El otro día hablábamos con mi jefe-to-be en la Universidad de aquel concepto tan mono de Tocqueville de envidia democrática: en el fondo, nuestra verdadera envidia sólo es a nuestro nivel, sólo con aquellos con los que podríamos disputarnos las cosas. Ese compañero de escuela que tiene un mejor trabajo que tú, o la vecina con el novio más guapo, o el compañero de trabajo que se ganó la lotería. Podrían ser tú. Es más, ni siquiera son lo suficientemente guapos/listos/necesitados pero tienen lo que tú no tienes. Y da envidia. Y muchas veces esa envidia, aunque despierte bajas pasiones, no despierta demasiadas declaraciones en voz alta. No es bueno decir: "es que lo envidio". No en una altura democrática.
Pero, si la cosa no es democrática - si no hay oportunidad de que él otro seas tú - entonces sí decimos todas las cosas del mundo, a voz en cuello, que al cabo. Y entonces las princesas que se pasean con coronas de joyas en las fiestas reales nos parecen gordas y sin chiste, los seleccionadores nacionales son unos reverendos imbéciles que están más ciegos que el árbitro y los presidentes de la república unos títeres de quién sabe qué intereses que nadie nunca entiende.
A veces tengo la sensación de que por eso no queremos ser ya no princesas - que está cabrón - sino jugadores y seleccionadores de fútbol de verdad o políticos trabajadores - que también está cabrón y que son como personajes un poco míticos. Estaría muy difícil criticarlos si tuviéramos la misma responsabilidad que ellos. Nos podrían criticar también a nosotros. Ponernos en el candelero.
Y no es que disculpe: el trabajo es el trabajo y más vale que esté bien hecho. Pero no sé si criticar por vicio lo vaya a llevar a uno a algún lado.
(Chale. Y que pontifico. Me van a dejar de leer.)
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1 comentario:
Yo creo que usté tiene razón. Y no la dejo de seguir :)
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