El lunes a mediodía, en la copistería, un señor de pelo bastante cano estaba intentando sacar unas fotocopias de un dibujo en donde podían verse unos círculos muy bien trazados. La señora que lo atendía, simpática y ligeramente coqueta (en su voz que se volvía más aguda, en su manera de ponerse el rizo detrás de la oreja) le preguntó con qué había hecho esos círculos tan bonitos: "Pues mira, con un compás... es la única manera".
La señora se rió y le dijo que hacía mucho que ni siquiera había visto uno. Ni yo. Pero me acuerdo que tenía un estuche muy bonito con dos compases que habían sido de mi papá en la universidad y que yo llevaba al colegio. Me acuerdo de la magia de trazar una línea que, con el giro de una muñeca, se une a esa misma línea y cierra algo. Alguna cosa.
El lunes mismo, muy temprano en la mañana, estaba buscando en una montaña de papeles los comprobantes de pago de electricidad del que hasta entonces fue mi departamento. Los encontré y, junto a ellos, estaba otro papel que firmé el día que había dejado mi casa anterior: un maravilloso ático donde aprendí a ser sola y a ser yo y donde decidí con alguien más comenzar una nueva vida - no necesariamente muy lejos de ahí, pero sí en otro sitio. Recuerdo que, cuando dejé el ático, no podía dejar de llorar. Fue una casa que quise mucho y donde pasé algunos de los momentos más felices y también más tristes de mi vida. Pero se acababa una etapa - había que salir de ahí para cambiar.
Entregué aquella casa exactamente el 2 de junio de 2012. Y el 2 de junio de 2014 estaba, de nuevo, con papeles en la mano - extenuada de mudanza, de remover cajas, cosas, recuerdos, planes hechos y deshechos, fotografías, objetos perdidos - cambiando de vida. Me reí más cuando hablamos de los compases - vi cómo yo tengo aún integrado ese giro de muñeca que, sin demasiado cansancio, cierra los círculos que me ha dado por abrir, preveé dónde terminarán.
En mi primer día completo en mi nueva casa hice planes para salir y regresar a ella. Mientras los hacía, recibí un mensaje de quien se ha ido y se ha vuelto a ir - un mensaje para (en ese orden) saludarme, pedirme un favor y luego, inmediatamente, redonda y circularmente, desaparecer. Como sé que siempre pasará, me dice mi compás. Todo, pues, son círculos perfectos.
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