Estábamos comiendo y más o menos había logrado desembarazarme del teléfono - para verla, para escuchar la historia de lo que es ser mamá de dos casi tres niños en un momento en que parece que ya nadie se embarca en esos menesteres heroicos. Ella, por su parte, quería que yo le contara cómo iba todo, mis aventuras transcontinentales, mi corazón nómada, mis clases en la jungla... hablamos, comimos pasta, berenjenas y profiteroles, nos pusimos al día.
De pronto, me perdí. No sé cómo lo hice, pero desconecté. Estaba mirándola, lo sé, estaba viendo su blusa color uva y me fui a un sitio en donde están los recortes presupuestarios, los alquileres desbordados, la campaña anual de Hacienda, los boletos intercontinentales, las camas incómodas, los cuadros de codificación de investigación cualitativa, las transcripciones de entrevista, las tesis doctorales...
Regresé cuando ella me miró a los ojos y me preguntó: "¿en dónde estás?". "No lo sé, me había ido". "Sí, me di cuenta... te pasó eso... cuando de pronto una sombra negra te cruza la cara..."
Me quedé sumamente avergonzada y eternamente agradecida. Ahora no sólo intentaré no mirar el móvil - tengo que trabajar también en deshacerme de esa sombra negra que a veces me vuelve alguien que no quiero ser.
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