si no creo en las maldiciones?

Basta. A trabajar. Creo que el aire acondicionado no funciona bien. Maldita sea. Y sigo con la canción de Jarabe de Palo en la cabezota. Grita.

7.9.07

Las cosas que importan

Me gustaría, como dice mi cumbiera intelectual favorita, tener la conciencia como la de Miguelito, el de Mafalda: afónica.

Mi vida se ha convertido en una mezcla de telenovela de Univisión (por aquello de los múltiples acentos) y un capítulo de una temporada bizarra de Sex and the City, donde las chicas no son cuatro, ni tan despampanantes, ni viven en Nueva York. Pero siguen con esas cosas de la vida, preocupadas por las relaciones, por los trapitos (especialmente si están de rebajas) y por el sexo. Pero también por otras cosas. Y esa es la cuestión: he descubierto que me preocupan mis amigas, el cine, la comida japonesa, mi doctorado, el futuro, los hijos, los plantas, los gatos y los perros, los cuentos brevísimos, las novelas imposibles, la poesía sin métrica (y también la con métrica), Ginebra, los viajes al fin del mundo, Córcega y sus playas, las mermeladas caseras, los huertos de jardín, mis familias postizas, mis amigos desperdigados, mis uñas largas, mis pestañas.

Y otras tantas cosas que suelen hacerme - a ratos - tan feliz. A pesar de que mi conciencia todavía no esté todo lo afónica que debería. Habrá que mandarla más a tomar el aire acondicionado de los trenes.

5.9.07

Oficialmente

- Estoy a dos días de empezar con el Congreso. Todavía no tengo la mesa redonda, ni los taxis para los conferencistas, ni las computadoras, ni... mal momento para hacer listas. Tengo que dormir.
- Alcanzo a cubrir mis gastos con mi sueldo. Tremenda, inmensa mentira.
- Tengo una cierta prórroga para una parte de mis trabajos del doctorado. Respiro más, profundo, tranquila. Veo las montañas de papeles y libros que se acumulan. Hay que descifrarlos.
- Recibí un regalo esta noche. Unas velas anti-mosquitos. Chuli.
- Hice dos comidas el día de hoy. Porque creo que el puñado de nueces con pasas que me comí a mediodía no cuenta como comida.
- Soy guapa hoy. Me lo dijeron como cinco veces. Y casi me lo creo. Afortunadamente.
- Estoy becada por el gobierno mexicano. El Conacyt se apiadó por una vez de una comunicóloga. Hoy ví el primer ingreso. Estoy contenta. Me tomaría algo para celebrarlo, pero no sé qué. Y la verdad es que, en soledad, me parece un poco patético. Ya será diciembre y tomaré tequilas en mi amada tierra. Oh sí.