La primavera en Barcelona siempre pasa por los mismos trámites. Es la más feliz, la más grande, la más seductora de las estaciones. Y se le pone a un lado a un invierno taciturno que, no puede evitarlo, se rebela. Se resiste a irse. Y por lo menos un fin de semana cuando todos estamos listos para salir al sol, a la playa, al campo, a la vida, el invierno regresa por sus fueros. Bufa con lluvia y vientos imposibles. Se instala. Hace como si esta fuera su casa.
La primavera - que sabe que el invierno tendrá que irse, le guste o no - se hace un lado. Deja al invierno que tenga su arrebato, su pataleta profunda.
Los miro enfrentarse desde casa. Escucho mis ventanas que se azotan con el viento. Me hundo en las cobijas. Encuentro que la única norma de etiqueta que se puede seguir estos días es vagar por la casa con un libro, una taza de té y esos comodísimos pantalones de pijama de invierno. Repantingada entre mis mantas, no pienso. Asumo - como la primavera - que esta tormenta que por alguna razón me llueve por dentro pasará. Siempre pasa.
Pero con la lluvia, de pronto, me llega el antojo de una sopa. De oler a verdura recién cocida, a cilantro, a cebolla. Me antojo de mole dulce, de tinga, de tortas ahogadas, de ponche de fruta, de frijoles con queso... Un poco de todo. Y a regañadientes, salgo de los pantalones de pijama y arrastro mis pies por las calles de mi barrio. El humor me cambia frente a los escaparates de fruta y verdura, al saludo amable del carnicero. Llueve fino. Llevo un paraguas, pero debajo del brazo. Compro el diario y las revistas que vienen con el diario. Pan. Un poco de fruta.
Al llegar a casa, no regreso al pantalón de pijama. Pongo manos a la obra y llenan la olla zanahorias, patatas, tomate, calabacín, el pollo, un poco de arroz, cilantro, cebolla. Llueve afuera. Sigo lloviendo, pero no de adentro - ahora lluevo/lloro porque las cebollas tenían tanto tiempo en casa que están más fuertes de lo común. La cocina hace su alquimia. La casa se llena de olores. Limpio la alacena y encuentro aquel sobre de chocolate, aquel cubo de sabor que había olvidado.
La primavera, que me conoce, regresó con la lluvia - y entró a mi casa por la ventana de la cocina.
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