Ayer en una cena, con unos amigos, llegamos a la conclusión de que nada es para siempre. Valiente simpleza. El asunto era afirmar que ninguna cosa, por más estable que parezca, tiene garantizada su solidez y su continuidad.
Supongo que habemos algunos que estamos más afectados por esa movilidad que otros. Me lo confirman algunos amigos del otro lado del mar y sus fotos en el facebook - con los bautizos de sus hijos, sus festivales del diez de mayo, sus desayunos con amigas o sus promociones meteóricas en importante empresa internacional. Me lo confirman con un momento de vértigo. En realidad, no es difícil para mi imaginarme abrazando también a un pequeñito con vestido, organizando la fiesta del bautizo, dando órdenes a la chica que me ayudaría en mi casa, conduciendo una SUV, organizando veladas de fin de semana.
Finalmente - como dirían las abuelas - ya estoy en edad.
Y me acuerdo de cómo todo eso parecía que era para siempre. Cómo estaba segura de más o menos qué derroteros tomaría mi vida. Puedo reflejar esas expectativas o ideas en las fotografías de muchos de mis amigos de entonces.
Pero sólo en sus fotografías. No en las mías.
Y sin embargo, cuando veo mis fotografías descubro una cosa que me gusta: me río más y muestro más los dientes. Seguramente tendrá que ver con que tengo más ganas de comerme lo que venga hacia adelante. O que no le tengo tanto miedo como creo y soy capaz de enseñarle los dientes para demostrar el desafío.
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