Me pasó cuando recibí el pasaporte - era un sabor agridulce, casi como de broma. Hay cosas que te identifican a tí - identifican un esfuerzo, un viacrucis, un largo pasaje.
Hoy, como algunas veces en la vida, he tenido esa certeza de que ya está - que esto, lo que hay, no lo quiero más. Me basta. Me sobra. Ni una sola discusión más, ni un solo argumento sobre - por qué no - cómo carambas se repercute el iva. Por lo que a mí respecta, se acabó: ningunas ganas de seguir discutiendo. Cedo el territorio ganado. Si es que había algún territorio ganado.
Y sin embargo, lo decía bien el compadre: hay días que necesitas ir recorriendo, conscientemente, esos sitios en donde fuiste feliz. Y necesitas hacerlo no por nostalgia, sino por supervivencia. Porque cada uno de esos sitios donde fuiste feliz tiene la capacidad, la potencialidad, de ser un sitio donde seas feliz de nuevo. Feliz sin condicionamientos, sin esta o aquella compañía.
Y así comienzo mi recorrido por Barcelona y todos esos sitios donde he sido feliz. Porque esta ciudad, que es mi ciudad, también es la ciudad de otros. Porque lo feliz que fui, cuando lo fui, ha sido maravilloso. Porque esta felicidad - de un 4-0 Barça-Milán, de un camarero parlanchín en calle Parlament, de un amigo perdidamente enamorado, de un personaje que mañana no, no me hará enojar más - es certera. Tan cierta, tan palpable como aquella que tuve.
Lo que me hace pensar que siempre es momento de reconquistar nuevas y antiguas fronteras.
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