8.6.09

El corazón y los bienes raíces

Hay gente que, en lugar de corazón, tiene una casa en una urbanización fuera de la ciudad. Lejana, con códigos de entrada, con policías en los portones. Esa gente pide que te identifiques plenamente antes de acercarte, que garantices que tienes algo útil y conveniente que hacer ahí. Entonces, quizá, te abran un poco su corazón. Pero fuiste fichado a la entrada. Y aunque tengas la sensación de que la pasas bien en los jardines y en las salas de su corazón, sabe que eres un visitante. Y que no tienes porqué quedarte ahí. Que eventualmente, si quiere, puede recortarte y sacarte, pidiéndote que entregues tu identificación como visitante a tu salida. Y será como si nunca hubieras estado en su vida. Como si nadie te hubiera invitado a entrar y no hubieras representado nada ahí.

Hay otro tipo de gente cuyo corazón es como una casa en la ciudad. Está comunicada con otros, es grande y tiene varias habitaciones. No es tan fácil entrar, pero una vez que lo haces, nadie te pregunta cómo llegaste ahí y puedes quedarte con un sitio. Sin embargo, algún día sin aviso podría llegar alguien más y pedirte que te salgas, porque esa habitación en la que vives ahora la ocupará él en calidad de nuevo novio, amigo de toda la vida, vecino del trabajo. Si tienes que salir sales y a veces pasarás frente a aquella casa y te preguntarás si es que todavía queda en el hueco del armario aquella flor que dibujaste para darle las gracias.

Y finalmente existe la gente cuyo corazón son multifamiliares, que siguen construyendo hacia arriba a perpetuidad contra toda lógica y urbanismo. Tienen un método especial para construir desde abajo y seguir rozando cada vez más el cielo. Compartimentan mucho su corazón para poder dar asilo a mucha gente, a tanta que a veces no llevan ni la cuenta. Basta con que alguien les sonría o les dé una razón medianamente buena para que le otorguen una pequeña habitación de corredor, sin mucha luz - por lo cual van a disculparse - donde, a pesar de los pesares, el nuevo habitante podrá dormir tranquilo y tener una vida buena, pues sabe que nunca lo van a echar. Eso, claro, a menos de que hagas algo (molestar a los demás inquilinos, tumbar una pared), que lo amerite. Y, por el contrario, cuidando el pasillo y regando las plantas, podría el inquilino irse ganando poco a poco un piso mejor, sin que el dueño del corazón pueda evitarlo. Cree profundamente en la meritocracia, aunque no se dé cuenta.

La gente con corazón de edificio de departamentos no por eso es poco selectiva. De hecho, en las plantas más altas de su edificio, hay áticos hermosos, penthouses con terraza. Saben perfectamente quién entra ahí. Les toman sus datos, casi los fichan, se aseguran de revisarlos con cuidado y de instalarlos en un espacio que sea del todo de su gusto. Que estén felices, pues. A estas personas es muy difícil que algún día las echen. En realidad, los penthouse tienden a ser sitios a perpetuidad. Algunas veces dejan de visitarlos - por el dolor que los causan. Pero serían incapaces de sacar a alguien de ahí. Sería como negar parte de su biografía, alterando así los cimientos del edificio. No. Lo que pasa a veces es que esta gente se sale del edificio de departamentos - dejan su penthouse, salen, como un cocodrilo que encontró abierta la reja del zoológico. Se van a otro sitio. Y el dueño del corazón ni se preocupa: si en realidad el habitante del penthouse se ha ido, es que no era tan importante. Es que ha logrado, poco a poco y con su olvido, que se olviden de él.

No hay comentarios.: