24.2.10

Diez milagros matutinos mínimos y subvaluados

1. Poder dormir 15 minutos más cuando suena el despertador.
2. Entrar a la ducha y que el agua se caliente pronto.
3. Salir de la ducha y encontrarte el café hecho.
4. Tener ropa limpia y perfume para vestirte.
5. Que alguien recuerde que un sandwich "mexicano" siempre lleva tomate y cebolla (y que te lo prepare así).
6. Que te lleven en coche a la estación.
7. Encontrar a alguien que te ayude a descifrar los mensajes imposibles de las máquinas expendedoras de billetes de tren.
8. Alcanzar el tren e ir en un vagón marcado como "silencioso".
9. Que alguien que no te conozca te diga "salud" cuando estornudas(o para el caso, "Gezondheid!")
10. Llegar a tu destino y pensar que eres un afortunado, en todos los sentidos.

23.2.10

Fuego renovador

Tengo la marca de los que no se saben quedar del todo calladitos. Lo sabían mis padres que varias veces tuvieron que reprenderme por no saber dejar las cosas estar. Lo sabían mis profesores. La gente que está a mi alrededor.

Por eso no me sorprendo del todo cuando mi vecina le responde a gritos a lo que le indigna del televisor. Yo veo la televisión, leo los diarios, escucho la radio y navego por Internet sin limite de volumen - vamos, opino de todo, me imagino todo, me quejo y me congratulo de todo.

Hace unas cuantas semanas estaba leyendo la revista dominical de uno de los dos diarios que compro. Me encuentro un reportaje sobre Haití, sobre terremotos históricos, con una nota de salida sobre el terremoto de México. Y lo único que hace, en realidad, es tomar la excusa del terremoto para promocionar un libro de Don Winslow que habla sobre lo profundo que ha entrado el narcotráfico en la sociedad mexicana.

Qué cansada me sentí que todo lo que es sobre México tenga que ver con narcotráfico, violencia y corrupción. Qué ganas me dieron que se hubiese hablado de otras cosas: de las brigadas de vecinos que buscaban con sus perros a los sobrevivientes, del concepto real de solidaridad que se desarrolló ahí, de los cientos de personas que se dieron cuenta de la inútil que resultaba seguir votando por el PRI - o no votando - y que después decidieron cambiar, aunque sea un poquito, el sentido democrático de México...

Pues eso. Me agarra lo contestona. Y que escribo una carta al director del Magazine, contándole un poquito de esto. El lunes recibí un correo de un antiguo profesor de relaciones públicas, felicitándome por mi "premio". Me desconcertó y pedí más información: resulta que la revista da un premio a la mejor carta de la semana o del mes o de no sé qué periodo... y me lo gané yo. Por invocar que en Haití el terremoto también sea una especie de fuego renovador.

Lo curioso es que tengo un nudo curioso en la boca del estómago: por un lado me pone contenta la idea de mi muy fresa bolígrafo nuevo, haber logrado que la reflexión llegará a alguien, volver a ver mi nombre en un periódico (o en la revista de un periódico). Por otro, me parece que la edición de la carta fue un poco desafortunada y que se lee mal... y me da una sensación muy rara ver mi nombre impreso, pero en el área de los lectores.

Es lo que tiene cambiar de trinchera.

22.2.10

Medalla de oro al gobierno de coalición

Hace apenas una semana, el panorama noticioso holandés era tan - digamos - nulo que los programas de noticias y debates en la televisión versaban sobre la calidad del hielo en las pistas de Vancouver. No había que tomarlo a la ligera: es un asunto grave. Para un país donde las esperanzas de medallero estaban en la velocidad de sus patinadores, una pista "aguadita" era una cosa absolutamente imposible... casi les toca a los ministros una parte de la culpa cuando alguna patinadora fue a dar por el suelo...

Y así de fácil como los atletas se deslizan sobre el hielo de Vancouver, así cambió el panorama noticioso. De un día a otro, el gobierno de coalición que tendría que haber estado en el poder hasta el próximo 2011, comenzó a hacer aguas. Me explicaban - necesito que me lo expliquen todo: sólo puedo leer palabras sueltas en el periódico y entiendo sólo el lenguaje corporal de los comentaristas de la tele - que la crisis no era rara: que este gobierno de coalición ha pasado de una a otra alternativamente.

La diferencia es que la próxima semana hay elecciones locales. Entonces, en la lucha por la mayor participación, uno de los partidos en coalición se puso loco a exigir la retirada de las tropas de Afghanistán. Y después de tres días (y parte de sus noches) de estar discutiendo (muy civilizadamente, eso sí) en el Parlamento, decidieron que al cuerno la coalición y que mejor tienen nuevas elecciones en mayo, porque ya no se llevan bien.

