Podría afirmar, sin temor a equivocarme, que no es una labor por la que a ninguna de ellas les vayan a dar una medalla con honores, ni les paguen una millonada, tampoco. Pero ahí reside su valentía, su heroísmo: se han lanzado a la batalla cotidiana, a la aventura más grande de todas, al trabajo más complicado del mundo (esto lo decía P&G) sin mayor espera, sin mayor intención. Por valientes.
Sé que seguramente hay sus excepciones. Pero yo estoy rodeada de valientes que se levantan temprano y se acuestan tarde, se han decidido a dejar sus necesidades muchas veces en segundo plano, piensan primero en otro o en otros. Siempre en otros. Esto, por supuesto, tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Pero muchas veces, la mayoría, ellas son felices.
Un regalo de no ser madre en el momento que las mujeres de tu alrededor lo son es darte cuenta de cómo son, cómo cambian, cómo - aunque parece increíble - gente que ya era maravillosa se convierte en algo infinitamente mejor. Cómo los caracteres cambian y ves, enfrente de ti, una fuerza increíble de mujeres que lucharán claras por aquello que aman, siempre.
Esperé a hoy para felicitar al día de la madre porque hoy es el día que se celebra en el país donde esta mi madre. Esa que sigue valiente: llamándome por teléfono, sabiendo que estoy lejos, queriendo estar aquí para darme un abrazo pero, valiente, aceptando mis decisiones de vida. Sin dejarme. Sin irse.
Valientes todas. Las madres biológicas, las madres adoptivas, las que cuidan a los hijos de otros (canguros, tías, amigas, hermanas). Madres, al fin. Es un placer verlas ser. Y aunque es ridículo celebrarlas una vez al año, por lo menos tomamos el hueco para hacerlo. Igualmente, yo creo que las medallas habría que entregárselas todos los días.
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