Casi me atropellan por tomar la foto (una bici, por supuesto) |
Cerca del Dam pasamos por una tienda que se anunciaba como "la única tienda de souvenires rusos en la ciudad". Nos miramos con desconcierto... pero luego nos dimos cuenta que, por más que fuéramos vestidos de turistas, no podíamos seguirlo todo igual. Sí, veíamos la ciudad a través del lente, pero estábamos buscando la manera en cómo caían las hojas, cómo el otoño se instalaba en la ciudad a pesar del sol... queríamos conocer un poco más de esos amigos que habíamos hecho así, sin esperarlo, tan pronto. Eramos turistas... o más bien viajeros, disfrazados con la parafernalia de un halloween trasnochado.
Mientras caminaba de regreso al hotel-barco, envuelta en la bruma de una migraña, sufrí una transformación. Metí mi cámara en mi mochila, me ajusté la chaqueta y los lentes de sol, y comencé a actuar como local. Dejé de utilizar mi holandés rudimentario para intentar enterarme de las pláticas y más bien me concentré en el murmullo dentro de mi cabeza que me hablaba de cómo tengo tantos pedazos del corazón escondidos entre las calles de este país. Me olvidé de ver Amsterdam como turista y, justo pasando la Estación Central, me acordé que aquí también sé cómo sentirme en casa. A pesar (y gracias) al sol de noviembre.
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