¿Sabe usted quién es la CCC? La Confederación Cardenista Campesina. ¿Y sabe usted a qué se dedican por estos días? A cerrar a diestra y siniestra edificios y calles en la Ciudad de México, preferiblemente si éstos están directamente relacionados con el gobierno federal.
Y no, yo no trabajo en una dependencia de gobierno. Pero en mi edificio, de sus 18 pisos, sólo uno le pertenece a una empresa privada. Sí, exacto. A la empresa privada en la que yo trabajo. Ergo, como si laborara en la SEDESOL, me encuentro tiro por viaje con campesinos que deciden que no me van a dejar entrar (o salir) de trabajar, según convenga a sus intereses.
Ayer, desde antes de las nueve de la mañana ya había una cantidad razonable de PeFePos en la entrada, protegiendo el edificio. (Detalle curioso: de camino, venía yo desternillándome de risa con una canción de Óscar Chávez en la que desacredita por completo a los granaderos...). A las once nos avisaron que ya se había cerrado la entrada y la salida. No me preocupé entonces. Me preocupé cuando me dí cuenta que yo no traía comida y que los señores no pensaban moverse de ahí. Cortesía de la empresa para la que trabajo, todos los que no traíamos nada de comer degustamos deliciosas sopas maruchan y ensalada de atún. Todo fuera por el bien de la sociedad.
A las seis de la tarde empezamos a ponernos realmente nerviosos. Los campesinos no se iban, estaban cada vez más agresivos. De hecho, la recomendación era: "ni bajen". Yo tenía una cita con unos ex-clientes que esperamos que vuelvan a serlo a las 7, pero a las 6.45 me dí por vencida y cancelé. Cuando les expliqué la razón, estallaron en una carcajada. La verdad, visto desde afuera, no sólo es cómico... dirían los gringos "hilarious".
Poquito después de las siete, nos llamaron a reunión en la sala de juntas. Las treinta almas que habíamos quedado encerradas en un piso 10 comparecíamos frente al director y el subdirector de seguridad de la SEDESOL. Pero no hablaron ellos, sino Miguel, quien nos explicó las opciones. Apenas habían comenzado a negociar. Gobernación tenía la esperanza de que se pudiera arreglar algo "antes de mañana". Eso implicaba la posibilidad de pernoctar en el edificio. Humpff. No muy buena idea.
La otra opción tampoco era realmente brillante. Se trataba de ir al tercer piso del estacionamiento - cuarto del edificio -, caminar un par de metros por una saliente y después, gracias a una escalera bastante enclenque, bajar al techo del edificio continguo, un banco. De ahí, abría que caminar la azotea y brincar al siguiente edificio, un restaurante, que nos permitiría utilizar sus escaleras de emergencia para salir a la calle.
Decidimos la segunda. Formamos cuadrillas. Nos contamos. Empezamos planes para reunirnos después de bajar. "Nadie se va si no los hemos contado", decía con voz estentórea Miguel mientras sacaba su cámara digital. Había que inmortalizar el descenso para justificar nuestra mudanza frente al enorme corporativo en Chicago y Nueva York.
Una vez todos en el estacionamiento, comenzamos a bajar. Primero las chicas. Insistimos también que primero las que tenían más miedo. Bajaron. Después de ellas, de las más nerviosas, yo. La verdad es que también me moría de miedo, pero con mi extraño instinto de Peter Parker, decidí hacerlo sencillo. La escalera se movía muchísimo y el hombre de seguridad, en lugar de detenerla, sólo me gritaba: "No mire para abajo, licenciada, mejor al frente, mejor al frente".
Poco más de media hora después, todos estábamos sanos y salvos a media cuadra de la oficina. Miguel seguía tomando fotos. Sacó su lista - un rotafolio que extendió a pesar de las ráfagas de viento. A voz en cuello, revisó que cada uno estuviéramos ahí. Y nos dejó irnos, a casa, entre cansados, divertidos y frustrados, entre una lluvia de mirada reprobatoria de nuestros ex-captores.
Hoy que llegué a mis oficinas, como el dinosaurio de Monterroso, los manifestantes seguían aquí. Me preguntaron los de seguridad si quería entrar - tremendo deja vu. "Pues sí, señor... tengo mucho trabajo". Los "campesinos" me miraron. Yo no quise mirarlos a ellos. A mí no me sacan de la cabeza que son paleros. Y de la peor calaña.
Lo bueno es que en menos de un mes - dedos cruzados - estaremos fuera de aquí. Espero que esta sea la última aventura que haga salir a la "Lara Croft que hay en mí".
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2 comentarios:
Jo, yo pensaba que CCC era el centro de capacitación cinematográfica.... ver para aprender. :)
Animo, pronto será recuerdo, y en una de esas hasta te entra la nostaliga ;)
Totalmente de acuerdo, la escalera estaba toda encleque y yo muy linda me ofrecí a detenerla. Asi que me coloqué debajo de la escalera -no obstante la superstición de años de mala suerte- y detuve la escalera, hasta que Mufasa al ir bajando por nuestra herramienta de escape dijo: "Fiesco deteniendo la escalera... valiente garantía". Grosero, al menos alguien sostenía la escalera. Así fue el señor de Sedesol tuvo a bien acomedirse.
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