24.10.16

Un vecino invasor

Lo escuché maullar - me sorprendió porque los gatos que viven en el vecindario rara vez maullan. Ni siquiera cuando está de visita el gato que cuidamos: se pelean, si acaso, a través de las ventanas pero nada de maullar. Y mientras mi cerebro y oídos despertaba de su soponcio, el holandés ya se había levantado del sillón y le había abierto la puerta. "¿Tú quién eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué pasa?". Ante la puerta abierta y la voz, el vecino entró. Dio cuatro vueltas al salón y nos miró para saber si éramos de confianza. Maulló un poquito más. Comenzó por restregarse contra mis piernas, la pata de la silla, la esquina de una puerta. "Mientras no le demos de comer, todo está bien".
Le gusta el fuego de la chimenea, el calor del suelo. Creo incluso que le gusta el sonido y la luz de la televisión, porque se quedó un rato grande mirando, como si las noticias financieras le dijeran algo. Lo he perseguido para tomarle fotografías y después de un rato, ha posado mirándome. Como si esperara que con eso lo dejara en paz.
Hace un par de minutos subió las escaleras sin ningún tipo de temor hasta encontrar un vaso de agua, donde lo encontré bebiendo. Me acerqué a él e intenté razonar, quitarle el vaso. Sin miramientos, me mostró los dientes y me acorraló.
Escucho a mi holandés intentar razonar con él en holandés para que salga de debajo de nuestra cama - yo le estaba hablando en español, y quizá era eso. Multilingüe no es, pero creo que está convencido de que esta es su casa.
Ahora pienso en tomarme yo una foto enfrente de la televisión, sólo en caso de que un poco más tarde baje a informarme de que ya no soy bienvenida porque los dueños de esta casa tienen que dormir.

3.10.16

Domingo de negativas

Han dicho que no. Que no se olvida. En las calles, en las manifestaciones, en los diarios. Han hablado los que se acuerdan de qué y cómo aquel dos de octubre en Tlatelolco. También los que no saben, los que no se acuerdan, a los que poco les importa. Igual han dicho que no porque en Tlatelolco el dos de octubre un poco huele a pólvora en la memoria y un mucho quizá a desesperanza. Porque a veces sirve recordar la indignación, sólo por hacer uso de un músculo que ha perdido por completo su entereza. Sólo por acordarse que todavía en mi país eso de hablar en voz alta a veces atrae, como un imán, a la violencia.

Han dicho que no. Bastantes colombianos han dicho que no querían el acuerdo de paz y otros tantos, muchos más, han dicho que no salían a votar. O no lo han dicho pero se han quedado en casa, asustados del huracán que llegaba, o del miedo que tiene muchos años - quizá demasiados - descansando en una esquina de un sofá. Junto con la rabia. Junto con muchas otras cosas que no conozco y no sé nombrar. Junto a lo mejor, otra vez, la indignación esa que me parece que es un animal gelatinoso también en lugar de hacernos mover nos hace quedarnos, y señalar con dedos flamígeros, y tirar la primera piedra como si nunca hubiéramos querido que nos preguntaran nada.

Han dicho que no. Eran menos del 40% de los húngaros llamados a las urnas pero han llegado en masa a decir que no quieren la cuota de refugiados que acordó la Unión Europea. Que no entre ninguno de esos, que no sabemos qué quieren, que no podemos y no nos da la gana abrirles las puertas de nuestro país, ni a los adultos, ni a los niños, ni a los que lloran, ni a los que pudiesen ayudar. Y dice el presidente húngaro que qué importa que el referéndum no sea válido: que a él ese no ya le vale, ya le es victoria política, ya le legitima para actuar en consecuencia.

Ha dicho que no. Luis González de Alba no lo dijo, pero lo pensó y lo hizo: no quería despertar un día más. Preparó todo, escribió hace más de un mes una columna críptica pero llena de sus verdades que se publicaría el domingo a Milenio, hizo un tweet de madrugada para aquel amor de su vida, y apagó el switch de su vida con "el último acto de su salvaje libertad", como lo describió Aguilar Camín.

Y con tanta negativa yo amanecí este lunes un poco escaldada, fría, desconcertada. Con la sensación de metal en la boca que deja masticar tantos dolores acumulados. Pero era lunes y hacia sol y había que seguir. Porque para todos los demás esto sigue y con recuerdos, dolores o temores, a veces hay que decir que sí.