29.5.10

Respuesta a un cronopio

Aprovecho mi facebook y mi twitter para quejarme de todo ante la humanidad - por lo menos ante la humanidad que quiere leerme. Me quejo, por ejemplo, de que de pronto me volvió a atacar la alergia. No sólo tengo los brazos empedrados de granitos (ya, me pongo protector solar y crema atópica para bebé, válgame) sino que ahora voy por la vida estornudando así, de siete en siete, o de quince en quince veces. La gente me mira con desconfianza. Yo me sonrojo. Me acuerdo de aquel amigo querido que me contaba los estornudos en voz alta en la prepa y no sé si es tan querido.

Y me quejo en Facebook. Y Juan Carlos, ese cronopio, me manda un salud. Doy las gracias. Y luego dice que me manda un pañuelo... o toda la caja. Y entonces yo escribo esta respuesta.

Cin se encuentra con una caja de pañuelos nueva y no sabe qué hacer. Primero, agita las manitas con emoción. Luego la mira por todos los lados y descubre que tiene una flor morada y la abraza, de puro gusto. La abraza tanto que se aplasta. Intentando salvarla, saca todos los pañuelos y se da cuenta de que, sobre su cama, ha caído una especie de suave nieve de celulosa. Mira por dónde: es un poquito más feliz.


(Sí, ya sé que es autoplagio. Pero era divertido)

21.5.10

Sin rostro

No tengo razones de peso para afirmarlo, pero sé que me sonrío. Y que sus ojos se iluminaron. Y que la mañana le pareció un poco menos estúpida - no sólo por ser mañana de viernes de fin de semana de tres días. Insisto, no tengo ninguna razón. No lo ví. Pero lo sé.

Caminaba a casa de regreso de casi morir en el gimnasio - siempre en la abdominal número 20 me pregunto "yo... ¿de verdad tengo necesidad de esto?" - y él esperaba junto a otro motorista y un automóvil para salir de un estacionamiento. Los veía a lo lejos, esperar, un montón de gente que iba frente a mí no dejarlos pasar. A mí la verdad es que me daba lo mismo: prisa, realmente, ya no tenía. Y les cedí el paso (oh, peaton que cede el paso). Él titubeó y yo insistí - afirmó con la cabeza y arrancó. Me habré retrasado unos 15 segundos para seguir con mi camino.

Me acordé de Malena que a sus tres años hasta hace poquísimo les tenía miedo a los motoristas. Simplemente cerraba fuertemente sus ojos cuando tenía uno cerca hasta que un día confesó su miedo. En un alto, mientras esperaba en el auto con su abuela, se les acercó uno. La abuela, viendo como la otra se amedrentaba, bajó el vidrio y le pidió al motorista si, por favor, podía levantarse la careta del casco. "Es que ella se piensa que no tienes cara".

Malena y su abuela no se acuerdan de cómo era el motorista, sólo que se levantó la careta y les sonrío. Como estoy segura que sonrío con el que yo me encontré en la mañana, aunque no haya visto su cara.

19.5.10

De la ausencia

- Hace dos días tocó la plática larga con mi padre. De vez en cuando nos damos el tiempo y hablamos él y yo, largo y tendido, por teléfono. Sobre nuestros sueños y nuestras preocupaciones. Sobre México y sobre Barcelona. A veces tocamos por encima el eterno tema de mi posible-inminente-necesario-intangible retorno. Y al final siempre termino diciéndole lo mismo: que siento que estamos más cerca desde que me fuí y que me siento más acompañada desde que estoy acá sola.

- Ayer terminé clases de la segunda maestría. Ese grupo que difícilmente se ponía de acuerdo salió a caminar y a cenar, con larga juerga incluida. De pronto bromeamos, hicimos confidencias y confesiones interminables. Se preguntaron cosas que habían quedado en el tintero en algún otro momento y comimos plato tras plato. Algo me dice que lo que nos unió fue que ya no nos veremos dos veces por semana. Esa nostalgia por los que nunca fuimos. La saudade, que dicen los portugueses.

- Estoy leyendo Rituales, de Cees Nooteboom. Confieso que las primeras cien páginas me parecieron difíciles, pero no me hice mucho caso porque entendí que podría ser el exceso de información en mi cerebro. Ayer me senté a comer sola en un restaurante. Primero comencé a trabajar en unas hojas que llevaba, pero decidí sacar el libro: el espacio y el plato de pasta al horno me permitirían leer. No sé si fue el vino, el descanso o el olor a pasteles recién hechos, pero comencé a verlo con otros ojos. Me reí incluso con una carcajada ante el descoloque de los demás comensales y la mirada comprensiva de la maravillosa mesera con acento napolitano. Y después encontré eso que a veces quiero decir... y les comparto:
Después de Zita, había tenido una relación bastante larga con una actriz; pero, por fin, ella se lo sacó de encima por instinto de conservación, como quien se desprende de un viejo sillón.
- Lo que más echo en falta de ella - le decía Inni a su amigo el escritor - es su ausencia. Esas gentes no están nunca en casa y a eso te aficionas como a una droga.

16.5.10

Temporada de lluvia

Debo confesar que quizá sea un poco mi culpa. Tantas ganas de buen tiempo, de verano, tanto invocarlo... y el verano mío, el primigenio, el verdadero es un verano lluvioso. El que me obligaba a leer, a quedarme dentro, a hacerme fanática de los juegos de mesa y de las novelas de Corín Tellado al final del Vanidades, esas que leía a escondidas de mi mamá.

Esta tardanza del sol totalitario es quizá, entonces, un poco responsabilidad de esa niña tapatía que se acostumbró a ver llover en vacaciones.

Y como soy muy solidaria con el cielo, he estado llorando yo también. Durante días y noches. Por historias reales y ficticias, por futuros y pasados, por pesadillas y realidades de bloque de vecinos. Me da esta curiosa solidaridad y de pronto se me escurren unos lagrimones por las mejillas. Ni siquiera puedo a culpar a las hormonas o a nadie. Sé que soy yo. La de ahora y la de entonces, la de 31 y 15 y 12, y 7 y 4. Todas ellas, todas las que lloran.

Me busco razones para dejar de llover. Limpio la casa. Me sumo en mi tesis. Limito la extensión de mis recuerdos y de los sueños que no están (perdidos no sé, escondidos seguro). Salgo de la casa a comprar una cocacola y a que me dé el aire. Y de pronto, en la intimidad del videoclub, suena algo. Es una canción que no conozco, pero es como si alguien me abrazara por la espalda, me volteara y me tuviera sostenida. Firmemente abrazada. Siento su respiración en mi frente y comienzo a llover otra vez. No sé si de alivio o de compañía o de impaciencia o de qué.

Quizá sea una cosa similar lo que le pasa al cielo de Barcelona. O simplemente es que yo no lo sabía aún pero así se siente verdaderamente la primavera.

(Soundtrack cortesía del videoclub: Ash Wednesday / Elvis Perkins)