Iba tarde. Me dí cuenta desde que ví un montón de gente afuera del restaurante y escuché la voz del maestro de ceremonias. Mi preocupación mayor era que mis tobillos no sufrieran una torcedura a causa de los tacones, que rara vez me pongo.
En el momento en que estaba a punto de entrar, lo ví. Nos miramos un par de veces con descrédito. Increíble. Años intentando ponernos de acuerdo, la invitación perdida para mi boda. Y estaba ahí. El hombre que, a mis 15 años, me convenció de que yo sí podía, de que mi destino - dijo - era aprender todo lo posible, volar, ser grande. Mi director de la preparatoria, mi mentor. Qué fuerte. Hace casi diez años de eso. Y está aquí. Y está bien. No puedo más que agradecer al cielo que me lo pusiera enfrente. Me dió gusto saber que es feliz, que es quien le gusta ser. Eso es el regalo más grande que un hombre pueda tener.
Increíble que, en una de las ciudades más grandes del mundo, me encuentre con la gente que he perdido. Supongo que alguien diría que es el destino.
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