26.6.10

Pequeños fuegos personales

El primer año, fuimos a la playa. Era, se suponía, nuestro único año. Había que emborracharse, celebrar, entrar al agua. Recuerdo incluso de haberme comprado un vestido especial para aquel día. La verdad, no me gustó. No hubo fuego. No quemamos nada. Quizá un poco de nuestros recuerdos con sangría y cava barata. Entramos al agua como quien hace un trámite. Salimos.
Mi siguiente recuerdo es de años más tarde, escribiendo papelitos y poniéndolos a quemar en un cenicero. Yo sabía que había algo que se estaba quebrando en mí y no quería mantenerlo junto - más me convendría una ruptura definitiva, un pequeño fuego que lo consumiera.
Esta año, poco después de las doce, ya estaba en mi casa - tan silenciosa para una noche de San Juan. Mientras veía los fuegos que sacudían la ciudad desde la terraza, regué las plantas y recogí un poco los papeles que rodaban por ahí. Encendí una vela y la puse en el suelo. No brinqué. Simplemente la pasé de un lado a otro, me aseguré de haber quemado esas cosas que arrastraba del pasado. Con la esperanza de que el solsticio me trajera un verano más definitivo, una cabeza más ligera, unas esperanza más firme.
Lo increíble es que, desde entonces, me siento más ligera. Como si San Juan me hubiera hecho el milagrito de hacerme entender que nunca, nunca ha habido nada que me ate.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusto mucho (:
me gusta que te guste el verano, y el fuego y me gusta que quemen todo (: