29.9.08

Viñetas de vuelo en un lunes desde Shanghai

Cuento tranquilamente una docena de niños chinos, siendo lentamente importados a España gracias a los afanes transportadores de una compañía holandesa. Hay parejas que viajan también con sus otros hijos – los propios. Hay otras que viajan sólo con su niño chino. No estoy segura de que las autoridades hayan hecho una elección muy Buena al respecto de las parejas: especialmente me preocupa la de atrás de mí, con una niña que parece tener un pequeño problema de aprendizaje. Pero no son del todo cariñosos. Le hablan de pronto agresivamente. Y de verdad me pregunto cómo es que se hace la selección o qué tan frustrados están estos nuevos padres después del proceso – que debe ser lento, largo, doloroso.

No sé a dónde quiero llegar. Literalmente. No sé si quiero ir a mi casa, a mi cama en Barcelona o hacer otra parada técnica en Rotterdam, en La Haya, en México, en Beijing. Se estaba bien en esos sitios. Se estaba bien en Rotterdam. Pero hay que regresar a la vida normal.

En la misma fila que estoy yo, a dos asientos, está sentado un “chico” de unos – imagino – 36-38 años. En la pnatalla, están pasando Kung-Fu Panda (muy apropiado regresando de China). No es que esté atento, no. Atento es un verdadero understatement. Está absolutamente absorto en los muñecos animados, y sonríe. Acaba de salir mi frase favorita de esta peli – porque tengo una frase favorita en esta peli, que he visto en aviones. “Today is history, tomorrow is a mistery and the only thing we have is today. That’s why it is called the present”. O algo así.

La familia que está enfrente de mí, con una niña china muy morena, parecen unos padres casi perfectos. Tienen unas gemelas de unos cinco años que los siguen a todas partes. Y que de vez en cuando acarician a su nueva hermana. Su nueva hermana que ya está cansada después de dos horas de vuelo --- pensar que nos quedan nueve.

Lo más divertido de este post es que no se publicará inmediatamente – tendría tiempo de enmendarlo si fuera necesario. Lo cual en realidad podría ser ya que, cortesía de una copa de vino blanco y un poco de Bailey’s, estoy estupendamente mareada (por no decir alcoholizada). Esta esperanza vana mía de dormir en el vuelo…

Tengo la sensación de que me faltan regalos, de que no compré lo suficiente. Y sin embargo, tengo tantas fotos maravillosas, tantas imágenes que se me quedaron grabadas y no puedo dejarlas ir. Y luego los olores. En algún sitio se quedó un suéter directamente apestoso con mi perfume – me gusta ponerme mucho. Me llamaron para avisarme. Y entramos en la discusión de qué sucede cuando puedes o no reconocer un perfume en otra persona. Y resultó, como por asunto de gracia, que alguien cercano a mí en mi aventura china usaba un perfume que yo ya daba por prohibido. Y le dí permiso de quitarle lo prohibido. Estuvo bien, he de decir. El exorcismo del aroma.


No puedo creer que esta noche estaré en casa. No puedo creer que haya pasado más de mes y medio fuera, haciendo cosas. No puedo creer que hasta ayer noche me comunicaba en inglés y en chino mínimo. No puedo creer que estoy regresando.

Voy a hacer como que escribo. A ver cuánto me dura la batería de la compu o la energía para escribir. --- mentiras… estoy viendo las fotos. Quiero más.

Ahora estaré en los recuerdos de muchas familias, sin quererlo: apareceré asomada, en sus videos, en los que muestran el vuelo en el que están llevando a sus hijas (no veo niños) a sus nuevas casas catalanas. Me preguntó qué pensarán el resto de los orientales que nos acompañan en el vuelo – cuál será su opinión de esta exportación tan particular. Y no puedo dejar de acordarme de Maca y de su blog que afirma que en China se regalan niños como iPod. Vamos, todo a cambio de una módica cantidad.

Faltan tres horas de vuelo y la gente se está poniendo pesada. Y me queda un 26 por ciento de batería. Comienzo a tener miedo. Según la pantallita, estamos pasando por San Petersburgo. ¿Y si me bajo a ver qué encuentro? Total, que al cabo con mis maletas tengo suficiente para amortiguar la caída – tanta angustia para encontrarme con que a los chinos de la aerolínea holandesa ni siquiera les funcionaban las básculas en el aeropuerto…

Yo quería comprar más cosas en el aeropuerto. En concreto, necesitaba comprar y sustituir un regalo que me dieron mis anfitriones chinos – era una funda para el móvil, pero mi cámara cabía perfecta. Mi cámara de la cual ya había perdido la funda en una de las borracheras post-congreso. Además, era perfecta porque tenía la mascota de las olimpiadas verde, la golondrina, la que se llama Nini – como me dice mi abuela. Me sentía identificada y todo. Y ahora seguro está tirada en algún sitio en Hangzhou, sin que nadie pueda regresármela.

Tengo sentados a mi lado creo que un par de alemanes, porque hay algo que me dice que no son holandeses. Pero quizá sólo son mis ganas de que no sean holandeses porque en general los holandeses me caen bien y estos son un poco sosos. O un mucho. Pero se quieren y se dan de besos. ¿Será sólo terrible envidia?

La chica china que está sentada al otro lado del pasillo se durmió. Antes de dormirse, sacó una especie de calcomanías con forma de estrella con las que cerró sus párpados. Era, cuando menos, rarísimo mirarla.

Tengo unas ganas locas de tomar fotografías pero me da miedo que la gente se enoje conmigo. Soy una pésima fotorreportera.

Ya casi acabo la relatoría de Shanghai. Lástima que también mi batería quiera morirse.

No hay comentarios.: