8.10.08

De plásticos, armarios y bibliotecas

Era, esencialmente, una coleccionista. Me concentraba en un tema y buscaba, buscaba, buscaba cosas relacionadas. Libros, discos, cuadros, vinos, ropa. Quizá no volviera nunca a leer aquella novela o escuchar el disco con la versión 840 de la canción de moda hacia 20 años, pero me gustaba tenerlos. Supongo que es un principio de animal casero. Entre mis colecciones, una que sigue creciendo es la de las tarjetas: de crédito, de cliente frecuente, de amigo de los perros de la colonia vecina... de tal suerte que mi cartera siempre es pesadísima y me ha provocado incontables broncas con amigos, novios y similares.

Pero resulta que de pronto te das cuenta que casi de nada sirven las colecciones. No es que te hagan más feliz ni te solucionen la vida. Conforme te mueves de un lado a otro, descubres que podías vivir sin ese libro que ni siquiera te acordabas que tenías, o sin ese otro plástico. En realidad, necesitas dos o tres cosas. Y están al alcance de tu mano, si tienes suerte.

Antes de irme al último periplo por el mundo, una de mis tarjetas de plástico - LA tarjeta de plástico que importa - se murió. Y me la pasé más de 50 días sin recurrir al sistema bancario. Debo reconocer que no me hacía nada de gracia cargar con dinero en efectivo. Pero no me morí, aunque creí que sería un desastre - y tampoco lo fue. Al regresar a Barcelona, fui a pedir un duplicado y descubrimos que la otra tarjeta (la de emergencias) también había muerto y había que pedir un duplicado también. Lo dicho, pasé cinco días sin las tarjetas de uso común. Saqué otra más (ah, las colecciones), pero no la utilicé. Me ayudó a no hacer compras de pánico. Y entendí que hay más razones que evitar múltiples cuotas de uso para no tener tantas tarjetas.

Luego, el armario. El viaje de 50 días por tres continentes representaba hacer una maleta de menos de 20 kilos para todos los mismos. Tenía eventos tan dispares que necesitaba vestidos de gala y zapatos para correr. Lo logré con la maleta: tirando de lavandería en los hoteles y demás, regresé con menos de 20 kilos facturados (y un equipaje de mano pe-sa-dí-si-mo). Cuando abrí el armario, insisto, me pregunté: "¿y yo como para qué quiero tanta ropa si puedo vivir con tres pantalones, cinco blusas, dos faldas, un vestido y harta ropa interior?".

Y finalmente (last, but not least) los libros. Ayer acompañé a alguien a comprar un libro y estuve tentada a comprar uno de Murakami que tengo que leer. Decidí buscarlo mejor en la biblioteca. Y deambulé por dos bibliotecas con la esperanza de encontrarlo, pero nada. A cambio, me traje un libro del mismo autor ¡en catalán! (¿seré capaz?), otro de una autora mexicana que me moría por leer y una peli. No me gasté ni un euro (todavía no tenía tarjetas) y tengo una fecha límite para entregar los libros y por lo tanto, leérmelos.

Ya lo decíamos el otro día: a veces lo más bonito es tener una vida que quepa en dos maletas de menos de 23 kilos cada una. Así eres libre de empezar otra vez cuantas veces quieras. Y salir huyendo cuando necesites.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tarjetas: jamás (más que la de nómina).
Ropa: opino lo mismo, pero siempre que tengo un eventito pienso "no tengo que ponerme" y salgo a buscar algo y tengo toneladas de ropa sin poner :S
Libros: casi no.
Viajes: pocos, así que puedo vivir en mi cueva repleta de porquerías ja!

AC Uribe dijo...

Jijiji... qué le digo. Yo nada más me quejo y luego sigo coleccionando más y más y más cosas. Abrazo.