Ayer, en un concierto, me dí cuenta de cómo ha ido cambiando del soundtrack de mi vida. Hay cosas que quizá ahora me daría un poco de verguenza y sin embargo, me encantan. Para los más conocedores de la música entre mis amigos, reconozco también que mi ipod es terreno vedado: no quiero que me miren con cara de "¿túescuchasestodeverdad?".
Y en el concierto de ayer, de Julieta Venegas, fue como hacer un recorrido por mis últimos quince años. Todas las cosas que han pasado desde entonces, cómo las he encajado, cómo he preferido dejarlas de lado. Y las canciones no sólo eran buenas porque lo fueron en su momento, si no que de pronto me permitían leerlas en clave actual, como si me ofrecieran una respuesta clara a las preguntas que se agolpan ya en mi cabeza, ahora mismo.
En lugar de llevar un dietario (o el blog, que es su versión moderna), quizá deberíamos llevar también un registro de las canciones que nos hicieron el día. Con suerte podríamos incluso descubrir maneras de recuperarnos de las pérdidas, de los cambios.
Es el doble filo del "shuffle" electrónico de nuestras canciones favoritas: nunca sabemos quién sabrá del cajón de los recuerdos en qué momento...
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