No tengo razones de peso para afirmarlo, pero sé que me sonrío. Y que sus ojos se iluminaron. Y que la mañana le pareció un poco menos estúpida - no sólo por ser mañana de viernes de fin de semana de tres días. Insisto, no tengo ninguna razón. No lo ví. Pero lo sé.
Caminaba a casa de regreso de casi morir en el gimnasio - siempre en la abdominal número 20 me pregunto "yo... ¿de verdad tengo necesidad de esto?" - y él esperaba junto a otro motorista y un automóvil para salir de un estacionamiento. Los veía a lo lejos, esperar, un montón de gente que iba frente a mí no dejarlos pasar. A mí la verdad es que me daba lo mismo: prisa, realmente, ya no tenía. Y les cedí el paso (oh, peaton que cede el paso). Él titubeó y yo insistí - afirmó con la cabeza y arrancó. Me habré retrasado unos 15 segundos para seguir con mi camino.
Me acordé de Malena que a sus tres años hasta hace poquísimo les tenía miedo a los motoristas. Simplemente cerraba fuertemente sus ojos cuando tenía uno cerca hasta que un día confesó su miedo. En un alto, mientras esperaba en el auto con su abuela, se les acercó uno. La abuela, viendo como la otra se amedrentaba, bajó el vidrio y le pidió al motorista si, por favor, podía levantarse la careta del casco. "Es que ella se piensa que no tienes cara".
Malena y su abuela no se acuerdan de cómo era el motorista, sólo que se levantó la careta y les sonrío. Como estoy segura que sonrío con el que yo me encontré en la mañana, aunque no haya visto su cara.
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