22.9.07

Antwerpen


Martes
Me gustan los aeropuertos, su sensación de tierra de nadie, de espacio de transición. Aunque tocó levantarme tan temprano como siempre, por lo menos tenía en la cabeza la disposición del cambio, aunque fuera geográfico. Mi avión salió a tiempo. Me compré una revista que no leí - ni he leído hasta este punto. Me dormí las dos horas de vuelo. Llegué a Bruselas y me encontré con que no entendía nada. Vamos, que ni siquiera entiendo la pantalla de mi blogger - que también ha decidido estar en flamenco u holandés. Resulta que son casi iguales y que se entienden.

Tomé el tren hacia Amberes. Del Aeropuerto hay que bajarse en Bruselas norte y ahí esperar por el otro tren. Había un grupo grande de chicas musulmanas. Al llegar el tren de Amberes, trataron de robarme la maleta. Un hombre simplemente me la quitó de las manos. Yo lo miré a los ojos y se la quité a mi vez y me subí - muy ofendida en apariencia, muerta de miedo por dentro - al tren. Me senté enfrente de un holandés que comenzó a interrogarme después de que yo hablara con alguien de Sitges por teléfono. Que qué idioma estaba hablando. Que de dónde era, dónde vivía y por qué. Que si me gustaban Los Soprano. Que si creía que el capítulo final era bueno o no. Que si veía otras series de HBO. Que él iba a Amberes porque tenía dolor de espalda y ahí estaba su quiropráctico.

Al llegar a Amberes, nos separamos. Yo dejé de verlo al encontrarme de frente con la estructura de la estación. Pedí informes. Caminé al hotel. En la recepción me encontré con Gaby, mi compañera de trabajo, a la que nunca había visto más que en fotografías. Ella tuvo habitación. A mí no alcanzaron a dármela y tuve que dejar mis cosas en un cuartito. Nos fuimos a montar cosas de la exposición. El sitio en donde estamos es un viejo hospital, con sus pabellones, su capilla, su exceso de arte religioso. Mi mesa de libros está en una sala en la que, de frente, veo un jardincito; a mi derecha, tengo un santo con mitra; a mi izquierda, un cristo crucificado; atrás de mi, una imagen de la burguesía alimentando a los pobres. Y así.

A media tarde salimos a tomar una cerveza o un café. Todos hablaban holandés/flamenco menos yo. Yo sonreía. Y estaba contenta de no entender - la verdad - de los últimos problemas de logística. Estabamos en un bar típico, lleno de hombres mayores bebiendo cerveza, con las paredes tapizadas de carteles de teatro (después supe que a una cuadra está la escuela de teatro de Amberes). Uno de los chicos me ofreció que probara su cerveza, hecha de levadura de papa. Buenísima. Otro chico de montaje, que habla un poco de español, me explicó que la cerveza clásica de la ciudad es una llamada "Kriek", hecha de cereza. La probé, y ahora soy un poco adicta.

Seguimos trabajando después de eso y salimos a las ocho y media a cenar. Todo estaba cerrado. Encontramos un restaurante transnochado. Cenamos sopa, mejillones y papas fritas con mayonesa (sí, Travolta no miente). Dormí como una bendita, a pesar de que mi habitación estaba helada.


Miércoles
El registro del Congreso comenzaba a mediodía. La mañana pasó entre montar la mesa de los libros, romperme las uñas en el proceso, acomodar los carteles de la segunda planta y comer cualquier cosa. En la tarde cerramos, fui al hotel, me cambié para la cena de bienvenida y caminé hasta el zoológico. Ahí ví unos elefantes de madera y entré a una de las salas más elegantes de la historia --- dentro del zoológico. La cena para los belgas significa un buffet de entremeses varios, todos de pie. La gente se alcoholizó felizmente. Bebí poco. Me fui caminando con Rob - mi compañero de mesa de libros, esposo de mi jefa y celestino particular - hasta el hotel, riéndonos del francés que Rob había "encontrado" para mí y resultó estar casadísimo con una inglesa. Al llegar al hotel, huí del conferencista borracho (el de Sitges, que sigue por aquí) y al tomar el ascensor me encontré de frente con el francés de marras - quien además duerme en el cuarto de AL LADO del mío. Ja.


Jueves
Me levanté triste. Con frío. También yo sentí, como dicen en Astérix, que el cielo se me caía encima. Estaba triste, añorando, dudando, como siempre. La sede era el zoológico. Al llegar al zoológico me avisaron de que tocaba regresar al otro edificio para arreglar cosas de logística. Tocó estar haciendo tonterías de último minuto, pero no tenía ni gente a la que atender con los libros ni moscones inoportunos. Comí con Judy y con Rob en un restaurante al aire libre - sol inusual a las doce del día -, sopa de zanahoria y pavo asado. Trabajamos un poco más y me dieron la tarde libre. Caminé por las calles de Amberes, descubrí sitios con ropa bella e imposible, las tiendas de segunda mano más caras del mundo, anticuarios, una tienda de "cosas para adoptar" (adopté un pin hecho de pizarrón), la escuela de moda de Amberes - hacian sus exámenes prácticos a la vista de todos, estructuras de animales hechas sólo con tela -, tiendas de cosas para casa. Me compré zapatos y bolso en un alarde de riqueza, también un spray para el cabello en un alarde de fresez. Seguía triste, pero en algún punto recibí una llamada que me recordó que mis decisiones están siendo tomadas por una buena razón. Dormí un rato y me arreglé para la cena en el Palacio de Gobierno. Me divertí. Más alcohólicos. Uno de ellos, un francés asqueroso en este caso, me hacía proposiciones en francés. Dejó de ser simpático y los demás se dieron cuenta y se cerró un círculo amablemente protector a mi alrededor. Lo agradecí. Fuimos a ver el distrito de las ventanas, el rojo. Las "better working conditions" de las chicas no terminan de parecerlo: es la máxima expresión del ser humano como mercancía. Me salté la última cerveza y llegué al hotel. Tenía ganas de llorar, pero pensé que era la lluvia.

Viernes
Actividad febril. Mucha gente, muchos libros. El francés horroroso trajo, de la mano de mi HH Jefazo cerca de 30 libros carísimos para que yo se los vendiera. Me da un poco de rabia, pero están aquí. Una inglesa histérica me pega de gritos y me castiga con el látigo de su desprecio. Ja. Yo me río. En la tarde, vienen K y J de Sitges. Presentación un poco larga, un poco aburrida. Al salir, me habían "invitado" a la junta de consejo para ver cómo funcionaba, pero la delegación de Sitges me llevó a cenar. Todos de acuerdo, fuimos a tomar una cerveza y después a cenar a un restaurante que resultó lo más burgués de la historia. Aperitivo en la cava. Menú personalizado por el chef. Vino carísimo. Porcelana imposible, cubiertos de plata. Nunca, nunca, nunca hubiera cenado en un sitio tan absolutamente pijo. Pero yo no pagué. Regresamos caminando y dormí como una bendita. O debería decir como la boa de El Principito. Y descubrí porqué mi habitación estaba helada - hay una ventana abierta que muestra el cielo intensamente azul de esta ciudad.

2 comentarios:

leeleean dijo...

A veces se agradece estar en medio de conversaciones en idiomas que uno no entiende para no tener la obligación de entender, ni pensar, ni hablar. Es una especie de recreo mental.

DAVID CABRA dijo...

Los examenes de la escuela de moda al aire libre???? estructuras de animales en tela??????tienes que contarme eso mas detalladamente Cin, que buena crónica en Amberes, besos.