29.7.04

Invitación

Mañana 29 de julio tendré el inmenso placer de colaborar en la presentación del libro "Estos son los días" de mi querídisimo Alberto Chimal. Digo en favor de la asistencia que no será una presentación tradicional, sino una lectura "teatralizada" de los magníficos cuentos que integran el libro, que ganó el premio San Luis Potosí de Cuento en 2002.

La cita es el Bar Las Hormigas de la Casa del Poeta (Álvaro Obregón 73, Col. Roma) a las 19:00 horas. Quienes tengan tiempo, descuélguense por allá. Nos dará gusto verlos.

- Lo de "teatralizada" es por aquello de que vamos a leer puros teatreros (y una teatrera, that's me) ... pero se va a poner bueno, de verdad. :) -

28.7.04

Otro reality... esta vez religioso

Consigna el NYT el trabajo de la cadena UPN para presentar el más nuevo de los nuevos realities: Amish in the City. La serie tratará de las aventuras de un grupo de chicos ultraconservadores viviendo en Hollywood con otros compañeros no tan religiosos.

No puedo evitarlo, pero me imagino a un Big Brother de menonitas y chicos urbanos. De verdad, ¿alguna otra idea para mejorar la televisión?

27.7.04

¿De verdad perteneces a este país?

Cuando la gente quiere tomar la ciudadanía de otro país, debe pasar por extraños exámenes que aseguren que sabe de ese país, "de su historia y sus valores" - lea usted aquí lo que le parezca más indicado. Estados Unidos acaba de anunciar que está rediseñando su examen para que sea más "justo". "La nueva prueba", dice el NYT, "también tratará de asegurar que los prospectos de ciudadanos comprendan los conceptos básicos de la democracia americana y no simplemente reciten datos que se aprendieron de memoria".

Jugando con la imaginación: ¿cuántos gringos - en el sentido más estricto de la palabra - conservarían su nacionalidad si se les aplicara el examen a todos? Pocos, temo decir. En algún momento leí que los alumnos de preparatoria en Latinoamérica sabíamos más de la historia de EEUU en promedio que los alumnos estadounidenses.

Quién sabe. Lo cierto es que alguna vez leí una leyenda urbana que me mató de risa (creo que en la revista Chilango): al darse cuenta que los sud y centroamericanos que se querían hacer pasar por mexicanos en la frontera sur llevaban aprendido el himno nacional y parte de la historia, los oficiales de migración cambiaron de pregunta. Ahora, cuando tienen duda, se llevan a la persona en cuestión a una habitación aparte y le hacen una sola pregunta: "Describanos qué es una catafixia". ¿Alguna duda?

Conmovida, primera parte

Me gusta leer el NYT porque los reporteros le dan un sabor especial a las notas, las hacen verdaderos reportajes, cuentos. Pero no cuentos morales, por más cursi o cercano que sea el tema. Hoy leí algo que me conmovió: la historia de una monja en Ohio, doctora en Ciencias y directora de una universidad, a la que le detectaron cáncer en el seno hace cinco años.

Al darse cuenta que tenía pocas o prácticamente ninguna posibilidad de curarla del todo, su doctor le propuso que empezara a participar en pruebas clínicas. La monja dice que aceptó pensando en dos cosas: en su curiosidad científica y en su vocación a una vida de servicio. "Como miembro de una orden religiosa (...) quería seguir dando servicio a otros", dijo. "Yo no estaría viva si no fuera por otras mujeres que aceptaron hacer pruebas clínicas".

Durante cinco años, ha pasado por pruebas buenas y otras no tanto. Ahora, cada vez peor de salud, vive en una casa de la orden. Ya no le piden que vaya a muchas pruebas, pues ha pasado por demasiados tratamientos, pero no se rinde. "Mientras que yo sea útil con estas pruebas, seguiré participando. En realidad, no estoy buscando una cura para mí. Me voy a morir de esta enfermedad, ya lo sé. Es solamente una manera de hacer que mi muerte tenga más sentido".

Al terminar de leer, no pude más que acordarme de una sección llamada "Y tú te quejas", que sale en una revista de espectáculos semanal. En cada publicación, presentan a una persona con alguna enfermedad o discapacidad y los muestran como un ejemplo de resignación y avance. Pero el tono de la redacción es tan tramposo, tan chantajista... que no sirve de nada. No conmueve. Llama al "ni estás tan mal, hay gente que está peor que tú". Vaya comparación con el "por qué no hacerlo, si es bueno para todos" del artículo del NYT. Eso, por lo menos, es lo que creo yo.

23.7.04

¿Te acuerdas de mi?

Iba tarde. Me dí cuenta desde que ví un montón de gente afuera del restaurante y escuché la voz del maestro de ceremonias. Mi preocupación mayor era que mis tobillos no sufrieran una torcedura a causa de los tacones, que rara vez me pongo.

En el momento en que estaba a punto de entrar, lo ví. Nos miramos un par de veces con descrédito. Increíble. Años intentando ponernos de acuerdo, la invitación perdida para mi boda. Y estaba ahí. El hombre que, a mis 15 años, me convenció de que yo sí podía, de que mi destino - dijo - era aprender todo lo posible, volar, ser grande. Mi director de la preparatoria, mi mentor. Qué fuerte. Hace casi diez años de eso. Y está aquí. Y está bien. No puedo más que agradecer al cielo que me lo pusiera enfrente. Me dió gusto saber que es feliz, que es quien le gusta ser. Eso es el regalo más grande que un hombre pueda tener.

Increíble que, en una de las ciudades más grandes del mundo, me encuentre con la gente que he perdido. Supongo que alguien diría que es el destino.

Pobre, pobrecito niño feo

A principios de la semana, German Dehesa comentaba en su columna que nadie había querido hacerle demasiado caso al anterior presidente español, José María Aznar, ahora que venía a Méixco a presentar su nuevo libro. Parece que todos los grandes intelectuales y figuras de la politica le hicieron un *poquito* el feo y no lo acompañaron en su momento.

Ahora me doy cuenta de la gravedad del asunto. Revisando concienzudamente mis correos electrónicos, en una de mis doscientascatorce cuentas me doy cuenta que tengo un mail de Editorial Planeta, casa editora del señor. El correo, enviado a las últimas horas del martes 20, invita bajo estricta confirmación al evento, programado para el jueves 22.

Yo, que entre otras cosas me dedico a veces a coordinar eventos, sé que cuando estás invitando a mucha gente (un mail masivo es mucha gente) dos días antes del evento, estás entrando en estado de pánico. Y el pánico se debe a que nadie, pero NADIE te ha confirmado.

Pobre, pobrecito niño feo.

(Flavio siempre se acuerda con una sonrisa en la boca de la noche que estuvimos en la cacerolada afuera de la Casa de Gobierno, frente a la Puerta del Sol. Miles de madrileños se arremolinaban exigiendo una explicación a la falta de información sobre el atentado, cuando CNN ya había dicho de los nexos con grupos extremistas. Un grupo de chicos comenzó a gritar muchas consignas, pero la más pegajosa sonaba: "Eso... nos pasa... con un gobierno facha". Esa consigna, las pintas de Aznar con orejas de Mickey Mouse y su nombre debajo ("Azwar")  y la estatua de Federico García Lorca enfrente del Teatro Municipal -a sus pies habían escrito con pintura en spray A tí también te asesinaron- son, para bien o para mal, algunos de mis recuerdos más claros de Madrid).

22.7.04

El chisme de Linda Ronstand

Yo me acordaba de esa mujer porque en algún momento de mi infancia presentó un disco de música ranchera que se llamaba "Canciones de mi Padre". Resulta que la semana pasada la corrieron de un hotel de Las Vegas donde estaba dando un show por atreverse (hum?) a dedicarle una canción al gordito quejoso más querido del mundo nowadays: Michael Moore.

El dueño del hotel no sólo le cortó la energía en el show, sino que le dió por terminado su contrato y ni siquiera la dejó sacar sus cosas del cuarto de hotel, acusándola de anti-americanista.

¿Otro absurdo para la colección?

Por si se preguntaban quién reactiva la economía...

Mientras que Samuel Huntington saca al mundo libros que garantizan a los norteamericanos que es "la invasión latina" la que pone en peligro sus costumbres, sus tradiciones y su forma de vida - lo que sea que esto signifique - en Washington se realiza un foro de Ejecutivos Hispanos.

Entre los resultados del foro, se informó que en los últimos tres años hubo un incremento importante en los viajes por parte de los norteamericanos de "minoría". Los hispanos hacen el ocho por ciento del total de los viajes en EEUU, y entre 2000 y 2002 su frecuencia de viajes nacionales creción casi 20 por ciento, en comparación con el dos por ciento total.

Sin viajes, ni movimiento, no hay crecimiento de la economía. ¿Será que Mr. Huntington tiene razón? ¿Será que hace mucho tiempo que EEUU dejó de ser la tierra de los WASP? ¿O será simplemente un poco de justicia poética?

Antes de que se me olvide

Es tarde, Eva me va a dar un ride, pero si no lo pongo ahorita, se me va a olvidar. La cadena Fox de televisión está a punto de estrenar un nuevo realiti en EEUU. El programa, que se va a llamar "Trading spouses", es la mediatización total del fenómeno swinger.

Lo más interesante es el grito enloquecido de horror que se ha escuchado. No precisamente el de las audiencias que piden programas respetuosos... sino el de otras cadenas que exigen que se penalice la piratería de ideas de programas.

La respuesta conciliadora ante la acusación de robo de ideas es que "los productores a menudo realizan programas similares y que las cadenas televisoras los compran incluso sabiendo que los televidentes podrían terminar con una programación que aparenta una sospechosa similitud".

¿Alguna otra argumentación impecable entre el público? - Aplausos al final de la sala -

16.7.04

Onomatopéyico

Una cosa que aprende la gente cuando vive en la Ciudad de México es que la contaminación auditiva puede no tener límites. En un espacio de media cuadra, los gritos pueden ser tantos que uno tema con razones estar quedándose sordo. Por ejemplo, la media cuadra que ocupa la entrada al Teatro Metropolitan.
 
La hazaña de ir a ver Stomp! había comenzado semanas antes. El Chacuas lo sugirió.  Yo, que moría de ganas, dije que sí y el Duque también. A mí se me ocurrió hacerlo público y poco a poco se fueron agregando nombres. Yo prometí comprar los boletos. El "amo de los boletos" cobraba la friolera de 70 pesos de comisión en cada uno, así que me negué a comprarlos por Internet - además de que mi tarjeta de crédito no sirve porque me la clonaron. Total que yo aseguré que estaría en el Metropolitan comprándolos, pronto.
 
Se fueron pasando los días. Yo revisaba los lugares disponibles por Internet y me tranquilizaba ver que quedaban muchos. Como habíamos quedado en que la fecha era el 15, el 14 yo iba a ir por ellos. Pero el 14 fuí secuestrada por un grupo de campesinos dentro de mi edificio de oficinas, así que no alcancé a llegar.
 
Ayer - la fecha planeada - fuí al teatro a mediodía. Me aterrorizó darme cuenta que, con todo y la taquilla abierta con muuuuchos boletos, es el paraíso de los revendedores. Los policías pasan, los ven, platican con ellos. Pero no les dicen nada. Tú vas caminando tranquilamente por Independencia y de pronto se te acerca un obscuro hombrecito y casi te grita en el hombro: "¿Qué pasó, guerita? ¿Quieres boletos para Bunbury, para Stomp? Tenemos de todos los precios..."
 
