18.9.08

El Ciudad Valles del Lejanísimo Oriente

Me dio el silencio después de dejar Beijing porque me dí cuenta que no sabía para dónde me llevaban. Entre las cosas chistositas que tienen los Congresos en el mundo, es que luego paras en sitios en donde nunca, pero jamás, se te hubiera ocurrido poner un pie. Como Dalian, en China.

A decir verdad, me costó ubicarla en el mapa. Al principio lo que me parecía más atractivo era la posibilidad de venir de este lado del mundo, no importaba a dónde. Y ahora resulta que estoy en una pujante ciudad entre industrial, portuaria y turística. Lo cual, en realidad, nos ubica más bien en Tampico que en Ciudad Valles. Pero resulta que Tampico no conozco y Valles sí. Otra diferencia importante: la ciudad tiene cinco millones de habitantes. Y esta sensación loca de febril actividad que ya había detectado en Beijing – aunque no sea tan bonita.

Escribo esto sentada en una mesa de trabajo del verdadero negocio familiar – de la verdadera maquiladorita donde todos trabajan… como chinos. Son las diez de la noche. Mañana se inaugura el Congreso. Y en palabras de Chen, una de las chicas de logística local, en China “si el Congreso es un día, el programa no está hasta el día antes. O incluso sólo unas horas antes”. Me estremecí. Me acordé del “no se preocupe, guerita, que también de esta salimos”. Y salen, los condenados. Por eso, estamos en la casa del impresor, haciendo los posters de la exposición que ha cambiado de tamaño y forma ochocientas veces (ya me matarán mañana los expositores), un libro sobre planeación, más gafetes (porque no están todos los de la lista) y unas cajitas forradas de rojo para los gafetes, que tienen a mi compañera de afanes histérica.

Además de la línea de producción de productos gráficos – en un par de horas los he visto sacar varios tirajes de libros, un folleto de bienes raíces, tarjetas de presentación, los posters, una agenda – en el chiringuito de al lado hay una tienda de abarrotes. En realidad, primero creí que estaban conectados por atrás por ser una especie de familia, pero ahora me doy cuenta que se trata de una especie de zona de servicio común. Esto de los baños de aguilita me parece… de lo más higiénico, ja.

Como a media hora en coche, me espera una cama enorme con sábanas impecables en una habitación del piso 26 de un hotel. Lo simpatico es que es un hotel “chaparrito” comparado con los demás que se levantan a su lado. Y a mí ya me dá vertigo con ese elevador. La televisión sólo tiene canales en chino – bueno… uno de ellos es de culebrones (chinos) subtitulados en inglés. El buffet de desayuno es más bien malísimo y el decorado art-decó hongkonés es de un kitsch impecable con sus brocados rojos, sus adornos de crystal cortado y los remates dorados por todos sitios. Pero bueno… ahí estamos. Aguantando como unas campeonas.

Aquí sí podría estar completamente perdida. Tengo un teléfono móvil local con números de emergencia y la típica tarjetita con la dirección de mi hotel en chino. Aquí sí muy poca gente habla en inglés. Además, no me ha tocado encontrarme con los niños, que son los más aventajados y desvergonzados en aquello de hacer sus pininos con el idioma. La gente escribe un inglés bastante bueno, pero hablarlo es otro cantar. Yo no digo nada: creo que sigo sin dominar el “nihao” con la pronunciación correcta.

En medio de la locura, me doy cuenta de una cosa: me pongo más histérica cuando estoy solita. Aquí, en medio de un montón de histéricos, lo único que me queda es respirar profundo y poner una bonita cara. Por lo pronto ya sabemos – algo – de mi futuro. A ver si es cierto. Anoche, además, por primera vez en mucho tiempo, tuve con alguien una confusión de tiempos – me habló a las diez de la noche para descubrir que eran mis cuatro de la mañana. La culpa, parece, la tiene la compañía china de telefónos, que retrasa mis mensajitos. Pero ni me enojé de que me despertaran. En realidad fue bonito saber que siempre, en algún lugar del mundo, hay alguien que piensa aunque sea un ratito en ti.

No hay comentarios.: