es como intentar describir porqué amaneciste con antojo irrefrenable de un huevo frito con pan tostado y salsa de tomate. o ese momento en el que decides que la única manera de rematar la tarde de una forma digna es tomándote un gintonic. o el hueco literal en el estómago que te suplica que te comas unas patatas calientes. el granito en la punta de la lengua que sólo se cura con un helado de doble chocolate. las ganas constantes de rascarte el grano que te dejó (cabrón) aquel mosquito que ahora duerme gordísimo de sangre junto a ti en la cama. la manera en que salivas cuando ves la fotografía que alguien tomó de los fogones de la casa de la abuela. el incómodo placer con el que te revuelves en la silla cuando el chico que está tomando café enfrente de ti - ese, el que es casi desagradablemente guapo, con esos labios que parece que están hechos para moderlos - te sonríe. la manera que te sonríes por dentro y sales a la calle después de haber pasado la noche con alguien con quien no deberías pasar la noche. meter las manos en la masa para hacer pan y sentir cómo va cediendo a la presión de tus dedos. pensar en la sensación de una ducha caliente de buena presión mientras terminas el trabajo en un día con frío. levantarte en medio de un programa de televisión estúpido y guiado por una mano invisible, tomar de la estantería ese libro que - lo sabes - siempre te ha hecho reir.
más o menos una mezcla de todo eso se siente cuando de pronto te sientas frente al teclado o la hoja en blanco con ganas de escribir.
incluso cuando no sabes qué quieres escribir.
sobre todo cuando no sabes qué quieres escribir.
sólo entiendes que hay algo en tu cuerpo que necesita, con urgencia, convertirse en palabras y quedarse ahí, frente a tus ojos.
más o menos algo de eso.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario