No había nada más - ninguna otra frontera. La pared contra que la que debíamos estrellarnos estaba ahí, enfrente nuestro. Habíamos parado ya el transporte: sólo la mirábamos. Para qué estrellarse contra una pared si puede uno decorarlas con grafittis diversos.
Adentro, en el frío de casa, yo necesitaba algo. No sólo del bourbon que, trasnochado, me esperaba en la nevera (ahí, entre unas alcachofas y unos fresones cada día, cada minuto más tristes). Necesitaba algo más.
Del primer mueble de mi biblioteca, tercer anaquel, el primero, el tercero y el cuarto libros. Y con los ojos viajando de los cronopios a la poesía a las promesas a los cronopios a los hilos y los ramos de rosas, el bourbon hizo sentido.
No sé ni si quiera por qué me sorprendo: los libros siempre, siempre, han sido el mejor refugio, el mejor sitio en el que estar.
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