Una vez decidido esto, los ojos volvieron a las pistas de Vancouver y el medallero de las olimpiadas. Y tan campantes.

Definitivo, es otro planeta.

19.2.10

Viernes, temprano

Hay un silencio respetuoso en el tren. La gente escucha música, trabaja, come sándwiches de queso, repasa mentalmente si no se le olvidó nada para el viaje. Llegamos a la estación del aeropuerto. Salen los que llevan maletas. Y entra una avalancha de ingleses vestidos en la ropa más increíble: algunos de ellos sobre todo, uno que es una emfermera con enormes labios rojos y otro como no sé, una especie de prostituta.

Ríen a carcajadas. Se quejan de que no se puede fumar en el tren. De que los holandeses sólo venden mariguana en los coffee shops. Se burlan de los amigos que no están. Inventan rumores al respecto de ellos. Hablan mal de los homosexuales. Se burlan de todo y de todos...

A veces no sé si no les importa o si no se dan cuenta que el hecho de que estén en el extranjero no les permite gritar como guacamayas de cualquier tema, como si la gente a su alrededor no los entendieran. Porque, además de ser groseros con el volumen, sí les entendemos. El hecho de que una gran parte del mundo tengamos como segunda lengua el inglés (por haberlo estudiado toda la vida, en búsqueda de un esperanto lejano) les impide la relativa intimidad que da hablar otra lengua.

En fin, que llegamos al centro de Ámsterdam sin mayores incidentes. Pero con ellos hablando a gritos sobre el súper fin de semana que les esperaba.

La verdad es que los odié un poquito.

18.2.10

Principios de etiqueta

En aquellas remotas clases de comunicación intercultural (materia en la que me fue excepcionalmente mal en la Universidad, lo recuerdo) nos hablaban de lo importante que era estar en consonancia con el sitio en donde te reciben: aprender de los locales y no cometer errores sociales que puedan dar al traste con cualquier otro proceso laboral, social o empresarial.

Hay principios de etiqueta que uno nunca hubiera imaginado en otros países. Aquí, por ejemplo, muchos que tienen que ver con la bicicleta (aunque esos más bien son principios de seguridad, porque los ciclistas son peores que los conductores de camiones de tres toneladas --- todos unos amos del camino...). Pero lo que me sorprendió ayer fue el caso de las escaleras: las casas de los canales en Ámsterdam son angostas y altas, con infinitas escaleras muy inclinadas y casi mínimas. Después de comer, subimos todos en tropel... o casi. Quien hace las veces de mi Ciceronne, un investigador histórico, se adelantó a mi y empezó a subir rápido antes que yo.

"Es etiqueta holandesa", me explicó, "que los hombres suban primero que las mujeres". Yo pensé en lo absurdo que era eso: si se caen, son más gordos (en la teoría) y de aplastan. "Es literalmente un asunto de faldas: para que nadie pueda ver si va detrás de tí".

Me sentí tontísima. Vaya con los misterios de la cotidianidad.

17.2.10

Rojo delator

Hace un par de semanas que colaboro en un programa de radio. Como siempre, me sorprendió que me llamaran - como siempre me sorprende que alguien crea que yo puedo hacer algo para lo que además me entrené. Me gusta, me emociona, me hace pensar. Me da una sensación de vértigo y responsabilidad estar al aire diciendo lo que pienso sobre política internacional.

Lo que nadie ve, lo que nadie percibe, es que atrás del micrófono - o, en el caso de hoy, atrás del teléfono - me pongo roja, roja, roja como un tomate.

Según yo, hace algunos ayeres era un poco más desvergonzada. No me imagino exactamente qué es. Quizá el exceso de conciencia en uno mismo.

14.2.10

Yes, your highness

Podríamos decir que la culpa es de mi curiosidad insana por saber si teníamos a alguien jugándose la vida por el lábaro patrio en Vancouver. Pero no, la culpa no es mía. Lo juro. Que se la echen a cualquier otro.

Primero, visitar la página oficial de las Olimpiadas de Invierno y buscar en la lista de países si había alguien que representara a México. Encontrarme con que sí, había alguien, un esquiador llamado Hubertus von Hohenlohe, nombre mexicano como el que más. Además, con 51 años y como otra profesión: artista, empresario y fotógrafo (¿?). Y claro, un link al Comité Olímpico Mexicano.

En la página de COM (que ruega por el auxilio de alguno de los cientos de programadores desocupados en nuestro país), otro enlace a un perfil del joven Hohenlohe, escrito por quién sabe quién, en el que se describe, en primera línea, al señor como "príncipe". Si uno tiene la paciencia, en la cuarta y última página se dice que uno no puede ser príncipe y mexicano, pero eso tampoco parece ser tan importante...

