30.7.09

Sobre dejarse

J says:
y, si no es mucho preguntar, que paso, se acabo el amor?
C says:
no sé qué decirte. supongo que fueron muchas cosas.
J says:
vale, tampoco importa mucho los motivos. espero que estes bien
C says:
y el amor... bueno, yo no creo que se acabe - creo que es energía que se transforma y hay que parar cuando se está transformando en algo que no te gusta

27.7.09

Recuerdos, que no memoriales

Fue mi primer amigo muerto post-Facebook. Quizá estoy olvidando a alguien, pero creo que es mi primer amigo muerto. No lo sé.

En realidad, Facebook funcionó como el lazo que nos volvió a unir después de muchos años. Nos escribimos un par de mensajes públicos, otros tantos privados. El último fue casi una carta en el que me decía que estaba contento de que fuera yo de visita a mi ciudad natal, que tenía muchas ganas de verme y presentarme a su mujer y a su hija, nuevas protagonistas de su vida.

Por lo demás, las cosas iban bien. Por una maldita vez, las cosas parecían ir mejor que de costumbre. Varios amigos lo sabían - incluso hasta algunos trabajaban con él. Él, que había sido héroe anónimo de técnicas imposibles, ahora resultaba reconocido. Un poco famoso. Un poco gurú.

Y un buen día todo se complicó. Y ese cuerpazo que lo había torturado desde adolescente le falló un fin de semana sin contemplaciones. Falló. Se paró. Como si no hubiera más celuloide que filmar.

Yo estaba en Guadalajara. Un amigo común me llamó para contarme. Yo no lo creía. Me parecía que no podría ser cierto - aunque sabía que era así. Lo confirmé. Lo leí en los diarios. Me metí en su página del Facebook. Y empecé a ver cómo aparecían notas sentidas de muchos de los que lo conocimos.

"Vuela lejos, chaparro", escribió una conocida común. La envidié por lo eficaz y eficiente del mensaje, por todo lo que incluía en su economía. Yo no escribí nada más. Así como no tuve estómago para pasarme para el sitio donde lo velaban: qué más daba. Él sabía que igual lo mantenía en el recuerdo.

Confieso que, todavía ahora, a veces, me paso por su página de Facebook. Me gusta verlo en las fotos que él eligió para ilustrar su vida; encontrarme con algunas de sus frases, tan ácidas, tan suyas. Leí hace unos días en un editorial del NYT que uno puede pedir que se cierre la página de un ser querido muerto o que se convierta en un "memorial" en donde sólo se pueden utilizar algunas cosas, y sólo sus amigos ya registrados. Tuve la tentación de hacerlo por él, pero me dí cuenta que no me tocaba a mí. No era quien. No podía.

Y vuelvo a abrir su página. Y lo recuerdo carcajeándose o limpiándome las lágrimas una tarde de marzo en los pasillos de la escuela. "Todo lo que pasa es para mejor, preciosa", más con la esperanza de que dejara yo de llorar que de cualquier otra cosa. A mí también me gusta que siga abierta su página de Facebook. Me sirve para pensarlo cerca cuando me parece tan increíble que se haya ido.

26.7.09

Nombres, nombres, nombres

Me fascina aquel lugar común de que "nombre es destino". Me impresiona que la gente a veces te juzgue por tener el nombre que tienes. La semana pasada algún desaprensivo me dijo a gritos: "mira que hay que tener cojones para escribir tu nombre como lo escribes...".

En realidad - y se lo dije - la que los tuvo fue mi mamá. La que se buscó durante noches un nombre que le hiciera sentido para una hija: Cinthya, también conocida como Artemisa, Diosa de la Luna, hermana de Cintio, o Apolo. Las grafías se multiplican. La posición de las i/ys y el uso de la h parecen ser más bien designios de esos personajes oscuros que trabajan en los registros civiles. No en mi caso, no. Mi mamá sabía perfectamente cómo quería que se escribiera.

También sabía que me quería compartir la primera parte de su nombre compuesto, Ana. En mi familia, como en muchas otras latinoamericanas, es costumbre eso de los nombres mixtos - tan irremisiblemente telenoveleros. A mí me ha encantado durante toda mi vida ver cómo mi identidad puede mutar en función de mi nombre: cómo hay quienes me recuerdan por Ana, quienes por Cinthya, por Ana Cinthya, por Cin, por Cindy, por Cinthyana.

Llegado el momento de construir el nombre artístico, creo que me publicaré por ahí como "Ana Cinthya Uribe", como lo hacía en mis años primigenios en el periódico. Parece que soy una persona seria. Parece que soy una persona muy formal y todo.

Sin embargo, tengo que decir que últimamente me encuentro con una sensación muy particular. Mi nombre, como mi estructura física, nunca han llamado especialmente la razón. Cierto es que en México no hay muchísimos Uribe, pero tampoco es difícil de pronunciar o de recordar. Es un nombre, como cualquier otro. Que nunca me ha traído ni más ni menos identificación con ningún territorio. Vamos, nada como lo que cuenta Obama que le sucedió la primera vez que llegó a Kenia: que por primera vez en su vida, nadie se sorprendió ni escribió mal su nombre: "the comfort, the firmness of identity".

Desde que llegué a España, a Barcelona, ha pasado de todo con mi nombre. No sólo que no lo sepan escribir: hay quien directamente me lo catalaniza a un "Cinta Olivè". Pero no, soy "Cinthya Uribe". Lo otro que pasó fue que conocí colombianos y, por primera vez, me encontré con gente que se llamaba como yo de apellido - vamos, que por ahí un amigo es novio de una "Ana Uribe" que no, no soy yo.

Y Ana es quizá el nombre con que menos me identifico. Lo escucho en boca de algunos amigos, de algunos chicos que se quisieron hacer interesantes y llamarme como no me llamaba nadie. Y es el nombre que funcionó hoy como pretexto para que mi madre y yo nos habláramos por teléfono para decirnos que nos queríamos, que felicidades en nuestro día (sí, el 26 de julio es día de Santa Ana) y qué ojalá podamos vernos pronto.

Los nombres siempre sirven para algo. Como por ejemplo, para provocar estos encuentros.

(Este texto está lleno de palabras domingueras. Es lo que pasa por escribir en domingo).

22.7.09

No estoy muerta...

... ni me he olvidado del blog.

Ando de parranda, disque en un curso de periodismo. Ahí luego les cuento.

13.7.09

Abúlicos

Me puse rojísima, como siempre cuando hablo en público. Les conté cosas de mi experiencia profesional y personal. Intenté enseñarles algo. Intenté hacerles participar. Que mostraran algún signo de emoción, de vida.

Sería injusta si no digo que hubo unos cuantos que se implicaron y preguntaron cosas y participaron en la actividad y luego se quedaron hasta el final. Sería muy injusta.

Pero me parece más injusto que esto, en donde no logré moverlos casi, sea lo que cuente en mi curriculum - el dar tallercitos o clases en la universidad. Y las horas de talleres con niños y abuelitos del barrio y escuelas a los alrededores no sean tan relevantes. Supongo que debería conformarme con el hecho de que son tan satisfactorias.

Ojalá fuera una fábula

Imagine usted (si puede imaginarlo) que es una chica de origen marroquí, con un embarazo avanzado. Que un día de estos en los que empezaba un verano terrible, intenso, comienza a toser con una tos seca. Que duele. Y duele más toser porque tiene una panza inmensa, con un bebé que sabe que es niño y se llamará Rayan. Va al hospital y la regresan a su casa - probablemente le dicen que no es grave, y que tampoco le pueden dar nada por no dañar al bebé. La temperatura sigue subiendo, ella se siente más mal. Regresa al hospital - uno de primer nivel, en la capital del país - y la vuelven a enviar a su casa. Y así una tercera vez. Y luego, al final, en otra visita, la internan, moribunda con un virus que acaban de descubrir. La hacen parir a Rayan antes de tiempo, porque ella se va a morir y quieren salvarlo por lo menos a él.

Y ella se muere. Y su marido se queja, de que no le hacían caso. Toma el cadáver de su jovencísima esposa y, a sus 20 años, se regresa a su país natal a enterrarla mientras su niño intenta sobrevivir en la zona de cuidados intensivos de ese hospital tan grande, tan serio, tan de primer mundo.

Un par de semanas después alguien en el hospital - imposible saber porqué - cometé un error imposible en Rayán: le ponen la alimentación por vena, en lugar de por la vía que tenía. Entendamonos: le inyectan leche directo al torrente sanguíneo. Al bebé que es huérfano de madre por una negligencia de ese hospital, tan grande, tan importante, tan avanzado.

Rayan se murió esta madrugada. Ni siquiera me puedo imaginar al papá. Ví la cara del director del hospital en el anuncio a la prensa: derrotado, fastidiado, sabiendo que esta vez no hay pero que valga. Diciéndolo.

Y bueno. Estas cosas pasan. ¿Sí? ¿Deberían pasar? ¿Es una especie de castigo divino? ¿Los pueblos tienen los hospitales que se merecen?

¿Y al papá de Rayan? ¿quién le informó? ¿el director o el profesional médico de primer nivel que hizo un error de quinta?

La verdad es que no me lo puedo creer.

Tensiones

Cuando me llamó Matiana para que fuéramos al concierto de Khaled y me dijo lo mucho que le gustaba, no me lo pensé mucho. Este año no había ido al Grec, así que me apetecía subir una noche a ver la ciudad desde allá y escuchar un concierto al aire libre. Compré las entradas - con descuento, por supuesto - y me las guardé en el bolsillo.

Ya en la noche, cuando iba corriendo por Matiana para llegar, L me dijo que era música rai, que seguramente me gustaría, que lo disfrutara mucho. La verdad es que a mí ya se me había disipado esta intención de masas que por un momento me había parecido buena idea en la mañana. Últimamente mi nivel de tolerancia a las concentraciones de personas es baja. Pero había un plan. Y tocaba respetar el plan.

Fuimos en metro. En el vagón lleno de gente estaban unos chicos que iban promocionando los teléfonos Nokia con una especie de teatro callejero. Ya los he visto un par de veces y ahora sólo sentía que subían el nivel de ruido. Intenté no hacer mayor caso: está visto que mi malgenio se extiende.

Llegamos al Grec, entramos, compramos una cerveza, no nos dejaron entrar al área de concierto con la cerveza y nos sentamos en los jardines a terminárnola. Desde ahí escuchamos los primeros acordes. Nos terminamos rápido la cerveza y llegamos a nuestros muy bonitos asientos. Efectivamente, la música me gustó: presentaba un disco además, más mezclado que lo usual, en donde cabían hasta acordes de salsa. Traía una mini orquesta de 12 músicos y él se paseaba por toda el escenario con sus pantalones de mezclilla, sus zapatos negros y una camisa rosa amplia, que le escondía casi todo el tiempo una enorme barriga. Se notaba como que se divertía. A mí, entre la voz y los movimientos - la forma de "estar" - me hacía pensar en una versión marroquí de Juan Gabriel.

En algún momento, cerca de donde estábamos nosotros, comenzaron a salir banderas algerianas y otros letreros con la estrella marroquí. Los chicos gritaban en árabe desde las gradas, como si el concierto fuera para ellos. Matiana y yo lo comentamos, cómo a veces, lejos de casa, sientes que el concierto es para tí: yo, por ejemplo, lloro y lloro cada vez que veo a los Tacvbos.

Pero la cosa no acabó ahí. En algún momento, de alguna esquina, salió corriendo un chico hacia el escenario con las banderas y se las dió, pasando entre los dos guardias de seguridad que estaban apostados y lo vieron pasar atónitos. Intentaron sacarlo por las buenas del escenario y, cuando el otro se resistió, directamente comenzaron a empujarlo y hacerlo subir por las escaleras para sacarlo del recinto. La gente abucheó y un chico que estaba delante de nosotros casi se le va a golpes al de seguridad. Luego parecía que había un poco de paz pero, desde el escenario, Khaled pidió que dejaran entrar de nuevo al chico.

Eso abrió las puertas a una ovación y varios grupos de chicos con banderas, que bajaron y se pusieron alrededor del escenario. Yo trataba de concentrarme en la música, pero no podía dejar de mirar a los chicos de seguridad sobre el escenario, en cuclillas, como perros guardianes, esperando. No usaban violencia, pero no podían permitir que se subieran. Khaled se acercaba a las orillas del escenario, se tomaba fotos, agarraba algunas banderas y dejaba otras. En cada esquina había jaleo porque los cinco de seguridad que habían no podían cubrir todos los fuentes. De pronto, entre canción y canción, habló unos cinco minutos en árabe. Podías escuchar risas y aplausos - quise entenderlo, quise saber qué decían. Y también noté, por las caras cada vez más tensas de los de seguridad, que ellos también querían saber de qué iba el asunto.

Finalmente, siguieron con el concierto. El equipo de seguridad sacó a dos tipos más. Hubo más fotógrafos que se subían a escena. Más bailes alrededor de la tarima. Yo me incorporé varias veces pero no por las ganas de bailar, simplemente quería saber qué estaba pasando.

Salí de ahí un poco aliviada de que se hubiera acabado el concierto, a pesar de que me había parecido al principio que la música era súper buena. Caminé de regreso a casa intentado explicarme qué era exactamente: que no me gustan las masas, que me estoy volviendo vieja, que me desespera no saber qué está pasando, que estoy conciente que todos los actos multitudinarios pueden ser peligrosos, que tengo tintes racistas clarísimos...

No lo descubrí. Pero aún hoy, contando la historia, me sentí incómoda y tensa. Y creo que hace mucho si dudo tanto en publicar algo.

4.7.09

Cinco esperanzas del voto nulo

- Que a lo mejor mucha gente que no iba a ir a votar va a ir, nada más por no votar por nadie.
- Que la gente se da cuenta ahora que puede pedir cuentas a los políticos y darles seguimiento después del voto.
- Que hay un grupo ciudadano que lo está promoviendo.
- Que este grupo ciudadano a lo mejor no alcanzó a registrarse como partido pero (también a lo mejor) está haciendo planes para 2012.
- Que como hay gente bien chida de la que dice que votes en blanco, más de alguna se comprometerá a ser candidato y por lo tanto diputado/senador o algo para realmente cambiar las cosas en México.

(Lo único que espero es que realmente la gente que está promoviendo tanto esto luego se arme de valor y participe de otras formas más tangibles en la vida política: formas que sí generen cambio. Porque, de neta, es que no cambia nada votar en blanco. De hecho, es no elegir y permitir equilibrios raros de poder que desembocan en cosas como ésta. Así que, por favor, si algo puedo tocar en sus corazones - uy qué cursi - hagan su voto efectivo. Las rabietas, que yo sepa - a menos de que seas hijo de un papá europeo laissez faire entrado en su middleage - nunca han tenido muchas consecuencias. No veo porqué ésta vaya a tenerlas.)