En la taquilla, cometí el fatal error de querer recibir un consejo del boletero. El tipo y una mujer que estaba sentada junto a él me miraron con ojos de pobrecitaimbécilignorante cuando pregunté si era mejor verlo de arriba que de abajo, porque no conocía el foro. Volví a hacer mis cuentas mentales: "Duque, Chacuas, Alberto, Su, Víctor, Ceci, Roberto, Marianna, James, Mariana". 10 boletos, por favor. ¿Ya se dió usted cuenta del error?
 
Decidí caminar de regreso del teatro a la oficina. Pasé por las calles llenas de voceadores que tenía que recorrer en mis primeros días en el DF para llegar a mi casa... y me acordé porqué me mudé de ahí. Sin embargo, fue divertido pasar por pequeñas tiendas. En una de esas, hasta compré el vaso de mi licuadora, que se había roto ya hacía mucho tiempo.
 
Ya en la oficina, regresando de comer, volví a hacer la cuenta mental de los boletos. Estaba a punto de respirar tranquila cuando me dí cuenta de una cosa: ¡no me había contado a mí! y era casi imposible salirme de la oficina. Me quedé en el ácido el resto de la tarde, hasta que cerca de las 7, George me llevó al teatro.
 
Fue entonces el momento del ruido, absoluto, infernal. Mientras me formaba para ver si todavía quedaba el boleto 15 de la zona C4 en la tercera fila (hubiera sido horrible mandar a alguien lejos) me pidieron dinero para los niños con cáncer, las mujeres de la calle, los organilleros; me ofrecieron papitas, refrescos, binoculares y, por qué no, el vídeo de Stomp en su versión pirata.
 
Después de comprar el boleto que, mágicamente, sí estaba, me dió la indignación. Decenas de puestos alrededor del teatro vendían todos los souvenirs posibles. Había, sin embargo, un grupo que llamó mi atención porque estaban completamente abstraídos del ruido: unos muchachos de rasgos extranjeros, entre ellos uno con mohawk y otro con una enorme melena afro, jugando futbol. Cáscara callejera con los niños de la calle, muchos de ellos hijos de los ambulantes. De pronto jugaban, después se burlaban de los niños y de sus compañeros haciendo teatro y mímica callejera de la mejor escuela. Comprendí que estaba viendo a los artistas del show.
 
Para absoluta fascinación de los niños, estuvieron jugando con ellos un buen rato. Después tomaron aire y se pasearon entre los puestos de mercancía "pirata". Dos de ellos terminaron comprando una chamarra y una taza respectivamente antes de entrar al teatro por la puerta de artistas.
 
Ya sin mi show callejero, intenté concentrarme en la lectura de un libro. Pero no. Atrás de mi seguían los doscientosquincemil ambulantes vendiéndome hasta lo imposible. Y ninguno de los citados llegaron. De pronto ví al Chacuas. Intensamente rojo, hinchado, sudoroso. Me sorprendió. Después del abrazo de saludo me dice: "¿Has oído esa historia de que si te comes unos tacos en la calle te mueres?". Me dí cuenta que estaba temblando y trataba desesperadamente de abrir un frasco de medicina. Sus brazos estaban llenos de ronchitas y sus manos, tan hinchadas, que le eran prácticamente inútiles.
 
Le dí el medicamento y corrí a una farmacia homeopática que había visto a una cuadra. Rogé, me abrieron y compré algo para él. Cuando regresé, me encontré con Marianna. Le dí al Chacuas una primera toma y comenzaron los peores 30 minutos del día: espera a que lleguen todos los invitados antes de que nos den el portazo.
 
Poco a poco, entre el caos del valet parking y los cientos de personas que llegaban al teatro, ví arribar a los dueños de los 10 boletos en mi bolsa. Al final, entré corriendo con James y Mariana. Apenas nos habíamos sentado y todo, apagaron las luces. El timing perfecto.
 
Sobre Stomp, sólo otra onomatopeya: wow. Literalmente, estos sí salieron más cabrones que bonitos. El show es una revaloración cuidadosa de las percusiones, y nos hace recordar cómo en realidad están en las cosas más cotidianas. Los juegos con escobas, baldes, trapeadores, destapacaños, botes de basura... Lo más bonito es su capacidad para que a nosotros, que nos gusta el showbiznez, nos sintiéramos parte del juego con aplausos. Me encantó sentir el silencio del teatro - a pesar de que la señora detrás de mí no paraba de narrar el espectáculo -, y sobre todo, la cooperación, la risa, la felicidad que se veía en las caras de quienes asistieron. 
 
Lo más increíble es darse cuenta que todos esos sonidos salen del cuerpo, de los objetos que nos rodean: retomar la idea de que somos una orquesta. ¿Lo más bonito? Yo me quedo con tres números, más bien discretos en cuanto a la intensidad de su sonido: los encendedores, la basura y el periódico. Y me quedo con la serena diversión de todos los artistas que salen a jugar una cáscara con los niños del barrio antes del espectáculo.

Salta... corre por tu vida

¿Sabe usted quién es la CCC? La Confederación Cardenista Campesina. ¿Y sabe usted a qué se dedican por estos días? A cerrar a diestra y siniestra edificios y calles en la Ciudad de México, preferiblemente si éstos están directamente relacionados con el gobierno federal.
 
Y no, yo no trabajo en una dependencia de gobierno. Pero en mi edificio, de sus 18 pisos, sólo uno le pertenece a una empresa privada. Sí, exacto. A la empresa privada en la que yo trabajo. Ergo, como si laborara en la SEDESOL, me encuentro tiro por viaje con campesinos que deciden que no me van a dejar entrar (o salir) de trabajar, según convenga a sus intereses.
 
Ayer, desde antes de las nueve de la mañana ya había una cantidad razonable de PeFePos en la entrada, protegiendo el edificio. (Detalle curioso: de camino, venía yo desternillándome de risa con una canción de Óscar Chávez en la que desacredita por completo a los granaderos...). A las once nos avisaron que ya se había cerrado la entrada y la salida. No me preocupé entonces. Me preocupé cuando me dí cuenta que yo no traía comida y que los señores no pensaban moverse de ahí. Cortesía de la empresa para la que trabajo, todos los que no traíamos nada de comer degustamos deliciosas sopas maruchan y ensalada de atún. Todo fuera por el bien de la sociedad.
 
A las seis de la tarde empezamos a ponernos realmente nerviosos. Los campesinos no se iban, estaban cada vez más agresivos. De hecho, la recomendación era: "ni bajen". Yo tenía una cita con unos ex-clientes que esperamos que vuelvan a serlo a las 7, pero a las 6.45 me dí por vencida y cancelé. Cuando les expliqué la razón, estallaron en una carcajada. La verdad, visto desde afuera, no sólo es cómico... dirían los gringos "hilarious".
 
Poquito después de las siete, nos llamaron a reunión en la sala de juntas. Las treinta almas que habíamos quedado encerradas en un piso 10 comparecíamos frente al director y el subdirector de seguridad de la SEDESOL. Pero no hablaron ellos, sino Miguel, quien nos explicó las opciones. Apenas habían comenzado a negociar. Gobernación tenía la esperanza de que se pudiera arreglar algo "antes de mañana". Eso implicaba la posibilidad de pernoctar en el edificio. Humpff. No muy buena idea.
 
La otra opción tampoco era realmente brillante. Se trataba de ir al tercer piso del estacionamiento - cuarto del edificio -, caminar un par de metros por una saliente y después, gracias a una escalera bastante enclenque, bajar al techo del edificio continguo, un banco. De ahí, abría que caminar la azotea y brincar al siguiente edificio, un restaurante, que nos permitiría utilizar sus escaleras de emergencia para salir a la calle.
 
Decidimos la segunda. Formamos cuadrillas. Nos contamos. Empezamos planes para reunirnos después de bajar. "Nadie se va si no los hemos contado", decía con voz estentórea Miguel mientras sacaba su cámara digital. Había que inmortalizar el descenso para justificar nuestra mudanza frente al enorme corporativo en Chicago y Nueva York.
 
Una vez todos en el estacionamiento, comenzamos a bajar. Primero las chicas. Insistimos también que primero las que tenían más miedo. Bajaron. Después de ellas, de las más nerviosas, yo. La verdad es que también me moría de miedo, pero con mi extraño instinto de Peter Parker, decidí hacerlo sencillo. La escalera se movía muchísimo y el hombre de seguridad, en lugar de detenerla, sólo me gritaba: "No mire para abajo, licenciada, mejor al frente, mejor al frente".
 
Poco más de media hora después, todos estábamos sanos y salvos a media cuadra de la oficina. Miguel seguía tomando fotos. Sacó su lista - un rotafolio que extendió a pesar de las ráfagas de viento. A voz en cuello, revisó que cada uno estuviéramos ahí. Y nos dejó irnos, a casa, entre cansados, divertidos y frustrados, entre una lluvia de mirada reprobatoria de nuestros ex-captores.
 
Hoy que llegué a mis oficinas, como el dinosaurio de Monterroso, los manifestantes seguían aquí. Me preguntaron los de seguridad si quería entrar - tremendo deja vu. "Pues sí, señor... tengo mucho trabajo". Los "campesinos" me miraron. Yo no quise mirarlos a ellos. A mí no me sacan de la cabeza que son paleros. Y de la peor calaña.
 
Lo bueno es que en menos de un mes - dedos cruzados - estaremos fuera de aquí. Espero que esta sea la última aventura que haga salir a la "Lara Croft que hay en mí".
 
 

Frustración

Todo el día... todo el día escribiendo el post de hoy... y se fue. Humpffff.

12.7.04

Servicio Social - Bloggers al Servicio de la Comunidad

Proceso de Apostilla de La Haya para títulos de Universidad Privada

1. Asegúrate que tu título tiene todas las certificaciones de tu universidad y la SEP. En términos generales, se trata de un sello o una firma en la parte posterior, en donde se mencione la SEP y algo de tu universidad. Si esto no está, ve a las oficinas de Atención Escolar de tu Universidad y pide que te lo sellen.
2. Una vez con todos los sellos de la Universidad, hay que llevarlo a legalizar por la SEP. Esto se hace en la DIRECCIÓN GENERAL DE EDUCACIÓN SUPERIOR (San Fernando 1, Col. Toriello Guerra, Tlalpan, enfrente del Hospital de Nutrición). El horario de recepción de documentos es de 9 a 12 horas. El trámite cuesta 303 pesos por documento (Julio 2004), pero hay que preguntar allá si todavía es la cifra válida. Te entregan el documento legalizado al otro día, sólo de 12 a 14 horas.
3. La siguiente parada es en la Dirección de Asuntos Jurídicos de la SEP que está en Donceles 100, Col. Centro (Oficina 102). Es quizá la más difícil en cuanto a trato. Hay que llevar los títulos legalizados, con una fotocopia, copia de una identificación – si el trámite que vas a hacer es tuyo – y tus formatos de pago (93 pesos por documento, a julio de 2004). Puedes entregar los documentos de 9 a 14 horas y los recoges al otro día de 12 a 15 horas.
4. A continuación ya vas por la apostilla, que la emite la Secretaría de Gobernación. Haces tu pago en un banco (442 pesos por documento, a julio de 2004) y vas a la oficina de SEGOB en donde está la sede del Diario Oficial (Río Amazonas y Río Lerma, Col. Juárez). Entregas documentos de 9 a 13 horas. Recibes de 12 a 14 horas al día siguiente.

• Todos los pagos relativos a este proceso, con excepción del de la Universidad, deben hacerse en el banco con un formato F-5 de Hacienda
• Si quieres hacer el trámite para una tercera persona, es necesario que te expida una carta poder y te la lleves a todos lados, por si te la piden allá.
• ¡Ármate de paciencia!... y pide a Dios que te permita tranquilizarte porque si te pones loco… capaz de que no te tienen tus papeles a tiempo

Actualización tardía - el largo suplicio de la Apostilla

Por fin, el viernes recibí mis papeles con "la apostilla de La Haya". Se escucha emocionante. Se ve horrible. Después de mi periplo anteriormente reseñado, tuve que ir al otro día al fin del mundo - allá, donde ya había ido - a recoger los papeles. Mi plan era salirme temprano, llegar justo a las 12 y salir volada para alcanzar abierta la otra instancia de la SEP, en el Centro. Pues bueno... todo sucedió y no alcancé. Me recibieron en la oficina de Donceles con un "nooooo señoriiiita, hace cinco minutos que dejamos de recibir papeles. Regrese el lunes". Uf.

Lunes: junta de seis horas en la oficina. Martes. Me escapo y dejo los papeles en el Centro, finalmente. (Para el libro de recuerdos la licenciada me dice "yo como que la conozco..." y yo le contesto "pues sí, es la cuarta vez que vengo").

Miércoles. Más juntas. Viajes por toda la ciudad. Mi hermano postizo que trabaja en esta oficina ofrece - amabilísimamente - llevarme al Centro por mis papeles (inútil apurarnos ya, porque no alcanzo a llegar a Gobernación de ningún modo). Subimos a su auto. En un trayecto que normalmente hubiera tardado 20 minutos más diez del proceso, nos tardamos hora y media. Calles y calles del Centro tapizadas de ambulantes nos impedían pasar. Además, la "autenticación de la firma" - proceso que tocaba ahí, es verdaderamente horrible. Como mi título es de por si pequeño, le agregaron con cinta adhesiva media hoja bond (¿¿¿¡¡¡!!!???) donde escribieron el texto y le pusieron un sellito azul. Para la posteridad - de nuevo -: todos los documentos, emitidos por la SEP (Secretaría de Educación Pública) , son consistentes en una falta de ortografía. ¿Desde cuándo se acentúa la palabra seis? :(

En fin. Al otro día - jueves - dejé los papeles. Como contrarrecibo me dieron una hoja bond en la que ni siquiera estaba mi nombre. Uf. Miedo.

El viernes finalmente me entregaron los títulos con la Apostilla de la Haya. Para quienes se preguntan qué carajos es eso, se trata, nada más y nada menos, que de una hojita bastante pinche cancelada con un sello en tinta azul de la Secretaría de Gobernación. Dos semanas, y más de mil pesos por documento más tarde, primera prueba hacia España superada. Ahora, el pasaporte.

2.7.04

Crónica de la burocracia

Primero fuí, según instrucciones de una página de Internet y de la grabación en el teléfono de informes, a una oficina de la Secretaría de Gobernación. Ahí, con mi título en mano y mis tres copias del formato F5 de Hacienda, me dieron el primer portazo de realidad. "Noooooo, señoriiiiiiita", me dijeron con el típico tono pachorrudo del burócrata al que no-le-puede-importar-menos. "Lo que pasa es que su título es de una universidad privada. Primero tiene que legalizarlo. Vaya a esta dirección". Estaba en la colonia Juárez y me mandaban a Donceles, en pleno centro, a dos cuadras del Zócalo. Montada en un brioso corcel - un taxi ecológico - fuí hacia allá.