La verdad es que no sé si reirme o llorar. Espero que el COM no le haya dado ni un peso para ir a Vancouver (que más bien creo que lo que le dieron fue la chance de ir) pero... en serio... ¿es esto necesario? ¡Dice que es cantante pop en Austria y todo!

Creo que empiezo a entender lo que la gente sentía en España cuando mandaban a Eurovisión a personajes cada vez más "pintorescos".

Como diría alguien a quien yo conozco: me quiero volver chango. Y ahora, capaz que gana y todo, para que tenga que tragarme mis rabiosamente republicanas palabras.

Nota al pie: Gracias al querido Marco, nos enteramos también que la semblanza es la misma que aparece en Wikipedia. Y en Youtube lo podemos oir cantar y esquiar al mismo tiempo (no canta mientras esquía, es una pista). Lo mismo, que nos agarren confesados. Me preguntó qué estará pensando Maximiliano allá en su cielo...

10.2.10

Hojuelas de papa (o de patata)

Y en Vancouver, sigue sin nevar. Todos los atletas listos para las Olimpiadas de Invierno y dice al mismísimo señor Invierno que a él, bueno, pues no le da la gana nevar. Que le hagan como puedan. Que, como dice Douglas Coupland, lo rocíen todo con hojuelas de papa (o de patata) como en las películas.

Desperté hoy cortesía de la alarma del reloj. Habían sido pocas horas de sueño... es lo que tienen los vuelos muy baratos. Caminé hasta el comedor para apagar el reloj (que se había quedado en mi bolso) y todavía en la semioscuridad me di cuenta de una cosa: el parque, la calle, el coche... todo estaba blanco.

Primero pensé que era mis ganas de que fuera así. Después saqué la cámara y tomé un par de fotos. Y ví a un vecino salir con un chaleco amarillo y limpiar la nieve de su coche antes de irse. Cuando por fin estuve lista y salí, puse la mano sobre el barandal de la escalera para no resbalarme. Se desmoronó bajo de mí, como si fuera algodón, miedo o algo aún más frágil.

Llegué al Instituto bajo la nieve protectora. Todo el mundo fue magnífico y me dieron un escritorio con una ventana bañada de luz del norte, a través de la que puedo ver además el jardín - blanco, por lo menos hoy.

Cuando regresé a casa, tenía el pelo lleno de pequeños copos blancos. Y me hizo una ilusión tremenda, incluso caminar con cuidado me hizo una ilusión tremenda. Lo que tiene ver nieve por la tercera vez en la vida: no te fastidia, todavía te sorprende.

4.2.10

En suspenso

Salí de casa a las siete de la mañana. Tampoco era necesaria tanta madrugada pero algo extraño en mi había calculado que lograría ir hasta el Laboratorio, hacer fila, que me sacaran la sangre (sin llorar), salir, tomar el metro, bajar frente al gimnasio, caminar y llegar a mi clase de natación de las ocho. Sí, claarooo... mi fe en mis poderes de teletransportación parece permanecer intacta.

Llegué al laboratorio. Hice fila. Esperé paciente devorándome las últimas páginas de las 800 y pico que tiene el libro que estaba leyendo hasta hace unos minutos. Me llamaron varias veces. Me hicieron jurar que mi nombre se escribe así. Pasó una enfermera rubia y malencarada y me pidió que la siguiera.

Qué miedo. Me quité el abrigo y le dije - siempre aviso - que las agujas me dan pánico. A algunas enfermeras les da lo mismo. Otras, como esta, te miran con un poco de sorna. Me acomodé, me pusieron la liguita, me dijo que mirara al otro lado, que cerrara la mano y sentí el pinchazo. Y unos segundos después su voz: "pero respira. Normal. Como si estuvieras haciendo ejercicio".

Me había quedado en suspenso. Como si no quisiera que pasara el tiempo o esperara que pasara rápido. Como cuando pasas por un sitio que huele mal y aguantas la respiración. Como cuando dejas de escribir en el blog, escudándote de todas las cosas que tienes que hacer (y lo poco que quieres reflexionar sobre lo que has hecho o no).

Total que salí del sitio a las 8h10. Mareada, me equivoqué de calle y no encontraba el metro. Ni siquiera atiné a entrar a un café a tomar algo. Me vine a casa, me serví un desayuno de campeones y terminé el libro de Mulisch. Después de dos meses. Por fin.

Y fue como si volviera a respirar. Como si, en muchos sentidos, hubiera que dar dos pasos adelante y seguir por otro lado. En realidad, no está cambiando nada. Soy yo la que se modifica a voluntad.