15.9.12

Deseos de felicidad a distancia

Lo saben prácticamente todos mis amigos porque es una historia que, por muchos motivos, me gusta contar. De pequeña, por un problema de dirección de las piernas (ya ellas pintaban que me gustaría dar pasitos en falso), durante algunos años tuve unos aparatos que se parecían a los de la película de Forrest Gump. Cuando iba a entrar a la escuela, al kinder, mi mamá habló muy seriamente con J, mi primo que iba a entrar al mismo tiempo que yo, y le dijo que tenía que cuidarme. Que yo no podía sola, que no podía correr y que no podía dejar que los otros niños se burlaran de mi o me hicieran daño.
También me acuerdo claramente que ni él y yo comprendíamos del todo por qué los otros niños, nuestros compañeritos, lloraban sin parar el primer día. Lo hablábamos en calma, sentados juntos... muy juntos y sin soltar la mano el uno del otro.
Recuerdo que, en su papel de guardián (perro guardián, porque él en aquella temporada estaba convencido de que su destino era haber nacido perro y lo de ser niño era un desafortunado error de la naturaleza), mordió a más de algún compañerito que se quiso pasar de simpático y me quitaba algún lápiz o me hacia llorar. En consecuencia, terminábamos los dos en la dirección - no iba dejar yo que me dejaran sin mi protector. Si había que aguantar bronca, la aguantaríamos juntos.

* * *

Mi queridísimo J se casó ayer en la ciudad donde nacimos, vivimos a cuatro calles de distancia, fuimos al colegio juntos, nos divertimos juntos, crecimos juntos. Sabe que lo extraño. Sabe que lo quiero. Sabe (espero que sepa) que pocas cosas me hicieron más feliz como cuando me presentó a A y no podía dejar de tomarle la mano, de sonreír. Yo, cuando algo me hace rabiar, sé que tengo a un defensor metafísico que estará siempre de mi lado, que me recuerda que estoy protegida. Espero que él sepa que, aunque no estoy, siempre agradeceré que haya estado y espero que sea muy, pero muy feliz.

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