Después de fletarme 15 minutos de un taxista que iba refunfuñando contra la marcha del domingo, de sortear una manifestación afuera de la Cámara de Diputados y otros bichos variopintos, llegué a Donceles 100. Uno de esos edificios simplemente hermosos. Tan hermosos que parece que en ellos no trabaja nadie. Los pajaritos cantaban en los patios. Nadie salía de sus oficinas... a menos de que fuera para fumar. Me guían, y llego a la oficina 102. Una señorita sentada en el rincón se para, con toda su calma, para acercarse. "¿Qué se le ofrecía? ¿Sabe qué trámite viene a hacer?", me dice con tono de hartazgo. Explico: la apostilla de la Haya, la universidad privada... "Présteme sus títulos", ordena. Los inspecciona. Me los devuelve - por no decir avienta encima. "No, pues no. Primero tiene que llevar a estos a que les pongan otra firma para poderlos autentificar. Aquí le anexo la dirección. Ya cuando los tenga firmados viene, porque si le explico ahorita seguro se le va a olvidar y lo va a hacer todo mal". Me puse a copiar las instrucciones que estaban en una pared. "No, no las copie. Mejor cuando ya tenga todo viene. Porque si se equivoca no podemos hacer nada por usted...".

Dos días después, diez minutos antes de las ocho - hora de inicio de trámites - llego a la Dirección General de Educación Superior de la SEP, por supuesto, al otro lado de la Ciudad. El policía me desalienta: "Nooooo, señoriiiiita. Aquí vienen llegando como a las nueve. Váyase al Sanborns a tomar un cafecito". Me niego a irme al Sanborns. Acabaron ofreciéndome la silla de la caseta. Y esperé. Y esperé. Y esperé mientras los escuchaba hablando de automóviles. "No, pues usté sí puede pensar en comprarse un Fiat... si ya es sargento". Y esperé. Finalmente, como a las 8:45, me dejaron pasar. "En el segundo edificio, enfrente de las escaleras está una ventanilla. Ahí."

Llego al edificio. La mujer me mira desde su ventanilla. Y no la abre. Yo suspiro. Cinco minutos después de las nueve, abre. "¿Qué quiere?" - la mar de la amabilidad. Explico. "Ah, no", dice, "no es conmigo. Pásele a la oficina X adentro".

Casi lloro. Adentro, las cosas pasan más o menos rápido. La señorita que me recibe mis papeles me hace plática. Yo no entiendo cuándo termina el proceso. De pronto, reacciona. "Ay, perdón. Ya te puedes ir. Es que estaba tan a gusto platicando". Sonrío. Doy las gracias y me voy.

9:45. Llegaré a hora decente a la oficina. Camino rápido por la zona de hospitales, hacia Tlalpan. De pronto, escucho que gritan a mis espaldas "¡Cinthya... Cinthya!". Viro. La señorita de la oficina de la SEP. Cruzo la calle. Entre suspiros y respiración agitada, se explica: "Es que... el título... de tu marido... no tiene un sello... Tienes que ir a la escuela... y que se lo pongan". Casi me siento a llorar. En lugar de eso, caminé con ella de regreso a su oficina y tomé el título del Duque. Su jefa se apiadó de mí: "Ve con el licenciado X, al campus Ciudad de México, que está aquí cerca. Él le pone el sello".

Pues fuí al Campus. Y el licenciado... no estaba. Pero el chico que lo apoya, Ricardo, oyó mis cuitas. Le conté TOOOOODA la historia. Creo que se conmovió. Pagué los derechos, puso el sello. Sólo faltaba la firma de su jefe. Y su jefe no llegaba. Le llama al celular. ¡El jefe estaba en la oficina de la SEP de la que yo venía! Algo se puso verde en mis ojos cafés... supongo que el absurdo.

Afortunadamente, Ricardo tenía que llevar cosas para la SEP, con su jefe. Me invitó a subir a su carro y yo, con mi título cual si fueran hilos azules, salí hacia la oficina de la SEP. Entregué el papel. Ahora tendré que ir mañana, de 12 a 14 horas, UNICAMENTE, a recogerlo.

Y continuará la saga...