En aquellas remotas clases de comunicación intercultural (materia en la que me fue excepcionalmente mal en la Universidad, lo recuerdo) nos hablaban de lo importante que era estar en consonancia con el sitio en donde te reciben: aprender de los locales y no cometer errores sociales que puedan dar al traste con cualquier otro proceso laboral, social o empresarial.
Hay principios de etiqueta que uno nunca hubiera imaginado en otros países. Aquí, por ejemplo, muchos que tienen que ver con la bicicleta (aunque esos más bien son principios de seguridad, porque los ciclistas son peores que los conductores de camiones de tres toneladas --- todos unos amos del camino...). Pero lo que me sorprendió ayer fue el caso de las escaleras: las casas de los canales en Ámsterdam son angostas y altas, con infinitas escaleras muy inclinadas y casi mínimas. Después de comer, subimos todos en tropel... o casi. Quien hace las veces de mi Ciceronne, un investigador histórico, se adelantó a mi y empezó a subir rápido antes que yo.
"Es etiqueta holandesa", me explicó, "que los hombres suban primero que las mujeres". Yo pensé en lo absurdo que era eso: si se caen, son más gordos (en la teoría) y de aplastan. "Es literalmente un asunto de faldas: para que nadie pueda ver si va detrás de tí".
Me sentí tontísima. Vaya con los misterios de la cotidianidad.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario