Yo, en mi inocencia, creía que en el primerísimo primer mundo (ya, para mí empieza a ser como los planos fotográficos esta descripción) los embotellamientos de tráfico no existían. O tenían una planeación impeccable, un servicio público de transporte buenísimo, una máquina desaparece coches o todo junto. Nunca me imagine terminar sentada en un coche – cómodo, muy cómodo por cierto – en medio de una autopista de estas y esperar, durante tres horas, a que pasara el caos.
Pensé en La Autopista del Sur. Pensé cuántas veces he imaginado lo que sería pasar casi una eternidad en automóviles, esperando a que avance la línea – lo que tiene haber vivido en la Ciudad de México es que todo te parece relativo. Pero creo que lo que a mí me parecía relativo era el tiempo y la distancia. No sé cuántos kilómetros fueron y si puedo recordar el tiempo fue porque lo guardamos como una especie de souvenir o herida de guerra para lucirla, orgullosos, frente a los amigos a los que les contaremos nuestra aventura de media noche en una autopista holandesa.
Aprendí que el primerísimo primer mundo también puede ser un desastre. Y me acordé de lo infinitamente reconfortante que puede ser una plática de tres horas cuando no hay más que esperar y no dormirse.
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1 comentario:
Ufff !!! Es reconfortante saber que uno nunca va sólo en esos andares, es decir, que siempre hay otras a quienes les ha pasado.
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