Lo primero que ví de ella, fueron sus rizos. Muy rubios, se confundían con los rizos más oscuros de su madre que estaba doblada para escuchar lo que le decía. Ella gritaba, con una alegría de esa que uno sólo sabe en un lenguaje que tiene una academia. Daba pequeños saltos y, todavía un poco falta de equilibrio, se detenía y se veía los dedos de los pies, mientras se los señalaba a su madre.
Llevaba unas sandalias blancas con detalles en rosa. En su carreola, estaba colgada una bolsa de una tienda de zapatos para niños ubicada a unos 15 metros. Entonces lo entendí: tenía la sorpresa de verse, quizá por primera vez en la vida, los dedos de los pies a través de las sandalias. Y los gritos y los saltitos eran de pura emoción.
"¿Qué?" le preguntaba su madre, también divertida. "¿Son chulos, no? ¿Te gustan? ¿Están cómodos?". Ella, como toda respuesta, sonreía más.
Y me contagió la sonrisa. Para el resto del día. Y ahora casi me hace reir también a mi verme los dedos a través de mis propias sandalias.
Cosas de la primavera. Y los dedos.
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