16.10.12

Barcelona - Munich - Berlín

Levantarse a las cinco de la mañana definitivamente porque no has podido dormir y estás convencida de que, si lo haces, perderás el avión. Hacer cosas por aquí y por ahí, ducharse, arreglarse, tomar por primera vez en el año el abrigo y salir con el tactactactac de los tacones de las botas a despertar a los vecinos.

* * *
Llegar al aeropuerto y acordarse que, por muy pase de abordar electrónico, la revisión de seguridad no es rápida. Más aún - las botas son una pésima idea porque tienes que quitártelas de pie, un poco poniendo a prueba la estabilidad, cargarlas en una bandeja, en otra el bolso y el abrigo, en la tercera el ordenador y luego la maleta de mano. Y luego a ponerte todo en su lugar de vuelta.

* * *
Comprar el diario y caminar por ahí. Evitar la fila de abordaje - increíblemente, hoy viajas en Primera Clase. Entonces esperas que te den de desayunar. Digamos la verdad - vas a fingir que estás acostumbrada y vuelas siempre en primera clase (¿si no por qué los taconcitos y el cabello bien arreglado?). Pero fingirás mal: porque cuando te ofrezcan un periódico lo tomarás. Y también la revista. Y cuando te den de comer te lo comerás to-do como si hubieses corrido la maratón. Y luego hablarás con tu compañero de asiento como si, bueno, esto fuera lo más casual del mundo. Pero no lo es. Lo sabes. Te sonrojas. Sales del avión lo más rápido que puedes.

* * *
Caminas por el aeropuerto de Munich mientras esperas la conexión. Cada 50 metros, hay un puesto para servirte café y té y tomar algún periódico gratuito. Más papel no, pero sí que te tomas un primer té. Bueno... te quemas la lengua con el te y luego no te puedes tomar el otro. Otra vez la fila. Otra vez hacerse loca. Ahora mala idea porque el avión está repleto para el vuelo de 45 minutos a Berlín. Tienes que entrar y esperar para ver qué haces con tu maleta - que no cabe arriba... pero la sobrecargo te dice que, como estás en la ventana y en Business hay un asiento que no se utiliza, lo pongas junto al asiento que te toca, abajo. Lo haces. Mientras te acomodas tu "compañero" de fila le está poniendo una gritiza espectacular a la azafata quien, como su maleta de mano era demasiado gorda y no permitía que cerrara el compartimiento, se la llevó para documentarla.
"Lo que pasa es que son unos incompetentes. ¿Por qué no te habías dado cuenta antes, eh? Tarde y todo y se llevan mi maleta. Es una verguenza. Y se supone que se creen avanzados. Pues me traes una tarjeta con tu nombre... ¿cuál es el problema con mi maleta? Qué estupidez..."
Inconfundible acento norteamericano.
La sobrecargo, con su cabello increíblemente rojo, contesta al gritón sin subir la voz ni una sola vez. Antes del despegue, regresa a su sitio y le da una tarjeta con su nombre, porque el tipo dice que la quiere reportar. En lugar de gracias, el viajero de business contesta: "¿no quieres bajar más maletas para ver si logras retrasar más el avión?".

* * *
Afortunadamente, el gritón se duerme - no sin antes decirle otra vez tres cosas a la sobrecargo. Tu respiras. Es un viaje de 45 minutos pero igual pasan con un carrito y te dan agua y un poco de ensalada con pollo que, por supuesto, te comes. Y el postre. El gritón duerme. En una de sus vueltas, la señorita sobrecargo le deja un vaso con agua en la mesita de al lado, por si despierta.

Al final, la que hace llorar a la sobrecargo eres tú. Cuando la ves, ir y venir, te da pena la manera en como la tratan. Porque está haciendo su trabajo - y con esfuerzo, para que salga bien. En una tarjetita, le escribes un agradecimiento y un reconocimiento a ese extra esfuerzo. Le das las gracias. Al salir  (mucho después del gritón, que sigue refunfuñando como si fuera un perro de aguas), le das la tarjeta. Ella te retiene para leerla y ves que se le salen dos lagrimones. "Muchas gracias", dijo. "No sabes cómo lo necesitaba".

No hay comentarios.: