27.3.13

Nombres (de los que hacen destino)

Me afano en buscar si en este blog ya he escrito la historia del amigo de un padre de un amigo (pluf), médico oncólogo, que tiene el dudoso honor de apellidarse "Malo". Y ahí va el doctor Malo, de aquí para allá, quitándole el cáncer a la gente. O no. 

Me acordaba porque hoy R contó su inquietud al escuchar al piloto del avión en el que volaban presentarse como "Jorge Mata". Claro, si uno estuviese escribiendo ficción, no podríamos poner esos nombres. Existen sólo en esa broma infinita llamada realidad.

Como colofón, esta mañana, releyendo las páginas económicas del domingo pasado, reparé en una cosa: el gobernador del Banco Central Chipriota se llama Panicos Dimitriadis. Vale que le falta el acento, pero... bueno, ya dicen por ahí que nombre es destino.

26.3.13

Ocupación: Camarera

Me fui a comer a un restaurante donde no había ido nunca, pero quería hacerlo... aunque la verdad llegué hasta ahí porque mis dos primeras opciones estaban cerradas por semana santa. Mi conciencia dietética se limitó a no funcionar y pedí primero y segundo. No había mucha gente pero me da a mi que los camareros (meseros, que se dicen) estaban cansados. En la primera sala, en donde estaba sentada yo, había cuatro mesas para dos personas y estábamos sólo dos, cada uno solo en nuestra mesa, mirando al frente. A la calle. A la gente que se asomaba a ver el sitio. A los que se detenían a ver el menú. Los que no paraban. Los que nos miraban como si quisiéramos decirnos algo.

Quiso la suerte que los dos termináramos el segundo al mismo tiempo. Yo estaba atenta a mi libro y no ví cuando la chica se acercó a recoger los platos. "¿Qué te apetece, postre o café?", le preguntó a él. "¿Qué tienes de postre?", respondió el chico. Mis oídos que no estaban concentrados en leer, azuzados  por mi gula, seguramente hicieron moverse a mis orejas. "Vale, se los digo... pero vale para los dos eh, también para tí..." dijo, llamándome la atención.

Al final elegí lo mismo que el otro comensal - básicamente porque no puse atención a la lista. Me había quedado mirándola, viéndola cómo recitaba los postres como un soneto cervantino. Algo me hizo pensar que, cuando no es camarera, quizá es actriz.

25.3.13

Regalos (40)

Cada uno de los últimos cuarenta días ha sido un regalo. Una especie de paréntesis en donde se me ha invitado a sentarme y escribir. A marcar mis días. A acordarme que sí, puedo tener un hábito de escritura: que esto es lo que hago cuando procrastino y es lo que me hace feliz.

Anoche, mientras perdía un poco el tiempo en las redes sociales tuve una "revelación": me encajaron ciertas fichas en mi cabeza que no había podido acomodar en los últimos meses o quizá años. Eran de la tesis - de esa espada de Damocles que (todo indica) ahora sí me voy a quitar de encima.

Pocas horas antes, había ido a tomar un café con alguien que me pidió que no contara más de lo que me pasaba al verme los ojos hechos agua. Y agradecí caminar a su lado por las calles recién lavadas del barrio sin tener que hablar. Unas horas después, ya en la cama, recibí un mensaje. Dos de mis ángeles guardianes estaban abajo de mi ventana, queriéndose, queriéndome. Bajé por un abrazo y volví a buscar la calma, el sueño, la claridad.

En estos cuarenta días he aprendido más de mi que en muchos días y meses y años anteriores. Me he visto en los ojos de otros y he aprendido dos frases de platino: "Si no encuentras nada bello en ti, busca otro espejo" y también "no te hagas a tí lo que no permitirías que le hicieran a otro".

Ahora el blog suena como un libro de autoayuda, pero supongo que es solamente la conciencia de crecer,  de lo que se termina, de las cosas que aún no empiezan. Este post marca el inicio de otro reto mucho menos confesional y más técnico que, igual, llegará a buen puerto. No sólo porque yo lo quiero: porque tengo manos que me sostienen para llegar ahí. Esos, mis más grandes realos.

24.3.13

Marco teórico (39)

En pleno proceso de tesis, me paso el día pensando. Más que nunca hay en mi casa tazas de té a medio tomar en las habitaciones y decenas de post-its pegados en las paredes. Me dejo las puertas de la alacena abiertas. Pienso y repienso. Cuando me canso, me pongo a leer cualquier otra cosa. Intento descansar de pensar pensando. Encontrando maneras de explicar.

Uno de mis cocos ahora es la definición del famoso marco teórico: aquel conjunto de ideas que te ayuda a explicar eso de lo que hablas. El reto es tomar las ideas de otro, enfrentarlas a la realidad que conoces y a partir de ellas, construyes un mundo, una explicación diferente. Desgranas la realidad. La pones en perspectiva.

Suena complicado, pero en realidad es relativamente simple. Es, una vez más, la perspectiva desde donde miras.  Por ejemplo, si yo no hubiese estado leyendo una novela sobre brujas veracruzanas la semana pasada, no me hubiese sorprendido tanto que hoy, en la celebración católica del domingo de ramos, afuera de las iglesias no sólo se vendieran palmas (como en México), sino también atados de ramas de árboles y plantas de olor. El marco de la novela me hizo acordarme como, en el fondo, todo el pensamiento mágico es fé, fé en que hay algo en la naturaleza, algo más grande, que nos protege. Con iglesias y sin iglesias.

Si yo no hubiese pasado toda mi infancia en un entorno tan católico, no sería capaz de entrar a una Iglesia y leer sus rituales como una especie de terapia de grupo y, al mismo tiempo, como un regalo compartido de unos a otros.

Si yo no hubiese aprendido a extrañar a mis familia y mis amigos, no daría tanto valor poderme sentar a la mesa de mis familias de adopción, las que también tejen una red de seguridad a mi alrededor. No comprendería la emoción de que mi sobrina cantara a 10.000 kilómetros y bailara conmigo a través de una cámara de video.

Si yo no hubiese crecido en una ciudad de veranos lluviosos no me sentiría en casa al ver una cortina de agua que lava las calles y de alguna manera, lava también las tristezas y las incertidumbres.

Ese es parte de mi marco - de él me siento agradecida y orgullosa.

23.3.13

Tinieblos vs. pantallas (38)

Cuestión de uso de las palabras - y de rascar en el uso que hemos dado o tenido a otros. Porque sí - hay gente que ha sido usada. Y lo sabe. Que ha salido con alguien con quien tenía o buenas pláticas, o buen sexo, o buena convivencia, o los mismos gustos musicales... algo... Pero, misteriosamente, nunca salió del armario del otro, de sus relaciones "escondidas". Se veían a horas raras, o se envíaban mensajes sólo por el messenger, o simplemente nunca fueron presentados a nadie. Ayer me enteré que eso se llama un "tinieblo" - esa persona que está en tu vida pero que, por una razón u otra, no quieres que salga al mundo. Que los demás sepan que estás con él.
Por el contrario, existen las "pantallas": alguien con quien te quedas porque conviene, porque queda bien, porque te acompaña y cumple con los requisitos. Esa persona que tienes porque va bien que esté contigo. Y puede que no te guste, no sé, su lista favorita de música, o su olor, o la manera en cómo mastica, o en general la manera en la que vive... pero te quedas. Porque es una buena pantalla.
Supongo que en algún momento todos hemos sido tinieblos y/o pantallas de alguien... y quizá hemos hecho lo propio. No por malos... es simplemente nuestra manera de enfrentarnos al mundo.

22.3.13

Perspectiva (37)

Es el sitio desde donde lo ves. Tu capacidad de empatía. La amplitud de tu ventana. Las ganas de escuchar. Lo que para alguien es una normalidad (dormir ocho horas), para otros es una sorpresa. Lo que para algunos es un alivio o un apoyo (ir al terapeuta), para otros es una carga no es esperada, un temor, una promesa de intranquilidad.
Aquí, desde el tercer piso de la biblioteca, desde el 22 de marzo de 2013, la Semana Santa se configura como un paréntesis para escribir esoquenodebesernombrado. Desde marzo de 2012, la Semana Santa se configuraba como un santo paréntesis en otro lugar del mundo. Desde marzo de 2000, la Semana Santa era una larga espera para conocer a ese alguien que parecía Alguien. Y comenzamos de nuevo, siempre así.
Cuando alguien me dice que cumplirá 40 años este año y yo me sorprendo, no es porque quiera doblegar la realidad: es porque no me parece que estemos en edad de volvernos mayores. Eso, como dice Peter Holberg (el personaje de Richard Jenkins en Liberal Arts) es lo que nos estaban ocultando: "Nobody feels like an adult. It's the world's dirty secret".
Desde tu perspectiva, no te estás volviendo adulto, no te sientes adulto. Hasta que te miras en el espejo de alguien más. Entonces, tu normalidad no lo es tanto. 

21.3.13

Poesía (36)

parece que hay días de todo, ya, que nuestro calendario de celebraciones no se acorta sino que se alarga. yo elijo para hoy, entre día del bosque, del niño down, de la felicidad (ah, no, esa era ayer...) la celebración del día mundial de la poesía, que es lo que me toca más cerca, lo que me ha salvado más veces la vida.
esas cosas increíbles - ahora que trabajo en una biblioteca, mi escritorio está muy cerca de la zona de literatura, de novela y de poesía. aquí, desde mi silla, alcanzo a leer algunos de los lomos, pero ningunas de las páginas. y siento un poco de paz y un poco de desconsuelo.
me siento privilegiada de haber sido de esas adolescentes que "escriben poesía" y por lo tanto reciben poesía. me acuerdo con emoción aquel librito pequeño, tamaño A5 quizá, engargolado en plástico gris, que está dedicado a mi. "las mareas inmóviles de polvo", dice. y también a veces viajo a la ítaca de kavafis. y suspiro por la misma nariz que deben haber suspirado otros. y un poeta me lleva a otro, y a otro. y la voz que escuchamos es la de todos hablando al mismo tiempo y contando las mismas cosas, pero haciéndolas parecer - por obra de maravillas - únicas y extraordinarias.
quizá hace tiempo que no merezco poesía, pero yo sigo garabateándola en las esquinas. escribo por las razones aquellas de reconocerme en otras palabras, de romperme en frases cortas para ver si así entiendo lo que no me explico yo misma en una narración entera.
porque no hay necesidad de explicar lo que ya se sabe y se entiende así.

Aunque vengas mañana
en tu ausencia de hoy perdí algún reino.
(Canto Destruido - Carlos Pellicer)


20.3.13

Infrarrealista (35)

Cuando te despiertas demasiado temprano, es como si comenzaras el día por debajo de la realidad. Sales de casa y recuerdas aquella broma de "es tan temprano que no han puesto las calles". Pareciera como si no estuviesen ahí, como si fueran otras.
No sabes si es que estás medio dormido, pero igualmente vas tomando más conciencia de tus pies, de tus pasos  (podría ser que pisaras algo no deseado). Te conectas los oídos con la música en tu reproductor y pareciera que, al imponerle tu propio soundtrack a la ciudad, le cambias la cara. El sol tiene un motivo. La sombra tiene un motivo. El conductor molesto tiene un motivo. Esa hoja, misteriosamente verde a mitad de la calle, también tiene un motivo.
No lo sabes, pero en realidad es ese pequeño momento de epifanía donde entiendes las cosas. La letra de las canciones te suena diferente. No sabes muy bien cómo, pero descubres que sabes leer la clave morse del viento sobre tu cara. Levantas la cara y ahí está Bolaño mirándote, en el cartel de la exposición. Pero Bolaño te mira a ti, y sólo a ti. Se inclina y susurra a tu oído (con ese acento chileno-mexicano-catalán que no puedes más que imaginarte): "Déjenlo todo, nuevamente. Láncese a los caminos".
Y el sol, ese sol, el de ayer, parece que fuese otro.

19.3.13

Acentos (34)

Según lo que cuenta mi abuela, mi papá era un niño con unas ideas... un poco sui generis, por decir lo mínimo. Criado en una casa muy católica, rápido - por ahí de los seis años - comenzó a pensar que es importante el manejo de la política (algo que hemos visto claramente en los últimos bailes en el Vaticano).
Total que, cuando iba a hacer su primera comunión a los cinco años, una monja le preguntó quién quería que fuera su padrino. El niño se quedó pensando y le dijo: "Mire, madre... le digo mañana. Es que tengo que  pensar quién hace las mejores fiestas del pueblo". Y se fue, dejando a la religiosa con el Jesús en la boca (quizá literalmente).
Nacido en Ciudad Guzmán, Jalisco, que comparte con Valencia tener como patrono a San José, mi mini-padre regresó al otro día con la monja a decirle: "madre, ya sé. Mi padrino va a ser San José... cuando es su santo, se hacen las mejores fiestas del pueblo".
El niño hizo su primera comunión con un reclinatorio vacío a su lado, con su padrino San José. Ese mismo niño contestó, sin pestañar, a la pregunta de qué quería ser de mayor: "¿Yo? Yo voy a ser Papa".
Obviamente le faltó el acento en la última sílaba... para mi ventaja. Por eso, aunque hoy no sea el Día del Padre en México, es más que nunca el día de mi Padre: con su padrino San José y sus propósitos de ser Papa (o papá).

18.3.13

Olores (33)

Llega la primavera y con eso, mi capacidad respiratoria y olfatoria disminuyen. Esta mañana ví por primera vez las semillas de los plátanos pasar volando a toda velocidad por la Rambla y, comme il faut, estornudé sonoramente. Es así - la nariz de uno no se puede controlar. Ni lo que está huele. Y a eso puesto, ni a lo que olemos.
Y en esa línea, hoy quiero prometer y jurar que no quería oler a caramelo de fresa. Pero resulta que esta mañana cuando me iba corriendo al gimnasio y tomé el primer pote de gel de baño que encontré, era uno de fresa que me habían regalado hace tiempo. Así que después de hacer el ridículo con mi poca capacidad respiratoria en el gimnasio - nada más patético que verse a uno en el espejo, rojo como tomate, tratando inútilmente de seguir a la profesora que salta de un lado a otro sin-que-se-le-mueva-una-pestaña - me duché y me quedé oliendo a... caramelo de fresa.
Tengo la tendencia a llevarme las manos a la cara y cada vez que lo hago, me da por pensar que o debería ponerme una mordida a mi misma, o salir a la calle a ver si sigo oliendo a lo mismo, o mi capacidad olfativa está mutando y no me doy cuenta... no huelo la primavera, pero huelo a fresa...
Supongo que, a pesar de los pesares, todo puede cambiarse: hasta nuestro olor natural.

17.3.13

Ventaja relativa (32)

A pesar de que la previsión del tiempo no era muy buena, esta mañana recibí un mensaje de J confirmándome que M tenía actuación y que yo tenía entrada para verla. M es una de mis "sobrinas postizas" y a la altura de sus... ¿5? años es una princesa. Toma clases en una escuela de música y las escuelas de música de toda Cataluña celebraban hoy su 20vo aniversario con un concierto enfrente del mar.
Pero llovía. Cuando llegué, éramos cientos de adultos y niños refugiados bajo los techos casi inútiles del antiguo Fòrum, esperando que amainara el txirimiri (o "lluvia mojabobos", como la llamaba mi abuelo). Yo pensaba que en cualquier momento iban a cancelar el asunto pero no - en un momento determinado, nos llamaron a los padres y acompañantes a las muy húmedas gradas del teatro al aire libre y los chicos comenzaron a entrar por otra puerta. De pronto, mientras se acomodaban, casi mágicamente dejó de llover. Y amainó durante más de una hora para el espectáculo.
M, que es bajita, tiene la ventaja relativa de ser la primera en la fila. Digo que es relativa porque es divertido al principio (te pueden tomar fotos y todo el mundo te ve) pero cuando te aburres al final todo el mundo lo nota también.
Creo que, dentro de todo, M se lo pasó bomba. Yo también, viéndola emocionarse al principio, aburrirse hacia el final y luego regresar muerta de risa con las amigas. La verdad es que a quienes nos hacía más ilusión verla en primera fila era a la abuela, a la madre y a mí. Ella ya hubiese estado bien en cualquier lado: siempre está bien andar por ahí (y no encerrada en casa) en un domingo lluvioso.

16.3.13

Idiotas (31)

Recibí el contacto de rebote. Era un reportero llamando a la facultad de comunicación - donde se había formado - para buscar un profesor que fuera "especialista en temas de Internet". Justo entonces yo iba pasando por la recepción, con un millón de papeles. La chica de recepción preguntó si yo estaba disponible y le dije que le pidiera al reportero que me mandara un correo y que yo me comunicaría lo más pronto posible.
Cuando regresé a mi escritorio, me encontré un correo titulado: "la relación entre la estupidez e internet". El reportero me había mandado una "noticia" de un diario donde se afirmaba que el uso intensivo de la red nos está volviendo más tontos. Entonces llegó mi jefe. Pensé en pasarle la bolita pero me dijo que estaba muy ocupado, que lo hiciera yo - sólo me recordó un par de asuntos teóricos y que, bueno, siempre podíamos hablar de nuestra investigación.
Así, esta semana, mi voz - con nombre, pero no apellido, porque al reportero se le olvidó decirlo - se escuchó en la radio catalana. Básicamente, ya nos habíamos "discutido" el reportero y yo antes: él quería que yo probara que nos volvemos más estúpidos con Internet. Yo insistía en que no es cierto. Que la red - me lo dice la intuición y horas de investigación - no nos "convierte" en nada: ni más idiotas, ni más listos, ni más rápidos, ni más malos, ni más buenos... en el peor de los casos, en más dispersos. Hasta ahí acepto.
Para mí la red ha sido una ventana maravillosa a otra vida - no me la imagino sin ella, la verdad. Vivo al otro lado del mundo de mi familia y de todas maneras los siento cerca. Y escribo.  E investigo. Y trabajo para una realidad que pasa, muchas veces en línea.
No creo que Internet nos haga idiotas - creo que es un amplificador. Los que ya eran idiotas lo pueden decir frente y claro en el mundo. Y las idioteces comunes ahora van más rápido y llegan de un lado a otro del mundo. Pero bueno... ¿quién dijo que teníamos que ser "inteligentes" todo el tiempo?
Take it from me: no es conveniente. Lo único que te ganas es que te llamen de nerd a repelente ;).

Si alguien quiere oir el audio, soy la que habla por ahí del minuto 35 (mi voz está en castellano, lo detectarán). Enlace.http://www.ondacero.es/audios-online/emisoras/catalunya/la-ciutat/ciutat-12032013-1300_2013031300011.html

15.3.13

Gracias (30)

Ahora, cuando quiera hablar de él, tendré que hacerlo en pasado. Sin opción. El tiempo (mínimo, fugaz) que pasé con él ahora no tendrá posibilidad de regreso.
Lo recuerdo sonriendo. En realidad, me acuerdo de él en el asiento delantero de su coche, conduciendo a toda velocidad. Era un día maravilloso de verano y a mi me había costado semanas salir de un marasmo, de una depresión de esas tan mías que un día sí y el otro también... Pero salimos a la playa con un amigo común y el llegó mientras comíamos una paella espectacular. Se presentó y todo, mágicamente, fueron risas. Al terminar los postres, subimos a su auto y fuimos hacia unas playas que se me antojaron enormes, eternas, larguísimas. Seguimos riendo sin parar durante horas. Me acuerdo del viento que no permitía encender un cigarro, de que yo me negué a entrar a la playa argumentando frío pero más bien avergonzada de mi piel demasiado blanca, que él se tiró al suelo a tomar una fotografía en contrapicado... y entonces tomamos el auto para volver. Conducía rápido, de regreso al pueblo. Podíamos ver cómo comenzaba a caer el sol. No recuerdo qué canción sonaba en el radio (quizá Keane, quizá los Rolling) pero sí que la conocíamos y la cantábamos a gritos, sí que llevábamos todas las ventanas del coche abiertas y que, en ese momento, pensé que nunca, nunca me sentiría tan viva... viva como dentro de una película, con esa textura única de la altísima definición.
Esa noche me besó, entre risa y risa. Yo no esperaba que lo hiciera. Algo en mi estómago dió la vuelta y despertó del todo de su marasmo. Me besó como para decirme: "la vida siempre, siempre, siempre sigue". Estuvimos despiertos casi toda la noche sin parar de hablar. Nos atropellábamos, encabalgábamos las historias como si necesitáramos contarnos toda la vida ahí, como si no hubiera más tiempo. El cielo, luna llena. Me contó de un viaje que había hecho a la India y de pronto me dijo: "Deberíamos ir. Es un sitio que te encantaría". Y me fui a dormir con la ilusión del beso, de la India, de la vida que sigue.
Al día siguiente me fui a la playa antes de que él despertara. Al regresar a la casa, se había ido a comer con sus padres y nosotros teníamos que volver. No nos despedimos.
Por supuesto, no fuimos nunca a la India. Creo que lo volví a ver un par de veces, no más. Hablamos de cualquier cosa y llegamos a discutir negocios y planes de vida laboral en un aséptico chat.
Hace como un año y medio supe que estaba enfermo y que estaba haciendo todo lo posible por curarse, pero los pronósticos no eran buenos. Algún día hablé con él, pero no profundizamos en el tema. No nos despedimos. Hoy me enteré que se fue.

Y sólo quería darle las gracias y desearle un buen viaje.

14.3.13

Sol de invierno (29)

Si la primavera hizo un ensayo general hace unos días, ahora ha vuelto por sus fueros el invierno. El invierno en uno de sus trajes más espectaculares: los días fríos, con viento y con un sol brillante. Es el invierno más caprichoso, que no te deja: si llevas abrigo y estás en el sol, tendrás calor. Si dejaste el abrigo en casa, tendrás frío en cualquier rincón que no esté plenamente soleado. Necesitas zapatos gruesos - porque el frío se queda en el suelo y sube, fácilmente, por los pies.

Es como encontrarte una carta de amor antigua - la carta o el amor. Da un poco de miedo: te calienta el sol/la carta y podrías descubrirte pero sabes que tres pasos más allá está la sombra, lo de hoy. Y no consigues decidir.

Por eso quizá te envuelves en una manta y te sientas lo más cerca posible de un ventanal. A robar el calor del sol sin salir de la seguridad térmica de tu encierro... con aquel disco que te hace acordarte de eso de lo que hoy es mejor no hablar...

13.3.13

Francisco (28)

Estaba en la cafetería de la Facultad cuando comencé a ver la fumata blanca en la pantalla de la televisión. No hay audio y por un momento, parecía que nadie se daba cuenta. Estuve esperando un rato y después me fui caminando a casa, con las ganas de estar enfrente del televisor cuando el nuevo Obispo de Roma saliera por el balcón.
Alcancé a llegar a casa, preparar la cena y ponerme enfrente de la televisión. Mientras veía las imágenes de toda la gente en la Plaza, pensé que realmente ha pasado poco tiempo desde el último cónclave. Yo, parte principal de una generación visual, recuerdo haberme sentido un poco decepcionada con la última elección: me hacía falta alguien con cara de "bueno".
Ya sé que esa es una opción ridícula. Y ahora ya me comienzan a llegar todas las noticias de todo lo que este "Sucesor de Pedro" ha hecho en su vida. También digo - quien ahora le pone el dedo, se lo hubiese puesto a quien fuera. Extrañamente, en los últimos años me encuentro con que los ateos son los más beligerantes contra Dios y contra cualquiera que elija creer.
En lo que a mi respecta, Francisco I y yo tenemos ideas muy, muy distintas en muchas cosas. Opciones de vida que yo considero normales y deseables él las ha calificado de "tentación del demonio". Y hay datos para decir que estuvo de alguna manera involucrado muy de cerca con Videla. Si alguien quiere saber cómo se siente que saquen todo tu pasado un día, este es un buen ejemplo.
Yo me quedo hoy con la forma - y el fondo - de su primera aparición pública. Primero, en silencio, durante un par de minutos que parecía eternos, como miraba la plaza casi con pánico. La verdad es que se sacó una lotería difícil de gestionar. Me quedo también con su italiano tembloroso que quería ir a castellano cada minuto. Me quedo, sobre todo, con el reconocimiento a su predecesor y con el hecho de que pidiera primero que la gente pidiera por él, que le dieran su bendición antes de ofrecerla.
Sí, soy de lágrima fácil. Y me quedé mirando frente al televisor a un hombre que acaba de tomar el trabajo de dirigir una de las instituciones más complejas, anquilosadas, poderosas y decadentes de la tierra. Vaya que es un trabajo difícil. Vaya que me merece buenos deseos.
Para algunos cualquiera sería bueno. Para otros, cualquiera iba a ser igual de malo.
Este que llegó, con todos sus errores, tomó como nombre uno común - tan común que hay varios santos que se llaman así. Y uno de esos santos escribió una de mis oraciones favoritas que comienza: "Señor - hazme instrumento de tu paz".
Lo único que puedo desearle hoy es que ojalá que lo sea.

12.3.13

Reconquista (27)

Me pasó cuando recibí el pasaporte - era un sabor agridulce, casi como de broma. Hay cosas que te identifican a tí - identifican un esfuerzo, un viacrucis, un largo pasaje.
Hoy, como algunas veces en la vida, he tenido esa certeza de que ya está - que esto, lo que hay, no lo quiero más. Me basta. Me sobra. Ni una sola discusión más, ni un solo argumento sobre - por qué no - cómo carambas se repercute el iva. Por lo que a mí respecta, se acabó: ningunas ganas de seguir discutiendo. Cedo el territorio ganado. Si es que había algún territorio ganado.
Y sin embargo, lo decía bien el compadre: hay días que necesitas ir recorriendo, conscientemente, esos sitios en donde fuiste feliz. Y necesitas hacerlo no por nostalgia, sino por supervivencia. Porque cada uno de esos sitios donde fuiste feliz tiene la capacidad, la potencialidad, de ser un sitio donde seas feliz de nuevo. Feliz sin condicionamientos, sin esta o aquella compañía.
Y así comienzo mi recorrido por Barcelona y todos esos sitios donde he sido feliz. Porque esta ciudad, que es mi ciudad, también es la ciudad de otros. Porque lo feliz que fui, cuando lo fui, ha sido maravilloso. Porque esta felicidad - de un 4-0 Barça-Milán, de un camarero parlanchín en calle Parlament, de un amigo perdidamente enamorado, de un personaje que mañana no, no me hará enojar más - es certera. Tan cierta, tan palpable como aquella que tuve.
Lo que me hace pensar que siempre es momento de reconquistar nuevas y antiguas fronteras.

11.3.13

Cambio (26)

Por primera vez en semanas, al salir de casa, sentí que el abrigo me sobraba. Ya había bastante con las primeras capas. Y no necesitaba un paraguas, ni unos zapatos más cubridores, ni siquiera el té calientito que llevaba en mi termo. Los rayos de luz lavaban la calle con más energía que cualquiera de los dedicados conserjes de la ciudad.

Ya la luz se había pasado antes por casa para despertarme, para evitarme continuar hundida entre mi fuerte de almohadas. Esa sacudida no agresiva pero que dice: "sal de entre las sábanas. deja el sueño. deja a quien sea que estés abrazando en el sueño. es hora de irse".

Y salí a casa, esperanzada sin saber por qué. Con miedo a la esperanza (los cortazarianos sabrán por qué - por esas esperanzas que nos paralizan y nos hacen quedarnos, atentos, viendo si llegará aquello que sabemos que no podemos esperar), pero igualmente contenta de sentirla correr por mis manos, por mi nariz, como los rayos de luz.

Es ahora la luz que aún se refleja en el edificio de enfrente que dice que quizá debería de irme. Hoy no es temprano. Es la hora en la que, normalmente, naturalmente, se va el sol. Por lo menos a mitad de marzo.

"Afortunadamente llega la primavera... con su sol y espíritu de renovación... eso te ayudará". Ese mensaje en mi móvil ayuda. Eso que se respira en la calle, lo que trae el sol, también.

Here comes the sun...

10.3.13

Olores (25)

Cuando era niña, aprendí a no tenerle miedo al Diablo y a la Medusa (los rottweilers de mi tío) porque mi mamá decía que los perros olían el miedo. Poco a poco comencé a acercármeles, para que vieran que no había desafío en mi cercanía. Llegamos a tal nivel de confianza que me prestaban a sus crías para que las viera y yo me paseaba por la huerta cabalgando sobre el lomo del majestuoso Diablo.

Pero a ellos les falló su olfato en un momento clave: alguien los envenenó, aventando un pedazo de carne por sobre el muro. Se lo comió Diablo, se murió, y a los meses se murió la Medusa, de tristeza. Todavía cuando cuento la historia me pongo triste yo.

Creo que además del miedo, también se huelen otras cosas (además de las obvias como la falta de higiene, el exceso de ejercicio o el sexo). Se huele, por ejemplo, la tristeza. La añoranza. La pérdida. La soledad. Y los perros y los niños son buenos para detectarlo.

Esta tarde en la playa, mientras leía, tuve varios compañeros poco comunes. No los conocía, pero quizá se sorprendían de ver a alguien solo en una tarde de sol, con tantos grupos, tanta gente alrededor. El primero fue Pablo. Sé cómo se llama porque su mamá lo reñía a gritos mientras él se acercaba a mi con paso vacilante. En la mano, traia una pala de arena. Y de vez en cuando, la hundía en la playa y lanzaba hacia mi dirección un montón de arena que se diluía en el viento. La madre no hablaba conmigo, hablaba con él. "Pablo, deja de hacer eso, ¡ven aquí!". Y Pablo seguía, pianpiano, caminando hacia mí. Sin soltar la pala. Sin dejar de mirarme. Hasta que vinieron y se lo llevaron, sin más contemplaciones.

Más tarde, caminando Paseo Marítimo arriba, tuve la sensación de que se me acercaban demasiados perros. Quizá estaba caminando de una forma muy érratica o efectivamente tengo una cosa en la cara o en el cuerpo que no he descubierto, pero me parecía que los hocicazos que me daban no eran más que un apretón de mano, una patita sobre mi para decirme: "tranquila. También nosotros estamos aquí".

Llegué a casa y aún siguen olores vivos por ahí que me causan añoro. Alguna camiseta entre la ropa sucia. El tabaco en la cocina. El té negro por la mañana... están y desconciertan, pero sirven. Todos los olores sirven. Lo importante es, a diferencia del Diablo, saber diferenciar aquel olor que, si no tienes cuidado, podría matarte.

9.3.13

Refugios (24)

No había nada más - ninguna otra frontera. La pared contra que la que debíamos estrellarnos estaba ahí, enfrente nuestro. Habíamos parado ya el transporte: sólo la mirábamos. Para qué estrellarse contra una pared si puede uno decorarlas con grafittis diversos.

Adentro, en el frío de casa, yo necesitaba algo. No sólo del bourbon que, trasnochado, me esperaba en la nevera (ahí, entre unas alcachofas y unos fresones cada día, cada minuto más tristes). Necesitaba algo más.

Del primer mueble de mi biblioteca, tercer anaquel, el primero, el tercero y el cuarto libros. Y con los ojos viajando de los cronopios a la poesía a las promesas a los cronopios a los hilos y los ramos de rosas, el bourbon hizo sentido.

No sé ni si quiera por qué me sorprendo: los libros siempre, siempre, han sido el mejor refugio, el mejor sitio en el que estar.

8.3.13

Pánico escénico (23)

S y yo tenemos una relación que data de toda su vida, literalmente. Cuando su madre descubrió que estaba embarazada me estaba enseñando a hablar holandés. Así que tengo el privilegio de que, cuando se refiere a él, sé más o menos todo de su vida.
En mi ordenador y mi teléfono hay decenas de fotos suyas y mías haciendo toda clase de trastadas. La última, tomada hace como una semana, nos muestra muertos de la risa en el camino, con S en un carrito de la compra porque no habíamos llevado su carreola.
Ayer su madre me encargó una cosa muy importante: me pidió que si podía ir por él a la guardería, llevarlo a casa y mantenerlo un poco ocupado en lo que ella regresaba de una escuela "de grandes" (S va a cumplir tres años este año... ya le toca ir a escuela de grandes). Entiendo que para quienes son mamás o han sido canguros, esto suena muy sencillo. Yo me estaba muriendo de miedo.
No era la primera vez que me pasaba esto: también con otros de mis "sobrinos", cuando he tenido que ir a recogerlos a la escuela, tengo temor de que no querran irse conmigo, o lloraran, o no querrán dármelos en la escuela (¿quién dice que yo parezco gente de bien?) o así. Pero bueno, valiente, salí y llegué a tiempo por él.
Sortee la entrada y a los otros padres. Caminé hasta encontrar su salón y lo ví ahí, jugando, flotando alrededor de su profesora. Al verme a través de la ventana, se sonrío. Conforme me vió entrar y me escuchó saludarlo, dejó el juguete con el que estaba en su sitio y fue a darle un beso a su maestra. Un beso de despedida. Se iba conmigo. Así, sin más.
Su maestra me ayudó a detectar dónde estaba su jersey y me dijo el sitio de la chaqueta. Siguiendo las indicaciones de su madre, fuimos a buscar la carreola... y yo me pasé cinco minutos dando vueltas porque él se reía y no me terminaba de señalar sólo una. Debe ser muy divertido burlarse del adulto a cargo, ja.
Cuando encontré finalmente el carro y una abuela a mi lado me explicó cómo abrirlo, él se sentó en silencio y con sus ojos grandes me esperó a que lo amarrara.
Salimos. El sol vespertino de invierno acompañó nuestro paseo. A veces me cruzaba con otras madres u otras personas en la calle y les descubrí haciendo eso que yo hago cuando veo a alguien pasear con un bebé: miras al carrito y después al que lo lleva y viceversa. No sé --- como si buscáramos un parecido.
Llegamos a casa y encontré sumamente complicado entrar con el carrito, subir las escaleras, meterme al ascensor, bajar, tal. Sólo me hizo tener más admiración por la mamá de S, que lo cuida tanto, que ha sido siempre una mamá tan maravillosa.
Ya en casa, jugamos a los rompecabezas, a los trenes, comimos compota de manzana (desafortunadamente yo no, en realidad) y palitos de pan. Poco después, llegó mamá. Y nos encontró a los dos sonrientes, orgullosos, de haber pasado con éxito - y sin pánico escénico - nuestra primera recogida en la guardería.

7.3.13

Ventana (22)

Salía de casa como siempre, atropellándome con el abrigo, la bufanda, los auriculares, la selección de música, los dos mil pensamientos en mi cabeza... A unas veinte casas de la mía, una chica salió también de casa. La ví acomodarse el abrigo, el bolso y cuando comenzó a caminar, escuchamos que alguien silbaba. Ese silbido clásico que se hace para las chicas guapas.

Ella miró hacia arriba y, en el último piso de su edificio, un chico estaba asomado a una ventana pequeña, con cara pícara. La misma sonrisa de él se telegrafío en ella. Ambos besaron la mano - no creo que sincrónicamente, quizá ella inició y él copió el gesto - y sacudieron el beso para que llegara hasta el receptor.

El cerró la ventana con la misma sonrisa pícara. Ella sacudió la cabeza y siguió su camino dando pequeños saltitos, hasta que dejé de verla al cruzar la avenida.

6.3.13

Comandante (21)

Aquejados de un exceso de información, parece que haya pocas cosas hoy por hoy que nos sorprendan. Me sorprende a veces ver gente, o mirarme a mi misma, hojeando el periódico como quien cambia las páginas de un cómic o una historia de ficción... aunque lo que se publica en esas hojas papel revolución o en los sitios web sea más sorprendente que cualquier ficción posible.

Esta mañana, en clase - rala, gracias a la lluvia - hablamos de la muerte del comandante. Mientras nos miraba desafiante desde la portada de todos los diarios, alguien espetó al frente: "Yo es que, la verdad, no sé, no termino de entender por qué tendría que odiarlo... ¿por que se supone que tengo que odiarlo, verdad?"

Miré los dos diarios a mi alrededor - uno supuestamente moderado y otro de derechas. Después lo miré a él y contesté aquel: "uno no está obligado nunca a odiar a nadie". Y me sorprendí, de cómo la gente puede esperar, que le enseñen a quien odiar o no en un aula de universidad.

5.3.13

Polaroid (20)

La primera noche que pasamos ahí, no estaba abierto al público. Éramos casi todos, entonces, mucho más jóvenes, me temo. Llevabamos la tarea de probar todos los cócteles que se presentarían en la inauguración una semana después... y bebernos los restos de lo que había quedado del restaurante anterior. Ya habíamos pasado algún día a ayudar o a ver cómo pintaban una pared. A dar ideas. A donar algo. A imaginar, a soñar todos juntos.
Lo maravilloso que es tener amigos a los que sus proyectos les va bien es que te acuerdas, estás ahí para compartirlo. De la primera noche de vida del Polaroid me quedan algunas fotografías que denuncian que yo iba maquillada como si siguiera en mi era dark y el recuerdo clarísimo de mi primera noche detrás de una barra. No sé si mis amigos lo sabían entonces pero me ayudaron ahí a tachar una cosa más en aquella lista eterna de "cosas que hacer antes de que te mueras".
Recién había cumplido los treinta. Parece ayer y parece hace una vida.
Supongo que es un poco así.

4.3.13

Remedios (19)

Cuando el día ha sido demasiado largo, demasiado lleno de vida real, a veces es una buena idea refugiarse en la ficción (o en la realidad) de una sala de cine. Alguien ha entendido en los cines cerca de mi despacho que el día que el cine tiene que ser más barato es el lunes - tiene que tener algo de día bueno cuando el trabajo vuelve a caer sobre tí como una avalancha después del acto de escapismo que orquestraste durante el fin de semana.

Después de correr y comprar tu entrada en la oscuridad, acompañada con un intenso olor a palomitas, todo parece un poco menos real. Hasta parece que tu vida también podría ser un documental donde, contra todos los pronósticos, las cosas salga bien. Una película que, por más absurdo que parece, tiene algo similar a un final agridulce.

También es un remedio para el lunes tener unas horas libres y fingir que es sábado e ir a tomar una cerveza o un té y comportarte, entre las 9 y las 11 de la noche, como si pudieras seguir de fiesta interminablemente.

Todo hasta que uno de tus ojos cede y el párpado cae... y piensas que quizá el mejor remedio para el lunes es que entre en su capullo de noche y se convierta, natural e irremisiblemente, en martes.

3.3.13

Hermes (18)

Quizá sea más cómodo ir en taxi por la vida, pero también es un poco más irreal. Así, cuando llegas en taxi a una sala de concietos en las afueras de Badalona - sala que está absolutamente cerrada aunque las entradas que tienes en tu mano dicen que el concierto comienza a las ocho - te da un poco de miedo. Es la mitad de un polígono y está mal iluminado. La única presencia humana perceptible es un grupo de chicos en un coche, que vomita música punk enfrente de la puerta del local, que han comenzado a beber hace horas.

Tu taxista te mira por el retrovisor y te pregunta si estás seguro que quieres que te deje ahí. Hay algo en su voz que suena a alerta y a desconcierto. Afirmas y él asiente con la cabeza y te dice el costo de llevarte al fin del mundo. Mientras él rebusca sus monedas para darte el cambio, una punzada de precaución te hace que le pidas un teléfono, alguna manera de comunicarte a un sitio de taxis.

Entonces te das cuenta que se llama Hermes - como aquel "dios de transiciones y fronteras", según Wikipedia. Un mensajero de los dioses, un protector, el que lleva a las almas a lo que haya después de la vida.

Sonríes - quizá su nombre sea mejor augurio de lo que te esperas.

2.3.13

Soundtrack (17)

Ayer, en un concierto, me dí cuenta de cómo ha ido cambiando del soundtrack de mi vida. Hay cosas que quizá ahora me daría un poco de verguenza y sin embargo, me encantan. Para los más conocedores de la música entre mis amigos, reconozco también que mi ipod es terreno vedado: no quiero que me miren con cara de "¿túescuchasestodeverdad?".
Y en el concierto de ayer, de Julieta Venegas, fue como hacer un recorrido por mis últimos quince años. Todas las cosas que han pasado desde entonces, cómo las he encajado, cómo he preferido dejarlas de lado. Y las canciones no sólo eran buenas porque lo fueron en su momento, si no que de pronto me permitían leerlas en clave actual, como si me ofrecieran una respuesta clara a las preguntas que se agolpan ya en mi cabeza, ahora mismo.
En lugar de llevar un dietario (o el blog, que es su versión moderna), quizá deberíamos llevar también un registro de las canciones que nos hicieron el día. Con suerte podríamos incluso descubrir maneras de recuperarnos de las pérdidas, de los cambios.
Es el doble filo del "shuffle" electrónico de nuestras canciones favoritas: nunca sabemos quién sabrá del cajón de los recuerdos en qué momento...

1.3.13

Un escondite (16)

En esta ciudad en la que cada día hay más personas viviendo en las calles, es menos común ver portales abiertos. Sólo los que tienen un portero o un policía atento, sólo los que llevan a una oficina o un espacio público.

Y eso nos está quitando no sólo lugares para dormir, sino también lugares para el amor. Para esconderse y cuchichear lejos del mundanal ruido.

Yo caminaba Vía Laietana abajo. Hacia frío, hacia viento, hacían muchas ganas de estar en casa envuelta en una manta. Y entonces, al pasar por un portal inusualmente abierto, los ví: tendrían máximo 17 años, quizá menos. Con las mochilas en el suelo, estaban sentados él en el escalón más alto y ella en el primero. Sus chaquetas parecían haberse convertido en una sola. Al estar más abajo, ella volteaba a verle y de alguna manera todo parecía una composición similar a "El Beso" de Klimt, pero con tela de jeans y abrigos sintéticos en lugar de brocados y colores vivos.

Lo mío fue un pasar y husmear un momento su intimidad. Y alcancé a ver sus ojos, que no tenían amplitud de foco para verse más que el uno al otro.

Agradecí que ese portal estuviese abierto, verlos, sentir que a mi también se me quitaba el frío. Y me fui sin detenerme, imaginándome cómo terminaba ese beso.