Antes de las nueve de la mañana, perfectas, con sus grandes coches y camionetas estacionadas junto a la Iglesia del Vinyet. Casi todas rubias, con un bronceado parejo y sano - nada del color anaranjado que dejan los rayos UVA - de quien toma el sol de manera cotidiana. Algunas, con vestido de verano y sandalias, en el mood para tomar el desayuno largo. Otras, de jeans y camisa blanca, con collar de perlas, para algo más relajado. Las menos vestidas con riguroso conjunto para tenis, listas para irse al club. Todas platicando a más o menos nivel, hasta por momentos parecer un grupo de urracas gritonas para después contenerse.
De pronto, arranca el autobús. Y corren tras él, agitando las manos, lanzando besos a los niños perfectamente rubios que también las miran desde el autobús y se despiden, a lo mejor contentos de dejar atrás durante un rato a sus mamás, las perfectas.
Por un momento pensé que estaba en cualquier urbanización o colonia rica de Guadalajara. Se me olvidaba que todas ellas, las Stepford Wives, son siempre las mismas - no importa de qué lado del Atlántico vivan.
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